El insecto doma la hoja en su universo paralelo, salta desde su abismo y a tantos otros que simula repetir. Limpia su pata, sea para apuntar una nueva ruta o para sentirse vivo en su exoesqueleto. Lo único definitivo es que salta con su instinto. El instinto puede tener muchos sentidos desde su ojo. Su ojo es múltiple ante lo circular, multiplica su visión, pluriobserva. Es tan diverso en el planeta donde se asombra. Se adapta desde las aguas hasta el vendaval y lo terrestre. Tan cercano a lo que existe, tan nosotros desde lo imperceptible.

Esa múltiple probabilidad del sentido es paralela al universo que miramos. El mundo y la ciencia son plurisignificantes. No podemos darle al cosmos esa connotación única de pensamiento, de definición impar. La historia aún es empujada por un modelo mecanicista (donde somos empatados como si fuéramos una máquina, a la vez, continuados por el pensamiento cartesiano), o el modo biomédico (donde se separa o se desconsidera lo biológico con las emociones). Siempre estructurando el pensamiento de una forma cerrada, frívola y sin anestesia.

Nuestra mayor necesidad es multiplicar la visión interna, abrirla, despertarla, liberarla, ver desde todos los opuestos, desde todas las coordenadas, sus similitudes y sensaciones. No existe un único lenguaje mental, emocional, o lingüístico para descifrar lo que sucede en nuestra existencia. Lo significante ha tomado otra dimensión. Y no hablamos de metáforas o la no decibilidad de su significado, sino de heterogéneas posibilidades. Tal vez, podemos recurrir a la idea de la polivalencia de la interpretación, sin eliminar lo factible del significado. Buscar una validez paralela. De allí, no separamos esa congruencia de la ciencia exacta, una propiedad real, con lo que implica la «posibilidad». No hay contradicción ni está impidiendo el verdadero conocimiento científico. Se pueden explicar leyes y sus funciones y a la vez tener aptitud a la prodigalidad de nuevas visiones en los contenidos.

La nueva ciencia está en la búsqueda de integrar el pensamiento y no de trozarlo, separarlo de la concepción plural del mundo. Eso es la belleza del infinito, poder entrelazar todos los patrones, incluso los del mundo fractal y obtener explicaciones y simulaciones de lo que nos rodea. ¿Puede el insecto darnos otro significado a partir de sus movimientos, su biología, su diversidad, su milenaria coexistencia? Para definirlo o simularlo, debe fluir un lenguaje accionario donde podamos interpretarlo más allá de nuestra lingüística cotidiana. Observar desde la totalidad, sumando lecturas del todo, aquello múltiple que nos da el pensamiento. No podemos resumir el orden global con solo la explicación de la lógica matemática y la física tradicional. ¿Dónde colocamos la intuición, la percepción, las emociones, los sentidos, el asombro filosófico o poético, la diversidad de las inteligencias, la creatividad y lo espiritual? ¿Podríamos comprender la realidad total desligando estos aspectos?

Si retomamos que el insecto puede mirarse desde una plurisignificación del sentido, entonces sus comportamientos instintivos pueden observarse desde muchos ángulos no solo biológicos (especie), sino externos; según su hábitat y condiciones de sobrevivencia. Sus patrones de vida pueden ir más allá de las otras especies, que no son artrópodos. Sus relaciones pueden ser contradictorias desde el comensalismo o el parasitismo. Sus hábitos alimenticios pueden variar desde un ángulo herbívoro o carnívoro. La abundancia de ellos en proporción a los humanos nos dice que son los pobladores más numerosos de la Tierra. Su función dentro de nuestro ecosistema es interminable. No podemos separarlos como parte del reino animal sin el sentido de relación con todas las especies y el funcionamiento con el núcleo global de los seres vivos. Del mismo modo, el universo, el mundo, una palabra, el arte, un insecto tienen connotación plural. Es esa variedad de particularidades que coexisten en una cosa, se entrelazan o conectan desde su partícula esencial. Son realidades independientes que, a su vez, pueden estar interrelacionadas. Cuando multiplicamos esa forma de percibir lo plural con el significado, nos adentramos a una de las únicas formas en que sabemos expresarlo, el lenguaje. Este puede ser amplio si lo abrimos no solo a lo escrito e incluimos lo verbal, gestual, emocional, corporal, artístico, entre otros.

Retomo el pensamiento de Bohm cuando le da una importancia crucial a cómo se plantean los cuestionamientos de la ciencia mediante un lenguaje escrito con múltiples posibilidades. Explicar hipótesis, teorías, leyes como una sola afirmación, desde lo escrito, implica uno de los grandes errores de la historia científica. Y no es que debe inventarse un lenguaje particular, sino su forma de verlo o dilucidarlo. Por eso, nace la necesidad de un lenguaje abierto, interpretativo, con afluencia verbal, evitando fragmentarlo, para llegar no solo a unificar con coherencia una idea, sino para modular un modo ordinario de pensar. ¿Por qué nace una discusión, sea esta científica o no? Por el orden principal o irrelevante que le dé el sujeto, por un modo único de ver, por un error de interpretación o de percepción. Porque hay verdades que son personales y no compartidas, porque hay una plurisignificación en la manera como vemos el insecto.

