…basta abrir los ojos para ver la tosquedad, abrumadora rudeza y ordinariez, la increíble grosería de los modos que hoy prevalecen.

(Hugo Hiriart)

¡Qué digo olvidado tema!: arrinconado y descartado, el tema de la urbanidad.

Solo anoto, pues es obvia, la crítica primaria a la urbanidad. Se le considera obsoleta. Sí. Por supuesto. Nadie ha dicho que se ponga en práctica como la estipularon los manuales del siglo XIX. Es indispensable su actualización1.

Una de las críticas que se hacen a la urbanidad es que distingue a la gente pues manda que se le dé trato también distinto: prefiere al anciano sobre el joven, al débil sobre el fuerte. No. Precisamente: una de las apremiantes necesidades es que se recobre el aprecio por la vida humana en una sociedad lacerantemente deshumanizada, y ese aprecio comienza por las elementales consideraciones que se deben a los más débiles. ¿Qué no cuando el joven reclama porque al viejo se le ha atendido con prioridad, pensamos que ese joven intolerante no tiene corazón?

Otra de las críticas es por el origen de los manuales de urbanidad que, se afirma, fueron hechos para la clase dominante en tanto que enseñaban las conductas que eran «marcas de distinción» de clase. Es decir que este otro aspecto de la crítica ve también la distinción, desde diferente ángulo. Pues no, otra vez: aquí podríamos volver a decir lo del primero de estos artículos donde (¡ah: qué paradoja!) quedó dicho que existe urbanidad —y de qué manera— en el campesino2. La buena educación va más allá de la clase a la que se pertenezca.

La última de las críticas, en este incompleto repaso de ellas, se cifra en la hipocresía de la urbanidad: que actuar bajo sus principios es ser falso. En efecto, muchas veces sí. ¿Y eso por qué?: porque hay que ser atento con todo mundo; porque la buena educación, el buen trato, es un deber que tenemos hacia los demás nos caigan bien o nos caigan como nos cayeren. La diplomacia, por ejemplo, que tantas veces toca y se alimenta del tema que venimos tratando, es pareja; no puede ser selectiva ni depender de gustos ni emociones particulares. ¡Cuántas veces tenemos que plantar buena cara a quien se muestra pedante!; no hay otro modo.

El acomedido (sic) cabe dondequiera

«El ‘acomedido’ (sic por ‘comedido’) cabe en todas partes». Bajo esta regla, desgraciadamente expresada con un barbarismo, se halla una gran verdad. Es un principio universal en México y seguramente lo es en cualquier país.

Se refiere a que la persona no muestre pasividad indiferente ante el trabajo común, ante lo que se está haciendo o ante las necesidades en general. «Entrarle» es su correlato, una palabra que se usa en México para esos casos donde hay que cooperar, meter el hombro, y no pasa nada si uno no lo hace, pero sí será mal visto.

Aparece aquí lo de ser comedido porque es una actitud que vale la pena promover. Encierra muchos valores; pongámonos a ver: cuando se es comedido se es atento, amable, generoso, incluso caritativo. Y combate los antivalores, sobre todo uno muy grave: el egoísmo.

La educación, una segunda naturaleza

De manera que tenemos las conductas como respirar, deglutir, caminar que no necesitan de mayor instrucción pues se producen de suyo, por naturaleza. Precisamente la buena educación, en nuestro caso la urbanidad, aunque proviene de un aprendizaje, dota al individuo de una segunda naturaleza de modo que se vuelve parte de él, lo inviste de un traje que deviene piel. Aquel que la ha aprendido la ha integrado de tal manera a su persona que ya no podrá actuar de otra forma, ni desprenderse de ella, se le habrá vuelto una actuación natural.

Decimos entonces que esas personas no hacen ciertas cosas «porque su educación no se los permite». Así, no suben la voz, no hablan cuando otro está hablando, no le echan el cuerpo encima al de enfrente para pasar, sino que le piden permiso; y, principalmente, no violentan, no insultan, no humillan...

Para terminar

Sin lugar a duda que estar bajo reglas de comportamiento genera controversia y nos es incómodo. Nos hace sentir observados, vigilados y, lo peor, juzgados. Llega a ser el Big Brother de quien no podemos evadirnos.

Si a eso agregamos el mal concepto en que tenemos a la moral, que reducimos a moralina, la cosa se complica; no aceptamos que nos moralicen, no aceptamos limitaciones, pues «prohibido prohibir». Resultado: una pertinente moral ha sido desplazada de la sociedad.

Pero, asimismo, es bien cierto que, en particular, las familias que buscan a veces con desesperación que germinen los valores en ellas claman por unas relaciones reguladas por la urbanidad. Eso se debe, no a pérdida o extinción de los valores, sino a regresión. Existen antivalores: no hay falta de amor, hay odio.

En lo personal, me siento terriblemente desamparado cuando percibo la ausencia de buenas maneras; así como me siento cálidamente arropado y comprendido cuando percibo el buen modo de los demás —sin merecerlo.

Notas

1 Menuda tarea tendrían los actualizadores de manuales de urbanidad. Imagínese usted el rubro del vestir, protocolo, etiqueta, etcétera. Ahora ya el esmoquin (así debe escribirse: lo acabo de confirmar) va sin calcetines, el traje y la corbata van con tenis, el traje va sin corbata, ¡uf! Y en el hablar, bueno… un maestro se presenta ante sus alumnos y a poco escuchará un: «¡oye!: ¿puedo salir al baño?»; alguien de 70 años hace una compra, le atiende un joven que le pregunta: «¿vas a querer una bolsa o así te lo llevas?»; un policía se interpone marcando el alto a un automovilista y este lo increpa al son de: «¿no te vas a quitar?». ¿Será, entonces, que hayan sepultado a la urbanidad por lo compleja que sería su actualización?
2 Esa urbanidad del campesino —hablo de quien lo es auténticamente, ya que por de malas hoy muchos de ellos han asimilado conductas gringas: usan tenis, ya jamás huaraches; gorra, ya jamás sombrero; etcétera… Pero volviendo al punto, su actitud suele venir revestida de candor. Cómo evoco a quienes conocí en lugares como Zapoapan y Acultzingo, que a muchos veracruzanos aquí en México les sonarán familiares. Así, es absolutamente injusta la forma como aparece en Wikipedia: que se le llama urbanidad porque es del citadino, porque lo diferencia de la rusticidad del campesino, siendo que este nos da tantas muestras de delicadeza. Recuerdo que al preguntar por cómo se encontraba, por cómo estaba, cualquiera de ellos respondía: «un poco bien». Con eso quería atenuar el «bien» como tal, el aparentar que no le faltaba nada, el riesgo de verse soberbio, vamos. Urbanidad del campesino. Desmentido a la apreciable Wikipedia.