Un individuo que tiene la íntima convicción de percibir realmente una sensación, cuando ningún objeto exterior capaz de producir tal sensación aparece ante los sentidos, está en un estado alucinatorio, es un visionario.

(Esquirol, 1838)

A partir de las tesis planteadas por Merleau-Ponty sobre las condiciones fenomenológicas del acto de percibir, realizaremos un análisis de las posibilidades de considerar los momentos alucinatorios de una persona con esquizofrenia como legítimas sensaciones. En el apartado «El espacio vivido» de la obra Fenomenología de la percepción, Merleau-Ponty explora las nociones de espacio y vivencia en los estados de sueño y alucinaciones mentales, así como en la cosmología de la vida mítica. Nuestra pregunta es si, para nuestro propósito, sería posible analizar los cuadros alucinatorios de la esquizofrenia desde la perspectiva fenomenológica, a pesar de que históricamente se los ha considerado dentro del marco de lo fantástico.

Una primera percepción sin ningún fondo es inconcebible. Toda percepción supone cierto pasado del sujeto que percibe, y la función abstracta de percepción, como reencuentro de los objetos, implica un acto más secreto por el que nosotros elaboramos nuestro medio (Merleau-Ponty, 1993).

Empezaremos abordando la argumentación de Merleau-Ponty sobre la percepción. Él destaca la importancia de la temporalidad y la espacialidad como condiciones primarias para una fenomenología. Según el autor, el registro de la conciencia y el conocimiento, junto con la percepción sensitiva, conforman la experiencia. Así, cada acto perceptivo forma parte y es causa de una experiencia subjetiva.

Esta subjetividad nos lleva a comprender que no todos los sujetos tendrán el mismo terreno antecedente como punto de partida para sus percepciones. Para Merleau-Ponty, nuestro mundo presente es incuestionable, pero la significación de los fenómenos será diferente para cada sujeto debido a su pasado y la orientación de su atención perceptiva.

Nuestra percepción es la forma en que conocemos el mundo a través de los sentidos, abstrayendo los fenómenos como registro y referencia dentro del mismo. El mundo es nuestro y a la vez somos de él, ya que su existencia depende siempre de nosotros, los sujetos. Esta percepción entra en un horizonte de significado a partir de las abstracciones del sujeto, que a su vez se basan en los otros significantes ya creados y conocidos.

Ahora, ¿cómo se aplicaría esta consideración a la percepción de una persona en crisis esquizofrénica? La esquizofrenia puede desencadenar la captación de elementos considerados alucinatorios. Para una perspectiva clínica, estos delirios e ilusiones se explican como un malfuncionamiento cerebral. Sin embargo, desde una mirada fenomenológica, parece pertinente reconocer que la sensibilidad de alguien que no padece una enfermedad mental también carece de necesidad de justificación fisiológica. La percepción implica un acercamiento sensorial y afectivo del sujeto al mundo, sin cuestionar lo inmediato hasta que le da validez en relación con el entorno y los demás.

Otorguemos el grado de verdad al hecho que implica que el esquizofrénico sí ve, escucha, siente, percibe algo, suficientemente efectivo para impactar en su memoria y reconocimiento. La contigüidad entre la realidad efectiva y la realidad significativa, siguiendo a Merleau-Ponty, crea un espacio interior que se superpone al primero para tematizarlo y dotarlo de sentido. Parafraseando al autor, el mundo que nos rodea está ahí como una unidad abierta e indefinida que contiene elementos sobre los que nos proyectamos (Merleau-Ponty, 1993), de ahí que estas proyecciones sean, a su vez, elementos de una realidad interna.

En el contexto de la percepción esquizoide, este espacio íntimo se magnifica mientras el espacio vivido se reduce. La significación del mundo fáctico se transforma a partir de una comprensión de la sensación que va más allá de lo que puede o no aparecer de manera efectiva. No obstante, lo que existe en este espacio íntimo de alcances también está basado en una experiencia material que se repite y extiende en posibilidades aparentemente comúnmente imposibilitadas en lo concreto. Si bien no podemos hacer estudio de ningún ente inmediato sería un error denominarles como irreales, a sabiendas que ni siquiera la realidad es una experiencia homogénea.

