La geopolítica del odio, el complejo militar-industrial financiado por los imperios, el énfasis unilateral y sectario en la conflictividad de las interacciones humanas, las exclusiones sociales, los racismos, los nacionalismos exacerbados, las ideologías y los fanatismos, ejemplifican el espíritu enfermo, perverso y pervertidor de las sociedades irracionales.

(Fernando Araya)

La nuestra es una época de cambios, como todas, pero las transformaciones que en esta ocasión están teniendo lugar implican un cambio de época. La combinación de la guerra en curso, la pandemia y la crisis sistémica global (económica, social, política, sanitaria, climática) configuran un proceso de transición histórica monumental, cuyo ritmo o velocidad de realización es mucho mayor al experimentado en otras transiciones. Uno de los fenómenos observados en este contexto es el ascenso del irracionalismo, pero no me refiero solo ni fundamentalmente al irracionalismo cognitivo o epistemológico, sino, sobre todo, al irracionalismo que caracteriza a la sociedad irracional. Este es el tema central de este ensayo.

Tres tesis

Sostengo tres planteamientos básicos sobre el significado del vocablo irracionalismo:

Primero, comúnmente este término es definido como un tipo de pensamiento que, al enfatizar lo emocional, intuitivo y sentimental, es contrario a la racionalidad, pero esta definición simplifica en extremo el tema. Al contraponer como irreconciliables los componentes lógico-formales y conceptuales, y los elementos afectivo-emocionales, creativos e intuitivos, se dividen y oponen aspectos que en realidad están combinados y sintetizados en la racionalidad. La razón humana es, simultáneamente, lo racional discursivo de las ciencias fisicomatemáticas y naturales, y lo racional afectivo de las humanidades y la creatividad, por eso conviene utilizar el vocablo racionalidad logo-afectiva o logo-erótica para dar cuenta de ambos tipos de elementos en su interacción y unidad. Es desde un enfoque como el señalado que resulta posible superar la falsa dualidad racionalidad-irracionalidad, que ha marcado, por ejemplo, las interpretaciones más comunes sobre la historia del pensamiento. ¿Significa esto que lo irracional no existe? De ninguna manera, puede hablarse de irracionalismo epistemológico cuando se absolutizan algunos aspectos de la relación cognitiva, anulando los demás. En este sentido, tan irracional es subrayar en exclusiva los elementos lógico-formales y conceptuales, como hacerlo con los aspectos afectivo-emocionales.

Segundo, cuando se afirma que «todo lo racional es real, y todo lo real es racional», es necesario, para no caer en un reduccionismo cientificista, matemático-empirista, subrayar el hecho de que la racionalidad es una síntesis de matemática, lógica formal, lógica dialéctica, lógica simbólica, empiria, afectividad y emotividad. Reitero: la racionalidad humana es logo-afectiva o logo-erótica, y solo en esa unidad de elementos existe como tal. Olvidar esto equivale a extraviarse en el camino que debe conducir al conocimiento y la sabiduría.

Tercero, identificar el fenómeno de la irracionalidad es importante en el ámbito epistemológico, pero lo fundamental es señalar el irracionalismo como una característica distintiva de las sociedades humanas, es decir, existen en toda sociedad irracionalidades destructivas y autodestructivas que conviene evidenciar y erradicar. Cuando se procede de esta manera surgen algunas sorpresas, como que políticos e ideólogos, supuestamente muy inteligentes, toman decisiones que conducen a genocidios y guerras, y después, cuando ya se ha producido el asesinato masivo de humanos inocentes y la destrucción de ecosistemas naturales y sociales, hacen llamados a negociaciones y a crear acuerdos de paz, que luego son presentados como realizaciones misericordiosas de convivencia; y al mismo tiempo que esto ocurre el academicismo internacional, los medios de comunicación y los políticos, ideólogos y religiosos de todo tipo, se esfuerzan en legitimar y elogiar esos acuerdos de paz ensangrentados, preludios de nuevas guerras. ¿Es esto racional? ¿Es racional la dialéctica amigo-enemigo tan común en política, ideología y religión, según la cual siempre existe alguien que debe ser calificado como enemigo, y al que se le debe convertir, excluir o matar? ¿Es racional insistir de modo unilateral y sectario en el conflicto originado por intereses distintos? Estos hechos no son racionales ni siguiera desde la perspectiva de la racionalidad entendida como matemática, lógica formal y empírica, y mucho menos lo son si ampliamos el concepto de razón a lo lógico-afectivo. La guerra, la dialéctica amigo-enemigo y el énfasis unilateral, dogmático y sectario en el conflicto originado por distintos intereses, constituyen expresiones de irracionalismo social, dinámicas desequilibrantes y enfermizas que generan violencias, asesinatos y genocidios, y son fuentes de paradigmas sociales que estimulan el odio sistemático entre los seres humanos. Más importante, desde el punto de vista de la generación de conocimientos y de la sabiduría, es identificar estos irracionalismos sociales y analizar los mecanismos de las sociedades irracionales, que enfrascarse en discusiones teoricistas sobre el llamado irracionalismo epistemológico que, además y como he señalado, se le define de manera errónea e hipersimplificada.

