Yo nací en una tierra chiqui-tica, pero maravillosa en la América Central, llamada Costa Rica; de ahí que en la región nos apoden: tico, ca. Gentilicio coloquial que los costarricenses llevamos con orgullo y pasión. El nombre de Costa Rica se debe a que, en los diarios escritos por Colón, se mencionaba que en el territorio existía mucho oro. Pero eso no era del todo cierto, en efecto, existía oro, pero no en grandes cantidades.

La verdadera riqueza del país está en su naturaleza y en la enorme diversidad de climas, paisajes y biodiversidad que tenemos en un territorio tan pequeño. Con apenas 51,179 km² de territorio continental, más una pequeña isla. La Isla del Coco, que se localiza a 532 km de la costa costarricense y con apenas un área terrestre de 23,85 km²: 7.6 km de largo y 4.4 km de ancho, extiende el área marina de la zona económica exclusiva de Costa Rica en el océano Pacífico a 530,903.60 km²; es decir, unas 10 veces más que el territorio continental. Así es, nuestra riqueza es natural, no monetaria, ni tampoco material.

Y tenemos una riqueza más, la riqueza de nuestra gente, la riqueza de ser tico o tica. De hecho, nuestro lema es «¡pura vida!». Esta no es solo una frase o un saludo, así somos los ticos; el «pura vida» es parte de nuestra forma de ser, de nuestra idiosincrasia; es por decirlo así, una marca país, un distintivo de nuestra gente, de cómo somos, de cómo pensamos. O así era, porque tristemente lo estamos perdiendo. Ya no somos tan «pura vida», que «mala nota».

Nuestro país fue diferente al resto de los países centroamericanos porque casi desde el inicio de nuestra Independencia se estableció una «Ley Fundamental del Estado Libre de Costa Rica (1825), se introdujo la imprenta, se estableció la primera casa de moneda y se reorganizó la Casa de Enseñanza de Santo Tomás, considerada la primera universidad de Costa Rica». Nuestra oligarquía no fue como las tradicionales, «se construyeron importantes obras de infraestructura pública, como el Palacio Nacional, el Hospital San Juan de Dios, el edificio de la Universidad de Santo Tomás»; ahora sí, la primera universidad de Costa Rica. Tuvimos una dictadura, la dictadura de los Hermanos Tinoco; pero contrario a otras dictaduras, donde se suprime la voluntad del pueblo a pensar por sí mismo, durante esta, «se configuró un círculo de políticos e intelectuales de orientación reformista, con el propósito de modernizar el Estado y la sociedad y se promulgó una nueva Constitución en 1871», que estableció «nuevos códigos penales, civiles y fiscales, se introdujo el matrimonio civil y el divorcio, se secularizaron los cementerios, se inauguró el registro de nacimientos y defunciones, se estableció la educación secular gratuita y obligatoria, se hicieron cambios en el sistema de salud y se abolió la pena de muerte». Luego, durante el corto periodo del Estado reformista de Costa Rica (1940-1948), las luchas de los trabajadores por mejorar sus condiciones de vida y laborales llevaron a grandes reformas del Estado costarricense que culminaron en la promulgación de las Garantías Sociales y el Código de Trabajo; la creación de la Universidad de Costa Rica, la Caja Costarricense del Seguro Social y la Orquesta Sinfónica Nacional. Seguidamente, tuvimos una guerra civil, la Guerra Civil de 1948, que fue desencadenada por la nulidad de las elecciones de 1948; precisamente por grupos de poder político y económico que querían detener esas reformas y volver a la oligarquía. Afortunadamente, no triunfaron y el resultado de ganar la Guerra Civil fue la Fundación de la Segunda República y Estado benefactor (1949-1979) tras el cual, «se inició un vasto programa de cambio institucional: se abolió el ejército (1 de diciembre de 1948), se nacionalizó la banca, se fortalecieron las reformas sociales, se integró el Tribunal Nacional Electoral, se concedió el derecho al sufragio a las mujeres y a la población afrocaribeña y se redactó la actual Constitución Política».

Pero, tristemente, como suele suceder, lo bueno no dura para siempre y llegó la Crisis económica de 1980. «El país experimentó una fuerte crisis económica durante la década de 1980, motivada por múltiples factores tanto internos como externos». Esto produjo mucho malestar social, actos violentos, protestas y huelgas. Pero lo peor de todo, es que llevó a un cambio en el modelo de desarrollo social y económico que mantuvo el país hasta ese entonces; cambiando un modelo de Estado benefactor a Estado neoliberal. «Estos cambios causaron fuertes protestas por parte de campesinos y agricultores (1987), alza del empleo informal y la deserción estudiantil, y el aumento de la pobreza (27 a 32% entre 1990 y 1991, con una breve recuperación económica y reducción de la pobreza en 1994-2005); 89 paros y huelgas entre 1990 y 1993, protestas de la ciudadanía y vastas manifestaciones populares, como el movimiento nacional de protesta en 2000, con bloqueos de vías, paros laborales y actos de desobediencia civil que obligaron al gobierno a retirar dicho proyecto».

Pero hubo algo más, consecuencia de todo eso, hubo un profundo cambio en la forma de ser y la mentalidad de un pequeño sector de la sociedad costarricense: la sociedad de más alto poder económico y adquisitivo; que, como suele suceder, es también la que dirige las políticas: económicas, empresariales y financieras de un país: «el poder detrás del trono», que abrazó el neoliberalismo y lo hizo su fe, su religión. Eso afectó a un amplio sector de la sociedad costarricense, el de clase media baja a pobre, llevándolos a clase pobre y pobreza extrema. Pero ahí no acabó la cosa, 20 años más de neoliberalismo en Costa Rica, casi han dado al traste con la clase media y profundizando enormemente la brecha entre ricos y pobres; haciendo al rico, más rico y en menor cantidad, y al pobre, más pobre y en mayor cantidad. Lo que polarizó la sociedad costarricense y la llevó a extremos sociales y económicos nunca vistos.

Pero lo peor de lo peor, es que, está a punto de acabar con nuestra otrora «¡pura vida!» forma de ser.