Vengo trabajando la Comunicación No Violenta (CNV) a partir de un ejercicio sugerido por mi terapeuta, frente a un "descubrimiento" —o mejor, un nombramiento— de situaciones de abuso que viví con una expareja.
Aún hoy me cuesta usar la palabra “abuso”. No porque niegue lo vivido, sino porque no siempre supe reconocerlo como tal, y porque también hubo momentos hermosos que no quiero borrar. Hubo situaciones en las que sí me defendí y puse límites, y otras en las que no supe cómo hacerlo. No se trata de culpar a nadie, ni de exponer públicamente a mis exparejas. A veces lo que dolía no era una agresión directa, sino la falta de escucha hacia mis necesidades.
También reconozco que yo misma, en otros momentos, recurrí a formas aprendidas como el reclamo o el chantaje emocional cuando no sabía pedir lo que necesitaba. En eso, no estoy libre de responsabilidades. Todos hicimos lo que pudimos con las herramientas que teníamos.
Hoy lo importante para mí no es castigar lo que fui, sino comprender por qué en ciertas situaciones me paralizo, y construir estrategias para actuar distinto cuando algo parecido vuelva a pasar. También quiero reconocer las veces en que sí supe cuidarme y afirmarlas como parte de mi camino.
A veces, la incomodidad no es una amenaza, sino una pista. Una señal de que hay algo que necesito ver, aprender o hacer diferente. Al menos, al inicio para empezar a preguntarme si fue abuso o fue que lo dejé pasar y no atendí mis necesidades.
Apenas comienzo a explorar la CNV, así que no pretendo escribir desde un lugar de maestría.
Le escribí a mi terapeuta cuando emergió la claridad de poder nombrar lo sucedido como abuso. Le dije que quería entender mi patrón, mis creencias, mi forma de reaccionar, y que necesitaba establecer un cambio. Ella me propuso un ejercicio de estrategia: hacer una lista de eventos en los que me sentí abusada o sobrepasada, identificar para cada uno las necesidades humanas que no habían sido atendidas, y pensar una posible forma amorosa de cuidar esas necesidades en el futuro.
Ella me compartió un material de Resuena Colombia con listas de necesidades y sentimientos, y me invitó a explorar desde allí.
El encuentro con la CNV
La Comunicación No Violenta, desarrollada por Marshall Rosenberg, parte de una premisa sencilla pero transformadora: lo que sentimos, decimos o hacemos está profundamente conectado con nuestras necesidades universales.
Cuando nuestras necesidades están satisfechas, florecen sentimientos como gratitud, alegría, tranquilidad, confianza. Cuando no lo están, aparecen emociones como tristeza, frustración, rabia, miedo, confusión.
La CNV propone una estructura clara para comunicarnos de forma empática y honesta:
Observar sin juzgar.
Nombrar lo que sentimos.
Reconocer la necesidad que hay detrás.
Formular una petición clara y concreta.
El ejercicio no buscaba que confrontara a nadie. Ni que volviera a exponerme. Lo que buscaba era que me escuchara a mí misma. Que pudiera entender qué partes de mí habían sido descuidadas o pasadas por alto, y comenzar a cuidarlas con compasión.
Lo que más valoro de la CNV es que me devuelve el poder de cuidar lo que necesito. En lugar de esperar que otro lo haga, me invita a reconocer y atender mi mundo interno.
Y al final, nadie puede cuidar lo que necesito mejor que yo.
De la dominación al acuerdo
Una de las claves que aprendí leyendo a Resuena Colombia es que la CNV no solo busca cambiar la forma en que hablamos, sino transformar el tipo de relaciones que creamos. Propone un tránsito: pasar de relaciones basadas en la dominación (yo gano, tú pierdes) a relaciones basadas en la colaboración y el acuerdo.
En las relaciones de dominación, pedimos cosas desde la exigencia. Esa exigencia puede estar disfrazada de amor, deber, culpa o sacrificio. Pero en el fondo, no da espacio al otro para proponer algo distinto. La exigencia solo admite dos respuestas: sí o no. Obediencia o conflicto.
En cambio, cuando hacemos una petición, reconocemos nuestra necesidad sin imponerle al otro la responsabilidad total de satisfacerla. Le damos espacio para que nos escuche, para que nos diga lo que él o ella necesita también, y desde ahí construir un acuerdo. Algo que incluya a ambas partes.
