Una de las mejores formas de aprender y confiar en el conocimiento que uno va adquiriendo es empezar por la experiencia. Es muy fácil buscar el significado de algunas palabras, incluso leer libros enteros sobre un tema concreto. Seguramente darás por hecho que esas personas que escribieron sobre esto o aquello deben estar muy bien documentadas y conocen a la perfección lo que están exponiendo, pero si hay algo aún mejor que confiar en lo que otros nos enseñan, es aprenderlo a partir de nuestros propios descubrimientos.

Afortunadamente muchas de las cosas que he aprendido han sido primero por experiencia propia y después ante mis dudas o anhelo de saber más, he buscado y encontrando aquello que le daba nombre a lo que iba sintiendo.

Empecé a ver a través de mis ojos cosas de las que nadie hablaba, por lo que entendía que yo tampoco debía hacerlo. Años después encontré una forma de ver sin tener miedo, fue a través de los sueños. Recibía mensajes sin saber muchas veces de donde procedían. Podía ver imágenes, situaciones e incluso escenas completas mientras dormía.

En sueños aprendía sencillas lecciones que enseguida podía poner en práctica en mis días. Y así lo iba haciendo, porque justamente eso de lo que me hablaban en sueños iba apareciendo en mi realidad cotidiana.

Mi sensibilidad aumentaba a medida que el miedo iba desapareciendo, me abrí a volver a ver y sentir, aunque estuviera despierta. Podía incluso escuchar frases y mensajes con claridad, con un sentido que me dejaban perpleja, porque utilizando mi mente racional, nunca antes, se me había ocurrido algo parecido. No tenía ninguna duda de que no provenían de mi intelecto. Mi mente no producía aquellos sonidos y mucho menos el significado de aquellas palabras juntas.

En los libros de Brian Weiss encontré una de las respuestas a las preguntas que me hacía, ¿cómo podía percibir todo aquello? En Muchas vidas, muchos maestros el doctor Weiss habla de la existencia de un estado intermedio en el que podemos encontrarnos con seres de otros planos. Identifiqué que aquella definición coincidía con estados en los que yo entraba sin problema.

Tras cada experiencia buscaba información para contrastar todo lo que recibía de aquella manera tan mágica y mi sorpresa era, que todo aquello que me llegaba, ya estaba escrito y estudiado. Había personas que ya se habían encargado de ponerlo de manifiesto y dar los argumentos necesarios para comprenderlo. ¿Cómo era posible que, sin leer sobre ello, lo que yo sentía fuera tan exacto a lo que otros habían estudiado durante tanto tiempo?

Tras años de aceptar mi sensibilidad empecé a desarrollar nuevas técnicas para canalizar. Una de las que más satisfacción me ha producido es la escritura automática. Siempre me ha gustado escribir, así que un día dije al aire: ¡ahora podéis hablar a través de mí!, puse mis manos en el teclado y dejé que mis dedos, sobre las teclas del ordenador, tradujeran lo que iba sintiendo. Escribía una palabra tras otra sin utilizar mi mente más que para descifrarlas en un lenguaje común.

Recuerdo que, en mis primeras prácticas a solas, las indicaciones fueron muy claras: «no escuches, solo siente». Y así lo hice, no esperaba escuchar una voz exterior a mí, esta vez me predispuse a sentir sin más y el resultado fue increíble.

Mis manos hacían de intermediarias entre el sentimiento y la pantalla del ordenador, mi sorpresa fue que al terminar cada frase todo tenía sentido, incluso escribía folios enteros con mensajes asombrosos. Algunas veces esas historias eran ejemplos de algo que me querían enseñar, incluso recibía mensajes para otros. Solo tenía que ser sincera conmigo misma y admitir que aquello no lo había escrito desde mi mente. Si hubiera intentado pensar e imaginar, hubiera sido incapaz de sacar aquellos relatos. El mérito de la belleza de las historias no era mío, aunque sí podía decir que yo era el canal para poder plasmarlo y transmitirlo.

