Estamos transitando una época de cambio de paradigmas y, como todos los ciclos de profunda transformación, se caen los modelos mientras vivimos en una cotidianidad que refleja el paulatino derrumbe de viejas estructuras económicas, energéticas, tecnológicas, laborales, sociales, alimentarias y de todo tipo. Aunque no lo percibamos, poco a poco se vislumbran las señales que anuncian el fin de un ciclo, otro más en la historia de la humanidad de la que hacemos parte.

Hace nada que despertamos después de poco más de dos años del letargo producido por el encierro planetario por la pandemia y el miedo a la muerte, sin que apenas tengamos tiempo para darnos cuenta del nuevo ciclo de vida que se configura en el planeta. Sin embargo, recién despertamos hemos querido recuperar el ritmo anterior, ese anhelado modo de vida que nunca volverá, porque es definitivo: el cambio de paradigma llegó para darle la vuelta a la realidad tal y como la conocíamos.

Las señales del cambio son muchas y se anuncian de distintas formas, como cuando el cuerpo tiene una crisis sistémica, los órganos enferman y el colapso es inminente. Salimos del encierro con ganas de recuperar el tiempo perdido y, en medio de la euforia, no podemos -o no queremos- asimilar que estamos viviendo la caída del sistema con señales que configuran el fin de una era: la anunciada crisis energética y el fin de la era de los combustibles fósiles, guerra con nuevas modalidades y estrategias, hiperinflación como el preámbulo de una recesión económica, mientras la industrialización de la naturaleza y de la vida agudizan los problemas ecológicos, las migraciones, la pobreza y un etcétera que no son más que síntomas del colapso de un modo de vida alejado de la vida misma.

Además de la caída de modelos y los síntomas críticos del colapso, el cambio tecnológico -que se proclama como la cuarta revolución tecnológica o quinta postindustrial-, nos aboca un nuevo modelo laboral caracterizado por la hiperconectividad, el teletrabajo y el protagonismo de la inteligencia artificial que, con sus beneficios, también traen consigo un vuelco en la configuración de la vida del ser humano del siglo XXI. La consecuente robotización empezó a colarse sutilmente en nuestras vidas con los contestadores automáticos en las líneas de atención al cliente, los peajes de donde desaparecieron las personas o los cajeros de los supermercados, hasta llegar un sin número de servicios, como la banca online que ha transformado las relaciones que teníamos incluso con el dinero. Ese cambio que era paulatino se aceleró entre los años 2020 y el 2022 que, como números mágicos, marcaron una época de un gran cambio que será como un salto cuántico para la humanidad.

Y aunque todo lo anterior pueda sonar apocalíptico y fatalista, se trata del fin de un ciclo que trae consigo la oportunidad para revisar los viejos modelos que nos han llevado a un punto de no retorno en la gestión de la vida planetaria y en nuestra propia vida. Si hacemos consciente la época que estamos viviendo, tenemos la posibilidad de tomar decisiones que, desde lo más pequeño en nosotros puede tener impacto en lo más grande del ser humano que somos. Porque aunque pensemos que somos ínfimos para generar cambios, la suma de los granos de arena configura la playa o las gotas de agua hacen el océano cristalino, ser conscientes de quienes somos y de nuestra capacidad de transformar nuestras vidas, nos da la posibilidad de ser el cambio de paradigma en nosotros y por ende, en la tierra.

Como la misma ciencia cuántica que explica la existencia de todo desde la observación del comportamiento de las partículas subatómicas, podemos mirarnos como los microorganismos que habitamos el planeta y que tenemos la fuerza para realizar los cambios que queremos crear en la nueva realidad que se está construyendo. Hacerlo consciente es la clave.

Es justo eso lo que anunciaron las antiguas civilizaciones en sus profecías y códices o calendarios -como los mayas, hopis e incas-, que en sus cuentas largas del tiempo leyeron los cambios de ciclos que nos llevarían a este momento presente de nuevos paradigmas. Ellos coincidieron en que llegaría un momento en que la humanidad debería definir su camino en el planeta tierra, y aunque su mensaje se malinterpretó, el anuncio del fin del mundo en el año 2012 solo fue el preámbulo del inicio del gran cambio de la vida tal como la conocíamos. Diez años después, en el 2022 estamos en esa fase del nacimiento de un nuevo espacio-tiempo planetario, con un cambio de era en la que podemos decidir a qué estamos conectados, además de las máquinas, porque también podemos hacerlo con los ciclos cósmicos y telúricos que nos influyen como seres humanos que somos capaces de asumir nuestro destino y la vida que queremos vivir.

Es curioso, pero no casual, que distintas profecías e interpretaciones astrológicas nos lleven a pensar en un cambio de era, para los incas es el Pachakutec (tiempo de cambio) y para otros la era de acuario o el fin de un gran tiempo planetario. Pero esto va más allá de la casualidad, porque también los científicos críticos ante la rigidez de los postulados positivistas para explicar la realidad han vertido ríos de tinta en escritos que prevén la eminente caída de paradigmas, puesto que de los viejos modelos no se sostienen ante el dinamismo de la vida y de la propia ciencia. Como una crónica anunciada hemos sostenido que el cambio de paradigma es inevitable y que puede ser positivo mientras tengamos la posibilidad de actuar. Y ahora es el momento, porque la pandemia nos tocó la campana el reloj existencial para reflexionar sobre el sentido de la vida, la propia y quizás también la colectiva.

El cambio de paradigma, más allá del mundo exterior, está dentro de nosotros. Lo dijo Gandhi, otro profeta de la realidad actual: sé el cambio que quieres ver en el mundo. Y por fin las ciencias cuánticas dan sustento a los saberes de curanderos, chamanes, sabios ancestrales que conocen el mundo invisible con las múltiples posibilidades que ofrece la gestión de la energía que somos. Porque esa es la maravilla del cambio que estamos dando, en un espacio-tiempo en el que confluyen los saberes antiguos con los más novedosos conocimientos de la ciencia postmaterial para ratificar que el ser humano es energía, con un enorme potencial de creación aún inexplorado.

Desde nuestro ADN, con un 97% de invisibilidad que en su momento fue calificado como basura, pasando por la memoria celular, hasta llegar a las partículas subatómicas que configuran nuestro maravilloso cuerpo, somos una fuente inexplorada de energía que puede vibrar y resonar en armonía con la vida en este bello planeta tierra. Es posible afirmar que somos multidimensionales y verbigracia de las ciencias cuánticas, el ser humano es reconocido como la energía que las medicinas ancestrales tratan holísticamente para sanar o restaurar el bienestar del sistema energético que es el ser humano y armonizarlo con su entorno. Ahora, en esta era, podemos tomar en nuestras manos o en nuestra mente, todo ese potencial que tenemos listo para ser utilizado en la creación de una realidad acorde con la resonancia de nuestro corazón, armonizándolo con el palpitar del cielo y de la tierra. Y podemos afirmarlo para que salga la magia que somos, con el respaldo de las nuevas ciencias que invitan a que seamos coherentes con los latidos de nuestro corazón, porque a eso hemos venido a esta maravillosa tierra.