De aquellos años lejanos como jefe de redacción publicitaria, recuerdo una máxima que aún me esfuerzo por cumplir: «Es importante que el experto respete tus conocimientos, pero más importante es que el lector común comprenda tu lenguaje».

Hay diferentes motivos por los que una comunicación, particularmente del tipo escrito, resulta ininteligible para el público en general. Y hay diferentes formas en las que puede serlo.

Con respecto a estas últimas, y especialmente en publicaciones con contenido académico, el desprevenido lector puede encontrarse con la necesidad de realizar un esfuerzo mayor que el que estaba dispuesto a invertir, y desiste. En este caso, el objetivo del tal escrito queda anulado al fracasar en su propósito de hacer llegar al público ciertos conocimientos.

Seguramente, la forma en que la ininteligibilidad se presenta con mayor frecuencia en la utilización de una jerga especializada al alcance solamente de una minoría de iniciados. Por otra parte, también podemos encontrar una redacción nefasta capaz de poner en peligro nuestra inteligencia emocional; como, por ejemplo, oraciones que se prolongan por 10 o más líneas, a cuya mitad ya es difícil recordar qué se decía al principio. O puede tratarse de sintaxis importadas en traducciones literales, resultando en enfrentarnos al mismo idioma extranjero, pero con palabras españolas. Y todo esto sin olvidar a los enamorados de su pluma que se regodean en llenar una cuartilla tras otra hasta que se les acaba la tinta, haciendo caso omiso del aforismo de Gracián: «Lo bueno, si breve, dos veces bueno». En cualquier caso, toda piedra colocada en el camino del bienintencionado público lector es algo lamentable y contraproducente.

Con respecto a los motivos subyacentes, nos podemos preguntar si esta ininteligibilidad es producto de una estrategia del autor para lucirse, aunque no se le entienda, si lo hace por descuido y falta de consideración hacia el público en general, o si lo necesita hacer porque se dirige al nicho especializado de sus propios colegas.

En un sustancioso artículo, la editora profesional Letitia Henville -escribiendo su columna Ask Dr. Editor, para UA/AU de las universidades canadienses1-, expone diversas circunstancias en las que la utilización de la «jerga especializada» puede ser no solo aceptable sino necesaria.

En tal sentido, defiende que la jerga académica sirve para resumir conceptos que necesitarían largos párrafos para ser explicados. El empleo de vocabulario inusual también puede tener un efecto estilístico positivo, algo que recomienda el mismo Aristóteles. Esquemáticamente, la editora Henville señala los siguientes casos de utilización de jerga:

  1. Términos propios de un nicho. Por ejemplo, «embocar» es para músicos lo que «forma de tocar la trompeta» significa para el público ajeno al gremio. Igualmente, el término psicológico «ecuanimidad» sería comprendido con mayor claridad por el lector general expresado como «equilibrio mental».

  2. Acrónimos. Por ejemplo, el VAR tan familiar para los aficionados al fútbol resulta incomprensible en países en los que este deporte es marginal. Sin embargo, hay acrónimos ampliamente conocidos y de gran utilidad, como ADN, ONU, y muchos otros.

  3. Palabras eruditas del propio idioma innecesarias. La autora pone como ejemplos «utilizar» en vez de «usar», «iniciar» en vez de «empezar». Lo que aisladamente puede parecer un detalle sin importancia, produce un escrito «pesado» cuando se acumula. Así pues, concluye este punto: «Si quieres que tus lectores entiendan, recuerden y citen tu trabajo, te conviene reducir la carga cognitiva que tu escrito coloque sobre sus hombros». (O, dicho de otro modo, no pretendas que tus lectores tengan que obtener una maestría para entender lo que escribiste.)

Contrario a lo anterior, el lenguaje académico críptico es beneficioso para su autor cuando se trate de solicitar financiamiento para una investigación o cuando pretenda, conscientemente, excluir al público no especializado.

En resumen, el principal propósito de una publicación de contenido académico es transferir ideas y conocimientos de un emisor a un receptor. Lo que necesita el respectivo autor es saber distinguir a qué público se está dirigiendo, y no torpedear su propio trabajo impidiendo el pleno provecho de su lectura.

Notas

1 Henville, L. Jargon can make for good academic writing. University Affairs/Affairs universitaires, Jan 20 2020.