La percibí acercándose por detrás mío mientras subíamos las escaleras del ferrocarril subterráneo en Barcelona. Salimos a La Rambla,1 antes fue torrente embarrado y muralla medieval, ahora es un paseo internacional de 1.2 km que baja hasta el mar. Es invierno, es mediodía y luce un sol primaveral. Ella lleva puesto un vestido naranja de una sola pieza, lo lleva muy ajustado, pegado al cuerpo, pero vuela libre más arriba de las rodillas: es de algodón suave. Quiero ver su belleza escultural desde atrás, camino más despacio y dejo que me adelante; lo consigo: su piel es morena de sol mediterráneo, las piernas robustas y el paso firme. Ando tras ella, la sigo de cerca; no puedo ver su cara, pero sí contemplo su cuerpo en movimiento: su larga cabellera oscura recogida en coleta llega hasta la cintura y se balancea a un lado y a otro. Una mascarilla quirúrgica cuelga de su oído derecho, vivimos en tiempos de COVID-19; más abajo, el brazo izquierdo y la mano flotan soportando un cigarrillo encendido. Del otro hombro cuelga un bolso grande de cuero negro, del bolso sobresale un trozo de tela blanca que viaja muy apretada.

En la cabecera de La Rambla se reunía el hampa de la ciudad a la sombra de las murallas hasta el siglo XVI;2 en el primer kiosco de periódicos las noticias hablan hoy de los políticos y de la corrupción. Tres señoras de avanzada edad sentadas en las sillas del paseo —ahora gratuitas, antes de pago— observan al personal que circula y comentan entre sonrisas y muecas la variada vestimenta de los personajes que por allí vagan. Una mujer latina alta y delgada se desplaza haciendo equilibrios sobre unos zapatos color platino con tacones de vértigo. Una parejita de chino-europeos pasea agarraditos de la mano, pasean despacio mientras una rubia polaca agarra con los dedos el vuelo de su falda que el viento quiere levantar. Todos son turistas locales. La Rambla de Barcelona recobra la normalidad mientras los comerciantes esperan a que vuelvan los turistas internacionales después de la pandemia.

Mi «mujer naranja» se para en la Fuente de Canaletas. ¡Buen presagio!, pues dicen que «quien bebe de esta fuente volverá a Barcelona». Se acerca al grifo, aprieta fuerte, sale el agua fresca, ladea la cabeza y acerca su boca; es ahí donde descubro sus labios carnosos, sus pechos voluminosos y las dos nalgas bien perfiladas: imagino que lleva un minúsculo tanga de gasa transparente a juego con el vestido. A escasos metros reluce el edificio de la Academia de Ciencias y Artes inaugurado en 1894; en su cúpula George Orwell pasó tres días y tres noches agarrado a un fusil defendiendo a sus camaradas del POUM durante la Guerra de España (mayo de 1937).3 La planta baja es un teatro.

Es invierno, hace frío y todos vamos muy abrigados, pero mi «mujer naranja» viste corto y luce los muslos duros. Sigue avanzando Rambla abajo, deja a un lado los feos quioscos que venden helados. Su bolso y su coleta cuelgan y se balancean al ritmo de sus caderas. En la esquina de calle del Carmen lee las señalizaciones con la iglesia barroca de Belén (1680-1729) al fondo. Baja y entra en el Mercado de la Boquería construido en el solar que dejó el convento de los carmelitas incendiado durante el asalto anticlerical de 1835;4 observa los puestos que venden fruta fresca: compra manzanas, uvas y melones. Retrocede. Baja por La Rambla hasta el Teatro del Liceo, construido sobre las ruinas y sobre el cementerio del convento de los Trinitarios Descalzos incendiado durante la revuelta de 1835.5 Siete putillas de escasa edad ofrecen sus servicios en el bar de la esquina, oficio de larga tradición en la ciudad pues ya en el siglo XIII el Rey prohibió ejercerlo en la esquina de Santa Ana. Cinco pakistaníes apostados a la salida del metro repasan a mi «mujer naranja» de arriba hasta abajo y de abajo hasta arriba, se les van los ojos tras ella, lanzan comentarios de gozo en idioma urdú. Hace frío en Barcelona, ella lo nota en sus carnes; por eso entra en el Café de la Ópera y se toma rápido un chocolate caliente. Sigue sola, rumbo hacia el mar.

