Las experiencias son tan innumerables y variadas, que el viaje parece ser interminable y la meta inalcanzable. Pero la maravilla de todo es que, cuando por fin llegas a tu destino, ¡descubres que nunca has viajado en lo absoluto! Que todo fue una travesía desde aquí hasta aquí.

(Meher Baba)

Amaneció como siempre. Todo se iluminó. La vida empezó y los sueños florecieron en las puntas de los dedos. Sí, diariamente cada uno inventa el mundo de nuevo, con todo su agridulce. Las noticias más remotas nacen desde adentro. Abismos, volcanes, cuentos, romances, guerras y encuentros. Cada espacio asomado y a la vez escondido. Los miedos acechando como felinos. Cada deseo, aguardando satisfacción, en las esquinas del armazón.

Esta vida, hermana, hermano. Esta tenacidad de cada día, para definirse y negarse uno mismo, olvidando todo lo demás. La madeja nos ha enredado con tantos colores, sabores y formas, con tantas texturas de opinión. Cada uno canta su propia canción desde el ramaje donde se posa su corazón, en ritmos y tonadas únicas. Pero somos todos, ecos de un concierto infinito, rebotando en las paredes de las formas. La música perpetua de la vida, la tragicomedia en multitud, no es sino la expresión de un momento sereno del silencio, mirándose en el espejo de sí mismo, para conocer su propia plenitud de amar.

Son maravillosas las estrellas. Cuando uno camina sobre ellas, se sienten cálidas y granulares, como las arenas a orillas del mar. Los pies absorben su luz plateada, la cual circula adentro de uno en maravillosas alboradas. Y son tantas y tantas, que uno nunca se cansa por esos caminos galácticos que recorremos extáticos. Ay que noches tan bellas, cuando caminamos por las estrellas, y su música de luz se cuela por la piel de nuestros pies.

Siempre hay un sentido mágico de asombro que envuelve lo cotidiano, una premonición de algo muy cercano, pero indefinido, que existe en otra esfera que se proyecta a veces, muy sutilmente alrededor nuestro. Son presagios de un amor profundo, momentos de plenitud vividos, abrazos dados a lo más sublime, esperanzas de ver un universo que se insinúa.

Y a veces, surgen sonrisas allá adentro, que se dibujan en la mente, como una suave gracia, aunque las lluvias torrenciales no se precipiten, y continuemos atrapados en esta extraña interfaz.

Y se siente ese amor que nos rodea, como un continuo adiós a flor de labios, como estar a bordo de un barco zarpando del puerto, despidiéndose de quienes están en el muelle, esperando la partida, mientras el silbato del barco va sonando y trayendo horizontes lejanos al corazón. El alma, de alguna manera sabe y anticipa más allá de las sensaciones.

Una suave música de imágenes de belleza, de cada instante de amor experimentado, pasa por la memoria en múltiples escenas, en procesión, en momentos de dichosa nostalgia, en matices indescriptibles. Los abrazos tienen entonces más significado que las palabras. Y todos los reclamos de propiedad, de cosas, ideas, estados de ánimo, arreglos florales, besos y tormentos, van siendo gradualmente reemplazados por esa atmosfera mágica que se presiente. Y una dulce compañía, disfrazada de brisa, se inspira plenamente desde adentro, en silencio, voz, imagen y abrazo.

Es interminable y hermosa esta procesión de la vida, en rostros, risas, lágrimas, y toda clase de emociones puras y entremezcladas. ¡Son tantos los momentos de esta danza!

A veces, hay un ahora donde se estanca el tiempo. Los presentes se acumulan e inundan el ayer, el porvenir, el más allá. Los relojes no tienen agujas, no hay movimiento ni expansión. Todo es un mar de siempre. El centro y los bordes del universo se juntan. Los recónditos confines infinitesimales, los ladrillos y pegamentos de los átomos, son un sólo punto. Se congela toda vibración. Las libélulas y moléculas yacen quietas; sin expresión. Sus alas y oscilaciones, tiesas, enyesadas, en estática formación. El ahora es siempre, y sólo el presente es. Están desempleados los historiadores, desesperados los adivinadores y los psíquicos. Porque todo es lo mismo en ese tiempo sin tiempo. A veces todo es un ahora.

