El día está pegajoso en Macondo, la gente no soporta estar despierta, pero las Buendía limpian. Fernanda manda a lavar sus sábanas y Remedios, la bella, se acicala después de haberse despanzurrado de alacranes. Parece que la peste del insomnio volviera a confundirles las mentes, porque la gente ve borroso, se sienten como recién entrados a un sueño controlado por una mujer.

Rojos, negros y amarillos pintan el retrato de una muerte primaveral. Remedios, se baña desnuda y pálida, como una luna soleada, vigilada por flores que gritan en la oscuridad, donde Melquiades mira debajo de su sombrero alado. Ella sabe que el ente está ahí, a su derecha, también sabe de su pasado, de sus historias y de las intenciones que trae.

Cuando aprendí a hablar, me regalaron un cachorro porque dizque se parecía a mí, pero aquel era un perro tonto y sin un ápice de instinto de supervivencia. Hacía cosas impropias de los canes, no ladraba, comía cualquier objeto que pudiera resultar filoso o dañino y si el lomo le picaba, se rascaba hasta desprenderse el cuero y claro, después se comía los pedazos. Todo indicaba que buscaba la muerte y ese fue el único rastro que logró seguir en su vida. Caminaba por el pastizal cuando la encontró en un hormiguero monstruoso. Lo quise salvar de sí mismo, dos veces, pero se empecinó en meterse hasta el pecho en la casa de las asesinas.

Ellas le surcaron la cola con espirales rojos en una danza hipnótica que me dejó indefensa ante mi primera epifanía. Se me revelaron una turbonada de imágenes que es mejor que nadie vea nunca. Vi desde la última hormiga que se comió el último trozo de cola de mi sobrino nieto, hasta hoy, el día de mi ascensión. ¿Por eso te apareces ahora, gitano? ¿para ver si me voy? Volvé a tu cuarto, dale, y dejáme bañarme en paz, no vaya a ser verdad lo que dice la gente, y que por andar viendo lo que no debes, te robe el alma y el olor de mi piel torture el polvo de tus huesos. Si no estuvieras muerto ya, la maldición de mi cuerpo te arrancaría la vida de un soplo sangriento, padecerías de una forma absurda. Me gustaría reírme de esas bobadas pueblerinas, pero en cada leyenda siempre hay una parte de verdad. La muerte me sigue desde que la revelación se llevó a mi cachorro, desde que vi sucumbir esta casa y todo el pueblo bajo el yugo de la naturaleza, una no se olvida de esas cosas, quedan repitiendose en el fondo de la mente, es una película en bucle.

Remedios se pausa, probando el silencio que Melquiades tiene con las mujeres, a ver si lo sostiene frente a sus verdades. Lo hace, viejo terco y machista. Prefiere enseñar sus artes ocultas a los poco dotados hombres de su familia, que siempre abandonan los estudios por perseguir faldas.

– El viento va a llevarse a Macondo en un remolino de calamidad, pero yo me voy hoy, cuando la corriente del norte palidezca en la turbia quietud del calor, justo antes de encenderse en una corta ráfaga. –Se tira un balde de agua por encima, seguido de un suspiro frío–. Hace un calor insoportable, no quiero ponerme el malandrán y andar desnuda, pero llama mucho la atención y ya no quiero que me hablen, los vivos me aturden, bueno, me aburren también, su parloteo sin sentido me vacía por dentro. Por eso me caes bien, gitano, aunque no lo creas, porque vos no dices nada. Miras sin molestar. Me gusta, pero si esperás que haga algo por estos desgraciados vamos mal, son animales siguiendo el camino de sus propios impulsos impuestos por quién sabe qué, no los vamos a descarrilar, no me vas a descarrilar. Soy la única que tiene la oportunidad de elegir no salir allá afuera y alarme con las sábanas de Fernanda, pero por el contrario, elegí seguir mi destino, es más, me he estado preparando, haciéndome más pálida y ligera para el viento.

Me comí todo el veneno de alacrán que había en este baño, me limpié incansablemente la tierra del cuerpo y ayuné tres semanas sin que nadie lo notara. Puede que yo elija cumplir mi destino porque es el más agradable de todos, sí, o quizás sea imposible parar esta máquina, y que sin importar lo que sepas todos los impulsos y deseos supuestamente propios, no son más que las cadenas que nos atan a un infierno personal, no son nuestros. Lo que me queda claro, es que cuanto más sabe uno, menos dice y que las revelaciones y todas esas patrañas de bruja no sirven para nada más que para impacientar. Ponte contento, Melquiades, hoy me voy, me escapo de esta melancolía eterna y de todos esos sufrimientos sin sentido, ¿para qué? Ahora cuando termine de sacarme el jabón, la abuela me va a pedir que la ayude a colgar la ropa con mi cuñada. No voy a avisar nada, pero me voy a ir volando, uno lo dice así nomás ¿no? simple, pero me lleva el viento y es como, ah, que no me devuelva nunca, por favor. No voy a extrañar a nadie, dejo a mis muertos acá y que se revuelvan solos. Haré alas de las sábanas y me iré de esta tierra maldita, sin despedirme de nadie y sin lamentarme, subiré, gitano, y no va a haber dios que me pare.1

Nota

1 Tributo a Márquez «Cuando volví a la máquina de escribir, Remedios la Bella subió, subió y subió sin dificultad. Y no hubo Dios que la parara. (García Márquez 1993, 26)».