Cuando leáis estas líneas, ya se habrá podido celebrar en la calle el Día del Libro, que en Cataluña alcanza una dimensión especial adonde se mezclan libros y rosas. Donde reina la armonía por doquier y es un ejemplo de civismo, en lo que se conoce como «Diada de Sant Jordi».

De hecho, para muchos ciudadanos en los que me incluyo, es la fiesta nacional de Cataluña, ya que no conmemora batallas ni enfrentamientos, solo libros y rosas inundan y se festeja en las calles, en los hogares y con las personas cercanas.

Sin embargo, también el santo, a pesar de sus influencias, fue arrestado por covid en 2020. En 2021, la pena fue atenuada y se permitió celebrarla a los editores agremiados, lo que fue crónica de un fracaso anunciado. Pero, como a los arrestados se le suele dejar salir alguna vez, tal vez 2022 sea por fin el año donde nos reencontremos por las plazas, las calles y volvamos a estar con amigos escritores y respiraremos letras y flores. Los abrazos serán un regalo añadido.

La costumbre de que el hombre regale una rosa a la mujer se remonta al siglo XV, cuando el 23 de abril, se les regalaba a las mujeres que asistían ese día a misa en la capilla de Sant Jordi del Palau de la Generalitat.

Paulatinamente, esta práctica se popularizó, entre novios, prometidos o matrimonios, como símbolo de amor.

Respecto a la costumbre de regalar un libro, surgió en los años 20 del siglo pasado, cuando el escritor valenciano Vicent Clavel, propuso a los gremios de libreros organizar una fiesta para promoverlo en Cataluña. La primera vez fue el 7 de octubre de 1927.

En 1929, durante la Exposición Universal, se montaron tenderetes con libros y fue tal el éxito que se decidió cambiar la fecha al Día del Libro, el 23 de abril y celebrarlo anualmente. A partir de entonces, estos conviven gozosamente con las rosas rojas en Cataluña.

Debido a la trascendencia de la festividad catalana, en 1995 la Conferencia General de la UNESCO, declaró el 23 de abril, Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor.

Se calcula que solo en esa jornada se vende el 40% de rosas de todo el año (unos 7 millones). Respecto a la venta de libros, las ventas son alrededor de 1.5 millones, suponiendo el 10% de toda la facturación anual.

Ocurre con frecuencia que, aprovechando su fama en otros medios, cantantes, tertulianos, influencers o similares, nos endosan un libro presuntamente escrito por ellos en estas fechas. Esta práctica, por desgracia, suele ser habitual, siendo muy rentable para la editorial y para el protagonista. Sería una de las caras feas de la fiesta, a la cual no le faltan críticas, sobre todo, por su indudable mercantilismo, pero reprochar esa faceta en un gremio que se las ve y desea para subsistir me parece una crueldad excesiva, aunque sea una literatura a la que yo nunca acudiré, tipo superventas o bestseller de «famosos». Además, esos autores tienen un tropel de periodistas rendidos que le incensarán profusamente.

En contrapartida, me encuentro, por mis actividades como vocal de la Associació Col·legial d'Escriptors de Catalunya (ACEC), con una legión de buenos escritores que nunca alcanzarán el reconocimiento que se merecen. Ya sé que la fama es caprichosa, pero hay una literatura honrada que emociona. Creadores que están al margen de la popularidad y escriben lo que sienten en lo más profundo de su ser sin hacer concesiones al gran público, ni están pendientes de los intereses editoriales, las cuales, lógicamente, no son ninguna ONG y quieren ganar dinero.

Difícil disyuntiva que hace complicado y aún más fascinante el mundo de la literatura.