El poeta Rubén Darío es junto con Federico García Lorca, Miguel Hernández y Antonio Machado uno de los poetas en lengua española o castellana más recitados, o declamados por los rapsodas, recitadores y poetas en salones, aulas y tertulias. En el caso de Rubén Darío son famosos sus poemas: «Juventud, divino tesoro», «Margarita, está linda la mar», y «La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa?». Son algunos de los poemas que más de una vez hemos escuchado en boca de nuestros maestros y amigos. ¿Pero, qué sabemos de la vida del poeta nicaragüense, más allá de que fue el creador del modernismo, desde que se publicara su poemario Azul (1888), libro que causó una enorme repercusión en la literatura hispanoamericana y le dio fama. ¿Qué sabemos de su vida privada, amorosa, de sus mujeres e hijos? Prácticamente nada, por ello he creído conveniente hacer una aproximación biográfica de las tres mujeres que formaron parte de su vida sentimental.

Rafaela Contreras (Stella): la primera mujer

La primera mujer de Rubén Darío fue la escritora costarricense Rafaela Contreras Cañas; se habían conocido durante la infancia, en León, en casa de la tía Rita de Rubén. Álvaro Contreras había llegado a Nicaragua, en compañía de su esposa y sus dos hijas, tras haber sido expulsado de su país por ser militante y defensor de la unión centroamericana, lo que lo convirtió en viajero por toda Centroamérica. Contrajeron matrimonio civil en El Salvador el 21 de junio de 1890. Rafaela había nacido en San José, Costa Rica, el 21 de mayo de 1869. Darío optó por probar suerte en Costa Rica, y se instaló en agosto en San José. En Costa Rica, donde apenas era capaz de sacar adelante a su familia, agobiado por las deudas a pesar de algunos empleos eventuales, nació su primer hijo Rubén Darío Contreras, el 11 de noviembre de 1891.

Al día siguiente el matrimonio Darío con Rafaela Contreras estaba invitado a un gran baile que se celebraba en la casa presidencial, por un motivo militar. Pero el matrimonio no asistió. Esa noche, durante el baile, se produjo un golpe militar, encabezado por el general Ezeta, quien asumió el poder tras asesinar al presidente Menéndez. Contrariado Darío por esta situación embarca solo, el 27 de junio, en el puerto La Libertad con destino a Guatemala.

Rafaela falleció en San Salvador el 26 de enero de 1893 (Ricardo Llopesa, Letralia, 18/07/2016), a la edad de veintitrés años. Era hija de Álvaro de Contreras, hondureño, gran orador y hombre de prestigio político, y de Manuela Cañas, costarricense, de ilustre abolengo, descendiente del último gobernador español don José Manuel de Cañas. Firmó sus cuentos con el seudónimo Stella. Su único libro con título en francés Rêverie, contiene un total de nueve cuentos, y esta breve producción fue todo cuanto escribió.

Rosario Murillo: la segunda mujer

A los 14 años, Darío se trasladó a Managua y trabajó como secretario en la Biblioteca Nacional. Ya era medianamente conocido y lo llamaban el «poeta-niño». Residía en casa del doctor Modesto Barrios (el gran codificador nicaragüense del comercio), quien lo llevaba a fiestas y tertulias literarias de la capital. En una de esas tertulias conoció a Rosario Emelina Murillo Rivas, de unos once años, alta y esbelta, la llamará su «garza morena». Darío la describió así: «Rostro ovalado, color levemente acanelado, boca cleopatrina, ojos verdes, cabellera castaña, cuerpo flexible y delicadamente voluptuoso, que traía al andar ilusiones de canéfora». Rosario cantaba y tocaba muy bien el piano. Se hicieron amigos y por las tardes iban a la costa del lago de Managua a contemplar las olas y el paisaje. De ella recibió Rubén «el primer beso de labios de mujer». Los años pasaron. Darío ha cumplido diecisiete años y se quiere casar, pero sus amigos le disuaden y le envían a El Salvador, para evitar una posible boda con su novia Rosario Emelina Murillo. Luego fue a Chile, publicó Abrojos y Azul, posteriormente volvió a Nicaragua y ahí, experimentó «la mayor desilusión que puede sentir un hombre enamorado», pues su «garza morena» tuvo un amorío con un hombre mayor que ella que incluso fue presidente durante la época.

