Emma, la más imperfecta de todas las heroínas de Jane Austen, es también la más carismática… y la más irritante. Ya la primera frase de la novela nos predispone a pensar en Emma como la abeja reina de su pequeño pueblo: «Emma Woodhouse, bella, inteligente y rica, con un hogar agradable y un temperamento feliz, parecía reunir muchas de las mejores bendiciones de la vida; llevaba viviendo cerca de veintiún años en este mundo sin nada apenas que la agitara o la molestara» (Austen, 2007: 25). Se nos hace evidente, desde el principio, cuál es el problema: Emma se encuentra en una situación de eterna inmovilidad; si nada la agita, si nada la molesta, es porque nunca pasa nada. Al abrir la novela, el narrador (¿o debería decir narradora?) nos pone en situación: Emma, huérfana de madre, vive en una mansión con su padre hipocondríaco y ha crecido al cargo de una institutriz que, al acabarse de casar, se ha mudado. Emma se enfrenta a una situación de soledad apabullante puesto que al perder a la señorita Taylor, pierde a su única compañera. El pueril señor Woodhouse no es un compañero que esté a la altura intelectual de su hija y, aunque queda demostrado una y otra vez que Emma lo tiene en gran estimación, es imposible que pueda acompañarla en sus aventuras y sus maquinaciones. Hablando en plata: Emma está aburrida y, por ende, va en busca de problemas.

Una mente curiosa y una personalidad extravertida como las de Emma necesitan estímulos que, en su círculo directo, no encuentra. Desafortunadamente, Emma se encuentra atrapada geográficamente: su padre depende completamente de ella y Emma, incapaz de contrariarlo o causarle dolor, se entrega enteramente a su cuidado. Si el señor Woodhouse actuara más como un padre y no tanto como un hijo mimado, Emma habría podido viajar: visitar Londres, donde vive su hermana desde que se casó, o pasar una temporada en Bath, disfrutando de los pasatiempos predilectos de la alta sociedad. De hecho, todas las demás heroínas de Austen ocupan su tiempo visitando a sus familiares y amigos por todo el país, y ninguna de ellas es tan rica como la señorita Woodhouse. Anclada como se encuentra en Highbury, sin embargo, y, específicamente a la casa de su padre, Hartfield, las opciones de Emma son limitadas: puede relacionarse con su antigua institutriz, ahora la señora Weston, y su marido, que de bueno es tonto; puede visitar a la señora y a la señorita Bates, una viuda sorda y casi ciega y su parlanchina hija solterona; y puede recibir las visitas del pretencioso señor Elton, el párroco, o el señor Knightley, el único personaje superior en estatus a Emma. Estas son sus opciones al inicio de la novela y, teniendo en cuenta que Emma no tiene ocupación alguna más que manejar la casa con ayuda de su ama de llaves y prestar atención a su padre, no es de extrañar que esté lo suficientemente desesperada como para buscarse a una nueva mejor amiga que tome el lugar de la señora Weston y ocupe todo su tiempo libre, que es considerable. Cualquiera en su lugar se habría desquiciado.

Sus opciones, sin embargo, son escasas y debe conformarse con Harriet Smith, la hija ilegítima de alguien. Emma ve potencial en Harriet. ¿Potencial para qué? Para convertirse en una damita de bien o, más bien, para convertirse en una versión un poco más tonta y más humilde de Emma. Su doble, su doppelgänger, pero de imitación, claro, puesto que Emma Woodhouse solo hay una. Harriet es, pues, la compañera perfecta:

No le impresionó nada especialmente agudo en la conversación de la señorita Smith, pero, en conjunto, la encontró muy atractiva —no incómodamente tímida, ni reacia a hablar— y, sin embargo, muy lejos de imponerse, mostrando una deferencia tan adecuada y propia, y pareciendo tan placenteramente agradecida por ser admitida en Hartfield, y tan candorosamente impresionada por el aspecto de todo, en un estilo tan superior a lo que estaba acostumbrada, que debía de tener buen juicio y merecía estímulo (Austen, 2007: 44).

Completamente influenciable, Harriet Smith sacará a relucir las peores cualidades de Emma, entre ellas su mayor debilidad: la adulación. Se podría decir que Emma es una versión joven y bastante más carismática de la odiada lady Catherine de Bourgh: mimada, egocéntrica y marimandona; desesperada por ejercer su poder sobre un mundo que preferiría arrebatárselo; rodeada de gente inferior a ella tanto en estatus como en inteligencia; y necesitada de darle uso a la inteligencia con la que ha nacido, pero sin un medio adecuado donde canalizarla. Tanta inteligencia y creatividad atrapados en el cuerpo de una mujer joven y llena de energías, sin ocupación ni distracciones, terminan por canalizarse erróneamente: en un intento de manipular las vidas de sus vecinos, aunque sin mucho éxito.

