El imaginario mítico griego ha instalado un cuadro cultural en Occidente sobre la mujer, responsabilizándola por la decadencia de la historia. Kant lo llama la visión terrorista1, porque la historia no avanzaría ni permanecería anquilosada indefinidamente; sino, retrocedería por un sendero de decadencia, empeorando y deteriorándose. La protagonista de tal cuadro fue Pandora, la primera mujer, que propagó los males por el mundo, acabándose la era de los dioses y de los héroes, e iniciándose la era de los hombres. Tal visión decadente en el momento germinal del imaginario occidental sepultó la edad dorada.

Según Hesíodo, hubo cinco edades con relaciones determinadas de los hombres con los dioses y con la mujer con guiones inequívocos. En el principio de los tiempos (γηγενής) dioses y hombres tuvieron a la Tierra-Madre como origen común. Todos fueron concebidos por Gea2, otorgando a los hombres una condición divina arcana. Pero, posteriormente, la mujer habría ocasionado la ruina de los hombres, precipitando que los males sean regados por el mundo. Mircea Eliade remarca que Hesíodo apenas diferenció la naturaleza de los dioses de la de los hombres, constituyendo la edad dorada con humanos inmortales de raza áurea, hermanados a los dioses por su poder3. Según la teogonía griega, los dioses de «segunda generación» fueron los titanes.

La primera humanidad de raza áurea fue exclusivamente masculina y vivió en el reinado de Cronos. Estuvo entregada a las danzas, el regocijo y las fiestas. Robert Graves dice que esta humanidad carecía de preocupaciones, comía frutas, bellotas, leche y miel y la muerte era solamente un largo sueño4. Cronos había destronado a su padre Urano, con la ayuda de Gea, su madre. Después de casarse con su hermana, Rea, devoraba a sus hijos para evitar que se cumpliera el vaticinio que él mismo realizó con su padre: un hijo lo destronaría.

Cronos gobernó la edad dorada devorando a sus creaturas. Siendo el Tiempo, precipitaba que todos sucumbiesen, incluso los hombres longevos de la primera humanidad. Pero Zeus, uno de sus hijos, se salvó y obligó a su padre a vomitar a sus hermanos tragados vivos. Colaborado por sus hermanos, Hades y Poseidón, derrocó a Cronos y se distribuyó con ellos el dominio del mundo. A Zeus, por tener el dominio del rayo otorgado por los cíclopes y por liderar el enfrentamiento, le correspondió el Olimpo, los Cielos, la Tierra y el Éter, ganándose el título de padre de los dioses. Que Zeus se salvase refiere el destino que durarían para siempre, el orden político y social; el patriarcado protector de la casa y la familia; el matrimonio, los linajes reales y el imperio del derecho.

Cronos fue un Titán, castró a su padre, Urano, hijo del Cielo, gracias a la complicidad de Gea, su madre, que incitó a sus hijos que enfrentaran a Urano por encerrar a los gigantes y los hecatonquiros en el Tártaro. Con la muerte de Cronos en la titanomaquia, Zeus fue tan parricida con Cronos como el mismo Cronos fue con su padre, Urano. Cronos dirigió y ejecutó la castración de Urano con una hoz de pedernal y de la sangre de su padre surgieron las tres Erinias emergiendo Afrodita de sus órganos sexuales arrojados al mar5.

Las Erinias, vengadoras de los crímenes contra la familia, aconsejaron a Zeus que enfrentara a Cronos con un arma distinta a la hoz de pedernal, para aceptar y legitimar el crimen contra su padre. Así, las Erinias coadyuvaron a instituir y precautelar el orden político racional, patriarcal y moral, con el reino de Zeus como padre de los dioses y los hombres.

El final de Cronos y la afirmación del imperio del orden como definitivo, implicaron la desaparición de la raza humana áurea; fue el acabose de la era edénica para la humanidad masculina y, en lo sucesivo, no habría cambios abruptos, erigiéndose la sociedad como falocrática, con el patriarca como cabeza política incuestionable.

