Me conocí mensaje lejos de la palabra.
Me sentí vida al reverso de una superficie de colores y formas.
Y me vi claridad, ahuyentando la sombra vaciada en la tierra desde el hombre.

(Julia de Burgos)

El patriarcado ha estado, y sigue estando, en control casi total de los procesos de la vida y el destino de la sociedad humana. La historia está llena de grandes avances científicos, artísticos y materiales, pero también de un sufrimiento inimaginable, de guerras sin sentido, una tras otra, cada una sembrando las semillas de la próxima erupción de violencia. Una sucesión interminable de actos de bravuconería varonil, donde está ajeno el toque tierno y civilizador del aspecto femenino de la humanidad.

De las cosas de la dualidad, ninguna me ha llamado tanto la atención como la contraposición y equilibrio de lo masculino-femenino, tanto dentro de mí mismo, en las relaciones entre unos y otros y en el desarrollo de la historia de la humanidad.

Cuando niño, con otros niños jugábamos a las guerras, con espadas de palo, o pistolas de plástico. Y pretendíamos matarnos unos a otros y discutíamos acaloradamente de cuando uno estaba «muerto» o no, en el juego. Si el disparo imaginario te daba en el pecho, estabas muerto.

Mientras tanto las niñas jugaban con muñecas y a servir té. No les interesaba jugar a las guerras, ni a los policías y bandidos. Y se reían de nuestras discusiones sobre las «bajas» de nuestras guerras.

En las plazas de los pueblos y ciudades que visitaba en mi niñez siempre había estatuas de hombres a caballo o a pie, con espadas al cinto, hombres que habían peleado en guerras, proceres, héroes, guerras, soldados. Pero no había monumentos a las amas de casa abnegadas, a las mujeres que habían dado la vida por sus hijos, ni estatuas celebrando la ternura, el sacrificio en silencio, o la valentía larga de ser.

Cuando fui a vivir a Suiza por unos años, en 1980, me contaron de la gran democracia suiza, de la participación ciudadana en las decisiones cantonales. Pero nunca me dijeron que, en esta tan celebrada democracia, los varones no reconocieron los derechos al voto de la mujer hasta febrero de 1971, ¡80 años después que, en Nueva Zelanda, 53 después que Alemania y casi 50 después que en los Estados Unidos!

Siempre sentí, que había algo extraño en la organización de la humanidad, cuando los aspectos masculinos y femeninos del ser humano quedaban supuestamente enclaustrados en las formas que portaban la genitalia. Por definición y convención. A pesar de que había observado mujeres exhibiendo estamina y valentía que sobrepasaba la de cualquier hombre conocido, y había experimentado en otros varones y en mí mismo momentos de sensibilidad y ternura, que daba trabajo acomodar en los conceptos de hombría, que supuestamente están concentrados en la forma física del varón.

Yo no sé porque hemos dado rienda suelta a esta distribución de los aspectos femenino y masculino, como si estuviesen amarrados con la forma física del hombre o de la mujer, en vez de realizar que ambos aspectos son parte de nuestra humanidad y que trascienden el género. A mi entender, lo que nos hace verdaderamente humanos es equilibrar y expresar estas fuerzas arquetípicas, estas energías de Shiva o Shakti, como se denominan en la mitología hindú o Yin y Yang en la cosmología china, en cada uno de nosotros, independientemente de nuestro género o sexualidad.

Ahora que salen a relucir en las noticias las masacres con armas de fuego en los Estados Unidos, resulta que todos los eventos de asesinar en masa gente desconocida, niños en escuelas, transeúntes, son perpetrados por hombres. ¿El juego de las guerras de niño llevado a una enfermiza realidad, con juguetes ahora realmente mortíferos?

Pienso que la humanidad tiene que salirse de esta organización patriarcal que hemos adoptado durante la historia. Sí, ha habido progresos en términos de los derechos de la mujer, aunque todavía hay anacronismos en demasía, pero a veces están orientados a reconocer los aspectos y roles masculinos llevados a cabo por mujeres, continuando la preponderancia de la óptica masculina del poder; la pugnacidad, la primacía en vez de los aspectos de compasión, ternura, y protección, que se enmarcan en la feminidad humana.

¿Cómo hacer, para movernos hacia una organización del planeta donde estén en equilibrio estas energías dentro de cada uno, independientemente del género, y así lograr un mundo más humano y sostenible? Siento que es lo único que nos salvará de nosotros mismos.