Justo en la entrada de la Plaza Real ella tiene que detenerse para evitar ser atropellada por dos coches policiales que cruzan el paseo peatonal a gran velocidad; se inquieta, agarra el bolso de cuero negro, esconde dentro la tela blanca y acelera el paso. Consigue alcanzar el que fuera lujoso Hotel Cuatro Naciones en el número 40 de La Rambla, construido en 1706 y reformado en 1837. En 1839 Chopin6 se alojó aquí camino de Mallorca enfermo de tuberculosis, se dice que al pagar la factura el hotel le cobró el coste de quemar la cama y desinfectar la habitación; también durmieron aquí Stendhal,7 Búfalo Bill y Albert Einstein. España fue neutral durante la Primera Guerra Mundial y Barcelona se convirtió en centro productor de uniformes militares para ambos bandos y en lugar de refugio y diversión para millonarios que vinieron de todo el mundo. Durante la Primera Guerra Mundial las bañeras de cabarés y hoteles de lujo se llenaban aquí con champaña en el cercano prostíbulo-cabaré La Criolla y en el prostíbulo de Madame Petit8 —lugares iniciáticos donde Jean Genet9 le robó la capa a un guardia civil—, y también en el lujoso cabaré Edén que Picasso le había dedicado antes el cuadro Dama en Edén Concert;10 local ahora reciclado para aparcamiento de coches por horas. Barcelona se llenó de espías de todos los bandos y el Hotel Cuatro Naciones fue su hogar; ahora es un bonito hotel de dos estrellas. Muy cerca en la Plaza del Teatro, quedan el que fue Teatro del Hospital de la Santa Cruz (1601), ahora llamado Teatro Principal, y el que fuera Club Panam's para el desahogo de marines de la VI flota Norteamérica.11, 12 Justo en la esquina están el Arco del Teatro y el mítico kiosco La Cazalla (1729) que vende aguardientes. En frente, dentro del parquin, quedan restos de la muralla romana que fue derribada en el siglo XVIII y cuyas piedras fueron utilizadas para construir los sillares del puerto.13

Mi «mujer naranja» llega hasta el monumento14 a Cristóbal Colón; compra tickets para el ascensor que sube a la cima de la torre y se introduce en él. La he perdido de vista, me quedo estupefacto mirando hacia la estatua que aguanta de pie allá arriba inmóvil, a 50 metros del suelo; una paloma sobrevuela alrededor, se posa en el dedo de Colón. De pronto, una larga tela blanca se despliega desde lo alto y baja hasta media altura con letras escritas en color naranja:

¡Feliz 2022!

Haz el amor y no la guerra.

Notas

1 Rambla viene de ramlah en árabe clásico, significa «arenal».
2 Carandell, J. M. (1982). Nueva guía secreta de Barcelona.
3 Orwell, G. (1939). Homenaje a Cataluña.
4 Para más detalles consultar.
5 Lagarda-Mata, S. (2010). Fantasmas de Barcelona. Ángel Editorial. p. 31.
6 El Nacional.
7 Descrito por Stendhal en Memorias de un turista, 1838.
8 Madame Petit.
9 Genet, J. Diario de un ladrón, escrito en la cárcel y publicado en 1949.
10 Edén Concert.
11 Historia de Barcelona.
12 Perdida entre culturas.
13 Carandell, J. M. (1982). Nueva guía secreta de Barcelona.
14 Monumento a Colón.