Tras la muerte de su joven esposa, Darío pasó ocho días llorando en Managua, y se dio al alcohol. A comienzos de 1893, Rubén permaneció en un hotel en Managua. Por esta época renovó sus viejos amoríos con Rosario Emelina Murillo Rivas, nacida en Managua el 10 de agosto de 1871, cuya familia le hicieron una encerrona y le obligaron a contraer matrimonio canónico el 8 de marzo 1893 del mismo año de la muerte de Rafaela Contreras, con Rosario Murillo.

A los pocos días de sus segundas nupcias con Rosario Murillo, Rubén Darío, recibió su nombramiento de cónsul de Colombia en Buenos Aires, fue con Rosario a Cartagena de Indias a visitar al presidente Rafael Núñez con el designio de procurarse cierta cantidad de sueldos adelantados. Rosario ha referido que Darío apenas obtuvo una suma insuficiente, con la cual debió pagar los gastos del viaje, y que por ello decidió partir solo a su destino, prometiendo enviarle luego recursos para juntarse con él. No obstante, Rubén expresó en sus memorias que el gobierno de Panamá le entregó con su nombramiento y su carta patente «una suma de sueldos adelantados».

La historia de amor entre Rubén Darío y Rosario Murillo se remontaba a 1882 cuando Rosario, con casi once años, deslumbró por completo al autor de Azul un enamoradizo y joven poeta. Como una telenovela se reencontró con el amor de su juventud; fue una relación, escabrosa y desafortunada. En1885 se pusieron en relaciones, en Managua. «Rubén era flaco, pálido, con una melena abundante, algo ensortijada. Vestía siempre de casimir. Hablaba poco. Tenía los ojos como ausentes de la realidad». En abril de 1893 se separaron en Panamá. Él partió hacia Argentina, ella regresó a Nicaragua embarazada. El 26 de diciembre de 1893 nació el niño Darío Murillo que falleció al mes y medio de tétanos (la abuela materna le cortó el cordón umbilical con una tijeras oxidadas o sucias). Lo cierto es que el niño murió, esta desgracia fue la causa de separación definitiva entre ellos.

El escritor Alfonso Taracena describe así el matrimonio del poeta:

Los hermanos de la señora Rosario Murillo, por perversidad tal vez, fraguaron una entrevista nocturna entre el poeta y la susodicha señora, teniendo la fortuna de que su plan maquiavélico diera los mejores resultados. En el momento oportuno, arma en mano, rodearon al pusilánime don Juan, e inmediatamente procedieron a arreglar el matrimonio, que había de efectuarse so pena de la vida. Rubén era excesivamente tímido. Su cobardía databa, de su niñez, así que los hermanos de doña Rosario no tuvieron gran dificultad para amedrentarlo y hacerlo casar a pesar de la enorme diferencia de caracteres entre los cónyuges. Vivieron en un completo cisma, hasta que los amigos de Rubén, entre ellos el doctor Maldonado, todos senadores y diputados nicaragüenses, reformaron las leyes, creando el divorcio, con el único móvil de favorecer al poeta, quien por entonces se ocultaba angustiado de Rosario, que lo perseguía revólver en mano…

En 1907, Rosario Murillo viaja a París para reclamarle a Rubén Darío sus derechos como su legítima esposa. Viven juntos, por un tiempo, no se entienden, de tal modo que Rubén Darío retorna a Nicaragua para pedir el divorcio, vínculo matrimonial que no consiguió romper.

