China, a diferencia de la Rusia soviética, desarrolló un sistema económico basado en un proceso modernizador exitoso y compatible con el capitalismo. Razón por la que salió de los dos siglos de semicolonización y debilitamiento interno causados por Inglaterra y el maoísmo. Debido a que China cuenta con un territorio vasto y una sociedad casi homogénea, el desarrollo de una visión como una civilización aparte del mundo bárbaro en el siglo XV fue posible. Más antes, la búsqueda de rutas alternas a las rutas de la seda tradicionales empujó a que el emperador Zhu Di (Yongle) buscara rutas marítimas; sin embargo, la no continuidad de los viajes de expedición de Zheng He a partir de la muerte de Yongle evitó un futuro completamente distinto para el resto del mundo externo.

Aunque fallido, el intento de Zhu Di por lograr una conexión internacional inspiró a Deng Xiaoping y al resto de líderes chinos que en el presente han conectado con todo el mundo desde una diplomacia comercial efectiva y asertiva. Zhu Di no fue un emperador temporal, sino excepcional, por sus acciones dentro del reino, pero más que todo, por su visión adelantada al modelo conservador confuciano. Aquel modelo se quedó estancado en las rutas tradicionales de comercio con Persia, Egipto, Grecia, India, entre otros.

Después de Zhu Di, China siguió prosperando, siguió creciendo poblacionalmente, pero su crecimiento y su gestión de recursos estaban comprometidos, debido a los atrasos técnicos en la producción y el empobrecimiento de los campesinos y poblados. En tanto China se había desconectado del mundo y pretendía mantener un orden inmutable, Europa ya había tenido su Renacimiento y la Revolución Industrial, razón por la que aceleró el progreso comparativo al resto de sociedades no occidentales.

Sin embargo, China mantenía un tono condescendiente con el resto del mundo. El emperador Qianlong, de hecho, no veía necesidad en importar bienes del exterior, no tenía ningún interés en trabar relaciones amplias con Inglaterra. Este carácter de vanidad no consideró que los ingleses habían desarrollado enormemente su maquinaria militar y que Inglaterra, en su búsqueda de ampliar su comercio internacional, no perdería la opción de conquista por cualquier medio.

Un primer paso para condicionar a los chinos fue el comercio del opio y su auge a principios del siglo XIX; el siguiente paso fue la decisión del Secretario de Relaciones Exteriores Lord Palmerston de enviar fuerza militar, bloquear Cantón y desatar la primera guerra del Opio en 1839, lo que inició la conquista de China y las repercusiones de la misma en los dos siglos siguientes. Inglaterra procedió al debilitamiento de China con la firma de tratados desiguales que impusieron expansión del comercio en otras de sus ciudades, con extraterritorialidad, indemnizaciones, reembolsos y reparaciones de guerra por el daño comercial que China produjo sobre los comerciantes de opio.

Esto era la aplicación del poder imperial inglés en su máxima expresión porque Inglaterra logró e incluso obtuvo la posesión y el control de una isla a la que llamaron Hong Kong. Además, se logró la aceptación del comercio de opio debido a que muchos comerciantes basaron su riqueza en el comercio de este narcótico. No solo los ingleses, franceses y norteamericanos actuaron para someter a China, también los rusos, los japoneses y los alemanes en tiempos del Kaiser Guillermo II, aplicaron la violencia mediante los cañones sobre la rebelión y la dispersión.

A pesar de la victoria japonesa contra la Rusia zarista en 1904-1905, el cambio en el imperio llegaba con el último emperador chino, Pu Yi, y la caída de la dinastía Qing en 1912. Posteriormente, con el primer presidente de China, Sun Yat-sen, se establecieron los principios de justicia social, patriotismo y democracia como bases de un modelo republicano antimonárquico. En esta década, en que China se encontraba fragmentada y dividida, estalló la Primera Guerra Mundial y ello planteó otro desafío y daño a la ya fracturada China. Los territorios controlados por Alemania en China estaban bajo la mira de Japón, que se había unido a los Aliados. Así, Japón no solo llegó a controlar aquellos territorios, sino que impuso exigencias que lo llevaron a tener control de manera expansionista sobre partes de China.

