Solo hay una pregunta. Y una vez que sabes la respuesta a esa pregunta, no hay nada más que preguntar.

(Meher Baba)

Viajando en espacio y tiempo,
imaginando sueños con múltiples libretos.
A veces deleites, a veces duras pruebas.
¡Esta tragicomedia de la vida!
La Iluminación; estelar.
Los efectos de sonido; corazones latiendo.
El elenco; un continuo de actores y audiencia,
extras, prima donas, que son a la misma vez espectadores e intérpretes.
Un océano derramado en múltiples gotas,
cada una con presencia, en escena de corta duración.
Personajes mutantes entre actos,
interactuando en repulsión y atracción.
Hasta que cae el telón,
y todo se vuelve de nuevo, océano.

De momento, me di cuenta de que yo era. Llovieron sobre mí, pensamientos, sensaciones, galaxias, recuerdos, explicaciones, cuentos, sueños, risas y llantos. Flotando sobre esa marejada, estaba este «soy», sin saber por qué. Los pasillos de la vida vivida se hacían angostos como túneles, laberintos interminables que no conducían a ningún sitio. Mi cuerpo era un ropaje que, junto con la mente, se habían apropiado de mi esencia en forma y definición. Los otros, los tantos, aparecían en relación con esta delimitación de identidad y se manifestaban en reacción a ella, quizás siguiendo su propio impulso de disfraz. Y juntos hacíamos la obra —sin saber por qué.

Era algo confuso, verse uno así de repente, en una incertidumbre tan cierta, donde lo que antes era real, ahora eran capas y capas de sombras multicolor, proyectadas desde un punto de ser, que estaba en prisión solitaria, y que, aunque sentía en ese santiamén su soy, no podía serlo porque estaba enredado con todo lo demás; las paredes, las barras de las celdas, los otros presos, mi uniforme, mi angustia, mi deseo de saber, mi condición de cautivo. De momento me sentí, punto atrapado en una multidimensionalidad que nacía de mí mismo.

Damos la vida por sentado, y definimos todo a través de los puntos de percepción de los espectadores, incluyendo a uno mismo que es otro espectador. Las definiciones varían, desde el misterio de no saber, hasta la presunción de saber algo. Todo lo que nos rodea, nuestros cuerpos, las energías que los activan, las sustancias que lo componen son un continuo. Sin embargo, vivimos nuestras vidas como si fuéramos fragmentos, compitiendo entre nosotros, ignorando la unicidad de todo.

Lo que hemos explorado hasta ahora, al más alto nivel de consenso de nuestra consciencia colectiva, basado en la ciencia, la intuición, nuestros sentimientos y nuestros valores espirituales, apuntan claramente a esta unicidad. Hoy la humanidad está más conectada que nunca. Las separaciones en tribus y fronteras son cada vez más imaginarias, y nos hemos percatado, más que nunca en nuestra historia, que los componentes esenciales de la vida son universales.

Sin embargo, vemos una intensificación de la codicia y el egoísmo, la competencia, y la intolerancia. Y luchamos por nuestro espacio exclusivo, en lugar de reorganizarnos en una humanidad común e inclusiva, un continuo de vida, una canción del universo.

Yo, como cada uno de esos personajes mutantes, exhibo, un punto de vista temporal y único en este pasar. Pero ahora, que estoy casi a punto de salir de la obra, de alguna manera he comenzado a sentir con mayor frecuencia, momentos de asombro total, ante esta magia más allá de lo maravilloso, que es este flujo de universo y vida. Esta danza del ser.

Sí, siempre vivimos reaccionando, pensando, leyendo, observando, filosofando, opinando, imaginando. Cada uno, como un yo en aparición momentánea. Así nos relacionamos los unos con los otros y con el entorno. Cada forma que observamos es única en su individualidad, y la diversidad de formas es infinita. Nosotros, tú, yo, los demás, todo, va desfilando en el espacio y el tiempo. Con algunos uno tropieza en contacto cercano, o tiene algún tipo de relación pasajera, pero la mayoría son lejanos, ajenos, ni siquiera podemos imaginar lo que los mueve allá adentro, ni lo que experimentan, son extras de películas donde nosotros somos protagonistas. Al igual que nosotros somos extras de las películas de ellos.

Todos en lo material, estamos constituidos e interconectados por las mismas sustancias, por procesos fisicoquímicos burbujeantes, por conformaciones dinámicas de múltiples niveles de componentes elementales. Y nuestras mentes, comparten el mismo misterio —estar vivos, esta cosa de existir.

Cuando uno se detiene a reflexionar sobre el ensamblaje de la vida, desde las galaxias, a los átomos, de las mariposas a los cometas, de los amaneceres a los campos florecidos, y añade a esto los movimientos y diversidad de las formas de vida en general, los sustos, los amores las inequidades, las guerras, los sacrificios, los mitos, la creatividad, los cariños, las manos de una madre y los versos de un poeta, no puede sino quedar absorto ante el misterio de la vida.

