Después de asistir a un concierto con una amiga, sus amigas y mi hermana, se formó un grupo que empezó a planear más salidas y viajes. Así fue como, un día, organizaron una ida a la playa para adelantar la celebración del cumpleaños de Raquel, una de mis amigas más antiguas. La conocí hace casi once años, cuando ingresé a la universidad.

Después de poner en una balanza los planes que ya tenía para el fin de semana y estos nuevos que surgían, me persuadió una frase que dijo Raquel: “Nunca has celebrado un cumpleaños conmigo”. Eso me terminó de convencer y cancelé todo para ir con ella y sus amigas.

Fue un viaje de chicas, y algunas llevaron a sus hijos, lo que le dio al paseo un tono tranquilo, como si nada podía salirse de control. Nuestro destino era la hermosa playa de Salinas, ubicada a aproximadamente dos horas de Guayaquil, donde todas vivimos.

La misión era encontrarnos después de que cada una saliera de su trabajo, y así fue. Tras una jornada larga y cansada, lo que seguía era viajar hasta la playa. Salir de Guayaquil fue el mejor regalo que me podía dar después de varias semanas de estar sometida al estrés laboral y académico.

Salinas es una ciudad costera en la provincia de Santa Elena. Me atrevo a decir que es como una Guayaquil pequeña, pero junto al mar. Tiene casi de todo: es moderna, con muchos edificios y palmeras que le dan un toque chic que no te hace extrañar tanto la ciudad.

Ya instaladas en la casa de Estefanía, todas sabíamos dónde íbamos a dormir. Compartí cuarto con Nicole y Mayra. A Nicole ya la conocía de una vez que dormimos en casa de Raquel, algo bastante común entre nosotras. A Mayra la acababa de conocer, y no podía creer que, con tan solo 31 años, ya fuera mamá de tres hijos.

Lejos de prejuicios sobre edad o estatus económico —cosas que no definen a una persona—, cada una de las seis mujeres en ese viaje tenía una historia que contar. Nos reunimos en el comedor y, de manera jocosa, Raquel dijo que la historia más triste se llevaría un premio. Empezó ella, pero su historia ya nos la sabíamos casi de memoria.

Raquel es una mujer que lo da todo en una relación, pero también espera amor recíproco. Y cuando no lo recibe, aunque le duela, termina la relación sin más. Es algo que le admiro mucho. Después hablé yo. Mi historia también era triste, pero la resumí porque si entraba en detalles iba a terminar llorando. No quería ganar el premio.

Una a una, todas fueron contando sus experiencias, en su mayoría marcadas por el desamor. Aun así, las risas no faltaron. Nos sorprendía cómo podemos llegar a ser tan susceptibles a las mentiras y manipulaciones. Pero afortunadamente todas las historias ya tenían un punto final. Aunque, claro, eso no es garantía de que no se vuelva a sufrir por amor.

Todas gritaban en coro que me faltaba experiencia, que tenía que salir con más hombres. Me recomendaron aplicaciones para conocer gente, pero la verdad, no es algo que vaya conmigo. Prefiero conocer a las personas de forma tradicional. Me da miedo toparme con un extraño que finja ser alguien que no es. Podría argumentar diez cosas más, pero lo dejo ahí: tener citas por apps no es para mí.

Cada historia fue sincera y emocionante. Nicole se encargaba de mandar "a la mierda" a todos los hombres que fueron malos. Eso nos causaba mucha risa. Nos dieron las cuatro de la mañana escuchando hasta la última historia. Dormimos unas pocas horas antes de ir a la playa. Alistarnos nos tomó como dos horas.

En lo personal, me visto superrápido y más cuando el destino al que voy me encanta, como en este caso: la playa. Ya en Salinas, nos instalamos con sillas reclinables y un gran parasol. Mis amigas se acomodaron de tal forma que, si querían, podían dormir en las sillas. No era mi caso: no puedo estar sentada por más de cinco minutos.

Ese día, las autoridades anunciaron que había oleaje y que se debía tener cuidado. Y sí, aunque las olas eran pequeñas, llegaban con fuerza. Tomé la mano de uno de los hijos de las chicas y me adentré en el mar. No mucho, pero sí lo suficiente.

Apoyé a los comerciantes locales: compré un helado de hielo y colorantes, me hice un tatuaje temporal, compramos bollo de pescado. El sol resplandecía con fuerza. A ratos, las olas venían con tanta energía que nos tumbaban hasta dejarnos casi de rodillas. Fue justo en ese momento que decidimos que era hora de irnos, pero no a la casa, sino a otra playa.

Esta vez el punto de encuentro fue la playa de Punta Carnero. Llegamos una hora antes de la puesta del sol. Nos recibió un viento fuerte y, de igual manera, las olas estaban bravas. Sin embargo, los niños decidieron jugar en la orilla, y esta servidora se ofreció a cuidarlos, porque no quería quedarme sentada solo viendo el panorama.

No soy de ese tipo de personas que disfruta de estar sentada. Siempre quiero estar haciendo algo. Así que me paré frente al mar a vigilar a los niños mientras jugaba con ellos.

El último día nos dimos un gusto más: pasear en yate. La temática era que, en cierto punto del recorrido, quienes quisieran podían lanzarse al agua. Todos teníamos chaleco salvavidas, y una a una se fueron lanzando. No lo pensé mucho y, aun sin saber nadar, me atreví a hacerlo. Fue una experiencia que no recomiendo para quienes no saben natación.

Fueron tres días con mujeres que, en su mayoría, conocía por primera vez, pero que se mostraron como amigas de toda la vida. Como en el mar, a veces te lanzas a situaciones para las que no estás preparada, solo porque los otros lo hacen o porque no mides el riesgo.

Este viaje me dejó muchas lecciones. Aprendí de historias de mujeres que tuvieron que ser fuertes en medio del abandono, la traición, el fracaso. Y, en mi caso, me tocó decir adiós a una relación que nunca funcionó y que solo existió en lo que yo idealicé.

Pasar tiempo con amigas puede ser muy liberador, más si estás cerca del mar. La próxima vez que tengas que decidir si ir a la playa, no lo dudes. Te prometo que el mar hará su efecto. No serás la misma cuando regreses.

En la vida, como en el mar, nos toca surfear o aprender a hacerlo para mantenernos a flote. Rendirse no es una opción. A pesar de cualquier circunstancia, siempre hay que volver a empezar.

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Con los pies en el agua y el corazón ligero, entendí que rendirse no es una opción.