El general púnico (cartaginés para los romanos) Aníbal Barca nació en Cartago al norte del actual Túnez, 248-183 a. C.) de la dinastía de los Bárcidas. El nombre de Aníbal procede de Hanni-baʾal, «quien goza del favor de Baal»; y Barca de barqä («rayo», en lengua púnica). Hijo mayor del general cartaginés Amílcar Barca y de su mujer ibérica con la que tuvo 6 hijos (tres hijas y tres hijos). Cuando Aníbal tenía nueve años, su padre, en el templo de Cartago, ante los dioses, con las manos ensangrentadas de un animal sacrificado le hizo jurar: «Odio eterno a los romanos».

Pronto tomó el poderío militar de su padre e inició la campaña contra el Imperio de Roma —partiendo de la capital púnica de Cartago Nova en Hispania (en la actual Cartagena)—, primero con la incursión en la península ibérica y la toma de Sagunto en 221 a. C. y luego con una campaña en Italia que duró más de quince años y que finalizó con el pacto que obligaba a la retirada de las tropas cartaginesas de las penínsulas itálica e ibérica y las islas Cerdeña y Sicilia. Aníbal tuvo empeño en asociarse con el modelo de príncipe helenístico a imagen de Alejandro Magno y, míticamente, con Heracles.

Tanto las repúblicas romanas como la cartaginesa deseaban la guerra (hubo tres guerras púnicas) para decidir con ella el dominio de cada uno de los imperios y mantener en el Mediterráneo su hegemonía económica y política.

Asedio y saqueo de Sagunto

A la temprana edad de veintiséis años, en 221 a. C., Aníbal pasó dos años madurando planes para llevar adelante sus preparativos para garantizar el poder de Cartago en el Mediterráneo, Por ello, rompió el pacto establecido tras la primera guerra púnica, cuando firmaron el tratado de Lutania en 241 a. C. que puso fin a la guerra: Cartago evacuó Sicilia, entregó todos los prisioneros tomados durante la guerra y pagó una indemnización de 3,200 talentos durante diez años.

Desde la ciudad púnica de Qart Hadasht (Cartago Nova) se dirigió a asediar y saquear Sagunto, aliado de Roma. Los romanos ni siquiera reaccionaron cuando llegaron noticias de que Aníbal había puesto asedio a Sagunto; en cambio, sí acudieron a las revueltas de los ilirios al otro lado del Adriático. El asedio por ocho meses de Sagunto en 219 a. C. y saqueo de la ciudad, para recompensar a sus tropas mercedarias, fue el inicio de la segunda guerra púnica (entre cartagineses y romanos).

Con el no enfrentamiento de las legiones romanas contra Aníbal en el sitio de Sagunto, el púnico disponía ahora de una base desde la que podía suministrar a sus fuerzas alimentos y más tropas para pasar los Pirineos hacia Itálica. Aunque los historiadores comentan que el propio Aníbal nunca llegó a entrar en la Ciudad Eterna de Roma. Era para él como reproducir el asedio griego de Troya en la Ilíada, de consecuencia impredecible. Puesto que Aníbal había recibido una educación helenística, su ídolo y modelo de general macedonio era Alejandro Magno.

Aníbal cruza los Alpes y el río Ródano

A su vez, el mismo año 218 a. C., Aníbal somete a los pueblos hispanos situados entre el Ebro y los Pirineos (ilergetas, ausetanos, airenosios y lacetanos) y, una vez organizada la defensa de la península, dirige sus tropas a Itálica, al mando de un ejército púnico de 30 mil hombres (la mayoría mercenarios), con 38 elefantes de guerra y 15 mil caballos. Se dice que, al pasar por el puerto de Benasque, Aníbal perdió el ojo derecho (aunque no está documentado, porque utilizó la Costa Brava). Ya hace un siglo, el biólogo Gavin de Beer propuso que Aníbal tuvo que cruzar los Alpes en invierno por la ruta del Col de Traversetta, pero no logró calar en la comunidad académica, que prefirió seguir dando crédito a las informaciones del historiador romano Tito Livio que daba el dato del Col de Clapier, a pesar de escribir 200 años después del suceso y nunca haber visitado el lugar.