Ayer viví en el futuro y me acordé de hoy, y de mañana. Nada había pasado, ni pasó. No había memorias, ni historia. Confundido en la ausencia del tiempo, todo era sólo un momento de silencio solo. Sin historia, ni memorias que recontar. Sin sueños, ni eventos que anticipar. En ese hiato de transcurrir solo existía todo. Y ese todo era nada, que se derramaba en ningún sitio, como un suspiro sin aliento y sin tiempo.

Hace días que ando con el corazón en la mano y no sé por qué. Me llega de repente una sensación en el pecho, de un desgarre sin dolor, una alegría entristecida, una tristeza en gozo. Un reposo en anticipación, una nostalgia tranquila, que me cobijan desde adentro, cuando hace frío. Y miro, y veo hacia afuera, y tiemblo de agradecimiento por todo, y me estremezco por nada. Y se llenan de sueños los momentos, y me perdono por dentro, y entiendo todo, sin entender nada. Sí, hace días que ando con el corazón en la mano y no sé por qué.

Me atraviesan neutrinos y rayos cósmicos, nacidos desde el principio de los tiempos. Se concentran en un punto, me acosan con una rabia intensa, como pirañas a su presa. Explotan en palabras y memorias de pensamiento e historia, que me hacen a la vez efímero y eterno. Me aferro a puño, ante los vientos intergalácticos que soplan aliento de universo, a través de mi cuerpo. Y mis brazos van gesticulando abrazos, buscando, soñando, amando.

Mientras tanto tú te presentas en los lugares más extraños, donde me decían de niño que nunca frecuentabas. Te asomas por los ojos de los otros. Y así asomado, me guiñas un ojo, y me intimas que estás ahí, y pierdo el hilo de la conversación. Pero siempre estás revoloteando alrededor, con ese amor inexplicable, aunque yo me esconda en mí mismo de tu cariño. Pero tú lo sacas de adentro. A pesar de mí.

Y poco a poco las cosas, van armando rosas. Los granos cósmicos, se cansan de acelerarse alborotados, como locos saltando en el espacio. Y se van acercando despacio. Se juntan en rondallas de burbujas, haciendo murallas y tribus en la espuma. Hasta que se van apreciando a sí mismos y lo que las está rodeando. Hasta hacer consciencia y canción de amor.

Me pregunto ¿y dónde está ese amor? El que nacía en las manos de Francisco, sanando lobos y ovejas. El que se derramaba en los trastes de Teresa, y se asoma en las palabras de Rumi y Hafiz. Ese amor de manos que acarician almas, que enloquece y a la vez calma. Ese fuego de agua.

Siento que no está en palabras, ni en observancias de creyentes. Está en ojos encendidos, que son mudos, en labios descarnados por el fuego de los besos, en anhelos de anhelos, en desvelos. No está, en interpretaciones de libros, ni en conversaciones sapientes, ni en votos de pureza o de fe.

Aparece como una locura de repente, que inunda y ahoga la mente. Sé que existe, he sentido sus pasos, he visto su rastro. He hecho rogativas y esfuerzos para alcanzarlo, pero sigue escondido. Y vivir, sin lo que uno no sabe que es, pero que siente que es todo, no es vivir.

Por eso siento que estoy atrapado en una colmena celular multitudinaria, formando siluetas en el espacio-tiempo. Enclaustrado en este maravilloso templo del cuerpo, compuesto por pequeños saquitos acuosos, ensamblados por ramos de flores moleculares y patrones cambiantes de energía, que van creando sonrisas, besos y vida.

Sí, estamos atrapados en esta casa de espejos y ecos. Donde las reflexiones se multiplican en pensamiento, recuerdos, definiciones y opiniones. Programados al nacer por la cultura, la historia, prejuicios, vicios, aspiraciones y alegrías. Circunscritos en trayectorias, sueños y pesadillas a los escenarios de la vida.

