Acaban de terminar los actos conmemorativos de los 50 años del golpe de Estado ocurrido un 11 de septiembre de 1973. Hubo una solemne ceremonia en el palacio de La Moneda encabezado por el presidente Gabriel Boric, la senadora Isabel Allende, hija del exmandatario, junto a los presidentes de México, Colombia, Uruguay, el primer ministro de Portugal y varios ex jefes de Estado y de gobierno como el uruguayo Pepe Mujica, el italiano Massimo de D’Alema, la expresidenta finlandesa Tarya Halonenn y otros. La figura del ex jefe de Estado chileno ha sido recordada en muchos países del mundo, especialmente en América Latina y en Europa, con ceremonias, seminarios en universidades, conferencias, conciertos, notas de prensa, películas y muchas otras actividades.

Transcurrido medio siglo cabe preguntarse cómo es posible que esa fecha, que ha pasado a ser una efeméride en el calendario mundial, siga provocando interés en la opinión pública de tantos países. La respuesta es múltiple: la muerte del presidente Salvador Allende, la brutalidad de la dictadura que impuso Augusto Pinochet durante 17 años, los más de mil desaparecidos cuyos familiares continúan su búsqueda y reclaman justicia o los sueños del cambio político que encarnó el programa de la Unidad Popular, que inició un proyecto inédito de transformaciones económicas y sociales en el marco de un sistema plenamente democrático. Se debe sumar la heroica resistencia en el Palacio de La Moneda del presidente Allende junto a un puñado de leales colaboradores que resistieron durante horas el asedio y bombardeo de cuatro aviones Hawker Hunter, cañones, tanques y a un ejército profesional, que también atacó y con la misma furia, la residencia oficial donde se encontraba la esposa del mandatario, Hortensia Bussi. Pese a la negativa a rendirse de sus colaboradores, Allende les exigió abandonar el palacio de gobierno pensando que salvarían sus vidas. Unos si tuvieron esa suerte, otros fueron masacrados. En el momento en que se dirigían a la salida del palacio, fue el minuto escogido por el presidente de Chile para poner término a su vida. En la historia tenía el ejemplo del presidente José Manuel Balmaceda (1840-1891), quien acosado por las fuerzas de la reacción de la época que provocaron una guerra civil, tuvo que refugiarse en la embajada argentina donde puso fin a su vida el mismo día en que terminaba su mandato constitucional. Sin duda que el ejemplo de Balmaceda, lo tuvo siempre presente el presidente Allende.

Allende demostró tener plena conciencia de la trascendencia histórica del proyecto de transformaciones plasmado en el programa de la Unidad Popular, encabezado por los partidos socialista y comunista. Era revolucionario en la medida que iniciaba el cambio de la estructura económica capitalista en el marco de un sistema democrático, algo que nunca había ocurrido. Un marxista llegaba al gobierno en un país del Tercer Mundo, abriendo un camino de transformaciones respetando la Constitución y la ley. ¿Qué falló, entonces? Lo que siempre ha perseguido a la izquierda en gran parte del mundo: en primer lugar, la unidad. Ampliar la base social de apoyo era fundamental para tener mayorías significativa en el Parlamento y dar plena legitimidad a los cambios. Luego la impaciencia maximalista de sectores que buscaban la toma del poder en el corto plazo, influenciados fuertemente por la revolución cubana. En tercer lugar, no dimensionar el verdadero poder de los Estados Unidos y su alianza con sectores económicos y militares chilenos.

La izquierda chilena vivió, luego de 17 años de dictadura, un proceso de renovación que la acercó a la Democracia Cristiana en 1990, en una alianza que es considerada como una de las mejores en la historia del país. Sin embargo, el acelerado crecimiento económico y por tanto del consumo, encontró nuevas generaciones nacidas en democracia impacientes por alcanzar un estado social de bienestar el cual la derecha conservadora nunca ha estado dispuesta a otorgar. Ello llevó al estallido social de 2019 y al inicio de un proceso constitucional manejado mayoritariamente por fuerzas identificadas con la izquierda que resultó fallido. Ello ha aumentado la fragmentación política, permitiendo que los partidos surgidos junto a las nuevas generaciones terminaran imponiéndose, llevando a Gabriel Boric a la presidencia. Las esperanzas puestas en el nuevo gobierno se han estrellado con la realidad. En el nuevo proceso constitucional, la derecha más dura ha comenzado a imponer la mayoría absoluta con la que cuenta, lo que abre las puertas a un nuevo rechazo en el plebiscito que deberá efectuarse el 01 de diciembre próximo. Por tanto, la derecha resultará vencedora ante cualquier resultado puesto que siempre se opuso a cambiar la constitución de Pinochet, que podría continuar vigente.

Un refrán vietnamita señala que si quieres pescar peces grandes, debes entrar a la alta mar. Chile necesita cambios profundos, partiendo por el Estado social de derechos que garantice educación, salud, vivienda y pensiones dignas para todos los chilenos. Hoy la posibilidad de un gobierno de derecha o de derecha extrema está entre las opciones debido al cansancio de la gente y la mala valoración de los políticos. Para revertir esta situación, las fuerzas progresistas deben aprender las lecciones del pasado y trabajar sin descanso por la unidad amplia, terminar con la eterna división de la izquierda y escuchar la voz del presidente Allende, quien intentó hasta el final de su vida alcanzar un acuerdo político que evitara el holocausto que envolvió a la sociedad chilena.