El amor prohibido con Francisca Sánchez

En 1899 en la casa de Campo de Madrid un día en que Rubén paseaba con el escritor Ramón del Valle-Inclán conoció a la hija del jardinero del rey, Francisca Sánchez del Pozo, una campesina analfabeta de 24 años natural de Navalsauz (Ávila), que se convertiría en la compañera amorosa y madre de tres hijos de los que sobrevivió. Convivieron por dieciséis años sin poderse casar. Ella siempre dijo que vivió con el poeta en pecado. Después de visitarla en varias ocasiones, Rubén Darío le propuso que vivieran juntos en Madrid, ella aceptó y fue la mujer con la que más tiempo convivio, en sus versos la llamaba «lazarillo de Dios». En el mes de abril de 1900, Darío visitó por segunda vez París, con el encargo del periódico de La Nación de cubrir la Exposición Universal que ese año tuvo lugar en la capital francesa. Sus crónicas sobre este tema serían recogidas en el libro Peregrinaciones. Por entonces conoció en París al poeta mexicano Amado Nervo, quien sería su amigo cercano.

En abril de 1900 nació Carmen, hija de Francisca y Rubén, que fallecería de viruela en marzo de 1901. Continuó Rubén con su vida de diplomático en París, con un breve regreso a Madrid, como embajador de Nicaragua. En abril de 1903 nació el segundo hijo, Rubén, a quien su padre llamó «Phocas el campesino», dedicándole un poema. El niño murió de bronconeumonía el 10 de junio de 1905.

Cónsul en París llevó a Francisca a París y le enseñó a leer y a escribir, labor en la que participó Amado Nervo. Fue Francisca el gran amor de su vida y el poeta le dedicó varios de sus poemas. En París se encontró Francisca con Rosario Murillo quien, enarbolando sus derechos de esposa legítima, embargó todos los bienes de Darío, Murillo interrumpía también las tertulias, las cenas en los restaurantes.

El 2 de octubre de 1907 nació en Paris el otro hijo llamado Rubén, conocido como «Güicho» para distinguirlo de su padre. Un golpe de Estado en Nicaragua despoja a Darío de su puesto en París. Regresa con Francisca a España y se instalan en Barcelona. Sus únicos ingresos fijos son los pagos de La Nación y el alcohol se ha adueñado de su vida. Sufre neurosis, su aspecto es macilento y febril. Busca el aislamiento. Pero todo empeora. Su secretario, Alejandro Bermúdez, roba inéditos de los cajones, firma artículos en su nombre y lo convence de emprender una insensata gira americana.

En el puerto de Barcelona se da la dramática despedida con Francisca que le suplica que no se marche, pero se marchó llevado por Rosario Murillo que lo acapara. Tras su paso por los Estados Unidos y Guatemala, Darío regresa a Nicaragua. «Güicho» fue educado en colegios de Francia y España. Su padre lo declaró heredero universal. Tenía 8 años cuando su padre falleció en 1916 en León (Nicaragua).

Francisca regresa a Madrid con su hijo «Güicho» y ella tiene la fortuna de encontrar a un buen hombre, a José Villacastín, con el que contrae matrimonio. Un hombre culto, que gastó toda su fortuna en recoger la obra de Rubén Darío que se encontraba dispersa por todo el mundo y que entregó para su publicación al editor Aguilar, de cuyo director era buen amigo. Villacastín se dedica a reunir la obra del poeta y funda con «Güicho» la editorial Rubén Darío. Francisca regresa a Navalsauz (una pedanía de Ávila) y tendrá con José Villacastín una hija, será la madre de la periodista Rosa Villacastín, Francisca custodiaba un baúl azul con cosas de Rubén Darío en su casa de Navalsauz, que la poeta y escritora Carmen Conde catalogó y convenció a Francisca (doña Paca) para que lo donara al gobierno español en 1956, como así se hizo, y actualmente se halla en la Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid.

Breve reseña biográfica

Rubén Darío se llamaba Félix Rubén García Sarmiento. Su tatarabuelo se llamaba Darío, y sus descendientes eran conocidos como la «familia de los Darío», por ello utilizaría como nombre de autor, el segundo de pila Rubén más el Darío de la familia y quedaría como Rubén Darío en el mundo literario, nació en Metapa (Nicaragua) el 18 de enero de 1876. (El mismo mes y año que Vicente Blasco Ibáñez, por lo que se cumplen los 155 años de su nacimiento. Fue el primer hijo de Manuel García y Rosa Sarmiento, quienes se habían casado en León (Nicaragua) en 1866, tras conseguir las dispensas eclesiásticas, pues se trataba de primos segundos.