La imagen del reinado de Cronos constela la arbitrariedad y la brutalidad. Es el imperio voraz del tiempo que incluye la toma del poder, la castración del padre, Urano, y la atrocidad de devorar a los hijos por el temor de que le arrebaten sus prerrogativas. Que Hesíodo muestre a Cronos como un dios ulteriormente condescendiente y protector de la humanidad, es interpretado por Mircea Eliade como resultado de la fuerte influencia oriental sobre el mitógrafo griego.

Zeus no fue un dios creador, tampoco primordial; pero rigió a la humanidad y a los dioses alcanzando poder panhelénico e instituyéndose a sí mismo como amo del universo. Mircea Eliade indica que fueron numerosos los santuarios griegos que se le dedicaron, visualizándolo como el principal dios griego, detentor del poder que regularía el universo. Se trata de prerrogativas sobre la totalidad armónica, de las relaciones estables entre los hombres y los dioses, y la solución de conflictos que surgiesen. Si algún mortal trasgrediera las leyes, Zeus lo castigaría; siendo especialmente implacable ante quienes se atribuirían prerrogativas divinas. Así, la represión política apareció como inevitable, más si alguien osaba cuestionar el orden procedente del Olimpo.

Después de la aniquilación de la primera humanidad, la que gozaba de un mundo edénico favorecido por Urano y Gea, apareció una nueva raza que habría sido oprimida subrepticiamente por enfermedades, la vejez y la posibilidad de una muerte tormentosa. Estos hombres del imaginario griego tendrían que trabajar para vivir, conocieron las inquietudes y el temor y comenzaron a rodearles el dolor y la miseria. El proceso de decadencia se desató porque tal raza habría sido menos noble que la anterior, a pesar de haber sido creada por Zeus. Se trata de la raza de la edad de plata, al parecer, conformada como la aúrea, exclusivamente por varones. Expresaría simbólicamente la metáfora de la polis griega, con ciudadanos libres que decidirían directamente los tópicos públicos, con la casa patriarcal como núcleo económico y con la organización política autónoma y autárquica.

Pero, los hombres de la edad de plata fallaron en el tributo al dios político, insubordinándose en contra del orden divino imperante. Zeus los habría aniquilado creando, posteriormente, la tercera humanidad. Esta habría sido también masculina exclusivamente, constituyéndose en la raza de los hombres de la edad de bronce.

En esta edad, hubo un carácter extremadamente violento y destructor, que ocasionaría en definitiva el exterminio de los hombres, unos en manos de otros. Tal, la reminiscencia hobbesiana atávica llamada estado de naturaleza de guerra de todos contra todos. Según Robert Graves, los hombres de la edad de bronce tenían armas de hierro, comían carne y pan y la peste los habría aniquilado. Zeus quiso regenerar a la humanidad por lo que permitió que apareciesen los héroes, es decir los hijos de los dioses que, aunque mortales, protagonizarían célebres hazañas. Gracias a ellos, se invirtió temporalmente el proceso de decadencia como un remanso de la historia.

El tránsito de Cronos a Zeus que dio lugar al surgimiento de las necesidades que obligarían al hombre a trabajar, siendo una criatura más entre las bestias de la naturaleza, refiere la trasgresión y la caída. Según Eliade, la idea de decadencia de la historia no sería exclusiva de la mitología griega, sino que estaría difundida ampliamente entre varias culturas. Consistiría en presumir la existencia de la «perfección de los comienzos» con un imaginario romántico de «bienaventuranza primordial». Se trata del estado inicial quebrantado por alguna forma de pecado original, de modo que acontecería un conjunto terrible de males y desgracias sobre la humanidad. En los mitos griegos, se trata específicamente de la cuarta humanidad, correspondiente a la raza de hierro6.

La humanidad de bronce fue extremadamente belicosa, esta forma de vida habría ocasionado el exterminio de los hombres quedando las mujeres mortales. Ellas, según las intenciones del dios político por excelencia, redimirían a la humanidad dando a luz a los héroes que serían hijos del propio Zeus o de otros dioses. Aparte de los análisis e interpretaciones respecto del arquetipo del héroe civilizador, la imagen de semejantes personajes evoca la institución del poder del pastor.

