Sería difícil encontrar una persona más enamorada de su tierra, de su pequeña gran patria, que nuestro chilote universal, Renato Cárdenas Álvarez, tripulante del Caleuche desde ayer, navegando alrededor de las treinta y ocho islas del Archipiélago Mágico, con su catalejo de sabio poeta, descubridor insaciable de novedades, primicias y tradiciones vivas de Chiloé, Chilhué, «lugar de pájaros estridentes», la Nueva Galicia de los últimos realistas chilenos, renuentes a la integración en la nueva República criolla, incorporados por la fuerza al dominio continental, ocho años después de consolidada la independencia de España.

Un signo de nacionalidad originaria, en el sentido de diferenciación cultural y anímica, que asentaría el carácter chilote, producto de esa notable simbiosis entre la cultura huilliche y la hispana, representada esta última etnia por la presencia mayoritaria de encomenderos gallegos, desde enero de 1601.

A partir de una honda visión poética, Renato Cárdenas entregó su vida, su voluntad de acción y su particular inteligencia indagativa, a rescatar el patrimonio cultural de Chiloé, más allá de los consabidos tópicos al uso, para otorgarles esa visión universal que hace trascender las particularidades del propio imaginario. Desde las manifestaciones lingüísticas, donde la dialectización del rotundo castellano se dulcificó, ampliándose en el dinamismo del lenguaje, por el influjo del mapudungun, en su versión huilliche, cuyos rasgos permanecen, sobre todo, en la toponimia, que se impuso a las nominaciones del conquistador ultramarino. Asimismo, en los nombres de la rica flora de Chiloé, que Renato fue enriqueciendo a través de inagotables pesquisas y revisiones, precisando la entraña etimológica de las palabras.

El Diccionario Mapuche de Chiloé constituye una obra magistral de Renato, y debiera ser difundida en toda esta República, reacia a conocer en profundidad la riqueza de sus etnias originarias.

Otra faceta de enorme importancia etnográfica fue la recopilación del abundoso refranero chilote, donde se manifiesta la sabiduría popular, el entendimiento de su cosmogonía y las características y alcances de la vida social, con sus códigos consuetudinarios y sus normas peculiares de convivencia.

El sincretismo religioso, el maridaje con el animismo insular, se fueron plasmando en rituales y manifestaciones únicos en nuestro extenso país de Chile. Renato nos heredó, con la generosidad del amor, sus notables y originales interpretaciones sobre el particular, desde la construcción de los primeros templos católicos, donde la estructura de la techumbre es, literalmente, una gran nave de madera puesta de revés, y toda la estructura y mampostería asentada sin herrajes, sin clavos, solo mediante el artilugio magistral de los ensamblajes, el abrazo de la madera en sus conjunciones y recodos más secretos.

La liturgia religiosa exhibe su complemento musical, a través de diversas formas de expresión que parten desde la época colonial, a las que se van incorporando instrumentos y modalidades ultramarinas, como el acordeón, presente en la música religiosa y en la festiva profana. Los estudios de Renato se abocaron a este importante ámbito de expresión, en el que se hacen presentes ritmos y cadencias del sentimiento ancestral huilliche.

El estudio de la mitología chilota, en su pródigo imaginario, también ocupó los afanes del hijo de Calen, con una visión siempre reinterpretativa, procurando fijar documentalmente el bagaje escurridizo de la oralidad, recogiendo las diversas versiones locales, cuya variedad nos sugiere que Chiloé es un territorio muchísimo más vasto que la determinación numérica de la superficie territorial.

Uno de los últimos aportes de Renato Cárdenas Álvarez ha sido «contar Chiloé desde la cocina», a partir de la descripción encomiástica de los productos de su cultura de borde mar, donde la actividad campesina se une a la pesquera y marinera como en un solo e inseparable proceso productivo.

En fin, hablar de Renato es hablar de Chiloé, y viceversa, como diría su padre, Antonio Cárdenas, don Tono, que abrió para este cronista las puertas de Chilhué y sus fértiles comarcas, posibilitando la entrañable amistad con su hijo Renato, a quien tanto debemos (debo).

Al dejarnos, en los albores de Semana Santa, sentimos el peso de una congoja que se irá despejando, como las nubes del Archipiélago Mágico, merced a los vientos benéficos de su invaluable legado.

Gracias, Renato Cárdenas Álvarez.