La niñez de Darío transcurrió en León, criado por sus tíos abuelos Félix y Bernarda, a quienes consideró en su infancia sus verdaderos padres (durante sus primeros años firmaba sus trabajos escolares como Félix Rubén Ramírez), alejamiento infantil que formó su personalidad.

En 1892 estuvo en España para el IV Centenario del Descubrimiento de América, de regreso de su desembarco en Cartagena de Indias (norte de Colombia). Solo estuvo una tarde —no se quedó a dormir en ningún hotel—, pero la aprovechó al máximo. Tuvo la suerte de que ese día en Cartagena, a pesar de no ser la capital, se encontraba el presidente colombiano Rafael Núñez Moledo. Como Núñez tenía algo de poeta se emocionó por la visita del autor de Azul (1888), y le ofreció a Darío el puesto de cónsul honorífico de Colombia en Buenos Aires, y de paso para financiarle un viaje a París.

Después de meses de gestiones, consiguió otro nombramiento en 1903, esta vez como ministro residente en Madrid del gobierno nicaragüense de José Santos Zelaya. El 17 de diciembre de 1909 Zelaya, éste se vio obligado a dimitir, exiliándose en México de donde partió a París y luego a Nueva York, donde fallecería diez años después. El mismo Estrada Cabrera apoyó a los rebeldes nicaragüenses, quienes a su vez contaron con el apoyo del gobierno de Washington. Rubén Darío tuvo problemas, sin embargo, para hacer frente a los gastos de su legación ante lo reducido de su presupuesto, y pasó dificultades económicas durante sus años como embajador, que solo pudo solucionar en parte gracias al sueldo que recibía del periódico de La Nación y en parte gracias a la ayuda de su amigo y director de la revista Ateneo, Mariano Miguel del Val, que se ofreció como secretario gratuito de la legación de Nicaragua cuando la situación económica era insostenible. Tras el golpe de Estado de Zelaya, Darío regresó a París con su amante Francisca, luego se instala en Barcelona. El alcohol se adueña de su vida y sufre neurosis. Busca el aislamiento, pero todo empeora.

Últimos años

En 1913, Rubén Darío viajó a Mallorca invitado por Joan Sureda, y se alojó en la cartuja de Valdemosa, en la que tres cuartos de siglo atrás habían residido Chopin y George Sand. En esta isla empezó Rubén la novela El oro de Mallorca, que es, en realidad, una autobiografía novelada. Se acentuó, sin embargo, el deterioro de su salud mental, debido a su alcoholismo. En diciembre regresó a Barcelona, donde se hospedó en casa del general Zelaya, que había sido su protector mientras fue presidente de Nicaragua. En enero de 1914 regresó a París, donde mantuvo un largo pleito con los hermanos Guido, que aún le debían una importante suma de sus honorarios.

En mayo se instaló en Barcelona, donde dio a la imprenta su última obra poética de importancia, Canto a la Argentina y otros poemas, que incluye el poema laudatorio del país austral que había escrito años atrás por encargo de La Nación. Tenía la salud muy deteriorada por el alcohol: sufría de alucinaciones y estaba obsesionado con la muerte. Su segunda mujer Rosario Murillo se lo llevó a América.

Retornó a la ciudad de su infancia, León (Nicaragua), el 7 de enero de 1916, y falleció en menos de un mes después, el 6 de febrero. Las honras fúnebres duraron varios días presididas por el Obispo de León, Simeón Pereira, y el presidente Adolfo Díaz Recinos. Fue sepultado en la catedral de León el 13 de febrero del mismo año.

Conclusión

Para ser un famoso poeta universal no hace falta tener muchos premios ni muchos libros publicados, sino uno que sea rompedor, como el caso de Rubén Darío y su libro Azul de 1888, un libro de cuentos y poemas considerado una de las obras más relevantes del modernismo hispano, el cual se publicó por primera vez en Valparaíso (Chile) en el 30 de julio de 1888, cuando el poeta contaba con 21. Posteriormente su fama le llevó a compromisos diplomáticos para representar primero de Colombia y luego a Nicaragua. Su vida privada, como se ha comentado, tuvo sus altibajos.