Además de los Alpes realizó la hazaña fluvial zapadora de cruzar el gran río Ródano con los elefantes por la zona de Pont St. Esprit donde había una isla que dividía el Ródano en dos pequeños arroyos. El hecho de cruzar los Alpes y el Ródano ha sido una de las operaciones militares de la antigüedad más estudiadas en las actuales academias militares.

La batalla de Cannas

Una vez Aníbal en tierras itálicas, libró varias victoriosas batallas y se quedó a las puertas de Roma que suponía un golpe mortal para el Imperio romano.

Llegado a Itálica por Turín y el valle de Po, obtuvo dos grandes victorias contra los romanos en Tesino, Trebiam, Lago Trasimeno y Cannas. Los romanos, tras sufrir esas pérdidas, decidieron hacerle frente en Cannas con un ejército comandado por el dictador Quinto Fabio Máximo, puesto que, si Aníbal continuaba arrasando Italia sin oposición, los aliados itálicos comenzarían a dudar de la capacidad de Roma de protegerles y se pasarían al bando del enemigo. Fabio no tuvo éxito en sus operaciones militares.

El ejército romano compuesto por dos legiones decidió hacerle frente en Cannas, reuniendo una hueste que superaba en tamaño a cualquier ejército anterior en la historia romana hasta esa fecha.

Dicen los historiadores latinos que Aníbal iba subido en el cajón del famoso elefante llamado Suru en el campo de batalla de Itálica para tener mejor visión del movimiento (puesto que era tuerto), de sus tropas y del desarrollo de las batallas. La mayoría de ellos eran mercenarios «a botín», es decir, que su sueldo era el botín obtenido al desvalijar aldeas, pueblos y los anillos de los muertos, por ello una de las estatuas de Aníbal le representa contando anillos, supuestamente de oro y plata. La vitualla o alimentación del ejército se componía del ganado caprino y bovino que acompañaba a las tropas y del robo de cosechas de grano en los pueblos dominados. Lo mismo que hacían los romanos en sus conquistas.

Estas ocho legiones del ejército total que se enfrentó a Aníbal en los campos de Cannas próximo al río Apulia, no debía estar muy por debajo de unos 90,000 hombres. Aníbal venció a los romanos en operaciones novedosas de estrategia militar con una combinación de infantería y caballería y elefantes, con amenazantes marchas de atemorizantes zumbidos de cuernos y tambores. Se calcula por varias fuentes de historiadores que en Cannas murieron 50,000 a 70,000 soldados romanos.

Por su parte, los púnicos sufrieron 16,700 bajas, la mayoría de ellas de celtíberos e íberos. De estas, 6,000 fueron mortales: 4,000 celtíberos, 1,500 íberos y africanos y el resto, de caballería.

La victoria total de Aníbal convirtió al nombre de Cannas en un sinónimo de éxito militar de generales futuros, y se estudia al detalle en la actualidad en varias academias militares de todo el mundo.

En tan solo tres temporadas de campaña, Roma había perdido a un quinto de la población total de ciudadanos mayores de diecisiete años (cerca del doce por ciento de su población activa). Además, el efecto desmoralizador de su victoria fue tal que la mayor parte del sur de Italia se unió a la causa de Aníbal. Cuán seria fue la derrota de Cannas, que aquellos que la precedieron, lo pudieron ver en el comportamiento de los aliados de Roma; antes del señalado día, su lealtad permaneció imperturbable, y ahora comenzaba a flaquear por la simple razón de que perdieron la esperanza en el poder de Roma.

Aníbal a las puertas de Roma

Tras la batalla con victoria en Cannas, el comandante de la caballería púnica Maharbal urgió a Aníbal a aprovechar la oportunidad de marchar inmediatamente contra la ciudad de Roma, en lo que militarmente se llama «explotación del éxito». A unas 5 leguas (unos 8 kilómetros) de Roma, Aníbal decidió no sitiar Roma por causas que se desconocen actualmente. Cuando Aníbal rechazó la propuesta del comandante Maharbal de atacar Roma, este exclamó:

Verdaderamente, los dioses no han querido dar todas las virtudes a la misma persona. Sabes sin duda, Aníbal, cómo vencer, pero no sabes cómo hacer uso de tu victoria.

