Ella era la Pirata, la gata más longeva del viejo burgo de Sipicciano, en la provincia de Viterbo. Ya vivía aquí antes de que yo llegara, pero arriba, en los niveles más altos del castillo, cerca de la Capilla Baglioni, siendo una de las últimas que quedaban.

De noble cuna, cuando al fin apareció por aquí abajo estaba muy enferma, le faltaba un ojo y se consumía día tras día.

La salvé a base de antibióticos. Y de aquello hace más de nueve años. Desde entonces, alumbra una cría, un cachorrito cada vez. Pero seamos sinceros: es siempre el más bello, para muestra ahí está el Poeta. De vez en cuando los veo acurrucarse, ninguno ha olvidado quién es el otro.

Se había aislado motu proprio, aquejada de una rara dolencia que le había, literalmente, devorado un ojo: de ahí el sobrenombre de «Pirata». A pesar de eso, era la preferida del jefe de los gatos, el «Gattone», un macho gris, corpulento, con una gran mandíbula. El auténtico macho alfa, capaz de protagonizar una matanza y una orgía durante cada periodo de celo.

Entre maullidos nocturnos y bufidos varios, las dejaba preñadas a todas y más de una vez fue perseguido por los habitantes del pueblo en el vano intento de castrarlo. Pero él desaparecía un par de días para volver al ataque. Ella se dejaba ver de tiempo en tiempo, diría que una vez al año, con un gatito. Tal vez, lo más probable, hubiera parido varios cachorritos, pero al viejo burgo regresaba solo trayendo uno, siempre el más hermoso. El último de todos ellos, al que puse el nombre de Poeta, de naricita respingona, moteado gris y blanco, tenía cara de pillo. Ya de cachorro miraba a lo lejos, parecía nostálgico a la vez que alegre, o más bien irónico, como si solo anhelase quedarse atrapado allí donde hubiese algún rastro de comida.

Él y su madre habían sido desterrados del clan. En la zona del castillo quedaban pocos vecinos y algunos solo se dejaban ver por el pueblo alguna tarde de verano. En román paladino: nuestra pequeña familia pasaba hambre. Basta de comedia, se dijo un día la Pirata, basta de comportarse como snobs. Y se lanzó a la búsqueda de alimento.

Los vecinos del burgo viejo todavía vivimos aquí, como saben los gatos, que a una hora determinada se reúnen. El problema era que aquellos dos pobres mininos seguían siendo proscritos. Así que decidí intervenir. A la hora de la manduca, me acercaba y separaba una parte de la comida para el Poeta. Un poco alejado, lo acariciaba mientras él devoraba aquel piscolabis, tanta hambre tenía, y así también podía alimentar a la madre.

Nuvola, la jefa del clan, la mamma, la abuela y bisabuela de todos los gatos que por aquí moraban, no veía con buenos ojos a la que no solo faltaba uno, sino que además seguramente era una rival en el amor. Y el gran gato, Gattone, lo merecía. Era ella la primera en alejar a la Pirata y a su retoño, en ocasiones mediante insólitos mayidos, a veces a través de zarpazos.

Pero Nuvola mostraba y muestra una debilidad hacia mí. En el fondo también yo soy un Gattone, o un gatito, solo que un poco más grande, que de vez en cuando emite también extraños maullidos.

Aprovechándome de esa debilidad, varias veces acerqué al Poeta, acariciándolos a ambos, primero a ella, luego a él. Y era tan pequeño y suave que ella no podía sino acabar olisqueándolo. Y empezar a lavarlo con la lengua, atrayéndolo hacia sí como en un abrazo. Y gracias a aquellos momentos, nuestros dos gatos del burgo pudieron bajar a comer junto al resto.

Hace unos meses, Bárbara, una nueva sipicianesa, cogió a Pirata y se lo llevó. Había descubierto que tenía un tumor en la oreja derecha. La llenó de cuidados hasta el punto de hacerla dormir con ella en su propia cama, donde murió hace tres días. Esto lo supe al regresar de Viterbo.

Entretanto, yo había inaugurado, en la Torre que fue su morada principesca, un MicroMuseo. No sé qué habría pensado, ni si hubiera estado de acuerdo, ante este barullo de gente que llega de cualquier parte y a cualquier hora. Es cierto que permanece a mi lado, fungiendo de vigilante, él, el Poeta, que de vez en cuando alza la vista, buscándote, esperando que regreses.

Bella Pirata, vete tranquila, tu hijo permanecerá aquí junto a nosotros, ya que ha sido nombrado el Guardián Oficial.