Insisto: el que exista una persona o un grupo de personas que en sus narrativas subrayen la importancia del afecto, la emotividad, la intuición, la creatividad, lo disruptivo y el sentimiento, no es per se nada irracional; lo sería si tales énfasis se inscribieran dentro de una narrativa que absolutice esos elementos en detrimento de los componentes matemáticos y empíricos de la razón, pero si esto no ocurre, y los elementos indicados se inscriben dentro del concepto de razón como logo-afectividad, se está en presencia de una expresión armónica de la racionalidad. Es por esto equivocado que autores como Schopenhauer, Nietzsche, Kierkegaard, Bergson, Unamuno, Sartre y Camus, por ejemplo, quienes en sus obras subrayan la importancia de los componentes a-racionales o racional afectivos y creativos de la racionalidad, se les califique como irracionalistas. No lo son. Estos pensadores tienen el mérito de situar el foco de la mente y del espíritu en aspectos descuidados por los reduccionismos fisicomatemáticos y empiristas, y lo hacen a través de elaboraciones conceptuales meritorias tales como la teoría de la voluntad de Schopenhauer, el enfoque nietzscheano sobre la creatividad, la teoría de la acción en Bergson, la reflexión unamuniana sobre el sentimiento trágico de la vida, la perspectiva sartreana sobre la finitud del existir humano, y su teoría sobre el Ser y la Nada, o la tesis sobre lo absurdo en Camus. En América Latina, y este es otro ejemplo de lo que estoy afirmando, muchas de las creaciones literarias expresan, a través de instancias a-racionales, afectivo-emocionales, una visión del mundo y de la vida que nada tiene de irracional. El realismo mágico latinoamericano es de una racionalidad logo-afectiva contundente.

Abandonar las dualidades, experimentar la unidad

Ahondemos un poco más las consideraciones anteriores ¿Se encuentra el ser humano en condiciones epistemológicas como para pensar y experienciar lo real en su unidad originaria de Logos y de Eros? Los mejores resultados de la investigación metafísica, ontológica, científica y humanista giran en torno al intento de abordar y resolver esta cuestión. La mente produce dualidades cognitivas y desde ellas la consciencia se aproxima a lo que se llama «la verdad». Lo titánico y lo dionisíaco, Logos y Eros, Eros y Tánatos, materia y espíritu, ser e idea, fenómeno y noúmeno, para-sí y en-sí, son algunas de las dualidades que han marcado y marcan aún el contenido del pensamiento humano. No es fácil dejar de comunicarse a través de dualidades, y mientras se permanezca en ellas constituyen una prisión, una especie de cueva oscura y tenebrosa que se cree es la verdad de lo real, pero que en realidad constituye un gran extravío respecto al conocimiento.

Se puede suponer que la «unidad de lo real» no es pensable ni experimentable porque simplemente no existe, todo es dual, plural y diverso, autónomo e individual, y el dualismo epistemológico es insuperable. Semejante aseveración, sin embargo, contradice el sentido común y conduce a una concepción según la cual en el universo no hay interrelaciones ni comunicación, no hay unidad de lo distinto, sino conflicto permanente. Esto, se comprende, además de contrariar la experiencia cotidiana, hace inútil la ciencia moderna pues esta es, en el fondo, un estudio de las interacciones y conexiones presentes en lo real. La ciencia, el conocimiento y el humanismo postulan la desaparición de las dualidades y el descubrimiento de la unidad multidimensional de la realidad. Sin este postulado tales ámbitos del saber no existirían, y es este postulado el que los enlaza de manera orgánica a la meditación, la mística y la espiritualidad.