No tengo soluciones, ni propuestas, solo quiero presentar la inquietud y de paso rendir un homenaje a la mujer, que hasta hoy ha protegido el aspecto de la feminidad y ha sufrido como ser humano una enorme opresión, por parte de un sistema patriarcal que sofoca nuestras posibilidades futuras como especie.

Quiero dar gracias al amor recibido durante toda mi vida de esos seres humanos llamados mujeres, que me han enseñado que lo más importante en la vida es el amor. Y me han hecho buscar a la mujer que vive dentro de mí, el lado complementario de mi ser.

Lolita fue la primera mujer que conocí en mi vida. Madre, consejera, amiga, guía espiritual. Siempre recuerdo el día de su terrible accidente de automóvil, cuando pensé que ella iba a morir. Yo tendría entonces unos 10 años, ella unos 49. Sobrevivió, su rostro impactado por varillas de hierro, sus huesos quebrados. Después de una larga crisis y con gran valentía afrontó la recuperación, la desfiguración de su hermosa cara, y los procesos médicos interminables, a algunos de los cuales yo la acompañaba.

Nunca perdió su dulzura, ni la alegría por la vida. Ella fue, para quienes la conocieron, una mujer que abría sus puertas a todos, sin discriminación de ninguna clase, compasiva, pendiente siempre de la belleza de la naturaleza y de los corazones humanos, no importa el ropaje exterior que los cubriera, ni sus creencias, ni tendencias. Lolita era verdaderamente un ser especial. Su fuerza de voluntad, su compasión, su tolerancia por puntos de vista distintos. Trabajaba en servicios sociales, y luego venía a la casa a cuidar a mi padre que estaba en cama con una enfermedad que lo incapacitaba, y nunca hubo en su rostro, amargura, ni desesperación. Al contrario, era fuente de fuerza para muchos.

De ella, saqué esta manía de escribir lo que siento, de sentir antes que pensar, y de sentir lo que pienso. Ella me enseñó las alcobas secretas de mi corazón y el arte de la reflexión, cuando me sentaba con ella en su balcón, a conversar el mundo.

A todas las mujeres, quizás por esta influencia de mi madre, siempre las vi con enorme respeto y admiración. Me sentía atraído hacia ellas, de muchas maneras, desde el instinto hasta el asombro, pero en todas siempre descubría una parte de mí que no conocía y que quería descubrir, y que de alguna manera ellas representaban, pero que estaba muy adentro de mí.

Las mujeres de mi familia, las madres de mis hijos, mis hijas y nietas, mi hermana, mis primas, mis enamoradas, amigas, mis colegas, mis imaginarias, todas han mostrado siempre lo que para mí es una cualidad de la luz; lo femenino. Y a través de mis diferentes relaciones con ellas, iba descubriendo esa otra parte de mí, que está presente en los laberintos detrás de mi mente, en mi alma, y que complementa esta predominante personalidad masculina, y me hace ser verdaderamente humano.

Al reflexionar sobre la búsqueda por esa otra parte complementaria de lo femenino que aparentaba estar afuera de mí, llegué a intuir que, en realidad, mi alma es masculina y femenina a la vez y que esta búsqueda de complementariedad afuera va encaminada en realidad a encontrar a el amado/amada, que parece estar afuera, pero que en realidad vive adentro. Como decía Rumi: «Los amantes no se encuentran finalmente, están dentro de sí mismos todo el tiempo».

Todas las canciones de la vida no son sino una misma canción del alma, que busca la otra parte de sí misma, en una conversación balcón adentro.

En ese balcón enrejado, donde tantas veces me sentaba con mi madre en santiamén y reposo, y hablábamos de mi transcurrir, desde su vientre hasta mis presentes dilemas, los de ella, los míos, y de la belleza y sus poemas. Y ella, entre tantos rumbos de tiempo, de momentos de consciencia e ignorancia de mi parte, me miraba crecer, con un amor empedernido. Todavía hoy, en su ausencia, desde este instante distante, escucho su voz de nuevo, y siento su ternura y su sabiduría, tan extraña y antigua. Y la recuerdo allí, tras las rejas, despidiéndome en bendición, desde su vientre y el balcón.

Mujer le canto a tu belleza, a tu fuerza.
A tu tempo, a tu gracia tangible
Tu completas los ciclos del tiempo
y llenas los vacíos del espacio.