Hay un antes y un después del descubrimiento de las cuevas de Altamira, para la historia del arte y la historia de la humanidad. Sitio declarado Patrimonio Mundial por sus valores excepcionales para el estudio de la prehistoria clasificada así convencionalmente como una etapa del desarrollo humano regida por la oralidad; en cambio, el documento escrito es el demarcador temporal de la historia: en la cual se desarrollaron manifestaciones artísticas conocidas como arte rupestre.

El momento fortuito de su descubrimiento acercó al pasado del hombre en las cavernas después de milenios en que se desconocía que quedaban vestigios de sus asentamientos y vida en la etapa previa a la revolución agrícola, cuando ya se habían forjado los mitos conocidos en Occidente alrededor de ellas y sus ocupaciones asociadas a sabios, espíritus o veedores del futuro. La extraña metáfora de pueblos más recientes como los griegos, de vuelta a la cronología del tiempo, nos hace saltar hacia un pasado que de no ser por aquel primer contacto con las cuevas de la región de montañosa geografía hispana: Cantabria, habría demorado el avance de las ciencias y de sus implicaciones para comprender más allá de la evolución genética el factor cultural de los cambios y sus implicaciones en el porvenir de la especie. Esta es una reflexión basada en la guía titulada Cuevas Prehistóricas de Cantabria, que realizó el recorrido entre España y Cuba, junto al libro Monte Castillo. La montaña sagrada de los que recomendamos su lectura, y en los que basamos criterios personales, como muchas veces es recomendable hacer cuando se lee obras de naturaleza profunda.

Alrededor de estas manifestaciones primeras del arte, conocidas por arte rupestre está también el origen de otras cosas conocidas, como la filosofía y la técnica asociadas a la vida cotidiana y su valor de uso. La pregunta que hago es qué era el arte para los sucesivos habitantes de estas cuevas y cuál la relación de los grupos humanos que convivían en ellas con los artistas, cuando los humanos, sapiens y Neandertales habitaban en un espacio en el que tal vez la decoración de objetos no podía tener las mismas implicaciones socio ambientales y psicológicas que hoy. ¿Por qué ese repertorio de motivos que se repiten y cuál era la intencionalidad?, de una de las más bellas creaciones de un cerebro suficientemente evolucionado como para poder pensar en el sentido de muchas de esas realidades que quizás hoy nos seguimos preguntando, a eso llamo una filosofía incipiente. Somos lo suficientemente conscientes de que existe la prueba de que un pasado común nos legó una idea del mundo a través de esos símbolos y representaciones ya sea en la piedra o en el arte mueble.

El valor utilitario y artístico hace de estas piezas un testigo único de un tiempo perdido. Como nosotros tenemos la capacidad de separar una parte para estudiarla iluminando solo unos aspectos: solo nosotros entonces, sufrimos por entender –con el conocimiento de que hay algo más que se escapa detrás se las imágenes que reconocemos al ver, pero cuyo significado yace oculto. Lo que en cambio hace avanzar las ciencias y a las humanidades planteando nuevas preguntas.

Han sido asociados estos símbolos a mitos de culturas aborígenes contemporáneas a los investigadores del siglo veinte y el presente, porque ellos son una forma de conocimiento y comunicación tanto para los mensajes públicos como privados: ya sea ocultos dentro de una caverna o expuestos en los diarios. Ellos contienen el mensaje cifrado de las civilizaciones y sus pasos significantes. Solo nosotros transmitimos de generación en generación ideas complejas y dinámicas a través de imágenes y signos. O tal vez seamos lo herederos de una capacidad de fabulación maravillosa que en ocasiones se expresa en chismes, como ha apuntado el historiador Yuval Harari, no sin ironía, que debió ser también en los tiempos preteridos cuando el ocio era mayor que en nuestras modernas sociedades; pero hay verdaderos misterios que se nos escapan. La verdad infinita e impalpable, y aquellas sobre el pasado que nos atraen en el vacío oculto en las rocas donde el arte comenzó cuando un grupo de humanos imprimió la silueta de sus manos como primera manifestación del arte –diremos hoy, o como forma de comunicación y quizás un sentimiento de lo trascendente, una marca en la superficie, una marca efímera que, sin embargo, sigue ahí para atraer al estudioso y al atento, una marca de la prehistoria que recuerda que hay una continuidad entre los que un día moraron la tierra y los que hoy la habitan, quizás tratando de dejar una huella, más ambiciosa que aquella pero menos imperecedera.

Hay lugares en los que solo es posible comprender la grandeza del hombre y la realidad de un arte abstracto, hecho de cosas tangibles, verdaderamente abstracto porque para comprenderlo no se puede interrogar a sus artífices, no hay a quien indagar; sino a nosotros mismos. Hay que subir, escalar montañas con la sagacidad de los buscadores de tesoros, entre la maleza y el pedestal del tiempo. Hacer mucho para enmudecer, y entre los encuentros con fauna que despareció y vestigios humanos, quizás arriesgarse a parpadear no ante el sensacionalismo sino ante las mismas preguntas, como el científico y como el artista.

