Hay vuelo de golondrinas allá afuera, en el balcón de mi apartamento. La sincronía es perfecta. El mundo parece perfecto. Nos venden la perfección hasta en la propia naturaleza. Pero en ella también hay imperfección. Y somos nosotros.

Todo parece balanceado cuando se aguarda en el sofá, se lee un libro o se disiente con la familia por algo, porque no siempre hay paz y armonía en un hogar. El mundo pide equilibrio, exige equilibrio, se debe actuar con equilibrio. Pero el caos del cosmos no funciona así. No existen ni los amores perfectos, ni las familias perfectas, ni amistades, ni el trabajo perfecto. Menos uno mismo. La exigencia es demasiada política. Nos piden cómo pensar, cómo actuar y poco a poco, nos vamos perdiendo. ¿Qué perdemos? Lo que realmente somos, un barullo de quejas, de inconsistencias, de simular religiosidad, de desear el bien ajeno, cuando lo que abunda, es un ramaje de egocentrismos, y sobre juzgamientos a los que tarde que temprano todos estamos expuestos.

Y en medio de eso, abundan los libros de autoayuda (cuando se es capaz de encontrarse a sí mismo, por uno mismo) y el coaching (persona que ayuda a alguien, a lograr su objetivo). Si no estamos en ambas modalidades es que el ser humano está perdido. Y no encontramos el vuelo perfecto de la golondrina. No, vivir no es eso. Vivir es el lado donde nos tocó vivir; si tuvimos o no oportunidades; amar certeramente a pesar del doblaje que se asume en dicho afecto; o ser un desamorado porque la doble compensación de amar exige mucho: cuerpo perfecto, alma noble, buen y normalizado comportamiento y, a veces, es imposible que el otro, que dice amarnos, pueda conllevar tu imperfección.

Y aquí va mi mensaje de paz. En ella sí creo, como elemento que debemos aceptar. Paz doy y paz me cultivo. El mundo es horroroso allá afuera, quien diga lo contrario debería pensarlo, porque ya somos un fetiche cultural, el chiste o la burla de alguien en la escuela, en el trabajo, aún entre aquellos que dicen ser nuestros amigos. Esto no es una guerra de almas sino de basuras. Por eso, pido la paz. La paz para que todos nos aceptemos. La paz para que la esencia surja de nosotros y podamos, incluso, reconocernos y ver que el cristal de nuestros sentimientos seguirá intacto, a pesar del barro que quieran vernos.

Hay una tremenda desigualdad económica, educativa y social donde ronda la pobreza, en muchos casos. La escuela también nos exige a cumplir todas las reglas. Nadie puede salirse de ellas. Si no es etiquetado o evaluado como conejillo de Indias y discriminado con expedientes para asegurar su diferencia. Se nos marca desde muy temprana edad con la perfección. Y eso nos hace a los otros, demasiado críticos, exigentes, desconsiderados, y egotistas, porque me acoplo a ese grupo que piensa igual que yo, de cómo debemos ser para que el engranaje funcione. Pero si logramos quitar la tapa de cualquier aparato, digamos un reloj, entendemos que su engranaje es muy distinto en forma y tamaño, pero el rol y su importancia son tan necesarios para su funcionamiento.

Las guerras nacen por las diferencias, porque no entendemos al otro con dignidad y en todo su contexto. Suceden por arbitrariedades y por el deseo inmenso de poder, sea en demostrar cuánto más armamento técnico se tiene, cuánta es la riqueza que se aporta, y la ambición de tenerlo todo como un rey en su castillo. Aquel que invade con distintas ideas, otras formas de ver el mundo, es enajenado y aislado por rebelarse.

Regreso al tema, ¿ocupamos solo ser conscientes de nuestra naturaleza imperfecta y actuar con el fin de sobrellevar esa deficiencia, que así es determinada por la sociedad, o necesitamos recetas de libros que no tienen nuestros componentes y nos dan culpabilidad por lo que somos? ¿Necesitamos un coach para que adivine lo que arrastramos para darle nuestras confesiones más íntimas y que sean ellos quienes tengan el poder sobre nosotros mismos? No demos ese poder. Lo tenemos cada uno de nosotros y no quiero llamarlo, resiliencia, porque es un término también ya etiquetado y facilista. Tenemos ese poder de arrastrar nuestro dolor y transformarlo, y si no queremos cambiarlo, de aceptarlo, siempre que no pase la línea del bien común, sin dañar a los otros.

Lo digo personalmente, mi fuerza interior se ha desplomado muchas veces, y a veces, no entiendo a las personas como quisiera porque ellos mismos tienen su mute, su pausa, su inmovilidad. La solución está en cada uno, nadie puede decirle al otro cómo vivir. Pero sí, podemos contar nuestra historia y es lo que vendré a escribir cada semana. Mis retos y aciertos, mis fracasos son los mismos de todos. Porque nos une el sentido de humanidad, somos la pertenencia del otro desde el espejo o el ejemplo. Cito el vuelo de las golondrinas porque en su vuelo hay más libertad que la de otros pájaros, aparte del colibrí, las ondas de sus movimientos son acordes con la velocidad del aire y nos dejan una metáfora de profunda libertad. Volar sin miedo es dejar atrás todo aquello que nos detenga. Por eso, a mí, no sé si a otros, me ha servido escribir poesía, narrar, opinar, disentir, defender lo que uno cree a costa del rechazo, maravillarse con el arte, y servir a otros desinteresadamente.

Cuando uno cree que ya no es posible creer en la gente, sorprenden actos humanitarios, grupos y colectivos que se entrelazan para lograr metas para los demás, para hacer felices a otros. Entonces, no hay libro que nos convenza a realizarlo, puede motivarnos, pero como la golondrina, uno maneja su disposición, su voluntad, su amor. Un coach puede darnos pautas, pero tampoco es quien dirige nuestra fuerza intrínseca, uno mismo se saca del hoyo, si es que no se requiere de ayuda médica y profesional.

No es que aparte la energía y las buenas intenciones, pero resulta agotador cuando el mundo quiere cambiarnos, cuando no nos deja expresarnos, cuando violenta todo tipo de derechos humanos, empezando por los derechos de las minorías.

Ustedes decidan. El camino es un reconstruirse cada día, vivir el presente, buscar maneras de sonreír, ser agradecido, abrazar a sus seres amados, incluyendo a sus mascotas o a un árbol. Respirar más allá de lo que naturalmente hacen, corran, caminen y sentirán como su vida se parece al vuelo de una golondrina.