En el proceso de producción de la Prensa oriolana del siglo XIX, con más de sesenta cabeceras cuya aceleración coincidía con etapas políticas tensas, destaca el papel desempeñado por las publicaciones de significación católica, en línea con la doctrina de los pontífices a partir de León XIII y sus indicaciones para combatir las teorías socialistas y anarquistas, la enseñanza laica, la masonería y el libre pensamiento. Dentro de este campo del periodismo oriolano, donde primaba la opinión sobre la información, brilla con luz propia el quincenal La Lectura Popular, auspiciado por los partidos integrista, carlista y círculos tradicionalistas, además del apoyo de los jesuitas y el sometimiento a las directrices eclesiásticas diocesanas.

El 3 de mayo de 1883 nace en la ciudad española de Orihuela el periódico La Lectura Popular, subtitulada “Publicación Católica quincenal. Gratuita para las clases trabajadoras”. Fundado por la figura más notable del integrismo oriolano, el abogado Adolfo Clavarana Garriga -que procedía de las filas liberales y alcanzó notoriedad a nivel nacional-, su aparición se sitúa tras la escisión del tradicionalismo español en dos sectores (carlista e integrista). Esta publicación, que tenía su sede e imprenta propia en calle Bellot, 3, daba efectiva respuesta a las enseñanzas de León XIII quien, en su encíclica de 15 de febrero de 1882 instaba a “crear buenos periódicos” que contribuyeran a “neutralizar la prensa impía”.

Su origen fue la consecuencia de una provocación hecha “con motivo de unas Misiones que seis padres de la Compañía, mensajeros del señor obispo de Orihuela, habían de dar en las tres parroquias de Alicante el año de 1833 (por) los periódicos liberales y masones de esa capital [que] convenerunt in unum, y con las infames conocidas armas de la calumnia, la procacidad y la desvergüenza sublevaron a las turbas, logrando ahogar la santa palabra de Dios que los misioneros les traían: los cuales, con el obispo de Orihuela (que con este motivo escribió un notable documento pastoral dirigió al Gobierno), se vieron forzados a abandonar la ciudad de Alicante. Tal fue el acicate del infierno a cuyo estímulo nació y se fundó en Orihuela La Lectura Popular” (LP, 15-IV-1905).

Aunque de periodicidad quincenal, su tirada era de las más altas de la época gracias a una óptima distribución verdaderamente profesional que, utilizando las parroquias como seguro canal de reparto, le permitía llegar a numerosas localidades españolas y varios países iberoamericanos. El sistema de suscripción utilizado era mediante la adquisición de acciones, medias acciones y cuartos de acción,

que el accionista –explicaba una nota de administración- “reparte por sí entre sus criados, colonos, operarios, feligreses, etc. o manda distribuir en las aldeas, huerta, caseríos, fábricas, escuelas, establecimientos y otros centros.

Una acción daba derecho a recibir cien ejemplares de cada número, que el accionista repartía por sí mismo o bien lo dejaba al criterio de la administración. Una acción costaba 4 pta. al mes; media, 2 pta.; y un cuarto, 1 pta. mensual. Los pagos se hacían por trimestres adelantados y los que deseaban recibir el paquete fuera de Orihuela, debían satisfacer además mensualmente cincuenta céntimos de peseta por acción, para el gasto de correo, o bien 25 céntimos o 12 céntimos respectivamente cuando fuera media acción o un cuarto de acción lo suscrito.

El acierto en el sistema de distribución, desde el mismo nacimiento de esta publicación auténtica referencia de prensa católica de combate, no puede ponerse en duda. La transcendencia de La Lectura Popular en todo el país e incluso en otros de habla hispana fue, en efecto, verdaderamente notable. Autores como Julio de Vargas en su obra Viaje por España (1895) o Gisbert y Ballesteros en su Historia de Orihuela cifran la tirada de esta publicación entre 65.000 y 70.000 ejemplares “que se distribuyen en muchas provincias españolas y de los cuales se remite a América una buena parte”.

