El desarrollo social es inseparable de la calidad cultural de la vida.

Si repasamos la historia de las políticas culturales en Costa Rica puede hablarse de cuatro etapas: la primera coincide con el período histórico liberal (1870-1930) y se construyó en torno al tema de la consolidación del Estado Nación; la segunda inicia en los años cuarenta del siglo XX y finaliza hacia finales de la década de los ochentas, siendo su rasgo principal el estatismo cultural; la tercera etapa comienza en 1990, en ella surgen nuevos énfasis teóricos y de acción que complementan la presencia estatal con la globalización y las acciones privadas en cultura; la cuarta etapa, que es la actual, inicia en el 2010 e intensifica la incidencia de los actores privados en la cultura, combinándolos con los tradicionales ámbitos públicos, al tiempo que se realizan esfuerzos de innovación en sintonía con la crisis sistémica contemporánea (sanitaria, política, económica y social). Es en esta etapa que se profundiza el desarrollo de las industrias culturales y de la economía creativa en áreas como publicidad, diseño, gastronomía, audiovisual, y educación cultural y artística.

Avances progresivos

En poco más de ochenta y dos años, contados desde 1940, los cinco logros fundamentales alcanzados en el desarrollo cultural del país son: consolidar el sector institucional de la cultura; cultivar el análisis de la cultura a través de indicadores estadísticos; profundizar en el concepto antropológico de cultura; consolidar las interacciones entre los actores culturales públicos y privados; e impulsar el desarrollo de las industrias culturales y de la economía creativa.

Cinco líneas de acción para fortalecer los méritos e innovar

En el presente y hacia el futuro es imperativo desarrollar este acumulado histórico de méritos en el desarrollo cultural. Aspirar a que la cultura envuelva a la sociedad nacional en una red de identidades y prácticas creativas que expandan el bienestar social, fortalezcan la esperanza y profundicen la felicidad de las personas. En esta dirección son relevantes cinco líneas de acción: primera, mejorar la participación de los actores culturales, públicos y privados, en la definición de las políticas públicas en cultura; segunda, fortalecer las capacidades técnicas de negociación con las autoridades económicas del país, a fin de ejecutar una política de incremento responsable y progresivo de los recursos económicos disponibles para la cultura, en armonía con la estabilidad financiera nacional, con el desarrollo de la economía, la productividad y la competitividad del aparato productivo, y con la desburocratización y simplificación de la gestión administrativa de la cultura; tercera, impulsar el posicionamiento internacional de la creatividad cultural nacional; cuarta, potenciar la descentralización, autogestión y desconcentración de las acciones culturales para aumentar la incidencia de las realidades locales, provinciales y regionales; y, quinta, coordinar las políticas culturales con las políticas sociales a fin de que contribuyan a erradicar la pobreza extrema, reducir la pobreza y la desigualdad, y fortalecer a las clases sociales medias.

Burocracia cultural y desburocratización de la cultura

El conjunto de las líneas de acción referidas evita que el ámbito cultural sea privatizado por las burocracias culturales. Conviene recordar que la formación del poder burocrático es un fenómeno común en las organizaciones, sean públicas, mixtas o privadas, pero no por ello debe ser aceptado como si fuese deseable e inevitable. La burocracia cultural, y la burocracia en general, utiliza en su beneficio los ámbitos donde opera aun cuando se diga que promociona el bien común. El estamento burocrático es experto en disimular, a través del Estado y del gobierno, su carácter confiscador y expropiador. La burocracia cultural privatiza lo estatal al mismo tiempo que se autoproclama defensora del Estado, es una incoherencia palmaria e insultante. Esta distorsión es necesario corregirla, y es posible hacerlo si se diseña y ejecuta un programa de desburocratización progresiva de la institucionalidad cultural.