Más de veinte años de sueños con tatuajes y ojos verdes de lince.

Son de esos amantes que aún no saben que son amantes. Se muerden de deseo solo por tocar la mano del otro sin que sea raro, buscando excusas para ir al lugar apartado, sabiendo que cuando salgan de ahí el mundo no volverá a ser el mismo.

El viento sopla.

Últimamente el viento sopla muy fuerte, arranca las hojas y se las lleva al sur.

Últimamente el viento también se lleva a la gente.

Un atardecer rosa y naranja.

No, no está atardeciendo.

Dicen que uno puede saber de dónde viene el viento, pero no a dónde va. Eso no es así. Uno no sabe nada, ni de partidas ni de llegadas. La otra vez el viento sopló a una mujer tan lejos que la encontraron en la panza de su madre, tuvo que volver a nacer, aprender a caminar, a comer, tuvo que perder la inocencia otra vez, que adiestrarse en las maldades del mundo, pero es zurda. Dentro de todo la favoreció la suerte, no como al niño que acabó en algún lado del monte, la gente piensa que está muerto. Pero no se sabe. Uno no sabe nada. Ni de arribos ni de llegadas, ni de dónde viene el viento ni a donde va.

Sí, es el atardecer después de todo.

Aparece la primera estrella y cada vez está más oscuro en el puente del lago, donde a alguien se le ocurre la idea de preguntar por la hora. «¿A quién le importa la hora?», es un comentario acertado porque no se usan relojes, pero un alma empática la inventa. «Deben de ser las diez y doce».

Aquí la noche suele durar lo que en otra era hubiesen sido tres días con sus lunas y sus soles, aunque también menos, o más, no hay una regla. No se recuerda la última vez que hubo luna en Sagitario.

Un halo de luz eclipsado.

Aplausos en el puente del lago, una pareja se besa con el cabello arremolinado, parece que va a salir el sol, pero no.

A los amantes les sientan bien las estrellas, los resguardan del juicio de la gente que está aburrida, ociosa, mirando a la nada infinita, esperando un final individual, o grupal, el que llegue primero. Pero quienes se acarician en alguna sombra de abajo del puente están extasiados, no saben nada en absoluto, lo admiten, lo aceptan y se regocijan en su lecho de incertidumbres, claro, no sin antes haber pasado por un flirteo que bien podría haber durado una eternidad. Él vacilante, ella preguntándose si un vacilador valdría la pena, pero ya no se acuerdan de eso, se hizo lejano desde que rompieron la barrera del pudor, y es ahí donde se ve la relatividad del tiempo. ¿Cuántas vidas pasaron desde el silencioso coqueteo al primer beso? ¿O cuántos segundos? A quien le importa, no se usan los relojes.

La gente que mira y murmura en el puente dice que todo es culpa de Zeus, que está matando a su padre Cronos y liberando a sus hermanos.

— Se tarda mucho.

— ¿Qué es mucho?

— Mucho y mejor son lo opuesto a bien, así que debe ser mal.

Se suele discutir sobre los significados de las cosas que se dicen o hacen, llegando siempre a la misma conclusión: «significa lo que cada uno quiera que signifique». Vida, muerte, vaca, clítoris, puente, manteca, reencarnación, Cronos, mucho, poco, mejor, y así hasta que llega un punto en el que se pierde el sentido dentro del grupo de gente, y a esto surge la duda de quienes son del grupo y quienes no, si será verdad que todos los que merodean la zona están enfrascados en lo mismo o si hay algún infiltrado intentando dañar lo que sea que esté sucediendo en el puente.

Ese hombre, al que se lo están tragando las enredaderas por su parsimoniosa quietud, ¿será parte?

El viento sopla.

La luna casi llena es la reina. Está en Leo.

Nadie confía en nadie. Ahora quieren saber quién es parte del grupo.

La muchacha a la que le cuelgan los pies por la barandilla es sospechosa, no ha aplaudido, ni comido, no espera al sol, no espera a la luna, es como si solo estuviera sopesando si tirarse o no. Algunos decidieron que renunciar a la vida era un factor para ser expulsada del grupo.

— Estás esperando a la muerte, ¿verdad?

— Del otro lado tampoco hay medidas, niña.

Tantas palabras no dan lugar a una respuesta, así que se tira y se quiebra el cuello al instante. Podría caer del lado del agua, pero cayó del lado de la tierra. Detrás de ella van varios a hacer lo mismo, ellos quieren caer en el agua, esa idea les parece romántica, flotar, nadar hasta la luz… Pero ese deseo es de cobardes y los cobardes no merecen formar parte de nada, así que cuando alguien quiere tirarse solo se apartan, está prohibido detenerlos y si alguno está dudando entre la vida y la muerte, tal duda debe ser castigada con un empujón. Aquí no hay lugar para los vacilantes.

El viento sopla, sopla cada vez más fuerte.

La gente se agarra de lo que puede.

Una ráfaga oscila con llevarse al hombre de las enredaderas al sur, pero sus raíces están bien arraigadas. Ellas no lo dejan ir, es la maldad de la hierba sonriéndole al estancamiento continuo, «déjenlo ir, que ya está viejo». Quien dijo eso fue arrojado del puente por sus pensamientos escapistas, los pensamientos escapistas son otro motivo para ser eliminado del grupo.

Es necesario hacer una lista con los motivos y ponerlas en los bordes de las barandillas por ambos lados. Autoeliminación premeditada, cobardía, escapismo, deseos de ir al sur «¿Y qué más?» Se vieron entre ellos, ninguno quiere hablar porque temen que las palabras sean tomadas a mal, por esto se cambia de tema y un ocioso pregunta por los dos jóvenes tímidos que estuvieron merodeando alguna vez. Nada. Silencio total. No responden, no hablan entre ellos, puede que en cualquier momento alguno saque un cuchillo y le corte la yugular a su compañero más cercano.

Rompe un llanto.

No es el fantasma de la muchacha desnucada, es un bebé.

Un bebé llora.

Un bebé llora debajo del puente.

Sus padres, que han estado trabajando arduo en su creación, lo sacan de las sombras y se lo muestran a ese tal grupo de gente callada, que se mira, que sostiene cuchillos detrás de la espalda por si las dudas. Al verlos, el bebé llora más, es un varón gordo con los labios morados, está muy frío como para que una criatura tan blanda se exponga a la intemperie. Es que su madre no sabe nada de nada, va aprendiendo sobre la marcha.

La primera persona lo tapa con su abrigo. Es un instinto.

La segunda persona se le acerca sin animarse a tocarlo. Ya ha guardado su cuchillo.

La tercera persona es la que habla.

— Se lo va a llevar el viento, lo saben, ¿verdad?

— ¿Y eso qué? —De nuevo, la madre no sabe nada de nada.

— O lo comerá Cronos.

Lo que obviamente ignoran es que están en la panza de Cronos, y que los que se tiraron del puente van a volver como blandos bebés gracias a los deseos de los amantes, y que seguirán ahí donde están hasta que suceda algo, algo más, un milagro, un quiebre, el fin del mundo, la muerte de Cronos, quien sabe. Uno no sabe nada, ni de arribos ni de llegadas.

Y el viento sopla.

Y llegan más amantes.

Y nacen más bebés.

Y se quiebran el cuello más muchachas.

Y las enredaderas se vuelven más malas.