Como puede apreciarse en la cita anterior, el lenguaje juega un papel fundamental en las manipulaciones de la protagonista. Es a través del lenguaje que Emma construye el mundo que la rodea; es decir, Emma construye la realidad en la que quiere vivir, en vez de reflejar la realidad en la que vive. La relación de la literatura con el lenguaje siempre ha sido conflictiva, y Emma no es la primera protagonista de Austen que juega a ser autora de su propia realidad. Catherine Morland ya lo intentó en su día. Que Austen visite de nuevo esta problemática refleja los intereses de la autora por el arte de la ficción y el dominio del lenguaje. Para Emma, como para cualquier autor, el lenguaje tiene la capacidad no de reflejar el mundo, sino de crearlo, y una y otra vez demostrará estar dispuesta a crear su propia realidad: inventa un romance entre su rival, Jane Fairfax, y un hombre casado; asegura que Harriet, aunque ilegítima, debe ser por fuerza la hija de un terrateniente; ve una y otra vez pretendientes para Harriet en hombres que no tienen el más mínimo interés en ella… Estos son los ejemplos más obvios, pero con la cita anterior ya puede apreciarse que Emma sabe manipular de forma sutil: Harriet tiene buen gusto porque aprecia a Hartfield y Emma como las joyas que Emma cree que son y, por lo tanto, tiene potencial para convertirse en una compañera ideal. Lo que Emma no quiere admitir, aunque el narrador nos lo señala mediante la narración indirecta de sus pensamientos y palabras, es que el potencial de Harriet va ligado a su capacidad para adular y hacer sentir importante a la señorita Woodhouse.

Harriet, por su parte, es una creación de Emma, no solo porque Emma la manipula y la instruye para convertirla en una versión mejorada de lo que era antes, sino porque Harriet se nos muestra principalmente a través de la mirada de Emma. Emma, a diferencia del narrador, es capaz de ignorar los defectos de Harriet, apartarlos a un lado puesto que no le son útiles, y centrarse solamente en sus virtudes. Emma, jugando a ser Dios, crea a Harriet a su imagen y semejanza. Cuando Frank Churchill le pide que le encuentre una esposa adecuada, le pide además que la adopte y la eduque, y Emma responde: «And make her like myself» (Austen y Shapard, 2012: 662); inmediatamente Emma piensa en Harriet, en proceso ya de conversión. Harriet es simplemente un apéndice de Emma; pero eso ya nos había quedado claro durante el cortejo del señor Elton, que para adular a la señorita Woodhouse, alaba el retrato que esta hace de la señorita Smith. Emma es la autora de Harriet, su creadora, y el señor Elton no se equivoca al decir que ha sido una mano hábil la que ha moldeado a esta nueva chica:

—Usted da a la señorita Smith todo lo que necesitaba—dijo—, usted la ha hecho graciosa y sosegada. Era una bella criatura cuando vino a usted, pero, en mi opinión, las atracciones que usted ha añadido son infinitamente superiores a lo que ha recibido de la naturaleza […]

—Quizá le he dado un poco más de decisión de carácter, le he enseñado a pensar en cuestiones que antes no se le habían presentado.

—Exactamente, y eso es lo que me impresiona principalmente. ¡Tanta decisión de carácter sobreañadida! Ha sido una mano hábil (Austen, 2007: 64-65).

Una mano hábil, como la de un escultor o un pintor. Emma es una artista comprometida con su arte, el arte de la ficción. Al transformar a sus vecinos y amigos en figuritas de papel, puede escribir una historia con la que entretenerse, una historia mucho más interesante que la realidad en la que se encuentra atrapada. Con Harriet como protagonista y convertida en alter ego de la Emma-autora, Emma queda libre para poder jugar a dramaturga, en vez de tomar el lugar que le tocaría: el de protagonista (o el de villana, según la perspectiva).

Si Emma es una buena escritora o no, no me interesa tanto como el hecho de que, tal y como profetiza al principio de la novela, el matrimonio supone el fin de su libertad. Para casarse, para ser digna de la mano del señor Knightley, Emma, al igual que Catherine Morland, debe renunciar a la escritura. La vida de una esposa y madre es incompatible con el ejercicio de la ficción. O, en otras palabras, al aceptar la mano del señor Knightley, Emma renuncia a su papel de autora para convertirse en la heroína de la historia. Si el sacrificio vale la pena o no, mucho me temo que cada uno debe llegar a sus propias conclusiones. Yo, por mi parte, agradezco que el destino de Austen no haya sido el mismo que el de la señorita Woodhouse.

Notas

Austen, J. (2007). Emma. Barcelona: Debolsillo.
Austen, J. y Shapard, D. M. (2012). The Annotated Emma. Nueva York: Anchor Books.