La unidad de lo real en sus distintas dimensiones y entre ellas, resulta aprehensible a la luz de la metafísica, la ontología del ser histórico, la ontopraxeología, la praxeología, la antropología fundamental y los desarrollos constantes de las ciencias naturales, las disciplinas sociales y humanísticas, la lógica formal, la lógica dialéctica y la lógica matemática (ver en esta misma revista el ensayo «Prolegómenos a la cosmovisión filosófica del presente», 19 de febrero, 2023). La unidad de lo real es vivenciada, y por eso conocida, en el vivir como acto experiencial.

Algo de historia

Nietzsche pensaba que la unidad de lo real, en caso de que exista, no resultaba accesible por la vía del concepto, de la razón natural. ¿Existe, acaso, otro sendero? En una milenaria tradición se ha afirmado de múltiples formas y en diferentes contextos sociohistóricos la presencia de un elemento diferente al «conocimiento» racional discursivo. Los rituales órficos, por ejemplo, se basaban en el mito de Dionisos. Este mito, en una de sus múltiples variaciones cuenta que Dionisos, hijo de Zeus y de Perséfone, fue devorado enteramente por los Titanes con la excepción del corazón, tragado por Zeus luego de que Atenea se lo entregara. En un despliegue de cólera y poder Zeus pulveriza con sus rayos a los Titanes de cuyas cenizas emergen los humanos. De este modo, las nuevas criaturas quedaron constituidas de un elemento titánico y uno dionisíaco. Dionisos, por su parte, nació de nuevo del corazón tragado por Zeus. El elemento dionisíaco, siguiendo la tradición mítica de los Tracios de donde pasó a Grecia, se caracteriza por afirmar el poder de los instintos y de la vitalidad natural de la existencia, se trata de un factor exuberante y envolvente simbolizado en el vino y la alegría. Lo titánico, en cambio, es calculador.

Cuando con los milesios —Tales, Anaxímenes y Anaximandro— el pensamiento griego supera el modo mítico de la razón e incursiona en la construcción de la racionalidad científica de la antigüedad, se crean las condiciones mentales y psicosociales requeridas para alcanzar la hegemonía del «concepto» sobre lo dionisíaco y simbólico. Con Aristóteles el predominio de la reflexión conceptual griega logra una expresión paradigmática, que no fue superada hasta hace poco tiempo al iniciarse la ciencia moderna jalonada por los nombres de Galileo, Newton, Kepler y Copérnico. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que aún en el caso de Aristóteles, conocido por su afición a los amplios y profundos desarrollos conceptuales, es el deseo —un elemento dionisíaco— el que se sitúa en el fundamento del proceso de conocimiento. Toda persona —piensa el estagirita— por naturaleza desea conocer, y en esta convicción aristotélica se hace evidente la unidad de los componentes logo-afectivos de la racionalidad.

En la Edad Media europea la síntesis tomista del pensamiento cristiano, aristotélico y árabe continúa afirmando el predominio de lo conceptual sobre lo dionisíaco y simbólico, pero aquí también encontramos la preminencia del amor y de la voluntad en el proceso cognitivo, con lo cual no se trata de una hegemonía unilateral del Logos, sino relativizada por elementos propios de la racionalidad afectivo-emocional, que es un claro componente de lo dionisíaco.

Descartes, en los orígenes de la modernidad, formula el pensamiento clave con el cual se ha pretendido sintetizar el dominio del Logos (concepto), convirtiéndolo en el lema de la búsqueda de certeza hasta nuestros días, a saber: Cogito, ergo sum (Pienso, luego existo). Recuérdese, sin embargo, que Descartes escribió sobre sus tesis principales luego de haberlas soñado, y el soñar es un elemento a-racional, afectivo-emocional.

Con Hegel y la ciencia fisicomatemática contemporánea la hegemonía de la racionalidad discursivo-conceptual alcanza su nivel más alto y completo expresado en el conocido aforismo «todo lo real es racional, todo lo racional es real», pero aún en este caso paradigmático conviene tener presente que el hegelianismo subraya en su teoría estética niveles de realidad que no son reductibles a una simple configuración de empiria, matemática y física. En cierta forma el pensamiento de Hegel es una Teodicea, como él mismo la califica, y la Teodicea hace referencia a una realidad transcientífica. Finalmente, obsérvese que, en los dos pilares actuales de la imagen física del universo, la física relativista y la física cuántica, el proceso racional se ha topado con un hecho que replantea, de nuevo, el tema de la tradición a-racional dionisíaca: la unidad de observador y observado en el ámbito de la física de partículas, la desaparición de la dualidad sujeto-objeto. El conocimiento racional discursivo de la ciencia es solo posible si se postula la conexión directa del observador y de lo observado.