Estamos atrapados también, en antiguas corrientes de vida, que van más allá de cultura y etnicidad, en imperativos biológicos de la evolución, donde la consciencia se fue desarrollando, hasta que estuvo lista para ver su reflejo en la casa de los espejos, a través del instinto, el impulso, el deseo, la solidaridad, el miedo, la satisfacción y la frustración. Finalmente, generando pensamiento y autorreflexión, después de miríadas de ensayos entre curiosidad y entorno, para manifestar el potencial latente de la consciencia.

Estamos atrapados en imperativos cosmológicos de origen, impulsados por partículas excitadas y alborotadas, rebotando unas con otras haciendo átomos, moléculas y galaxias. Buscando con pasión el verse y conocerse a sí mismas, a través de ojos y mentes, eventualmente.

Pero ¿quién es el que está atrapado en esta colmena, en esta casa de los espejos? ¿En estos imperativos de evolución? ¿Quién está entretejido en este tapiz de información? ¿Quién está enhebrado por ADN, enlaces kármicos, relaciones entre átomos, neutrinos y toda clase de partículas, manifestándose en este continuo espacio/tiempo en este ser de condición consciente?

A veces, en cautiverio sentimos una libertad, un despertar más allá de estar despierto y por un santiamén estamos solos, ausentes de cualquier definición. Y nos sentimos más allá de la yuxtaposición de tú y yo. Solos, pero en una totalidad, más allá de la colmena, más allá de la casa de los espejos, más allá de los antiguos impulsos evolutivos que destilaron esta esencia de libertad total, una soledad de todos juntos. Una plenitud que no se parece a nada y que no necesita nada. Más allá del tiempo, el espacio, el pensamiento y la definición.

Estamos atrapados en sueños soñados, pero a veces despertamos y sentimos una sensación de amor profundo, que se derrama a lo largo de esos instantes de ser. Cómo hacer ese instante permanente, es la meta del sueño, de los impulsos cosmológicos, de los espejos y sus reflejos, de los extremos de la dualidad ambivalente. Entonces vale la pena estar atrapados, en esta maravillosa colmena compleja, en los reflejos de la casa de los espejos, en ser instinto y distinto.

Porque llega un momento en santiamén cuando el tiempo y el espacio se tornan en instrumentos, para traer a luz un ser consciente para siempre. Es un impulso de amor tan infinito, que hace que todo salga de la nada, que hace que la unicidad se busque y se encuentre; como la esencia del amor.

Sí, estamos atrapados en esta gloriosa cárcel imaginaria, en esta historia interminable con un final feliz. Atrapados y agradecidos.

Pretendemos estar separados en multitudes. Donde cada uno juega un papel asignado, convencidos de que somos la actuación. Es la trama de esta magna producción dirigida, producida, actuada y coreografiada por la misma existencia. ¡Y el espectáculo tiene que seguir!

Así que perdonemos nuestros átomos y pecados y todas esas sinuosas criaturas que adentro piensan. Continuemos jugando este juego divino, hasta que nos demos cuenta, de que ni nombre tenemos. Pero si las cosas en nuestro rincón del estrado se tornan muy intensas, o tal vez un poco salvajes, y apretadas, (y ustedes saben lo que quiero decir…). Entonces por un instante o dos inspirémonos (sin dejar de desempeñar nuestro papel). Y seamos quienes verdaderamente somos, recordando el juego que jugamos como uno. Y sonriamos, hermano, hermana, sonriamos adentro.

Dejemos que un soplo de fragancia inunde el teatro. Que brille una sensación de belleza, al tú y yo darnos cuenta, aún por un segundo, de que somos mucho más que tú y yo, y lo mío y lo tuyo. Al darnos cuenta de la magia de la vida.

¿Quiénes gritaron de alegría cuando nació el color azul?

(Pablo Neruda)