Debo confesar que el fenómeno de la llamada escritura inclusiva me tira de espaldas, me descoloca, me deja atónito, confundido, estupefacto, desconcertado, boquiabierto, pasmado, aturdido.

La obligación de escribir refiriéndose, sistemáticamente, a dos géneros: «niños y niñas», «ciudadanos y ciudadanas», «buzos y buzas», «jinetes y jinetas», etc., me desazona, me provoca una forma aguda de orquitis bilateral atópica.

Entre otros porque buzas no existe, y si jinetes designa a quienes montan a caballo, las jinetas o ginetas son una especie de mamífero carnívoro de la familia de los vivérridos. A menos que uno evoque las jineteras, que también montan, pero no necesariamente un equino.

No es por mala voluntad. No señor. Servidor, otras cosas sí, pero de misógino nada. Algo me dice que «género masculino y género femenino» se aplican a las palabras, pero en cuanto a seres de carne y hueso debo hablar de «sexo masculino y sexo femenino» visto que, con la posible y lamentable excepción de alguna víctima de la Talidomida, al nacer llegamos dotados de uno.

Ya sé que retrucarás que se han visto hermafroditas, y no solo en las salas del Louvre. Para no hablar de seres ginandromorfos, o hermafroditas secuenciales protándricos (Amphiprion ocellaris) o protogínicos (Asteriana gibbosa), todo lo cual no hace sino complicar algo tan delicado y sensible que conviene tratar con la ternura que conviene: el sexo.

Tampoco es por incordiar, pero los barbarismos en uso hacen que fornicar o follar, tirar o coger, hayan sido remplazados por la expresión «tener sexo». Yo que tengo uno, he «tenido sexo» durante toda mi vida, sin interrupciones, y no sé si mencionarlo pudiese aparentarse a una vana presunción de virilidad, en fin, a fardar, tú me entiendes.

In petto, algo me dice que las enseñanzas gramaticales adquiridas en la enseñanza media, en el Liceo público, laico y gratuito de mi adolescencia, no pueden ser consideradas como activos sin valor, depreciadas como simple materia de amortizaciones, o tratadas como un vulgar producto financiero tóxico.

De ahí que, atormentado, fuese a revisar los textos que atesoro y que son mi única riqueza. En mi biblioteca encontré un Compendio de la Gramática de la Lengua Española, editado por la RAE y publicado por Espasa-Calpe en el año de gracia de 1949. Lo que encontré te lo restituyo tal cual, no le quito ni le pongo.

Se llama género a una característica gramatical de los sustantivos, artículos, adjetivos, participios y pronombres que los clasifica en dos grupos: masculino y femenino. Carecen de género los adverbios y los verbos (salvo los participios) y cierto número de partículas tienen género neutro.

Hasta ahí, yo mismo. Pero lo que sigue es sabroso:

Los géneros son seis: masculino, femenino, neutro, epiceno, común y ambiguo.

Sin entrar a cachondearse, –no aún–, ya ves el problema. Practicar la escritura inclusiva integrando los seis géneros implica recurrir a formas imaginativas e inéditas, ejemplos de las cuales ya disfrutamos en la literatura política reciente.

Por ahí hemos leído eso de «Compañeres, convocamos a todes…» (sic), y no solo a «les feministes del autonomisme» (resic).

Desde luego es mejor pasar por alto el uso de la primera persona del plural del Indicativo –convocamos– que denota una discriminación –¿de género o de sexo?– visto que el sujeto es «nosotros», y en ningún caso «nosotres».

Para satisfacer la curiosidad de los eruditos en ciernes, y de paso verificar si eso de «compañeres», «todes», «feministes» y «autonomisme» satisface exhaustivamente la escritura inclusiva, he aquí las definiciones que entrega el Compendio de Gramática:

Masculino es el género que comprende a todo varón y animal macho, como Juan, perro, y cosas que careciendo de sexo se aplican al mismo género por razón de sus terminaciones o por el uso, como libro, papel, drama.

Otro texto precisa:

El masculino es el género no marcado, es decir, que los sustantivos masculinos no solo se emplean para referirse a los individuos de ese sexo, sino también, en los contextos apropiados, para designar la clase que corresponde a todos los individuos de la especie sin distinción de sexos.

Nótese que pueden ser masculinas –si oso escribir– cosas que carecen de sexo, aun cuando tienen una terminación. Habría que ir a verles la terminación…

Femenino es el que comprende a las mujeres y animales hembras, como Juana, cordera, y cosas que careciendo de sexo pertenecen a este último género por su terminación o por la práctica constante, como casa, mano.

Confieso que nunca pensé que la mano era femenina a pesar de la práctica constante en que caen los adolescentes y en razón de su terminación. Me pregunto si no es mejor llamarla manuela...

Neutro es el que no comprende cosas determinadas, sino lo indeterminado o genérico. Empléase como neutros en castellano el artículo en una de sus terminaciones, los adjetivos y casi todos los pronombres y alguna vez los substantivos; v. gr. lo bueno, lo malo, lo justo, lo mío, lo tuyo, lo suyo, esto, eso, aquello, lo príncipe y lo capitán.

Que lo tuyo o lo suyo sean neutros, allá vosotros, pero lo mío… Luego, que sean neutros lo justo y lo malo… te lleva directo al pragmatismo del que se enorgullecen los economistas.

Epiceno es el género de aquellos nombres de animales que, con una misma terminación y el artículo en una sola de sus terminaciones, abrazan los dos sexos, como el buitre, el milano, que son masculinos, aunque se hable de las hembras; la rata, la perdiz, que son femeninos, aunque se hable de los machos.

Aquí la tenemos liada, porque epiceno viene del latín epicoenus, y este, a su vez, del griego epíkoinos, que en cristiano quiere decir común. Ahora bien, común, como quedó dicho, es otro género…

Común es el de los nombres de persona que, conviniendo a entrambos sexos con una sola terminación, admiten el artículo masculino o el femenino, según se trate de varón o hembra; v. gr. el mártir y la mártir, el testigo y la testigo, el homicida y la homicida.

La lista de substantivos de género común incluye el delincuente y la delincuente, así como el presidente y la presidente, sin ánimo de mezclar los contenidos semánticos por muchas razones que pudiesen inclinarnos a hacerlo.

Nótese que en el lote se incluyen oligarca, policía y carterista. Con los artículos el o la, designan personas investigadas por la PDI, luego sobreseídas -como se debe- por un Fiscal o un Juez.

Finalmente, está el género ambiguo, sin faltarle al malogrado Michael Jackson, que equivale a la popular expresión «a vela y a vapor», dependiendo del día y de la fase de la luna.

Llámase ambiguo el género de los nombres de cosas que sin variar de significación se usan unas veces como masculinos y otras como femeninos: v. gr.: el color y la color, el puente y la puente, el mar y la mar.

Un ejemplo frecuente del género ambiguo está en la frase proverbial «La vecina le come la color al vecino, que por afuera se encontró un color…».

Ya ves, la gramática pacientemente elaborada por la Real Academia Española de la Lengua incluyó desde hace décadas más géneros que los que reúne el movimiento LGBT.

El uso de la escritura pretendidamente inclusiva no le agrega nada, y le quita mucho.

De ahí que servidor haya decidido seguir fiel a las enseñanzas prodigadas por su inolvidable profesora de castellano.

A les feministes y otres inclusivistes lo único que les pido es que no me toquen el género.