Para qué la ficción sino al agotar las mareas que sobreviven se encuentren con la luna quien las reduce a un constante intercambio con la luz. Por eso hay un pasadizo en el que no se recluyen las aguas translucidas del mar, para recomenzar: como en una novela del siglo veintiuno los estrechos cauces de las historias pequeñas que cada personaje cuenta, y fluyen, confluyen en Una vieja cámara.

Cuando hay que halar las olas para emprender la marcha, ahí está la ficción haciendo de nuestras vidas un tesoro de sensaciones arremolinadas que registran resueltamente la imagen que nos ofrece el mundo y que a veces Una vieja cámara es aventajada con respecto a ideas reme(n)dadas. A veces, hay que escoger las lentes, encuadrar y presionar el obturador para apreciar lo que Cristina Gracia Tenas encontró, la luz fulminada sobre algunas mujeres de la llamada cultura occidental.

A pesar de los avances: hay espacios de violencia hacia la mujer. Nada menos que el cincuenta por ciento de quienes reavivan este planeta: las que relegadas en las épocas clásicas a un lugar en el ara doméstico hoy salen a trabajar por el mundo. Uno que mantuvo, hasta no hace mucho en España, la necesidad de una autorización para laborar o tener cuenta bancaria una mujer casada únicamente si cumplía con la Ley del Permiso marital.

Ese fue el punto de inflexión en la vida de las protagonistas de la novela, así como el que determinó el ejercicio escritural por la autora hispana quien se propuso en veintidós capítulos amenos y con paralelismos entre las dos protagonistas narrar los tormentos de la violencia y el miedo: parte de la narración acaece en 1970 y otra en 1992. Al contar el dilema social de las víctimas y sus alternativas, a través de las etapas en la vida de Mar, desmorona muchos mitos todavía presentes en nuestra cultura como el que una autora británica Natalie Haynes desmiente sobre la abandonada Ariadna: el protagonismo femenino y su capacidad de actuar sistemáticamente negados– el que estaremos comentando en otra publicación.

Otra cosa sucede en este relato contemporáneo diferente a la mujer de la mitología: en cambio, querer tomar las riendas del destino no siempre es cumplido patrimonio femenino, superar las fronteras mentales, crear redes de apoyo: como dirán los sociólogos, y comunicación para salvar la dignidad humana en las disímiles circunstancias deja siempre una alteración en el espectro.

Aquí, relato sueña con vivencias, porque muchas historias quizás han creado unos personajes vívidos que hablan una lengua cotidiana, un castellano fluyente como los pequeños corrientes que acompañan a Mar, niña o mujer. “Cuando se trata de retrato planificado, uno de los trucos es aburrir al modelo para que salga natural. Mucha gente se bloquea delante de una cámara...”1 y la cámara es el objeto que anda y adelanta la acción, es también a esperanza y un poco el dolor que quiere ocultar revelando.

Las mujeres en la vida de Mar, tanto en su infancia como en su juventud comparten destinos comunes a muchas otras sociedades, no es solo la historia de una vida llena de decisiones que golpean los sentidos, sino la de una ficción que recorre un tránsito entre las reacciones a lo que es la vida de otras y a las propias decisiones cuando es ella quien tiene ante sí el círculo torcido de las víctimas, entonces es cuando debe elegir y cuando se concentra la tensión dramática en el yo del personaje.

Ella que eligió por otra, deja de ser la observadora para convertirse en la que tiene que elegir, proceso diferido desde el primer capítulo cuando vemos los preparativos para su viaje, el que no se sabe si tendrá fortuna o si determinación para seguir un plan, y la trama se desenvuelve en un viaje hacia la infancia de la joven protagonista que a pesar de su pasado escoge, disiente y fracasa como muchas dentro de modelos de conducta fácilmente reconocible. Al final, tendrá que decidir: porque cada paso es como una catedral de Gaudí en el silencio de una plaza.

Notas

1 Gracia Tenas, C. (2022). Una vieja cámara. Terra Ignota Ediciones.