Del mensaje que, no fue escrito para nosotros, sino para el artista mismo que pueden y hay arqueólogos que lo han hecho como los de hoy han dejado la huella de los cambios de su oficio, de la práctica que obtuvo la mano maravillada librada entonces, hacía mucho tiempo con el bipedismo de los impedimentos de la marcha, la mano que hizo el prodigio de la verticalidad, y que con esa metáfora ´´la frente alzada´´ es uno de los símbolos eternos de la libertad humana lograda por sus propias fuerzas. Al percutir, raspar, mellar, golpear, con suavidad o presteza, en el duro hueso, el marfil o la roca el humano de entonces, en lentos periodos de tiempo consiguió la revolución técnica. De una pasó a otra, y aunque entre ellas hubo lentos periodos de maduración, es una buena manera de comprender por qué hoy somos como somos.

Altamira ha sido y es un símbolo del arte rupestre, pero desde su declaración en 1985 hasta hoy otras han sido incluidas dentro de la Lista del Patrimonio Mundial; en 2008: El Castillo, Las Monedas, Las Chimeneas, La Pasiega, La Garma, Covalanas, El Pendo, Hornos de la Peña y Chufín. Al rigor investigativo tenemos que añadir que son excelentes textos de divulgación, en los que una lectura amena conduce por los pasillos documentados de un dibujado, pintado o gravado tanto en las rocas, así como en los diversos soportes del arte mueble. En la Guía los investigadores Dr. Daniel Garrido Pimentel y Dr. Marcos García Diez logran junto a la documentada fotografía; que hace que nos detengamos ante los detalles y los símbolos emboscados en el tiempo que se detuvo cuando los sucesivos habitantes de aquel agreste y privilegiado sistema montañoso y cavernario comenzaron una obra tan paciente como increíblemente compleja. Cómo no admirarnos ante las descripciones de la sagacidad y dominio técnico que tuvieron estos antepasados directos de los europeos para sortear las dificultades técnicas de un soporte como las piedras en lugares ocultos.

Por ejemplo, en la cueva de Cullalvera que es además uno de los capítulos de la guía los investigadores afirman que sorprende por la elección de los sitios para el arte rupestre: «Aunque Cullalvera presente numerosas superficies para decorar, no todas han sido pintadas, y esto es una constante en el arte paleolítico. Sus autores elaboraron una selección previa de los lugares a decorar. Casi todos en zonas de oscuridad, porque recientemente se ha encontrado un caballo rojo, de estilo similar al de Covalanas, en una zona de penumbra, al estar situado al fondo del vestíbulo» (2020, p. 45).

Varias cosas se pueden destacar en este fragmento: primero que hubo un carácter selectivo que no hará de cualquier lugar apropiado el sitio elegido, también cuán difícil y cuantos conocimientos sobre las propias naturalezas de las cuevas tuvieron quienes las exploraron. Que además su estudio es materia constante de nuevos hallazgos.

«La profundidad a la que están ubicados la mayor parte de los motivos de esta cavidad, pone en evidencia que los artistas paleolíticos eran verdaderos espeleólogos, con un buen conocimiento de los espacios interiores. Además, por su situación en zonas alejadas de la galería principal, cabe señalar que no era un arte público sino reservado» (2020, p. 49).

Aquí he preferido conservar el estilo de los autores para que indicar otra de las características del libro que es su lenguaje que permite una lectura atenta de los temas que traen el pasado. La prehistoria sin olvidar entrar en conceptos necesarios para la introducción al tema de la cronología y el significado del arte rupestre.

Desde un documento en el que la detallada descripción arqueológica de motivos puede acercarlos a un historiador del arte apasionado con el repertorio iconográfico de sus artistas estudiados: las representaciones sean figurativas o abstractas, se van sucediendo en el texto mientras alternan las especificaciones sobre los periodos en los que se ha clasificado la prehistoria. Muy discutidas desde que los pioneros en el estudio del arte rupestre iniciaron sus excavaciones en Altamira descubierta en 1879, no sin que hayan existido malentendidos sobre esta fecha nos recuerda el Dr. Garrido en su tesis doctoral, trasladándose los descubrimientos paulatinamente por la cornisa cantábrica. Inicialmente se nos hablará de Henri Breuil o André Leroi-Gourhan, notables descubridores de entonces, que realzaron las primeras clasificaciones del arte rupestre y su datación cronológica.

Como es de suponer no fueron ellos los únicos protagonistas sino tal vez los más visibles en el tortuoso camino de la divulgación, como suele ocurrir aun dentro de las ciencias. Otros nombres, los locales, podrían perderse entre la multitud de aquellos que con las técnicas menos avanzadas de los tiempos de las excavaciones pioneras: descubrieron e investigaron las cuevas con arte rupestre de Cantabria, y con más interrogantes sobre el pasado prehistórico de las poblaciones europeas –del que continuaré escribiendo en un próximo artículo sobre el otro libro mencionado Monte Castillo: La montaña sagrada.

Referencias

García, M., Garrido, D., Angulo, J., & Fernández, P. (2020). Monte Castillo. La montaña sagrada. Más de 65. 000 años de arte rupestre paleolítico en Cantabria: Patrimonio Mundial. (2da Edición). Sociedad Regional de Educación, Cultura y Deporte, S. L. Vicepresidencia. Consejería de Universidades, Igualdad, Cultura y Deporte. Gobierno de Cantabria.
Garrido, D. & García, M. (2020). Cuevas Prehistóricas de Cantabria Guía para conocer la cueva de Chufín, El Castillo, Las Monedas, Hornos de la Peña, El Pendo, Covalanas y Cullalvera. (5ta Edición). Sociedad Regional de Educación, Cultura y Deporte, S. L. Vicepresidencia. Consejería de Universidades, Igualdad, Cultura y Deporte. Gobierno de Cantabria.