Ante este escenario, Mao Tse Tung, quien había leído los textos de Lenin, se inspiró y comprendió que no se trataba de tomar el poder como en Rusia, sino de conectar con los fragmentos de China si es que quería el poder. China estaba también dividida entre los nacionalistas de Chiang Kai-shek y cabecillas que querían una porción del poder disperso en el territorio chino. Los comunistas notaron el giro a la derecha con la expulsión de Borodin. Esta China dirigida por un nacionalista era un mejor vecino para Rusia que una China aliada de los occidentales. Así también, no se esperaba que China se convirtiera en un competidor de Rusia; sin embargo, la Larga Marcha de Mao lo llevó al poder por sus importantes dotes de propagandista, de líder paciente y de un hombre convencido de que para derrotar a Chiang Kai-Shek debía ser más estratégico y rodearlo, no enfrentarlo directamente. El único que podía haber llevado a China a Occidente como hizo con Taiwán, fue derrotado porque Mao pensó estratégicamente, giró y defenestró la imagen que le quedaba al generalísimo.

Aunque debilitado, se llegó a un pacto entre los comunistas y los nacionalistas para derrotar a los japoneses invasores que tuvieron actos horribles como la Masacre de Nankín en 1937. El éxito de la unión mediada por Zhou Enlai entre las fuerzas de Chiang y Mao fue relativo, porque cerró un momento delicado para la integridad de China solo con la victoria norteamericana sobre Japón con el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Aunque Japón había sido derrotado, se abrió otra etapa mucho más catastrófica para la integridad moral y cultural de China, la etapa del maoísmo.

La retirada de los japoneses después de la capitulación significó retos para Chiang Kai-Shek que no estaban pensados previamente, como la crisis económica e inflación por la súbita salida de los japoneses y la moneda con la que funcionaban aquellos territorios. Con la caída de Japón, la devaluación significó el empobrecimiento de los chinos que trabajaban con el yuan. Este momento de crisis económica, saqueos, escasez y hambruna, permitió que el pacto entre Mao y Chiang fuera revertido en favor de Mao, quien aprovechó la oportunidad para rodear y avanzar tomando ciudades y cooptando poblaciones enteras a favor de su causa. Chiang tuvo control de puntos esenciales, pero Mao iba tomando control de China. Chiang terminó refugiándose en la isla de Formosa, manteniendo su rango presidencial y su liderazgo hasta su muerte; sin embargo, Mao se quedó con el control y poder real de China, consolidando el régimen que el mundo conoció por su brutalidad y autoritarismo pleno sobre la población civil.

Para octubre de 1949, Mao Zedong ya tenía el poder en sus manos y actuó en consecuencia contra Occidente, sobre todo tras la Guerra de Corea. Así, en 1950 hasta 1953, la China de Mao apoyó junto a la URSS la Guerra de Corea, donde Corea del Norte enfrentó y atacó a Corea del Sur. No solo ayudó esto a consolidar las relaciones entre los dos proyectos marxistas, sino que marcaba un nuevo eje antinorteamericano con la triangulación con Kim Il-sung.

Al igual que Rusia, su proyecto económico fue un fracaso absoluto, incapaz de producir materiales de alta calidad y sin considerar las necesidades del mercado, China terminó por hundir su economía y sus fuerzas productivas. De hecho, vivieron una hambruna entre 1958 y 1962 por haber aniquilado casi todas las aves que comían semillas y frutos, que a su vez eran depredadoras de insectos y plagas como las langostas.

Decisiones como la última demostraron el grado de completa ignorancia en la que hundió Mao a su pueblo, más aún si se considera que eliminaron a la clase culta, a los terratenientes, a todo hombre que significara una amenaza crítica a los ideales de la revolución de inspiración marxista-leninista. Este último desprecio por la tradición llevó a los estudiantes y las Guardias Rojas a quemar libros de Confucio y destruir manuscritos antiguos de tiempos imperiales. Después de estos actos de irracionalidad completa y con la misteriosa muerte del delfín de Mao, Lin Biao, en 1971, surgía otra figura importante que tendría un futuro notable: Deng Xiaoping, quien sobrevivió a los enemigos internos gracias a la protección de Zhou Enlai. Unos años antes, China había logrado obtener su primera bomba atómica; el 16 de octubre de 1964 probaron la bomba en Xinjiang y fue exitosa.

