Todos tenemos gustos culposos. No todo en la vida son altos estándares artísticos, también hay espacio para esas películas, libros y series que cumplen con el sano objetivo de divertir, de llenar una tarde holgazana. Así vi Los anillos de poder, fue el simple gusto de verlos; jamás pasó por mi mente que la serie iba a partir en dos la historia del servicio de streaming o que superaría a Dark. Con los libros me ocurre lo mismo: no todo es Samanta Schwblin, Stig Dagerman, Julian Barnes o Chigozie Obioma; soy fanático de los libros deportivos. Dejo de lado autobiografías, libros técnicos o tácticos y resumen de datos. Me interesan los #LIBR05, los que cuentan una historia deportiva. Dos ejemplos para aclarar: El regate de Sérgio Rodrigues —Brasil y fútbol— y Contrarreloj de Eugenio Fuentes —España y ciclismo. Grandes novelas que no están en los listados de los favoritos de la crítica.

Contrarreloj fue un hallazgo inesperado en una feria del libro pequeña en Querétaro. Estaba en una mesa atiborrada de la editorial Tusquets con un precio que obligaba a comprar. Con El regate ocurrió lo mismo —con Anagrama y en la FILBo—; añado que fue una recomendación de Juan Fernando Hincapié, escritor colombiano con quien estoy de acuerdo: poco se escribe de fútbol porque Borges odiaba el fútbol y sobran los aspirantes a escritores, pseudointelectuales y académicos que odian lo que odió Borges para tratar de parecerse a él. El fútbol también es un gusto culposo en ciertos espacios. ¿O es el tema más hablado en ese café que tanto frecuenta y donde le gusta leer?

Ambos libros, Contrarreloj y El regate me presentaron estrategias interesantes que logran capturar la atención del lector y llevar la narración a un nivel más complejo, con capas. En Contrarreloj, el mundo del ciclismo profesional se enfrenta a un crimen que parece apuntar al dopaje, pero no es tan sencillo. En El regate, el amor y el fútbol se juntan para llenar de tragedia y venganza una historia familiar: el punto donde se conectan se revela poco a poco. Les puedo asegurar que hay novelas más planas y más mencionadas en páginas de publicaciones de renombre, por no afirmar de manera directa que son aburridas y se venden solo por el apellido del autor; las maduran con papel periódico, cual aguacates.

Como persona que escribe ficción y no ficción, les aseguro que ambas lecturas alimentaron mi arsenal. El mundo de las letras es una guerra: yo estoy tratando de disparar con lo que tengo para que este texto se lea. ¡Mi primer tiro es el título! Para que yo llegara a su novela, Eugenio Fuentes eligió un título que hablaba del tiempo y refería al deporte: Contrarreloj. Luego vendría el diagramador a completar la tarea con la foto correcta en la portada —los gustos culposos suelen apelar a la forma más que al fondo, es maravilloso cuando logran destacarse en ambos aspectos. Yo confió también en mi editor: elegirá la imagen principal de este texto, la que lo convertirá en un gusto culposo.

Entréguese a los gustos culposos. No se sabe qué podríamos aprender de esa serie con el actor poco expresivo o con la modelo que hace su debut. Tal vez esa película de terror no es tan floja como sugiere la crítica de los portales especializados en cine —¡los detesto!— y vale la pena comprar la boleta. Para el séptimo arte, dudo incluso del criterio de mi máximo referente, Jorge Pinarello, creador del canal Te lo resumo y fan de las películas clase B. Entre los mejores planos que ha presentado en sus videos está el de un mandril asesino en pleno laboratorio. Conozco aspirantes a directores que envidiarían esa ubicación de la cámara.

La clave al final es elegir con cuidado el gusto culposo. Si tiene culpa, que valga la pena sentirla. Como todo en la vida, se requiere de método y trabajo. Así encontré En el pabellón de las dieciséis cuerdas de Josué Sánchez, un libro de cuentos de boxeo que me costó 50 centavos de dólar: a veces la culpa no cuesta nada.