La historia del pensamiento, como se atisba por lo escrito, no solo ha sido la del predominio del Logos. Si bien el racionalismo filosófico se esfuerza por impedir cualquier tipo de acceso a lo real que no sea el conceptual reflexivo, es lo cierto que en todas las épocas y circunstancias personajes sobresalientes y hasta geniales han enfatizado la presencia de un factor distinto al Logos, capaz de ofrecer un saber no conceptual o que al menos inicialmente no se expresa mediante nociones teóricas. El elemento dionisíaco del que nos habla el mito órfico de la creación del hombre y reivindicado en la modernidad por Friedrich Nietzsche, el Eros platónico explicado por Diotima en El Banquete, y que junto al método dialéctico permite el conocimiento del mundo de las ideas, el deseo como raíz del conocimiento en Aristóteles, el Eros mítico, dios del amor y lo voluptuoso, el sentio, ergo sum agustiniano (siento, luego existo), las razones del corazón pascalianas, la fe como riesgo e incertidumbre de Kierkegaard, el instinto de vida o Eros freudiano, la biofilia —tendencia innata a la afirmación de la vida— en el psicoanálisis cultural, el ser humano absurdo de Albert Camus, la pasión inútil de Jean Paul Sartre, representan algunas de las nociones con las cuales se ha querido dar cuenta de esa otra instancia de lo real y de la racionalidad, inexpresable en términos lógico-formales, pero cuya acción y poder resultan innegables cuando volvemos los «ojos» del espíritu al mundo de la creatividad artística e intelectual, de las luchas históricas, heroicas y dramáticas de las personas.

¿Qué nos dicen, en definitiva, aquellos que han sido cautivados por lo dionisíaco, el Eros o como quiera llamársele? Que la racionalidad científico-discursiva no es el único modo de ser de la racionalidad, que lo conceptual y lo racional-afectivo se dan al unísono en toda experiencia humana, que tan decisivo es el «pienso, luego existo» cartesiano como el «siento, luego existo» agustiniano, que todo lo real entra en el ámbito de lo racional-discursivo, de lo racional-afectivo y, por lo tanto, de la racionalidad logo-afectiva. La crisis del cientificismo y del tecnocratismo, es la crisis de su pretensión de que la ciencia fisicomatemática y natural sea irrefutable, y de absolutizarse mediante la reducción de lo real a solo conceptos y matemática. Tras las estructuras de lo real, empíricamente estudiadas, se mueven las fuerzas de la afectividad, el sentimiento, la gratuidad, los deseos y la vitalidad natural, se mueve la voluntad. Estos planteamientos no son equivalentes a irracionalidad, colocan el énfasis, ciertamente, en lo a-racional y preconceptual, pero esto no es igual a irracionalidad sino más bien a la existencia de racionalidades distintas a la racionalidad meramente científico-tecnológica.

Se comete una grave simplificación cuando se califican las perspectivas cognitivas como racionales unas e irracionales otras, según sea que se enfaticen los elementos racional-discursivos o los afectivo-emocionales. De conformidad a lo escrito es claro que la unidad de lo real sí es pensable partiendo de una caracterización multidimensional del pensar, y definiéndola no como un conjunto de conceptos, sino de experiencias que incluyen conceptos, pero no se reducen a ellos. Por lo tanto, existen distintos modos de racionalidad según sean los niveles de realidad en las que opere, en unos casos, como el de las ciencias fisicomatemáticas y naturales, sus notas distintivas se inscriben dentro de la lógica formal, la metodología científica y el pensar racional-discursivo, pero en otros predominan elementos como la intuición, el Eros, la afectividad y lo preconceptual, como ocurre en los humanismos y la creatividad.