En el número prospecto de la publicación, titulado ‘Idea nueva y proyecto atrevido’, con censura de la autoridad eclesiástica, se dice:

Mucho tiempo ha que dolorosamente impresionados por el espectáculo de corrupción e impiedad que la prensa irreligiosa está dando al mundo, y por la infame obra de descristianización que está llevando a cabo, nos sentíamos inclinados a hacer algo , siquiera fuese pequeño y como para satisfacer los sentimientos de nuestro corazón; algo que contrarrestase la perniciosa influencia de esas corrientes de hielo que, si Dios no lo remedia, van a extinguir pronto la vida moral de la sociedad y de la familia.

Más adelante explica el propósito editorial:

Un periódico festivo popular, escrito en estilo llano, que entre diálogos humorísticos unas veces, serios otras, pero siempre nutridos de savia cristiana, llevase la verdad y el bien a esas cabezas y a esos corazones cuya sencillez se ha tratado de convertir en instrumento de fines harto conocidos, derramando intencionalmente sobre ella toda clase de seducciones; un periódico que en los días de descanso se llevase gratis hasta la misma puerta del artesano, del jornalero, del labrador, etc. para que le sirviese de recreo al parque de consejo, de aviso o de enseñanza, era verdaderamente un ideal de propaganda que satisfacía completamente nuestras aspiraciones, pues sabido es que nada influye tanto hoy sobre las ideas de un hombre o de una familia como el periódico que visitándola constantemente en días fijos y hablándola en su propio lenguaje llega a hacerse completamente dueño de su corazón y de sus opiniones…

(LP, abril 1883)

En cuanto al contenido de esta publicación, respondía a propósitos esenciales del periodismo católico, definiéndose como “replica al procaz lenguaje empleado por la prensa liberal, aparecida a la sombra de las famosas Cortes doceañistas” (LP, 1-V-1897). La mayoría de los artículos y secciones que aparecen sin firma eran redactados por el propio Clavarana, con la colaboración de algunos principiantes locales en tareas literarias (Amancio Meseguer, José Zahonero, Muñoz Pabón), algunos de ellos sacerdotes.

Pero también recogía artículos de otras figuras del periodismo católico español como Manuel Senante –destacado baluarte de La Voz de Alicante y El Siglo Futuro de Madrid, o Juan Marín del Campo, colaborador del diario madrileño El Universo, entre otros. Publicaba también textos de Sardá y Salvany, Vázquez de Mella, Lammenais, Le Brun, Manuel Polo y Peirolón, Armando Palacio Valdés, Pierre L’Ermite, M. Siurot y los periódicos Le Pelerin (París), El Legionario y El Siglo Futuro.

Tenía como corresponsal en Barcelona a Pedro Mogica. En determinadas épocas, insertaba en su cabecera unas viñetas con los rostros de un bufón y personajes populares. También era frecuente encontrar dibujos para ilustrar algunos cuentos y artículos.

Vertían las páginas del quincenal réplicas y condenas tan radicales a lo que consideraba “sectario” que le reportaría el reconocimiento por parte de otras muchas publicaciones católicas españolas. Queda constancia de ello, por ejemplo, en un artículo de Marín del Campo, aparecido simultáneamente en El Universo y La Semana Católica de Madrid, donde dice que:

El mayor elogio de esta obra que es toda la labor de Clavarana no está en su pronta, constante y pródiga difusión (con estar escrita y publicada en un rincón de España), sino en que fue y será tal vez predicable. Quien esto escribe ha oído leer desde el púlpito de la iglesia de mayor culto en una insigne ciudad universitaria de las más famosas en el mundo civilizado…¡¡¡artículos de Clavarana!!!.

(LP, 15 abril 1905)

Para esta publicación, el liberalismo era el padre de “esos modernos asolamientos que son el Socialismo, el Comunismo, el Anarquismo, el Bolcheviquismo y el Nihilismo”. Y, en consecuencia, por medio de una serie de cuentos, chascarrillos, parábolas y diálogos, Adolfo Clavarana trató de combatir, desde posiciones integristas, cualquier novedad ideológica que consideraba funesta consecuencia del liberalismo. No en vano su propósito editorial era: “Difundir gratis entre el pueblo la sana lectura moral y religiosa, presentándola bajo formas amenas y ligeras para que se propague más fácilmente”. Por ello, el quincenal acogía la doctrina de las pastorales que publicaba el obispo Juan Maura Gelabert sobre la llamada “cuestión social” sobre la que realizó una función apologética, orientando su ideario hacia las clases trabajadoras con el propósito de alejarlas de las corrientes revolucionarias propias del proletariado.