El insecto vuela desde su vértigo, redonda o vertical es su forma de decirse. Nuestra posibilidad de avistarlo y entenderlo depende del sentido y el orden que se le dé a esa compleción de su significante. Desde que existe la poética, la contemplación, el asombro expresado en sus dimensiones artísticas, su vía comunicable no puede descubrirse desde un único camino, tan científico es su análisis como la interpretación de sus relaciones. Lo vital, es acercarse al discurso que estemos planteando con una oleada de significados no limitados. Comprender, sacar la interpretación como un milagro, de la cargada fase de la confusión a transformarlas en algo insigne, evidente, perceptible para el entendimiento. Por supuesto que, en materia científica, las verdades no se fundamentan solo en juicios, sino implican observaciones, experimentos, exploración constante y resultados lo más cercanos a la validez que se teoriza. Por eso, nuestra aproximación a ella puede denotarse lo más certero con el mismo lenguaje con el que se espera interpretarlo. La abstracción de muchos conceptos puede caer en la fragmentación de la idea, por lo que, debe guiarse lo relativo a un movimiento total, con una percepción ancha y en acción. Entonces, el plurisignificante nos da un concepto más amplio del mundo, desde nuestro lado como del lado del otro, rompemos «lo que es» por un lenguaje activo y en constante evolución. Ya seremos insectos de memoria que se comunican, se entrelazan, con ojos abiertos, con rastros de feromonas, porque podemos ser biológicamente sostenidos por la palabra o el profundo imaginario de un concepto.

La manera de ver las cosas puede influir en la manera de entenderlas. Si usamos demasiado el racionalismo (las ideas) o, por lo contrario, el empirismo (práctica o experiencia), no hay forma balanceada de entrelazar la interpretación entre nuestros pensamientos y los signos externos que recibimos. Estos signos pueden ser ideas personales o ideas que acomodamos de otras ideas, o aquellas que nos formulan otros signos. Los signos pueden ser palabras, imágenes, aquello que representa un objeto y, a la vez, pueden ser analizados por un interpretante. Muy semejante al pensamiento de la semiosis. Esa búsqueda del significado puede ser múltiple, como es múltiple nuestra visión de mundo desde nuestro mundo. La riqueza del lenguaje, especialmente el poético nos conduce muchas veces a imágenes plurisignificantes, y estas, a su vez, permiten difuminar con el lápiz todas las otras ramas del saber. ¿Cómo interpretamos la filosofía, la física, las ciencias sociales, entre otros? Cuando las palabras trascienden el significante, aumentamos los millones de posibilidades que tiene la interpretación, por eso es tan negativo el precepto que tienen muchos de negarse a ver la ciencia como plural, pues requieren la exactitud y el encuadre a un método específico, y esto ha hecho una ciencia dogmática y muy cartesiana, entre otras visualizaciones.

El insecto, en este caso particular, puede ser objeto de pluralidad. Puede tener una memoria colectiva, una memoria individual, conductas evolutivas, puede imaginársele más allá como le mira un entomólogo, un poeta, un biólogo, un semiótico. Cada uno, le vería distinto. Cada uno aportaría, según su propia experiencia, un signo particular que puede conducir a un modo general de interpretarlo. Un camino para entenderlo de muchas formas. Si cada validación la hacemos solo desde el pensamiento, esa totalidad de lo real no la podríamos descifrar y no se descifrará porque no tiene final; es constante. Debe coexistir una mente libre, abierta, para que nuestra percepción sea plural y no se confunda solo con el sentido o la experiencia. Para darle anchura a ese proceso, habría que analizar en otro momento, qué es para nosotros «realidad» o «verdad» para sumarlo a nuestro pensamiento. Pero, ejemplificarlo con la poesía, nos ayuda a distinguir que siempre existen otras percepciones sobre lo visible, además de lo que hay implícito en ello. El insecto lo miramos, lo sentimos, lo visualizamos, lo percibimos, es. Desde la analogía, el estudio, la observación, nos comunica.

Los insectos tienen sus cantos desde la osadía de ser presencia, existencia con la mañana o la tarde. Algunos son aposemáticos, con rasgos llamativos para preservar su especie. O se esconden en las flores —a las que se asemejan— para ser depredadores. Otros, siguen largas migraciones que detallan comportamientos especiales. Algunos se organizan como estrategas, como soldados, con mordeduras mortales, acechan, se confunden con ramas, se defienden con intrepidez; con formulaciones químicas, se vuelven inquilinos de otras especies, violentan su sexo, seleccionan a su presa, distinguen signos de movimiento, tienen sentido sensorial, se comen entre sí, o atacan reptiles y mamíferos. Mirarlos desde la lectura que nos dan, plural y múltiple. Esto nos permite explorar la pluralidad del signo, de la palabra, de la imagen, de la idea y nos abre un mundo emergente, más posible, más comprensible.