Querido Don Victor:

¡Otra guerra en Europa después de una larga paz de casi 80 años! ¿Podrá creerlo querido maestro de los diarios íntimos? Pero hay una esperanza en medio del absurdo y el horror de la violencia, la reacción de Occidente frente a un nuevo tirano expansionista. Pero volvamos a lo que nos une: su bitácora que ahora nos toca comentar el año 1941. Tal como le dije, después haremos una pausa para centrarnos en el de Ana Frank que cumplirá también un aniversario redondo. Una pregunta sobre la escritura de los diarios siempre me acecha y ya se la he comentado: ¡¿cómo escribir en medio de tantas dificultades tal como dice el 20 de febrero: «creciente penuria económica, una alimentación cada vez peor»; pero también: guerras, trabajo esclavizante, hacinamiento y en general todo lo que significa la lucha por la supervivencia en condiciones hostiles?! Creo que yo mismo ofrecí una respuesta ante la pregunta de una alumna: «¿cómo se recuerda de escribir? ¿cómo no deja de hacerlo?» Le dije: es un hábito cultivado desde hace muchos años y sientes la necesidad, pero a veces hay otras necesidades que se imponen: comer, descansar, etc. Y entonces nos dormimos anhelando llenar la página. ¿Cómo hizo usted en ese año terrible de 1941 para que hoy yo pueda leerlo?

Todo comienza en enero con un nuevo impuesto a los judíos de 15 % y en febrero el descuido de dejar salir la luz de una ventana en la noche (las autoridades exigen un apagón total). Puede ser una fuerte multa o la cárcel (lo cual termina aceptando siendo un «tormento» de ocho días), pero también debe vender el automóvil que era una vieja exigencia del ayuntamiento (cuando lo hace los niños dirán: «el coche del judío, el coche del judío», 25 de febrero). Y tantas otras medidas restrictivas a lo largo del año que se suman a la segregación creciente desde 1933: confiscación de la máquina de escribir, presión para que venda la casa de donde los obligaron a salir el año pasado para vivir en una residencia para judíos: Judenhaus, los no arios no pueden vivir en Berlín, usar los vapores del Elba, adquirir tabaco («una nueva catástrofe»), desde septiembre llevar la estrella de David, no salir del municipio o tomar el tranvía solo en la plataforma delantera, no usar cabinas telefónicas y después en algunos períodos solo se puede salir de noche. Todo va destruyendo vuestra dignidad, pero siempre el consuelo que no están en un gueto, campo de concentración o han sufrido un pogromo; por eso dice: «mi estado de ánimo y mi visión de conjunto cambia cada día» (27 de marzo), el miedo jamás desaparece. Y más cuando ya para el 22 de agosto todos dicen que están eliminando a los enfermos mentales y desde octubre comienzan las deportaciones a Polonia. Pero algunos demuestran solidaridad por lo menos al oído.

Sigue con su Vita (memorias), la cual cumple el 12 de febrero dos años escribiéndola; y las constantes anotaciones para su LTI (Lengua tertii imperii, su manual y estudio de la neolengua nazi) ¡hábito, hábito! Acá está la respuesta junto a la profunda pasión por escribir y «dar testimonio hasta el final». Es el anhelo de trascender, pero también de justicia, porque se piensa que, si conocen nuestro sufrimiento y coraje, tendrá un significado y seremos resarcidos. Los canallas pagarán al ser lanzados al basurero de la historia y nosotros (como siempre se dice: Vanitas vanitatum) seremos al menos escuchados. Pero en medio del horror de la guerra y la persecución, el amor y la belleza le ofrecen un respiro:

Desde ayer, tiempo preprimaveral. Se agradece cada minuto que prolonga la claridad del día, cada grado más de temperatura, cada metro de suelo transitable (esto sobre todo por Eva). Eva ha decaído muchísimo, está más delgada, ha envejecido: y, mientras que mi propio estado físico también decae, la quiero cada vez más apasionadamente, d’amour dicen los franceses (12 de febrero de 1941).

