Recientemente tuve ocasión de escuchar una entrevista realizada en el programa Es la mañana de Federico al que fuera mi profesor de Literatura Española en la universidad, Andrés Amorós, a quien admiro profundamente, con motivo de la serie emitida en Movistar+ el pasado verano, A la caza del amor, la cual está basada en la novela homónima. Este acontecimiento fue la ocasión perfecta para iniciar una serie de lecturas que desde hace tiempo tenía pendientes y, casi sin querer, me adentré en un apasionante universo vinculado no solo con la autora, sino con todo el clan de los Mitford, del que con dificultad he conseguido salir.

Es posible que Nancy Mitford sea el personaje hoy más recordado, pero en realidad solo se trata de la punta del iceberg, el extremo de la madeja del que comenzar a tirar, la carta de presentación de una familia tan excéntrica como interesante.

Los Mitford, descendientes de una larga estirpe de la aristocracia inglesa con lugar propio en la Cámara de los Lores, con la abrupta llegada del siglo XX tendrán que presenciar una letanía de cambios sociales, políticos y económicos que harán tambalear los sólidos cimientos que mantienen en pie los ostentosos castillos que albergan sus lugares de residencia.

Lord Redescale y su señora, que han bebido conformes con la tradición, van a dar de bruces no solo con la oleada democrática que pone patas arriba a la sociedad del momento y que va a significar el fin de una era, sino que además tendrán que aceptar que sean sus propias hijas las más fervientes abanderadas de los nuevos tiempos.

Cada uno a su manera, todos los vástagos Mitford (seis chicas y un chico) van a hacer gala de una fuerte personalidad que los llevará a perseguir sus ideales por encima de todo. Pero serán algunas de las hermanas (rebeldes, inconformistas, transgresoras, modernas) las que se abandonen con una pasión extrema a aquello que profesan, sin importarles el riesgo o las consecuencias.

Unity, rubia, alta y de ojos azules, responde fielmente al ideal de raza aria al que Hitler aspiraba. Obnubilada por la figura del dictador y lo que este representa, corre a Alemania con la única intención de hacer posible un encuentro. Y no solo lo logra, sino que durante años va a formar parte de su círculo más íntimo de exultantes aduladores. Hasta que una mañana, tras haber declarado Gran Bretaña la guerra a Alemania, se dirige a un parque en Múnich y, con la pistola con el mango de perla que el Führer le ha regalado, se pega un tiro en la cabeza. Aunque sobrevivirá al intento de suicidio, la parte del cerebro destruida por la bala la deja reducida a un estado infantil. Años después, en su tumba rezará para siempre el epitafio: «No digas que la lucha no sirve de nada».

Diana, casada en primeras nupcias con uno de los herederos Guinness, renuncia a la confortable vida familiar que le proporciona el matrimonio en favor de una vida extraconyugal en los brazos del que durante años será su amante, Oswald Mosley, político fascista con el que, una vez fallecida la desafortunada señora Mosley, llegará a casarse. También cultivará cierta amistad con el líder nazi, gracias a la cercanía que este tiene con Unity. Todos estos vínculos políticos harán que vaya a prisión al estallar la Segunda Guerra Mundial (dos de sus hermanas testificaron en su contra) durante tres años, aunque, sin embargo, allí gozará de ciertos privilegios por la relación familiar que la unía con el primer ministro Churchill. Una vez fuera de la cárcel y en el exilio, conoce a Wallis Simpson, con la que tiene una relación muy cercana que más tarde no dudaría en recrear en su libro La duquesa de Windsor: en este relata sus muchas confidencias y una buena cantidad de lindezas relativas a cuestiones íntimas que no dejan en grato lugar a la que fuera su amiga y protagonista del libro.

