Una cuestión de horarios

El yate tiene una capacidad de aforo de unas 200 personas. Unas 120 agendaron la experiencia para ese día. En la página del sitio se anuncia que la visita está enfocada en el avistamiento de ballenas jorobadas: como es marzo, recién tuvieron a sus bebés y les están enseñando a nadar, comer y sobrevivir. Entre las olas cálidas del Mar de Cortés es donde los ballenatos tienen tiempo para jugar y alimentarse bien, ya que recién inicie la primavera, emprenderán un viaje largo hasta las aguas del polo norte.

Los turistas aprovechan el periodo de descanso de las jorobadas para verlas en persona. Algunos de ellos, por primera y única vez en sus vidas. La mayoría de los asistentes tienen la piel roja tras haber pasado algunos días en el sol. Casi todos vienen de Estados Unidos, tienen sobrepeso y no entienden ni media palabra de español. Además, la temporada se empalma con el Spring Break. Aunque en México no existe como tal ese periodo vacacional, Los Cabos, en Baja California Sur, recibe un influjo considerable de turistas estadounidenses más bien mayores, que tienen la idea de tomar tequila y pasarla bien bailando junto al mar.

José y yo estamos ahí por un encargo de trabajo. Originalmente, nos habían dicho que el tour estaba apartado para nosotros dos. Después del avistamiento de ballenas, habría una cena exclusiva sobre el Pacífico. Con la caída del sol, después de darle la vuelta a las formaciones rocosas del sitio, regresaríamos al embarcadero de la Marina. De ahí, una persona nos estaría esperando para llevarnos de regreso al hotel.

Por una cuestión de horarios, le pedimos a la agencia que comprara boletos para llegar un día antes. Aunque la idea era planear la grabación y el material en ese tiempo libre, la realidad es que José y yo nos entendemos bien: confío en su habilidad con la cámara, y él sabe que ya llevo muchos años escribiendo. Con esa idea, nos habían llevado a otras playas mexicanas antes. Las agencias de viajes me buscan mucho por la revista en la que escribo. Un avistamiento de ballenas, en pleno periodo de nacimientos nuevos, me había parecido como una buena idea. Hasta que zarpamos en un yate con 120 viejitos gringos.

Las más sexys de todas

La «expedición» estaba agendada para zarpar a las 4 de la tarde. Entre que algunos de nuestros compañeros de viaje se tropezaban con los escalones del yate, y que otros verdaderamente no entendían las instrucciones que se les estaban dando, salimos un poco después. Mientras esperábamos a que todo estuviera listo, el capitán del yate prende unas bocinas gigantescas para poner música de AC/DC. En ese momento, me hubiera gustado no saber nada de Angus Young.

Las viejitas estadounidenses se ven emocionadas. Mientas sus esposos, parejas y amigos se empinaban una cerveza tras otra, ellas intentaban moverse al ritmo pesado de la música. Entre canciones, una voz estridente les invitaba a divertirse en «la pista de baile», que no era otra cosa que la proa el barco. Por el movimiento que generaban los demás turistas, me sorprendí a mí misma pensando en quién pesaría más: los ballenatos recién nacidos, o nuestros compañeros enrojecidos por el alcohol y el sol.

Es marzo. Como tal, las ballenas están a punto de terminar su periodo de descanso en las aguas cálidas del norte de México. En ese espacio de tiempo, las mamás embarazadas dan a luz. Cuando los bebés ganan fuerza, les enseñan a nadar y a alimentarse por su cuenta. Esa es quizá la parte más relevante de su estancia en México, ya que emprenderán un recorrido de varios miles de kilómetros hasta las costas más septentrionales de Alaska.

El animador que insiste en gritar por las bocinas no le dice nada de esto a los turistas. Se limita a decir que «el espectáculo del día» será protagonizado «por ballenas jorobadas, las más sexys de todas, porque son mexicanas». Añade, como un comentario al aire, que el ecosistema del Mar de Cortés da hogar a otras especies de mamíferos marinos, como ballenas azules o grises. A veces, incluso orcas, que buscan el calorcito de las costas del país. Mientras dice todo esto, no para la música. Al contrario, parece tropezarse con las letras de AC/DC.

El tumulto se asienta

En el sitio de la agencia decía que toda la experiencia duraría, aproximadamente, 4 horas y media. De esas, para este punto hemos consumido al menos dos dándole la vuelta al puerto y a las formaciones rocosas típicas de Los Cabos.