Sin embargo, Aníbal —según Hans Delbrück— tenía buenos motivos para juzgar de forma distinta la situación estratégica de asediar Roma tras la batalla de Cannas. Su decisión se debía al gran número de bajas y heridos entre sus filas, el ejército púnico no estaba en condiciones de realizar un asalto frontal ni de asedio contra la Ciudad Eterna, ya que un largo asedio habría supuesto una demostración inútil que habría acabado con el efecto psicológico que la batalla de Cannas había tenido entre los aliados romanos. Además, a pesar de las tremendas pérdidas sufridas en Cannas y a la deserción de parte de sus aliados, Roma todavía tenía abundantes recursos económicos y humanos como para enfrentarse y resistir a Aníbal si este tomaba esa decisión, al igual que era capaz de mantener al mismo tiempo fuerzas militares de una magnitud considerable en Iberia, Sicilia, Sardinia y otras provincias, e incluso contraatacar Cartago por mar.

En su consciencia quedaba el juramento, sin cumplir, que su padre le hizo proferir de niño: «Odio eterno a los romanos».

Según Gabriel Roselló en su artículo «Porque Aníbal no destruyó Roma»:

Hay quien ha señalado que Aníbal no arrasó Roma merced a una simple valoración táctica. Arguyen estos autores que no quiso perder tiempo en un asedio prolongado cuando parecía más sencillo aislar esta ciudad del resto de toda Italia. Así, según esta tesis, el púnico pensó que le resultaría más beneficioso aprovechar el tiempo durante el que su enemigo permaneciese noqueado para convertirse en el señor de toda Italia y convertir a Roma en una simple provincia de la nueva capital que él mismo ya había ideado para este extenso territorio: la cercana ciudad de Cápua.

Aníbal envió una delegación liderada por Cartalón para negociar una rendición y un tratado de paz con el Senado romano. Sin embargo, y a pesar de las múltiples catástrofes que Roma había sufrido, el Senado se negó a parlamentar. Por el contrario, redoblaron sus esfuerzos militares mediante la movilización de toda la población masculina y el reclutamiento de nuevas legiones a partir de los ciudadanos sin propiedades e incluso esclavos.

Joachim Fernau decía que:

Aníbal jamás odió a Roma. Era su enemigo porque consideraba el brutal imperialismo romano como algo perjudicial para todo el mundo antiguo mediterráneo y porque despreciaba la falta de cultura de Roma, aquel pedazo de tierra donde no crecía más que el hierro.

Aníbal y su ejército muy reducido fue llamado por el Senado púnico, embarcó en Crotona (sur de Italia) y desembarcó en Hadrumetum; pasó a la defensa de Cartago. A la larga, Roma cumpliría su venganza. Una flota romana transportó al ejército hasta el continente africano y, en la batalla de Zama (Túnez, 19 de octubre del 202 a. C.), el general Escipión el Africano lograría derrotar a Aníbal, marcando el final de la segunda guerra púnica.

De hecho, los acontecimientos demuestran que tanto Aníbal como sus hermanos, Asdrúbal y Magón, combatieron contra los romanos, única y exclusivamente por la supervivencia de Cartago, y jamás para el exterminio de su imperio.

Exilio y final de Aníbal

Tras la derrota de Zama por los romanos, Aníbal se enfrentó a la oligarquía política dirigente de Cartago, que lo acusó ante los romanos de estar en tratos con el seléucida Antíoco el Grande, por lo que hubo de exiliarse en el año 195 a. C. en la antigua Persia. Pasó al servicio de Antíoco, como un mercenario más, a cuyas órdenes se enfrentó de nuevo a la república romana en la batalla del Eurimedonte, donde fue derrotado. Una vez más huido, se refugió en la corte de Prusias, rey de Bitinia. Los romanos exigieron al bitinio que entregara al cartaginés, a lo que el rey accedió. Sin embargo, antes de ser capturado, Aníbal prefirió suicidarse con el veneno que llevaba siempre en uno de sus anillos; sabía de antemano que de ser capturado los romanos lo iban a torturar con el martirio de la crucifixión, como era de su costumbre. Tenía 64 años.

Las últimas palabras de Aníbal fueron:

Liberemos al pueblo romano de su dilatada inquietud, ya que no tiene paciencia para esperar la muerte de un anciano.

Así se escribe la historia de los héroes que no murieron con la espada en la mano.