«Tu muerte es mi vida»: la macabra realidad de la sociedad irracional

Volvamos al contenido central de este ensayo, más allá de las consideraciones sobre la racionalidad y el irracionalismo epistemológicos. El acumulado de irracionalidades presentes en las sociedades humanas es gigantesco, y de él son copartícipes tanto los supuestos racionalistas como los supuestos irracionalistas. Puede hablarse de sociedades irracionales, profundamente antihumanistas, cuyas expresiones más grotescas, genocidas y decadentes son los fanatismos, las guerras y las narrativas político-ideológicas (incluidas las religiosas) que las justifican y legitiman con el apoyo propagandístico de los medios de comunicación, sino de todos, si de muchos de ellos, transformados en simples correas de transmisión de propaganda. En lo que sigue enuncio realidades, muy conocidas, que evidencian el irracionalismo social. No ofrezco datos cuantitativos porque son de sobra conocidos, tan solo reitero que las realidades que a continuación se mencionan constituyen la prueba de que existen sociedades irracionales, no importa lo mucho que se las defina como racionales.

Desigualdad social, pobreza, pobreza extrema: estas son realidades apabullantes que afectan la calidad de vida de miles de millones de personas en todas las civilizaciones, en unas más que en otras, y que impiden la universalización de la educación, el conocimiento, la sabiduría, el humanismo, sometiendo la existencia a niveles infrahumanos e inhumanos. Esto, por supuesto, no es racional en ningún sentido, no pertenece a la racionalidad logo-afectiva, ni al Logos, ni al Eros, que subyacen a la unidad de lo real. Y esa no pertenencia se llena, oculta y disimula con pertinaz cinismo en el mundo enfermo de las ideologías.

Economía del sistema militar-industrial: existe en todo el planeta un sistema económico militar-industrial, financiado por grupos políticos, ideológicos, religiosos y empresariales, que investiga, produce, distribuye, compra y vende todo tipo de armamentos. La rentabilidad de este sistema depende del número de guerras, genocidios, torturas y muertes que se produzcan cada día ¿Esta realidad, documentada de mil formas, puede llamarse racional? De ninguna manera, constituye la expresión paradigmática de una sociedad irracional llevada hasta lo más profundo de su decadencia. Y esta afirmación se aplica a todos los imperios existentes, y a todos los Estados y gobiernos. Desmantelar el sistema económico militar-industrial y avanzar en el desarme simultáneo y completo, serían actos racionales de altísimo nivel y profundidad, pero, en los estertores de la sociedad irracional, semejantes ideales solo sirven para crear discursos y narrativas que llevan a la manipulación de las mentes y emociones de las personas. Desaparecer el sistema militar-industrial no es viable en el corto plazo, pero debe plantearse un día sí y otro también como horizonte de realización histórica, que en cada momento avance según sean las coyunturas específicas. Este es el núcleo pragmático de un movimiento por la paz autónomo y autogestionado que no equivalga a pacifismos generalistas inscritos dentro de estrategias políticas guerreristas.

El paradigma del odio: la expresión ideológica más corrosiva y decadente de la sociedad irracional es el paradigma del odio en cualquiera de sus formas, sean seculares o religiosas ¿En qué consiste este paradigma? Lo resumo en los siguientes enunciados: existe un orden en el universo y en la historia; existe un conocimiento de ese orden; existe una persona o grupo de personas que posee el conocimiento sobre el orden universal e histórico; esa persona o ese grupo de personas tiene, de forma natural, el derecho de dirigir a los otros humanos debido al conocimiento que dicen poseer sobre el orden necesario del universo y de la historia; tal imposición puede legitimarse y justificarse incluso cuando se la practica a través de la violencia, la tortura y el asesinato.

Este esquema mental y emocional, perverso y pervertidor, abunda como si de una pandemia universal se tratara ¿Qué racionalidad puede existir en un modelo de acción fundamentado en este paradigma del odio, cualquiera sea su forma de presentarse? ¿Es el odio racional? Desde la perspectiva de la racionalidad logo-afectiva el paradigma del odio es profundamente irracional. Se le puede comprender y explicar, pero solo en lo que es: la suma de todos los irracionalismos de la sociedad irracional.

Los tres ejemplos mencionados resultan tan envolventes y planetarios, que bastan para aquilatar la incoherencia del irracionalismo social, y el hecho de que cultivar el odio es su condición estructural básica. La sociedad irracional equivale a una ilusión perversa y pervertidora que origina la destrucción de la vida en todas sus formas, aun cuando en sus lenguajes abunden palabras como amor, justicia, solidaridad y libertad. En el horizonte puede vislumbrarse una época donde desaparezcan las sociedades irracionales, pero en este terreno aún navegamos en océanos agitados e inciertos, y de manera constante debemos vivir en el peligro y enviar nuestros navíos a los mares inexplorados.