—A su derecha pueden ver la Playa de los Divorciados. Señores, agarren a sus esposas, ¡porque no quieren terminar ahí! —se ríe el animador en inglés, con un acento pesado.

Entre la muchedumbre, José intenta grabar el paisaje y detalles sobre las olas. Aunque trae lentes oscuros, me doy cuenta de que se siente incómodo. Los estadounidenses a su alrededor le dan codazos, lo empujan, y yo solo me angustio más por la cámara que trae entre las manos. Después de 15 minutos de intentar, se acerca a mí y me dice que está preocupado:

—Llevamos casi tres horas aquí arriba y casi no tengo material.

Y sí, claro que quiero llorar.

Poco tiempo después, el animador anuncia que finalmente llegó el momento de buscar ballenas jorobadas. El yate aumenta la velocidad y, en poco tiempo, el arco de Los Cabos se queda atrás. La música se detiene. El tumulto de gringos alborotados se asienta; tal vez por el cansancio, tal vez por la expectativa. Siento paz: tal vez sí podamos completar una historia publicable de ecoturismo.

Persecución

A diferencia de otros cetáceos que visitan Los Cabos, las ballenas jorobadas son particularmente amigables con las embarcaciones. Los ballenatos y sus madres se acercan a ver a los turistas, quienes generalmente logran tocarlas. Así de cerca están de las personas. Esto generalmente ocurre con las lanchas con piso de vidrio o los juncos más pequeños. Con los yates también juegan, pero el ruido del motor y la gasolina les lastiman los oídos, la piel y les retumba en la cabeza.

El yate en donde estamos tiene, al menos, 120 personas a bordo; es poco probable que los animales se acerquen. En ese momento pienso que tal vez, como la música se detuvo, podamos verlas a cierta distancia. No me preocupa, porque José trajo cámaras listas para eso. La voz del animador me detiene en seco:

—¡Amigos! —escupe con su inglés pesado— Me informan que tenemos a nuestra primera ballena del día. ¡Es un bebé, y viene hacia nosotros!

El hombre dice que no es un recién nacido, pero que sí es muy joven. Cerca de nosotros, se escucha el chorro de agua que el ballenato expulsa por encima de la superficie del mar. A la par, los turistas se enciman en el barandal del yate para tomar fotos y videos, mientras el bebé salta y hace gracias. En eso, un grito:

—¡Ahí está su mamá! Ven, ballenita, ballenita. ¡Ven a conocer a tus amigos americanos!

El ballenato cae sin gracia, demasiado rápido. De pronto, se le deja de ver. Me doy cuenta de que, alrededor del bebé, ya había otros 6 yates esperando a que volviera a saltar. Antes de que el ballenato salte de nuevo, el lomo de su madre aparece entre las olas. Tal vez lo esté buscando. Si lo llama, los gritos del animador no nos permiten escucharlos:

—¡Ahí están de nuevo! —se emociona el hombre.

A la izquierda, ambos se alejaron de las embarcaciones para seguir saltando. El yate da una vuelta en seco, y avanza hacia ellos a toda velocidad. En lugar de avistamiento de ballenas, para entonces se me antoja como una persecución. Ninguno de los dos vuelve a saltar en un rato. La muchedumbre, molesta, pierde interés y forma en la fila para cenar. Algunos minutos más tarde, los veo volver con platos llenos de carne de res fría, queso amarillo y frijoles que parecen refritos quince veces.

José se acerca otra vez:

—De lo poco que pude grabar, parecen delfines.

Y se ríe con ironía. En ese momento, no quiero ni pensar en qué me va a decir mi jefa, qué voy a decirle a la agencia ni qué voy a escribir.

El show principal

—Bueno, amigos, es momento de dejar a las ballenitas atrás. Ahora sí, les preparamos el show principal del día. ¿Están listos?

Los estadounidenses vuelven a emitir gritos voraces de aprobación. La música pesada empieza nuevamente. Esta vez, es reguetón comercial. Por primera vez le veo la cara al animador quien, con otros 5 meseros, se reúnen en la proa.

—Señores, agarren a sus mujeres. ¡Este strip tease podrá volverlas locas!

En un intento de baile coordinado, los 6 empiezan a quitarse la camisa y a embarrar el culo en el suelo. José explota en carcajadas. Las viejitas estadounidenses se abochornan. Los señores chiflan. Y yo solo quiero tirarme por la borda para que alguna de las bestias del mar me trague para cenar.