La CNV, entonces, nos invita a madurar emocionalmente. A "adultarnos". A dejar de exigir amor incondicional como si el otro fuera un padre o una madre. A hacernos cargo de nuestra parte y también de nuestra capacidad de proponer, de negociar, de ofrecer alternativas.
Cuando el otro no puede o no quiere satisfacer nuestra necesidad, la pregunta no es "¿cómo lo convenzo?", sino: ¿Cómo puedo cuidarme yo en eso que necesito?
Y a veces, reconocer una necesidad no significa siempre negociar. A veces implica decir un no claro, cuidar nuestro espacio, protegernos. Y eso también es un acto de amor.
La experiencia de escuchar (y ser escuchada)
Tuve la oportunidad de participar en un círculo de empatía donde experimenté por primera vez lo que la CNV llama "escucha empática". En esa dinámica, la persona que comparte puede escoger entre dos formas de ser acompañada:
Que le ayuden a profundizar en sus sentimientos y necesidades.
Que le reflejen lo que dijo, casi como un espejo.
Yo venía de una sesión de terapia el día anterior, donde había identificado una sensación de estancamiento en un proyecto. Ya había reflexionado bastante, así que elegí el reflejo.
Escuchar mis propias palabras en la voz de otra persona fue clarificador. Me sentí vista, reconocida, sostenida. Y además, me permitió tomar distancia de la emoción. Como si al oírlo desde afuera, pudiera observar mi proceso con más calma. Dejó de ser tan abrumador.
Aprendí también qué no es una escucha empática: consolar, interrogar, contar historias propias, dar consejos, educar, minimizar, juzgar, corregir, distraer, cambiar de tema. Todo eso, aunque venga de una buena intención, interrumpe el espacio de conexión profunda.
¿Es esto aplicable a todas las relaciones?
Como todo enfoque, la CNV no es infalible y hay que tener en cuenta el tipo de relación para poder aplicarla. En relaciones muy asimétricas, con altos niveles de violencia o con estructuras de poder desiguales, este tipo de comunicación puede no ser suficiente o incluso volverse riesgosa si la otra persona no está en el mismo lugar.
Pero en contextos donde hay disposición, honestidad y voluntad de encuentro, la CNV puede transformar la calidad del vínculo. Ya no se trata de ganar discusiones, sino de escucharnos mejor. Porque no se trata de ganar o perder/ceder, sino de crear algo juntos.
Además, la CNV también nos invita a escuchar el cuerpo. A prestar atención a cómo se manifiestan las emociones: una tensión en el pecho, un nudo en la garganta, un vacío en el estómago. El cuerpo muchas veces sabe antes que la mente. Escucharlo también es parte del lenguaje sin violencia.
¿Abuso o no satisfacción de mis necesidades?
En este proceso surgió una pregunta esencial:
¿Cómo distinguir un evento de abuso de una experiencia en la que simplemente no se atendieron mis necesidades?
Menciono esto porque el mes pasado, en el club de lectura al que pertenezco leímos el libro Chantaje emocional. En la sesión cuando nos reunimos a conversar sobre la lectura del libro me surgió la pregunta de si para que se de un chantaje emocional es necesario que quien chantajea, tenga la voluntad de chantajear. Algunos opinaron que sí. Para mí, la respuesta es no necesariamente.
En ese libro la autora explica que el chantaje se produce cuando quien emite la exigencia lo hace porque no tiene más recursos para satisfacer sus necesidades. Entonces, aunque la autora no lo declara así, podría alguien chantajear sin estar consciente de que está chantajeando.
Esto me lleva a la pregunta sobre el abuso. Quien abusa de otro puede estar creyendo que hace el bien, o que está actuando correctamente o incluso que se está defendiendo. Entonces ahí todo parece válido. Si me siento amenazado, me defiendo o contraataco con lo que está a la mano para ganar.
Jurídicamente y en terapia es importante establecer unos estándares para entender si hubo o no abuso y si hubo intención. No es este el espacio para desarrollarlos. En este caso comprendí que el abuso deja una huella clara en el cuerpo: una sensación de invasión, de desconexión, de pérdida de poder o consentimiento. No siempre hay gritos, golpes ni coerción explícita. A veces hay una insistencia sutil, una omisión que silencia, una presión que se disfraza de cariño. El cuerpo, sin embargo, lo sabe: se tensa, se congela, se disocia. A veces, en esas situaciones, una parte de mí se iba. Dejaba el cuerpo para poder soportar lo que estaba pasando.