Jessica llevaba años planeando su huida y cuando, finalmente, la pudo llevar a cabo fue con un primo lejano con el que, desde el primer momento, se sintió fuertemente unida por los sólidos valores que este profesaba. Juntos viajaron a España para luchar en la guerra civil y donde, en contra de la opinión de sus familias, se casaron. Vivieron en Europa y luego en Estados Unidos, habitando siempre los lugares más inhóspitos, escasos de recursos económicos. Allí, Romilly se alistó en las fuerzas aéreas durante la Segunda Guerra Mundial y será dado por desaparecido tras un ataque a la Alemania nazi. Después, Jessica se afiliaría al Partido Comunista y, junto a su segundo marido, emprendería una lucha por los derechos civiles de la población negra. Fiel a sus principios, que distaban mucho de los de sus hermanas, tan solo volvería a coincidir con ellas en contadas ocasiones desde que se marcharse de su casa.

Las dos hermanas restantes, Pamela y Deborah, llevan una vida acomodada, acorde a su situación social, sin escándalos sentimentales, dedicadas al cuidado de su familia, sus perros, sus caballos y sus jardines. Se diría de ellas que son demasiado inglesas y adaptadas al ambiente al que pertenecen.

En último lugar estaría Thomas. Estudió en el Eton College y gracias a ello Nancy pudo establecer grandes y sólidas relaciones con muchos de sus amigos, entre los que contaban artistas y escritores. Para no luchar contra Alemania, dada su simpatía nazi, se alista en el servicio para combatir en Birmania, donde muere asesinado.

Todas las hermanas escriben: un buen puñado de obras biográficas y de ficción salieron de sus plumas y es interesante resaltar sobre todo la enorme correspondencia que entre ellas intercambiaron sin cesar durante todas sus vidas, mucha de la cual ha sido recogida en una excelente labor de recopilación por parte de Charlotte Mosley, nuera de Diana (en España, Las Mitford: cartas entre seis hermanas, editado por Tres Hermanas). Sin embargo, la auténtica novelista era Nancy.

La mayor de los Mitford había estado muy vinculada desde su juventud con los amigos de su hermano, con los que comparte intereses intelectuales. Tras varias relaciones infructuosas en las que cabe destacar la homosexualidad y las infidelidades de ellos, Nancy conoce al coronel Gaston Palewski, secretario del general De Gaulle. La relación que mantiene con este hombre, que nunca dejó de ser clandestina, se prolongó durante varias décadas, hasta que Palewski contrae matrimonio con otra mujer. La obra de Lisa Hilton, The horror of love, relata los pormenores de este idilio, tras cuya lectura uno solo se puede preguntar (como tantas veces) por qué una mujer tan brillante hizo tan malas elecciones con los hombres.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, deja Inglaterra para afincarse en París y así poder estar más cerca de Palewski, pese a lo inestable de esa historia. Ya había vivido en la capital francesa años atrás, motivada por el deseo de triunfar como pintora, aspiración a la que tuvo que renunciar al admitir que carecía del talento necesario para tal empresa.

Nancy pasará el resto de su vida en Francia (primero en París y luego en Versalles). Allí disfruta de una agitada vida social y literaria, en compañía de sus numerosas amistades procedentes de la aristocracia y el mundo del arte, con los que nunca ha perdido el contacto. Entre estos últimos está el escritor Evelyn Waugh, cuya sincera amistad se refleja tanto en las cartas que ambos intercambiaron (The letters of Nancy Mitford and Evelyn Waugh, también editadas por Charlotte Mosley) como en las mutuas dedicatorias de los libros de ambos.

Nancy elabora una buena selección de obras de ficción, ensayos y biografías, además de trabajar en una columna para el London Sunday Times. En las obras de ficción encontramos al coronel entre los personajes de A la caza del amor y Amor en clima frío (el seductor Fabrice Sauveterre), pero sobre todo en ellas habrá infinidad de detalles autobiográficos: recogidos de su propia vida, de su infancia y de las extravagantes vidas de sus hermanas, con un trasfondo que resulta el más vivo retrato de lo que fuera la alta sociedad, que en aquellos momentos se encontraba ya en decadencia. Tiene en sus manos un vasto material literario al que no hay mejor forma de dar salida.