Siendo los héroes hijos de mujeres mortales y de dioses, se infiere la existencia de mujeres en la edad de bronce. Sin embargo, esta lectura cronológica lineal no es precisa. La ascendencia mortal de los héroes remarca la presencia de rasgos humanos en figuras colosales que habrían realizado proezas sobrenaturales. Pese a que los héroes perezcan, ciertas narraciones mencionan que Zeus les permitía arribar a las Islas de los Bienaventurados, el Elíseo, después de muertos. En este espacio, Cronos, perdonado por Zeus, gobernaría las almas de los piadosos e iniciados7 con existencia beatífica.

Que los héroes hayan protagonizado significativos acontecimientos en la mitología clásica, que muestren generosidad, nobleza y valentía, los mienta como gobernantes dedicados al cuidado de sus súbditos. Tal, su génesis con olores matrísticos asociados a la protección basada tanto en el erotismo y el poder familiar, como en la fuerza que los dioses olímpicos transferían a sus hijos. Robert Graves refiere el sitio de Tebas, la expedición de los argonautas y la guerra de Troya como los momentos de destacado protagonismo de los héroes del imaginario griego. Tales momentos serían los instantes fundacionales de la identidad cultural de Occidente8.

Careciendo los relatos míticos de reglas de secuencia lineal y de una lógica estricta, los lapsos y cronología de las edades son lábiles. Los momentos de creación del hombre y la mujer no son rigurosos, ni la aparición de Prometeo y Pandora9. Las múltiples direcciones y los bucles de secuencia se articulan, según Robert Graves, desde la segunda humanidad, con las mujeres como madres mortales. En la edad de plata los hombres no desobedecieron a sus madres y consolidaron una idílica época matriarcal en el albor histórico; pero, por ignorantes, se hundieron en guerras y no efectuaron sacrificios a los dioses, siendo destruidos por Zeus.

Según varios mitógrafos, el pecado original en el imaginario griego causó la aniquilación de la humanidad de plata, por la estulticia que desconoció a Zeus como su creador. Tal, la caída del hombre en el imperio del dios político. Sobre la humanidad áurea, su desaparición coincidiría con la emergencia del mundo político, habida cuenta de la destrucción del reino de Cronos.

La indiferencia entre hombres y dioses en época de Cronos refiere un mundo caótico sin principios ni vida política. Que después, el primer pecado sería por incumplimiento, muestra la actitud retrógrada de no reconocer el orden social y el gobierno de la razón falocrática, con el poder del padre omnipotente. Tal carencia ofendería el poder patriarcal, rebelándose contra el dominio del varón y negándose la sumisión del subalterno. Aquí son destacadas tanto la imagen mítica de Prometeo como las connotaciones de Pandora.

Zeus representa la desarticulación del matriarcado y la disolución de su poder. En tanto que, el exterminio de la segunda humanidad constataría el alcance del patriarcado, asociado con la fuerza política y a la violencia. Por lo demás, el héroe como custodio de la civilización, siendo formado en el útero mortal fecundado con la esencia divina del dios que lo procreó, expresaría la metáfora de que el poder masculino se constela por la fuerza arcana de una matriz femenina y matrística.

Notas

1 Filosofía de la historia, Trad. Emilio Estiú. Nova. Buenos Aires, 1964, p. 193. Kant contrapone el terrorismo a la visión eudemonista y al abderitismo.
2 Los trabajos y los días, citado por Mircea Eliade: Historia de las ideas y de las creencias religiosas, Vol. I, Trad. J. Valiente Malla. Cristiandad. Madrid, 1978, p. 269.
3 Teogonía. Citado por Eliade, ídem.
4 Los mitos griegos, Vol. I, Trad. Luis Etchavarri. Losada. Buenos Aires, 1967, p. 39.
5 Diccionario mitológico, Carlos Gaytán. Diana. México, 1975. Diccionario de mitología clásica, Constantino Falcón y otros, Alianza. Dos tomos. Madrid, 1980.
6 Historia de las ideas y de las creencias religiosas. Op. Cit., p. 270. Eliade refiere Los trabajos y los días.
7 Ídem, Eliade también refiere la Teogonía. Vol. I, p. 270.
8 Los mitos griegos. Op. Cit. p. 39.
9 Los mitos griegos. Op. Cit. p. 39.