El pasado miércoles John Williams cumplió nada menos que 91 años. Una edad en la que, personalmente, me parecería un éxito ser capaz de comer e ir al baño sin ayuda, pero yo no soy John Williams ya que si lo fuera tendría que estar preparándome para ir el mes que viene a la nonagésima quinta entrega de los Oscar en la que, por quincuagésima tercera vez, estoy nominado por la banda sonora de The Fabelmans dirigida por, quién lo diría, Steven Spielberg.

Con esta última nominación el más que célebre compositor se ha convertido en la persona de mayor edad que jamás ha sido nominada a un Oscar además de seguir siendo la segunda persona con más nominaciones de la historia, solo superado por Walt Disney.

Esta ya de por sí sería la noticia y poco más podría decirse al respecto pues todo esto no es más que es la guinda de una carrera plagada de éxitos y reconocimientos. Sin embargo, lo que más me llamó la atención cuando la leí no fue la enésima hazaña de un músico ampliamente laureado sino lo poco que me sorprendió. Desde 1968 John Williams no ha pasado más de tres años sin su nominación a los Oscar salvo una única excepción ya que en 2006 fue doblemente nominado por Munich y Memorias de una Geisha y no fue hasta 2012 que volvió a ser doblemente nominado por War Horse y Las aventuras de Tintín: El secreto del unicornio. Con esta asiduidad y longevidad es comprensible que nos hayamos acostumbrado a los cumpleaños y nominaciones de Williams casi como si fueran el habitual preludio de la primavera, algo que damos por supuesto, pero no deberíamos.

Y es que damos por sentado que John siempre está ahí, dándonos fantásticas bandas sonoras año tras año cuando a decir verdad no tendría ni por qué molestarse. Ese hombre podría haberse retirado en 1990 y lo habría hecho siendo una leyenda, pero de haberlo hecho nos habríamos perdido bandas sonoras tan emblemáticas como Solo en casa, Hook, Parque Jurásico, La Lista de Schindler o Harry Potter, por no hablar del increíble Duel of the Fates de La amenaza fantasma, el cual nos vino a demostrar una vez más cómo a la hora de componer algo épico John Williams es capaz de llevarlo todo hasta el once. Sin embargo, ahí sigue echando horas y exprimiendo su creatividad tras más de setenta años de carrera.

Sus composiciones son algo que también damos por hecho. Desde que tengo uso de memoria el estilo de Williams es algo que tengo asociado al cine, a la forma «convencional» de hacer una banda sonora. No en vano su estilo está fuertemente influenciado por el cine clásico, especialmente por Erich Wolfgang Konrgold (El Capitán Blood, El lobo de mar) pero también porque a lo largo de los años se ha ido plagiando a sí mismo; no se puede negar la gran similitud que hay entre Superman y Star Wars o entre las anteriormente nombradas Solo en casa, Hook y Harry Potter. Esto ha hecho que a lo largo de los años haya ido asociando su estilo a una sensación de familiaridad que presupone que ese tipo de composiciones son «lo normal» y siempre estarán ahí. Escuchando la banda sonora de The Fabelmans vuelvo a tener esa sensación hogareña de película de toda la vida, de algo que siempre existirá y se seguirá haciendo de esa manera, con ese tipo de melodías que asocio instantáneamente a momentos emotivos, alegres, excitantes o trágicos de forma tan subconsciente y automática como respirar.

Hay una conocida anécdota de Williams de cuando Spielberg le encargó la banda sonora de La lista de Schindler. Al parecer tras ver el material y cavilar unos minutos le dijo al director que iba a necesitar un compositor mejor que él para ese trabajo, a lo que Spielberg le respondió que ya lo sabía, pero el problema es que estaban todos muertos. Esa banda sonora le hizo alzarse con su último Oscar hasta la fecha, pero mucho más importante que eso, le regaló al mundo una melodía que sigue siendo imposible escuchar sin estremecerse.

Afortunadamente no se puede decir que a John Williams le haya faltado reconocimiento. Prueba de ello es que su lista de premios tiene su propia entrada en Wikipedia, pero aún mucho más significativo es que alguien con un nombre tan genérico como el suyo sea inmediatamente reconocible. Él ha gozado de la suerte que otros no tuvieron, eso es innegable, pero eso no quita la calidad del excelente trabajo que siempre nos brinda, algo que damos por hecho, pero se nos olvida que hay que hacerlo. Llegará el día en el que una anécdota como la anteriormente descrita suceda con otro compositor y Williams esté del lado de esos difuntos mejores compositores, un momento en que nos demos cuenta que todo eso que dábamos por supuesto ya no está.

Nunca me había planteado escribir sobre John Williams porque a fin de cuentas daba por hecho que ya se había dicho todo al respecto y no hacía falta darle más reconocimiento a alguien de sobra aplaudido y galardonado, pero entonces pienso en que esa persona tiene ya 91 años y en cómo su música me ha acompañado durante toda la vida; pienso que llegará esa primavera sin que John haya cumplido años y me doy cuenta que no quiero darlo por hecho. No quiero escribir un artículo póstumo celebrando su exitosa carrera y enorme repercusión en la música, el cine y la vida de millones de personas. No quiero dar por sentado que no hace falta aportar mis alabanzas a alguien que ya es una leyenda viva pues llegará el momento en el que «solo» sea una leyenda; y como no quiero darlo por hecho, lo hago.

Gracias John.