Es lo único que salva, además de la escritura. Porque esta es otra de las respuestas a la pregunta de mi alumna: escribimos porque es lo que nos mantiene en pie en medio del horror. Sí, lo sé querido maestro, exagero al compararme con su situación en medio de la Segunda Guerra Mundial y la Shoá. Pero allí está la propaganda al igual que en el pasado, que en su caso nos describe con las palabras: «Hitler, con esa estentórea voz de paranoico, rugía en la radio, acabando con el himno de Horst Wessel.» Coincido con usted al definir la naturaleza del nazismo cuando dice que el antisemitismo «es central en su estructura total, en su esencia y también imprime su sello a todo lo demás» (16 de abril). Mucha gente le molesta que no separen la Segunda Guerra Mundial y el nazismo de la «cuestión judía», pero hay que entender que están íntimamente ligados.

A finales de enero en el discurso de Adolf Hitler en un nuevo aniversario de su ascenso al poder (30 de enero de 1933) usted afirma: «sonaba distinto a todos los anteriores». Una frase del tirano lo hace sospechar: «Este año forzaré la decisión». Me impresiona que esté tan claro, una vez más la verdad siempre aflora en medio de la más fuerte censura: usted sabe que la guerra puede extenderse a los Balcanes, Rusia y/o Estados Unidos tal como ocurrirá a lo largo de ese año. De esa forma en marzo ve cómo avanzan las tropas en Bulgaria sin pegar un tiro y después ante el golpe contrario al Pacto Tripartito en Yugoslavia la inmediata invasión, «Serbia y Grecia destruidas» (16 de abril). A pesar de las victorias nazis predica la esperanza:

Hitler tenía que perder la guerra, que ni Rusia ni Estados Unidos podían permitir su victoria definitiva. ¿Me creo lo que predico? En un 50 %. Pero ahora estoy más tranquilo. Afronto más fríamente el devenir de la historia. ¿Qué son en la historia de un pueblo diez, veinte años? A la larga, Hitler no puede salir victorioso, en algún momento se derrumban todas las conquistas mundiales. A mí solo me sigue interesando nuestro destino personal, estrictamente delimitado en el tiempo. Y en cuanto a él, soy fatalista (14 de abril de 1941). «Quizás sea la mayor suerte vivir tanta historia mundial» (8 de julio de 1941).

Desde abril a junio cada vez son más los rumores de movilización de la Wehrmacht al Este. Era tan evidente y los soviéticos cayeron en la trampa. Para preparar el pueblo volvía la propaganda sobre el «peligro judeobolchevique» que desapareció desde el Pacto Ribentrop-Molotov de agosto de 1939. Retorna su fuerte pesimismo dudando de la derrota de Hitler, pero escucha muchas versiones de otras personas que dicen lo contrario, en especial una realidad que se terminará imponiendo: «los rusos son inagotables en hombre y también en armamento y que será imposible acabar este verano con ellos» (13 de julio). La gente se va enterando poco a poco por lo que cuentan los soldados heridos que vuelven a casa: es una guerra de exterminio llena de atrocidades y la resistencia rusa es cada vez mayor. La prensa oficial acepta esta realidad. Y en diciembre todo cambia con el fracaso de la toma de Moscú y el ataque a Pearl Harbor por el Imperio del Japón, además de la declaración de guerra de Hitler a Estados Unidos «Ahora se ve un final» (25 de diciembre) y si 1941 fue «el año más horrible (…) al menos nos ha devuelto la esperanza» (31 de diciembre).

Sobre la escritura de todo diario creo que me debo despedir con la certeza que tuvo en el momento que repasó los de la Primera Guerra Mundial para escribir sus memorias: «Hago una primera lectura de los diarios de 1918. ¡Cuántas cosas se me habían olvidado, qué enorme importancia tienen justamente los detalles de aquella época! Tengo que seguir llevando también ahora el diario, por el curriculum (memorias), tengo que hacerlo por peligroso que sea. Éste es mi coraje profesional» (27 de mayo). Y más adelante: «Quiero considerar como un favor del destino (…), como un enriquecimiento, que yo viva aquí, sobre el terreno, toda esta ignominia» (13 de octubre).