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Una querella de Canalejas

Durante la Restauración canovista, La Lectura Popular intensificó su labor combativa mediante artículos contra la masonería (llegó a denominar al Consejo de Ministros ‘Gran Consejo de la Masonería’ por sus innovaciones en materia religiosa); contra las publicaciones de ideología contraria, tanto locales como nacionales; contra el anarquismo catalán; contra la enseñanza laica y sus consecuencias. Pero la agresividad del quincenal en el terreno político llega a su mayor inflexión cuando Adolfo Clavarana publica (1 de julio de 1902) el artículo “La democracia en paños menores” que comenzaba así:

Hablemos claro y acabemos pronto, pues ya es hora de echar al cesto de los papeles viejos los residuos de la faramalla canalejera.

¿Es o no cierto que el nuevo apóstol de la democracia que nos amenazase un señor que empezó su carrera política con Martos, que después se dejó a Martos y se fue con Polavieja; que se dejó a Polavieja y se fue con Sagasta,; y que ahora, sin soltar a Sagasta, alarga una mano a Blasco Ibáñez y otra al socialismo preparándose a navegar el último viento que sopla?

¿Es o no verdad que Canalejas, en ideas religiosas, es un pisto manchego que se codea con el Cardenal Sancha, recibe bendiciones del Canónigo Marín, besa el anillo del Obispo de Soria, y al mismo tiempo se declara anticlerical y dispuesto a perseguir a todos los curas del mundo y sus arrabales?.

Este artículo, reproducido entre otros por El Siglo Futuro de Madrid, dio lugar a la presentación de una querella del político liberal José Canalejas contra el director de La Lectura Popular. Ante la avanzada edad y estado de salud de Adolfo Clavarana Garriga se confiesa autor su hijo Adolfo Clavarana Bofill para quien el letrado de Canalejas pide las penas de cuatro años, nueve meses y diez días de destierro, multa de 1.750 pesetas “y pago de todas las costas causadas y que se causen” por un delito de injurias graves hechas por escrito y con publicidad. Después de haber sido absuelto por el tribunal de la Audiencia Provincial de Madrid, el Tribunal Supremo revocó la sentencia y condenó a Clavarana Bofill a tres años y siete meses de destierro a 25 km de Orihuela, multa de 500 pesetas y pago de las costas procesales.

La publicación había perdido significación a partir de 1905, con la muerte de Adolfo Clavarana Garriga, ocurrida el 14 de febrero, aunque su hijo Julián continuó la tarea hasta 1914 en que fallece. A partir de aquí, el quincenal siguió a expensas de sus colaboradores habituales -bajo la dirección del canónigo y vicario general del Obispado Luis Almarcha- en una etapa de limitado interés en la que lucha también denodadamente contra la escuela laica, considerada “escuela comunista, impuesta por la masonería” y el 1 de febrero de 1931 extiende su oposición a la “tiranía sindicalista” de UGT y CNT.

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Con la llegada de la II República, sigue perseverando contra toda legislación laica (divorcio, entierros civiles, retirada del crucifijo de las escuelas y los tribunales, expulsión de los jesuitas, etc.). Exalta constantemente a la religión católica, “cuyos enemigos no prevalecerán contra ella”: se complace en relatar “historias que aleccionan” sobre el final de algunos famosos impíos y “heresiarcas” –desde Rousseau y Voltaire hasta Lenin y Plutarco Calles, enfermo éste de lepra-, y recuerda que “La cultura y la civilización de Europa y América no se pueden explicar sin el cristianismo”. Defiende a la escuela católica (“¡Pueblo”! ¡Tus amigos! Más de cinco millones de hijos de obreros han sido educados, en cincuenta años, en las escuelas gratuitas dirigidas por religiosos”) y ataca a la escuela única, a los bolcheviques, masones, protestantes y judíos. Y en esta línea se mantiene hasta su desaparición en 1932.