Este artículo se publicará en Meer ya comenzado el año 2023, pero para mí, es el último que escribo en este año 2022.

Mientras contemplo, perplejo, el ambiente social y político español; mientras observo, con inquietud, la situación internacional; mientras, asombrado, en esta época navideña, reflexiono sobre lo que puede ser el futuro de nuestra España; mientras la huella del mazapán en mi cuerpo me retiene pensativo en cómo iremos, caminando o corriendo, a partir del 1 de enero, para despojarme de los excesos tóxicos, en lo físico y en lo mental; mientras me vienen versos, de esos que prefiero recoger y guardar a dejar pasar; mientras el sol me alumbra cada día y la vida me esconde del resto; mientras pienso que he saltado al invierno sin enterarme ni del solsticio; mientras va ocurriendo todo esto, me doy cuenta de que las páginas del cuaderno de este año se han terminado y yo sigo aquí, dejando caer las manos en el teclado, corrompiendo palabras y construyendo recuerdos, esos recuerdos que algún día, si son leídos, dirán lo que he sido, lo que fuimos y sentimos.

Y… ¿para qué mirar atrás? Hemos recorrido con esfuerzo los kilómetros que nos han traído hasta aquí, con tropiezos y algún que otro suspiro, pero ahora, en este momento, lo más importante es lo que nos queda por delante.

Con esa misma reflexión comienzo el despertar del año. Pensando siempre en el pasado no se hace futuro. Lo hecho, hecho está, bien o mal, y el futuro está por venir.

He tenido a veces esa absurda tentación de entretenerme mirando al pasado. No me daba cuenta de que lo que hacía era perder el tiempo y no mirar el futuro. Es verdad que nuestra historia se va escribiendo con lo que hacemos o dejamos de hacer; con esas decisiones que uno toma en cada momento, acertadas o no; con esas otras que no toma. Pero el futuro está ahí, el futuro está sin escribir.

El final del año es ese momento en el que, de alguna manera, la vida nos obliga a parar, a detenernos unos días. Ese momento es imprescindible para examinarnos, para encontrarnos con nosotros, posiblemente con lo más mísero de nuestro interior, para repensarnos. Es en ese instante en el que debemos agradecer y sentir que lo más importante está por venir: el futuro. De nada sirve mirar hacia atrás, a ese pasado que nos va a acompañar, si no somos capaces de generar un futuro diferente.

Tenemos en nuestras manos el futuro

El futuro de cada uno no está escrito y no debemos permitir que nos lo escriban. Debemos escribirlo nosotros, con nuestros objetivos y metas. Caminando hacia él a la velocidad que nos propongamos. No hay prisa. Como en un maratón: lo importante de todo es llegar. Y llegar es ser conscientes de que mientras tengamos vida todo está por hacer.

Werner Erhardt utilizaba muchas veces esta reflexión: «Crea tu futuro a partir de tu futuro, no de tu pasado».

No soy capaz de expresarlo mejor, tampoco lo deseo. El futuro se crea pensando en el futuro y olvidándonos del pasado.

Estas son fechas en las que muchas personas aprovechan para marcarse objetivos y metas futuras. Es un buen ejercicio. La gran mayoría no vuelve a pensar en ello ni, en caso de haberlo escrito, leerlo. Queda en el olvido, en el pasado.

Es preferible plantearse pocos objetivos, y trabajar por ellos, que muchos y ni siquiera intentar conseguirlos.

Que el pasado no sea tu preocupación, preocúpate por tu futuro: dedícate a crearlo. Y para crearlo ponte a trabajar hoy mismo en él.

Tengo la sensación de que termino el año con una especie de contaminación mental que me cansa. No sé si me está afectando demasiado el CO2.

Me cansan muchas cosas, tantas más como otras me estimulan. Debería ser al revés, pero así es.

Me cansó de ver sufrir a la gente buena; me canso de tanto vago, de tanto quejica que no aporta nada a la sociedad. Me canso de comprobar lo insolidarios que somos; de tanto geta que vive o quiere vivir a costa del trabajo de los demás.

Estoy cansado de tanto idiota que idiotiza a los demás. Estoy cansado de que me digan lo que es mejor o peor para unos o para otros.

Me canso de que ya no se pueda confiar prácticamente en nadie, cada uno va a su bola e interés. Me cansan los pelotas, esos incapaces de decir lo que piensan por miedo al qué dirán.

Me cansa la afición a tener más y más sin pararnos a pensar que todo nos sobra.

Me cansan aquellos que prejuzgan a los demás, pero luego no admiten una crítica del resto; o esos que, para tapar sus vergüenzas, culpan a otros. Me cansa que la buena gente, los honestos y honrados, tengan que superar más obstáculos para conseguir cumplir sus objetivos que los caraduras.

Me he cansado de aquellos que se ríen de los que menos tienen y ellos se las dan de listos por haber nacido, únicamente, con más oportunidades que el resto. Me canso de los cansinos y plastas.

Ha terminado el año, hemos comenzado el 2023, y uno va dejando por aquí sus últimos o primeros vómitos. Tal vez sea por eso por lo que quiero, también, limpiar mi mente contaminada para así comenzar el año con la máxima serenidad, tranquilidad y poesía.

A veces pienso que sería mejor estarse quieto, sin hacer nada, para no llevarse tantos desengaños o no fracasar. Pero no va conmigo. Me he dado cuenta de que todo cuesta muchísimo, de que no hay éxito sin fracaso y de que mi corazón se pararía si mi mente y mi cuerpo dejaran de moverse, de enredar.

Creo que seguiré fracasando, seguiré llevándome desengaños, continuaré enfadándome conmigo mismo y exigiéndome a la vez mucho más.

Para estar preparado, nada como asumir nuestra contaminación mental, buscar un tiempo para encontrarnos con nosotros mismos, echarnos la bronca, buscarnos y es la mejor limpieza no sólo de la mente sino del alma.

La mente, nuestra actitud, son capaces de hacer que nuestra vida cambie. De los errores se aprende, el sufrimiento nos hace más fuertes y de las adversidades se coge impulso.

Que este año 2023 se llene de salud, paz y serenidad para todos.