En noviembre de 1938 daría inicio el pogromo contra los judíos alemanes, justificado de manera irracional por el asesinato de Ernst vom Rath, funcionario alemán en París a manos de Herschel Grynzpan, un judío polaco que lo habría atacado.

Sin embargo, está claro que el pogromo solamente fue la cara pública de un pueblo que ya tenía exacerbados sus sentimientos contra los judíos, que desde antes ya les había juzgado y acusado de una serie de delitos contra la identidad alemana (también contra otras identidades europeas) y fue por medio de este pogromo que empezaron a probar hasta dónde eran capaces de llegar masas enardecidas cuando la chispa de la irracionalidad encendiera el fuego de sus deseos de endosar a alguien las frustraciones de su situación.

Lo que vendría después; incluyendo la shoah, fue el punto definitivo de la tragedia que se venía augurando. Las juderías europeas no volverán a ser las mismas y el antisemitismo no volverá a verse con los mismos ojos de indiferencia como fue en ese momento donde se pensó se trataba de un sentimiento que, pese a ser irracional, no iría tan lejos como finalmente ocurrió.

Muchas instituciones se dedican en la actualidad a mantener viva la memoria de lo que esta tragedia significó para el pueblo judío, como una alerta para todas las sociedades, bajo la clara premisa de que la violencia que comienza con los judíos, no necesariamente se acaba con ellos.

Yad Vashem, museos de la tolerancia, centros de estudios completos para hacer análisis de genocidios comparados y de lucha contra la discriminación se hacen eco hasta hoy para evitar que esto vuelva a ocurrir. Pero, el germen del antisemitismo sigue ahí presente, el odio irracional basado en prejuicios o premisas infundadas reaparece una y otra vez en diferentes lugares, principalmente en Europa.

Ultranacionalistas franceses, falangistas españoles, neonazis alemanes, entre otros son solamente una cara del antisemitismo vivo que aun refleja los dejos del fascismo del siglo XX, como si entre esos grupos el tiempo se hubiera detenido y sus ideas irracionales nunca hubiesen pasado por un análisis racional.

Ataques contra sinagogas, cánticos racistas y agresiones a personas judías por llevar sus distintivos religiosos son solamente una parte de una larga lista de situaciones que aun hoy se reportan. Incidentes que, si bien quedan registrados, no están logrando enviar al baúl de los recuerdos el flagelo del odio antijudío.

La educación contra el odio es un pilar fundamental contra el odio irracional, sin embargo, no es el común de las actuaciones sociales. Hay un fallo en el sistema cuando los eventos sobre la shoah son enseñados solamente como una referencia histórica y no se ve el contexto que se puede replicar posteriormente.

Lo anterior es evidente cuando se analiza que después de la shoah, existieron otros casos de genocidios en los que la actuación criminal de los Estados comenzó con una deshumanización de los individuos, crearon toda la plataforma en el entorno adecuada para poder llevar adelante el exterminio y el odio no terminó después del crimen, sino que se ha mantenido tan irracional como en sus primeras manifestaciones.

No importa si ya han pasado 83 años desde el inicio del genocidio contra los judíos a manos del nacionalsocialismo, la memoria debe prevalecer para siempre, como una alerta constante de que la irracionalidad no tiene caducidad y que en cualquier momento podría repetirse, bajo distintos estándares o al margen de nuevas excusas.

En aquel momento se acusaba de una falta de integración de los judíos a la sociedad alemana o de una doble lealtad. Hoy el discurso es similar, incluso involucra esta doble lealtad asociándolos con el Estado de Israel, o usando al Estado de Israel como herramienta para que el antisemitismo tenga un asidero que parezca «racional», pero que no lo es para nada; es el mismo fantasma del pasado, solo que con un disfraz nuevo, donde lo primero que se dice es que los judíos no deben estar en un lugar, los judíos no deben mezclarse con otros y, finalmente, que los judíos deben desaparecer, tal y como lo plantearon los nazis en ese momento.

Recordar, enseñar y nunca olvidar; y para los perpetradores no habrá nunca ni perdón ni olvido, que sea su memoria borrada de los albores de la historia, pero que lo hecho quede por siempre recordado para que esto no se repita jamás.