Nunca vivo enteramente en los espacios antropológicos, siempre estoy ligado por mis raíces a un espacio natural e inhumano. […] Mi percepción total no está hecha de estas percepciones analíticas, pero puede siempre disolverse en ellas, y mi cuerpo, que garantiza por mis hábitos mi inserción en el mundo humano, nada más lo hace proyectándome primero en un mundo natural que siempre transparece en el otro […] y le da un aire de fragilidad. […] El espacio es existencial; igualmente podríamos haber dicho que la existencia es espacial, […] por una necesidad interior, se abre a un «exterior», hasta el punto de que se puede hablar de un espacio mental y de un «mundo de las significaciones y de los objetos de pensamiento que en ellas se constituyen» (Merleau-Ponty, 1993, p. 308).

Esta realidad interna se ampara en una temporalidad que se rompe para la persona afectada, ya que, para ella, el tiempo se bifurca entre el mundo exterior y los elementos de su espacio de representaciones. La memoria sensitiva espera independiente hasta el contacto con la realidad efectiva, de modo que los elementos ahí relacionados y significados surgen sin tener una causa aparente en el exterior, creando un nuevo horizonte de significado en la percepción del sujeto. A partir de este antecedente constantemente realimentado, el sujeto continúa siendo parte del mundo donde habita y se mantiene en movimiento, dando lugar a un intercambio ininterrumpido de significaciones entre su espacio íntimo y la realidad efectiva.

El momento en que identificamos la diferencia del esquizofrénico se da en este punto, donde los significantes no forman parte de un intercambio, sino de un choque en el que se encuentra una primacía de significación en cada uno de los espacios que ahora se separan por su diferencia, mas coexisten para el sujeto que ha de percibir ambos en su correspondiente realidad. En consecuencia, el espacio íntimo tiene un poder primario frente a la facticidad, puesto que las significaciones serán siempre más cercanas al sujeto y, al mismo tiempo, el puente para la comprensión de lo efectivo. En esta fortuna de coexistencia, la significación tendrá un efecto afectivo e intrínsecamente más poderoso, del cual la percepción no cuestionará su legitimidad fáctica.

Con un análisis que parte de la fenomenología de Merleau-Ponty, no encontramos ningún nuevo elemento propio del proceso perceptivo del esquizofrénico, sino una sensibilidad mayor al espacio privado de su experiencia, que se repite y surge sin estar constantemente fundada en la exterioridad.

Entonces, ¿deberíamos considerar estas percepciones esquizoides como alucinaciones desde la fenomenología? Si entendemos la alucinación como lo inexistente, hasta ahora no hemos encontrado elementos distintos en los casos de personas con esquizofrenia en comparación con quienes no la padecen. Lo que se percibe e interpreta tiene el mismo origen en ambos casos, aunque su acercamiento y temporalidad estén sujetos a otras razones que no interesan al campo de la fenomenología. Ambos grupos tienen un almacenamiento de la experiencia vivencial que se significa envuelto por la subjetividad, y en ambos casos, la percepción se construye a partir de una relación con el mundo exterior y su temporalidad.

Podríamos reformular la pregunta inicial y cuestionar si las personas con esquizofrenia perciben incluso más intensamente que aquellos sin esta condición. Los elementos inmediatos están multiplicados y requieren un posicionamiento afectivo para ser procesados por quien los percibe. Y como no se puede percibir ni interpretar algo que no hayamos conocido ya antes, fenomenológicamente, no hay elementos distintos en ambos casos, sino una temporalidad indistinguible en su aparición. Las realidades coexisten para el sujeto, sin que sea posible una distinción clara entre ambas.

Desde la fenomenología, es relevante reconocer la legitimidad de las sensaciones experimentadas en las percepciones esquizoides, puesto que son efectivas para quien las experimenta y que emergen de un espacio interno legítimo. La percepción es un proceso construido envuelto de la significación propia.

Por tanto, considerar las percepciones esquizoides como inverosímiles o simples inexistencias desafortunadas desde el campo de lo fenomenológico nos quitaría la oportunidad de analizarlas como manifestaciones genuinas de la subjetividad. La esquizofrenia puede llevar a una coexistencia de realidades internas y externas, pero ambas forman parte de la experiencia vivida, del mundo propio.