El presidente de Chile ha sido invitado, junto a los demás presidentes de América Latina y el Caribe, a un encuentro en California con el presidente de Estados Unidos para tratar programas comunes a los países americanos.

¿Qué esperar? La posibilidad de avanzar es escasa. Por el lado estadunidense, la inquietud central de Biden es el riesgo de perder la mayoría en ambas cámaras del Congreso en noviembre próximo. A ello se suma la intensa confrontación con Rusia y sus implicaciones para su competencia con China, su rival estratégico. Y no menos importante es la tensión derivada de la elevada inflación, el menor crecimiento y el alto déficit fiscal. Por tanto, su atención hacia América Latina es baja. Por su parte, Latinoamérica vive un periodo de fragmentación política, con democracias asediadas, gobiernos débiles, problemas económicos y sociales agudizados por la pandemia, y mínima capacidad de iniciativa internacional.

¿Qué prioridades podrían interesar a EE. UU. y qué avances podría lograr América Latina y Chile en este contexto? Los puntos principales para EE. UU. son inmigración, drogas y su relación con México. México ha devenido su principal socio comercial, y esta relación crecerá como consecuencia de la relocalización de las cadenas globales de producción y de la enorme inmigración mexicana. Los países de América del Sur tienen un vínculo harto menos intenso con EE.UU. Sus prioridades inmediatas son recuperación económica, vacunas, financiamiento y acelerar su crecimiento aprovechando su creciente relación económica con China.

¿En qué materias podrían articularse algunos acuerdos? En lo inmediato debiera privilegiarse la gobernabilidad democrática y los derechos humanos; la lucha contra la corrupción y el crimen organizado, inmigración, salud y financiamiento externo. Y, pensando en el futuro, los países debieran priorizar la colaboración en energías renovables, digitalización y tecnologías verdes.

¿Cómo puede Chile acrecentar su relación con EE. UU. en estas difíciles circunstancias? A mi juicio, Chile puede aprovechar su soft power, sus cualidades apreciadas por otros países y posiblemente por la administración Biden, en los siguientes campos.

Primero, el gobierno chileno con su joven presidente representa a una nueva generación de izquierda democrática defensora de los derechos humanos, distinta de otras izquierdas autoritarias. Chile representa un camino de transformaciones sociales en democracia. El objetivo político prioritario de la Cumbre debiera ser la democracia, el fortalecimiento de la gobernabilidad y las condiciones para fortalecerla: reducción de la desigualdad, lucha contra la corrupción, fortalecimiento de los organismos nacionales e internacionales de defensa de los derechos humanos, reducción de la violencia y rechazo a los autoritarismos en nuestro continente. En estos temas, el presidente Boric y la ministra de relaciones exteriores Urrejola, han definido una posición clara, sin ambages. Chile debe buscar una buena sintonía en este terreno con EE.UU.

Segundo, Chile posee gravitación global para el cambio climático. Es productor de cobre y litio, posee un potencial enorme en hidrógeno verde, energía solar y eólica, esenciales para la descarbonización mundial. Esto constituye una gran ventaja para poder asociarse en proyectos tecnológicos avanzados que acrecienten la capacidad nacional.

Tercero, Chile posee una experiencia para gestionar el flujo de inmigrantes, aplica nuevas políticas y puede participar en acuerdos para establecer nuevas fórmulas de colaboración con los demás países americanos.

Cuarto, en el campo digital Estados Unidos puede impulsar un programa de envergadura con América Latina, y mostrar alguna ventaja económica respecto de China, cuya presencia crece a diario. En lugar de alertar por la presencia china en comunicaciones, debiera crear programas de colaboración con América Latina en formación de expertos, investigación, capacidad de almacenamiento y procesamiento de datos e inteligencia artificial. Chile puede encabezar una iniciativa y seguir apuntando a ser vanguardia internacional, sustentado en su potente astronomía.

Una Cumbre de las Américas que ponga en marcha operaciones conjuntas en estos ámbitos podría reavivar las anémicas relaciones hemisféricas, y también potenciar una acción multilateral latinoamericana que contribuya a gestar un nuevo orden internacional que cuide la paz, la naturaleza, la salud y reduzca las desigualdades. El contexto hemisférico es decepcionante, pero el liderazgo político puede hacer una diferencia.