Una de sus obras más celebradas fue precisamente el ensayo acerca de los usos y costumbres de la nobleza inglesa, en el que, equipada de su humor característico, explica cuáles son las diferencias entre la «U=upper-class» y la «non-U=non-upper-class» (Noblesse Oblige: An Enquiry into the Identificable Characteristics of the English Aristocracy). Tradiciones que habían pervivido generación tras generación para ir a parar a las manos de los franceses en formato de barroco folletín. Una perfecta crónica rosa de la época.

Cabe reseñar que lo más significativo de todas estas obras como del estilo de Nancy Mitford es la comicidad y la ironía que derrocha, humor heredado de Wilde y de Wodehouse, que también será un rasgo muy característico de su personalidad.

Pero en su haber se encuentra, además, una interesante serie de biografías que merecen la pena ser conocidas acerca de figuras históricas relevantes, algunas de ellas francesas, familiarizada como estaba con aquel que era su país de acogida: Voltaire, Luis XIV, Madame de Pompadour o Federico el Grande.

Volviendo a las primeras líneas, el pasado verano se estrenaba la serie en tres capítulos, A la caza del amor, dirigida y producida por Emily Mortimer. Ambientada en el periodo de entreguerras (años 20-30), la obra presenta los entresijos de una familia perteneciente a la nobleza, los Radlett (el alter ego de los Mitford). Pero se centra especialmente en la relación entre las dos primas, Linda Radlett y Fanny Logan (la narradora): la primera, impulsiva y enamoradiza; la segunda, prudente y reflexiva. Dos mujeres que han forjado sobre sus diferencias una perfecta amistad, que sueñan con encontrar el amor, cada una a su manera, mientras leen a Virginia Woolf, y cuyas vidas seguirán caminos muy distintos, sin llegar nunca a separarse.

La serie, bastante fiel a la novela, resulta el excelente reflejo de una época: cómo eran las presentaciones en sociedad, el modo de vida, los trajes, los bailes, las recepciones, los castillos y una colección de tópicos propios de la aristocracia que se presentan con tono de burla. Llama la atención el modo de pensar y de entender la vida, los cambios que se hacen cada vez más patentes, el declive de ese mundo repleto de riqueza y elegancia, la libertad que va adquiriendo la mujer. La vida bohemia, el jazz, la literatura, la música y el arte.

Todos estos aspectos que hacen grande a la novela están presentes en la serie, sin embargo, esta última, como no puede ser de otro modo, se limita a ser una relación de hechos, quedándose así en lo más somero de la obra. Se pierde el tono amable y desenfadado que emplea la autora, el espíritu, el estilo irónico que supone ese refinamiento estilístico y esa inteligencia en la escritura (como tan bien apunta mi querido Amorós) que la hacen magnífica.

No puedo más que recomendar encarecidamente la obra de Nancy Mitford, una gran autora: magistral, inteligente y divertida en su escritura, rasgos que ningún lector puede desechar, además de ser una excelente cronista. De ella se dice que tuvo una vida, si cabe, más apasionante que sus libros, algo difícil de evaluar, pero lo que es seguro es que tanto ella como su familia por entero despiertan una gran curiosidad, dado que, en especial las hermanas, hasta la más sensata resulta extraordinaria, por lo que también recomiendo acercarse a esas otras lecturas (Las hermanas Mitford. Retrato de una familia y una época extraordinarias, Annick Le Floc’hmoan, como texto iniciático).

Para terminar, nada mejor que acudir al prólogo de A la caza del amor, en el que José Carlos Llop concluye con el que sin duda es el mejor de los finales: «Es uno de esos libros que uno debe llevarse a una isla desierta para no volverse un misántropo».