Mi mayor ilusión es seguir teniendo ilusiones.

(José Narosky)

Una ligera lluvia le ha dado la bienvenida al día y los caminantes abrevian su andar al pisarme. Sus pasos, más precavidos que de costumbre, no ocultan nada para mí. Tengo el don de apreciar la delicada pisada de la damisela y la gentil pisada del caballero, la humilde pisada del pobre y la ostentosa pisada del rico, la asidua pisada del vecino y la curiosa pisada del visitante, la vivaracha pisada del niño, la vigorosa pisada del joven, la equilibrada pisada del adulto y la tambaleante pisada del anciano.

Me ilusiono cuando reconozco la segura pisada de quien sabe a dónde se dirige.

Durante mi existencia —voy para dos siglos— he soportado estoicamente el paso de millones de seres de todas las razas, religiones, ideologías y condición social. Puedo captar, por la intensidad de las pisadas, si el caminante es de izquierda, de derecha, o de cualquiera de sus matices. Percibo la aristocrática pisada del noble, la rigurosa pisada del magistrado, la lenta pisada del burócrata, la ambigua pisada del candidato, la elocuente pisada del parlamentario y la marcial pisada del militar.

Me ilusiono cuando reconozco la íntegra pisada de quien es honesto en sus intenciones y en su proceder.

Podrás encontrarme cuando ingreses a la Plaza Mayor por la entrada sur. Soy el tercer escalón. El del medio. Si me observas con atención notarás que estoy revestido de mármol gris y si decides investigar descubrirás mi origen mediterráneo. Soy un producto de la imaginación y del esfuerzo de muchas personas que aportaron sus diferentes conocimientos y habilidades para hacerme una realidad. Soy capaz de advertir la abnegada pisada del médico y la desprendida pisada de la enfermera, la meticulosa pisada del contable y la calculadora pisada del ingeniero, la diligente pisada del ejecutivo y la ruda pisada del obrero, la astuta pisada del comerciante y la convincente pisada del vendedor, la bohemia pisada del artista y la laboriosa pisada del artesano, la piadosa pisada del sacerdote y la sabia pisada del maestro.

Me ilusiono cuando reconozco la esmerada pisada de quien gusta de hacer bien lo que hace.

He sobrevivido a tres remodelaciones, varios temblores y dos terremotos, a miles de protestas, numerosas revueltas populares y decenas de gobernantes. Puedo adivinar las intenciones de los andantes y así identifico la huidiza pisada del ladronzuelo, la escalofriante pisada del asesino, la falsa pisada del estafador, la desleal pisada del traidor, y también la generosa pisada del filántropo y la ejemplar pisada del virtuoso.

Me ilusiono cuando reconozco la inspiradora pisada de quien hoy decidió hacer, o seguir haciendo, el bien a sus semejantes.

No me afecta el clima de la naturaleza, pero sí el que emana del sentir de los caminantes solitarios. Reconozco la melancólica pisada del pesimista y la eufórica pisada del optimista, la atormentada pisada del que sufre y la alegre pisada de quien es feliz, la rencorosa pisada del resentido y la desinteresada pisada del agradecido, la nostálgica pisada de quien añora y la idealista pisada del visionario.

Me ilusiono cada vez que reconozco la sosegada pisada de quien se encuentra en paz consigo mismo.

Soy consciente de que un solo escalón no hace una escalera. Me entusiasman los transeúntes que comparten su andar y puedo diferenciar la despreocupada pisada de los colegiales y la vivaz pisada de los universitarios, las atléticas pisadas de los deportistas y las rítmicas pisadas de los músicos, la encubridora pisada de los compinches y la etérea pisada de los enamorados.

Me ilusiono cada vez que reconozco la fraternal pisada de quienes, juntos, dan un aporte positivo a la sociedad.

Acabo de soportar la autoritaria pisada del poderoso. Comentaba a sus acompañantes de servil pisada su decisión de reconstruir completamente la plaza para adecuarla a los tiempos modernos. Percibí entonces cómo avanzaban, presurosas, las codiciosas pisadas de los contratistas.

No sé si podré volver a ilusionarme.