China, con todos sus errores y con la partida de sus figuras históricas, dejó en manos de Deng la transformación que requería y con la que encararía China su última etapa para convertirse en la más importante amenaza contra Occidente. Esta historia de la China moderna se lee a través de tres líderes: Sun Yat-sen (1912), Mao Zedong (1949) y Deng Xiaoping (1978). En Deng se encuentra no un hombre idealista y dominado por ideologías, sino un hombre pragmático que buscaba resultados, experiencia y hechos.

Una prueba del pragmatismo de Deng fue permitir que el productor campesino se quedara con el excedente y lo pueda comercializar; esto alentó a los demás campesinos a producir más porque había un incentivo que no se quedaba el Estado, sino que se comercializaba. Así, estas transformaciones que desarrolló Deng fueron más efectivas que la ideologización y censura total de la clase culta y formada en China. Fue entonces, con las reformas de Deng, que China se libró del destino de Rusia en 1989, porque Deng reprimió las revueltas de Tiananmen, pero dejó un espacio de libertad sobre los beneficios económicos que significaba el modelo capitalista.

De hecho, a inicios de la década de los 90, China no estaba entre las primeras potencias económicas, pero estaba introduciendo reformas posteriores a la salida de Deng del poder, y estas reformas permitieron niveles de crecimiento muy elevados; una década después, China ya se encontraba entre las 10 mejores economías y en la década de los 2010 ya era la segunda potencia económica más importante. El proceso de deslocalización de la producción manufacturera a nivel mundial en China logró que esta se convirtiera en la maquila del mundo. El deseo de Occidente por liberalizar a China desde el comercio, desde el capitalismo, fue una ilusión que solo pudo ser concebida en la década liberal, en la década de los sueños, los 90.

Al final, Deng fue el mejor hombre de la restauración china, porque enseñó humildad, a no producir miedo en su entorno y proceder sin presumir demasiado. Por lo cual, en vez de perder tiempo en la búsqueda de venganza contra enemigos del pasado como Japón por Nankín, China se enfocó en desarrollar grandeza aprendiendo de quienes habían triunfado antes, precisamente lo que hicieron desde la década de los 90 en adelante: aprender del conocimiento de Occidente para integrar aquellos conocimientos a su propio modelo civilizatorio.

Hoy, China está en camino a enfrentar su posible destino como la primera potencia global o como un poder regional. Deberá decidir si la exhibición de su fuerza militar y comercial sigue manteniendo las enseñanzas de Deng o es que ha cambiado para realinear a sus potenciales enemigos occidentales. China es, en efecto, una amenaza para Occidente. No solo porque espía a escala mundial, roba creaciones ajenas o porque desprecia los términos de los Derechos Humanos de la Ilustración, sino porque su modelo es efectivo y sólido en comparación con la versión líquida de Occidente que se deshace identitariamente en los países europeos.

Cuando Occidente ha perdido su identidad, cuando internamente cuestiona sus libertades y su visión de progreso, la cual le permitió ocupar el sitial hegemónico por más de cinco siglos, es cuando Occidente debe releerse a sí mismo, debe recordarse a sí mismo que sus avances en libertades individuales y derechos civiles fueron posibles solo a través de complejas luchas y sacrificios que otras sociedades no repetirán para tener versiones similares donde el individuo no sea aplastado por el colectivo.

Por lo cual, y finalmente, es imperante para Occidente reconocer el valor de China, estudiar su historia, recordar cómo se constituyó y cómo fue humillada en muchas ocasiones por la soberbia y la prepotencia de quienes poco o nada entendían de su propia filosofía estoica. Es ahora una obligación que, para evitar un choque de consecuencias catastróficas —un choque civilizatorio—, las potencias occidentales deben recordar lo que son, recordar su historia, sus logros y victorias que posibilitaron sus avances y comprendan que China ahora es un coloso que se prepara para cerrar sus heridas históricas como Taiwán que es considerada parte de su integridad territorial, y Occidente no debe enfrentarlo donde es más fuerte, sino rodearlo y debilitar creativamente sus puntos más vulnerables como su alta centralidad política, porque a diferencia de las sociedades abiertas, las sociedades cerradas están condenadas a la regresión constante.

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