Algunas veces cuando pregunto qué esperan de mí, ellos me dicen: se portavoz, es fácil para ti sacar la luz porque coincide con la de tu interior.

Un día ojeando publicaciones de una red social, leí por primera vez la expresión «Registros Akáshicos», me llamó la atención y leí por encima sin indagar demasiado, me pareció interesante pero no quise que me condicionara en nada. Unos días más tarde vi que había personas que impartían cursos en los que podías aprender a acceder a aquellos Registros de los que hablaban. Decidí apuntarme y ver si aquello tenía algo de cierto. No soy una persona escéptica, claro está, pero sí me gusta comprobarlo desde mi perspectiva y punto de vista.

Durante el curso aprendí a ponerle nombre a muchas de las cosas que yo ya hacía de forma natural. Incluso a hacerme una idea de donde provenían aquellos mensajes que de diversas formas recibía. Todo aquello coincidía con lo que yo ya hacía de forma innata.

El curso me ayudó a conectar de forma intencionada con ese mundo al que yo accedía de forma involuntaria y esporádica. Se podría decir que la técnica impartida me ayudaba a canalizar justo en el momento en el que yo quería, aunque debo aclarar que cuando el mensaje llega siempre es el momento apropiado.

¿Qué son los Registros Akáshicos?

«Akáshico» viene de akasha en el idioma sánscrito de la India y significa alma, espacio, cielo o éter. Según la tradición hindú, los registros akáshicos son los archivos de las memorias del alma.

No es un espacio físico de esta dimensión, sino energético, donde se guarda la historia de toda existencia. Todos los seres tienen su registro. Allí, se archiva todo lo que vivió un alma en sus diferentes encarnaciones, lo que está viviendo y las cosas que, tal vez, viva en el futuro, pero no desde una forma de adivinación, sino de caminos potenciales. La predicción del futuro no tiene nada que ver con esta disciplina.

En la apertura de registros akáshicos, el terapeuta o guía, es el encargado de abrir los archivos del alma y contestar las preguntas que uno tenga. En el proceso pueden surgir imágenes de nuestra vida actual o surgir escenas o vivencias de nuestras vidas pasadas. Todo lo que haya afectado al alma, de un modo u otro estará allí guardado.

En todo momento el guía se presenta como un canal o puente entre quien consulta y los guías, maestros o seres queridos.

La información obtenida tiene como fin ayudar a la persona a evolucionar. Ofrece un apoyo para entender el porqué de ciertas cosas que pasan en su vida, pero el guía nunca podrá indicar qué hacer o no hacer, ni qué decisión tomar frente a un tema. El libre albedrío impera siempre en la persona a la que está destinado el mensaje obtenido. Los mensajes que se obtienen nunca señalan ningún camino como el acertado, eso es decisión de cada persona.

Desde mi experiencia puedo decir que, al abrir los registros, la información recibida nos hace los únicos responsables de nuestra vida. No hay juicios, no hay culpas, todo es perfecto y si hay algo que quieras cambiar, obtendrás información sobre las herramientas que tienes en tu interior para conseguir ese cambio u objetivo.

Ser conscientes de esto nos libera de cualquier excusa que otorgamos al exterior. Disciplina, responsabilidad y compromiso son las cualidades que nos sustentarán hacia el camino de la libertad.

Acallar el ruido de la mente nos permite escuchar mejor nuestra voz interior. Surge así nuestro yo más auténtico, ese que está debajo de capas y capas que se han ido colocando como respuestas a nuestras experiencias.

Al volver a encontrarnos con nuestra esencia recuperamos fuerza vital.

Abrir registros es como encender una luz en un lugar oscuro donde nos era imposible poner orden porque no podíamos ver ni identificar o comprender los elementos y situaciones que nos rodean. Tras este proceso, la recompensa es encontrar paz y tranquilidad. Al comprender de donde vienen nuestros sentimientos y emociones dejamos de reaccionar y procedemos a ser conscientes de nuestras elecciones y eso nos proporciona serenidad y confianza en nosotros mismos. Ser uno mismo es el único camino hacia la felicidad.