En ese quehacer de reflexión me encontraba aquella tarde, sentado en un gazebo en un bosque donde había ido a caminar. Rodeado del murmullo del silencio verde de la vida, me acordé de aquellos días, cuando me sentaba a hablar con mi amigo Eruch, allá en la meseta del Decan en la campiña de Maharastra, India.

En ese mundo interno que todos llevamos adentro, ahora le hablaba a mi amigo, ya ido, como si estuviera allí todavía sentado a mi lado, en aquel bosque de silencios. Le transmitía mi asombro ante la maravilla de la vida, y mi perplejidad ante su misterio.

Me recordé de una historia que él hizo un día. Que una vez estaba solo con Meher Baba, un maestro espiritual de la India, que guardó silencio durante 44 años, y que este le señaló a mi amigo, un tapiz enhebrado que estaba en el piso del lugar donde pernoctaban, que mostraba unos dibujos de unas escenas en un oasis, un camello, unas palmas y un viajero. El tapiz estaba medio deshilachado, y el Maestro le pidió que Eruch le describiera lo que veía. Eruch le dijo, una palma, un camello, un viajero de alguna caravana. Entonces, Meher Baba le dijo con gestos, «toma esa punta por donde se está deshilachando el tapiz, cerca de esa escena y hálala».

Eruch lo hizo. Y el maestro preguntó, al cabo de unos minutos «¿y ahora que ves?», y Eruch le dijo ahora veo media palma, medio camello y medio viajero. Meher Baba le dijo, «sigue, sigue halando», y él lo hizo hasta que se deshilachó todo el tapiz, y quedó una sola hebra de tejido en sus manos.

«¿Y ahora que ves?» le volvió a preguntar. Una sola hebra de tejido —contestó Eruch. Meher Baba lo miró, y con una sonrisa y a través de sus gestos le dijo, «eso es la vida, el universo, multitud de formas constituidas por la misma hebra de hilo que es la Existencia».

Volví a ver en mi memoria, el rostro sereno de mi amigo Eruch, respondiendo ante mi asombro y perplejidad frente al ensamblaje de la vida, ante el misterio de ser. Sentí, que él me siguió hablando en mi interior, como me hablaba cuando me contó la historia del tapiz y que me dijo:

Es un secreto. Lo sé porque no lo sé. De lo contrario, no sería un secreto. Pero es un secreto a voces. Se manifiesta todo el tiempo en todas partes. Todo surge como un río inundado que brota adentro, y se expande como un vasto océano hacia afuera, en cada punto del espacio y el tiempo.

En cada flor florece, en cada fechoría, en cada nube, en cada amanecer, en cada duda. Aparece mientras cerramos y abrimos ojos y oídos. Este hermoso secreto, que le da la vuelta al universo y hace todos los abrazos y sonrisas.

No hay forma de revelarlo, el secreto ya está manifiesto, uno no puede difundirlo, se hace patente todo el tiempo. Se esconde en su propia manifestación. De esa manera podemos jugar juegos al escondite. Perdernos y encontrarnos. Buscarnos a nosotros mismos, cuando no hay nada, sino nosotros mismos en todas partes.

Ni siquiera hay un «en todas partes» o un dónde, solo hay un secreto a voces. Un algo que no podemos decir que sabemos —no sabiéndolo— para poder establecer nuestros límites y jugar. ¿Qué le quieres dar un nombre al secreto, con una palabra? Intenta: Energía, Ser, Dios, Existencia, Amor.

Pero cualquiera que sea el sonido, cualquier símbolo, cualquier palabra que se te ocurra, seguirá siendo solo un mito. Porque el secreto no tiene nombre, ni identificación, el secreto es. Entonces, juguemos el juego y escondámonos del secreto a voces, y sigamos produciendo tantos momentos, dramas, comedias, música, dolores y alegrías, locuras y racionalizaciones como lo hacemos.

De vez en cuando tendremos un atisbo breve, un resplandor, que se derramará como una fuente desde afuera y desde adentro y veremos por un instante, que cada punto es el secreto, y que nosotros somos el secreto, y que el juego que jugamos es el secreto. Y que el secreto es un secreto a voces, y al mismo tiempo, bien guardado, un secreto de nosotros mismos a nosotros mismos. Ese es el secreto.

Por un momento sentí que transitoriamente surgen, gotas-burbujas en una poderosa ola, una mezcla encantada de la imaginación de todo, tocando su sombra de nada. Y emerge una cascada de formas, energías, gestos, erupciones, pasiones, lealtades, asuntos, ceños fruncidos, belleza, crímenes atroces, sacrificios de amor supremo, risas, alegría, dolores insoportables, bigotes, rosas, y vino. Formas, tramas y subtramas infinitas, dentro de ciclos perennes de polvo y posibilidad, que surgen como espejismos, creando un majestuoso tapiz multidimensional, a cada paso que da el hilo de la imaginación, mientras corre a ninguna parte en el tiempo.

Por un momento sentí el bosque dentro de mí, y me invadió una calma profunda, y sentí que resolver el misterio de la vida era lo único que valía la pena. Sin saber por qué.

No te aflijas porque no entiendes el misterio de la vida; detrás del velo se esconden grandes dichas.

(Hafez)