En cambio, cuando una necesidad no es atendida sin que se vulnere mi consentimiento, lo que queda es frustración, tristeza o vacío. Duele que alguien no esté disponible, que no me escuche, que no me vea. Pero no siento que algo mío haya sido violentado.
Esta distinción me devolvió claridad. Me permitió dar nombre a lo que viví sin tener que cargar con etiquetas que no me representan, pero también sin minimizar lo que me afectó.
El criterio clave fue preguntarme:
¿En este evento sentí que perdí mi capacidad de elegir o de actuar libremente?
Si la respuesta era sí, estaba frente a una experiencia de abuso. Si la respuesta era no, lo que había faltado era presencia, cuidado, sintonía.
Ambas cosas duelen. Ambas merecen atención. Pero requieren caminos distintos para sanar.
El hallazgo: ponerme límites a mí misma
Lo más revelador del proceso fue darme cuenta de que, en muchos de esos eventos dolorosos, no se trataba tanto de ponerle un límite al otro, sino de ponerme un límite a mí misma. Ese límite requiere una claridad sobre la creencia que soporta la inacción frente a una situación que atente contra mi dignidad. La creencia que gobernaba la mayoría de mis relaciones, es que debo hacer todo lo que esté a mi alcance para sostener mis relaciones, aun a mi costa. Esta creencia se basa en otra más primaria, que es que no podemos vivir la vida solos, no sobreviviríamos.
Satisfacer las propias necesidades tiene un potencial que en principio si me deja un poco más sola, pero también más libre. Soy consciente de cuando estoy actuando bajo la idea de sobrevivencia. Como dije no soy experta y aun me falta práctica en eso de proponer acuerdos y puntos medios que reconozcan mis necesidades y las de los otros con los que me relaciono.
En este caso, mi gran descubrimiento fue que lo que sentía como culpa, y el malestar en el cuerpo, tenía encapsulado el pendiente de comprender y nombrar lo que mi cuerpo había sentido como abuso y no pudo tramitar. Entonces pese a la incomodidad de sentí la culpa, agradezco que estuviera y no me permitiera descansar o cerrar el tema con esa ex pareja. Hacía falta integrar, lo que sucedió y nombrarlo como abuso.
El lenguaje como lugar de poder
La Comunicación No Violenta me ha mostrado algo esencial. El lenguaje no es solo una forma de expresarme. Es una forma de posicionarme frente al mundo y frente a mí. Sienta las creencias que motivan mis acciones. Y esta vez quiero poner creencias que soportan mi necesidad de autonomía, dignidad y soberanía. Eso es lo que experimento al comprender lo que traía la culpa como señal de no cierre con mi expareja. Necesidad que siento satisfecha, pues le puse nombre, establecía una estrategia, y me permitió sustituir mi creencia de supervivencia hacia otra más incluyente de mis necesidades de dignidad y autonomía.
Una palabra dicha a tiempo
En el ejercicio propuesto por mi terapeuta también me surgieron situaciones en donde aunque me sentí vulnerada, si me pude defender, pude actuar y poner un límite. Me di cuenta que en esas situaciones pude actuar porque reconocí la sensación en el cuerpo de insatisfacción o de que algo estaba mal.
En esos momentos actué de manera intuitiva. Creo que ahora, con la CNV cuando me sienta confundida o removida me puedo preguntar:
¿Qué estoy sintiendo?
¿Qué necesito realmente?
¿Qué puedo hacer para cuidarme sin atacarme?
También puedo preguntarme:
¿Qué necesidad hay detrás de lo que siento?
¿Qué parte de mí estoy descuidando?
¿Cómo puedo cuidar de mí misma sin exigirle al otro que me complete?
¿Cómo propongo acuerdos sin rendirme ni imponerme?
¿Qué cambia cuando escucho con el cuerpo entero?
Tengo en mente dos situaciones en las que sí puede actuar y las reafirmo frases como las siguientes que me sirven refugio o auto rescate:
No lo dejes pasar.
No vas a volver a quedarte callada.
No necesitas ganarte el cariño de nadie a costa tuya.
Ya no estás sola.
En esas frases y preguntas empieza el acto más radical de amor propio y mi refugio.