La idea de paraíso aparece descrita en textos religiosos y filosóficos. Es un concepto que nos retrotrae a la imagen de un bello jardín en el que reina la armonía. La palabra paraíso proviene del griego paradéisos, (‘jardín’, ‘paraíso’) y esta, a su vez, del avéstico pairidaēza (‘cercado circular’) aplicado a los jardines reales. Por lo general, se asocia con un paraje idílico, con una utopía, con el cielo que nos aguarda tras la muerte y también con el lugar donde el mundo físico y espiritual entran en comunión.

En la tradición cristiana hace referencia al paraíso terrenal o al jardín del Edén, en el que Dios colocó a Adán y Eva. En otras culturas se asocia con una región suprema, como es el caso del Pardes caldeo.

En la Biblia se relata cómo Adán y Eva fueron expulsados del paraíso terrenal por haber desobedecido a Dios tras comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. La caída del hombre supuso un cambio de rumbo y de paradigma en el que dejamos atrás la inocencia para adentrarnos en el mundo con todas sus consecuencias. Entre otras, la muerte, el dolor y el sufrimiento.

Aquí surgió la idea de paraíso perdido que se ha recreado a lo largo de los siglos en distintas formas artísticas y literarias. Aparece plasmado en obras como El jardín de las delicias, del Bosco, y es un símbolo en el imaginario de muchas culturas y religiones.

En textos literarios también ha sido una idea recurrente en distintas épocas, convirtiéndose en un tópico literario asociado a otros como el ubi sunt, que aborda la nostalgia de tiempos o lugares mejores relacionados con la infancia y la juventud; o con la edad de oro, que ya describían Hesíodo y Ovidio en sus obras, o al locus amoenus. Esa nostalgia por reencontrarnos con la divinidad y con ese mundo idílico que perdimos antaño está reflejado en El Quijote, en el episodio de los cabreros, donde se habla de la edad de oro.

Jorge Manrique, en Coplas a la muerte de su padre, expresa muy bien ese sentimiento de añoranza relacionado con el tópico ubi sunt. En la generación del 27 lo encontramos plasmado en los poemas de Jorge Guillén o Vicente Aleixandre. Rafael Alberti, en Sobre los ángeles, dedica un poema al Paraíso perdido.

[…] ¿Dónde estás? Ilumina
con tu rayo el retorno. […]

[…] ¡Paraíso perdido!
Perdido por buscarte,
yo, sin luz para siempre.

En la literatura universal no podemos olvidar el Paraíso Perdido de Milton, el «Paraíso» de Dante en su Divina Comedia, ni tampoco En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, que nos dejó esta inolvidable cita: «El único paraíso es el paraíso perdido».

Todas estas obras tan complejas abarcan el tópico del paraíso perdido desde distintas perspectivas, abordando temas como la búsqueda de la libertad, el libre albedrío o el deseo de reencontrarnos con la divinidad.

Ese deseo de volver a una época pretérita, de inocencia, donde el mal no pueda alcanzarnos lo describe de una forma maravillosa William Wordsworth en su oda Insinuaciones de inmortalidad por recuerdos de la temprana niñez:

Hubo un tiempo en que prados, bosquecillos, arroyos,
la tierra y toda vista acostumbrada,
me parecía ser, en luz celeste
adornados, la gloria, la frescura de un sueño.

Hoy ya no es como fue,
me vuelva a donde quiera,
de día o por la noche;
las cosas que veía no puedo verlas ya […]

Nuestro nacer es solo un dormir y olvidar:
el Alma que se eleva con nosotros, la Estrella
de nuestra vida, tuvo su ocaso en otro sitio,
y llega de muy lejos:
no en un entero olvido,
no del todo desnudos,
sin arrastrando nubes de gloria hemos llegado
de Dios, que es nuestro hogar; […]

Aunque el fulgor que fue tan claro en otro tiempo
se quite para siempre de mi vista,
aunque nada me pueda devolver esas horas
de esplendor en la hierba, de gloria entre las flores […]

Gracias al corazón que nos hace vivir
gracias a su ternura, sus gozos, sus temores
la menor flor que puede ofrecer pensamientos
a veces demasiado hondos para las lágrimas.

En el trasfondo de este tópico y de los que se asocian a él podemos encontrar un claro deseo de libertad, de volver a un lugar en el que no suframos ningún mal o donde nos sintamos seguros y en paz. Ese paraíso no tiene que ser físico, también puede ser un espacio en nuestra mente en el que refugiarnos y volver a sentirnos como niños: despreocupados, felices, capaces de superar cualquier reto.

El ser humano anhela reencontrarse con ese paraíso perdido, que se halla en la memoria colectiva y que de algún modo pervive en nosotros. Quizás, por eso, intentamos recrear en muchos aspectos y a nuestra manera ese espacio en el que podamos alcanzar todo nuestro potencial y elevarnos, transcender nuestra propia humanidad para convertirnos en parte de esa divinidad de la que un día formamos parte.

Quizás la muerte consista en esto, en trocar la naturaleza humana por la divina.

(J. Milton, El paraíso perdido)