Cree usted en un Dios padre hecho, por la religión, a imagen y semejanza del hombre (masculino). Pues tenga mucho cuidado, podría llevarse una gran sorpresa. Podría ser más mucho más humano y profano de lo que usted piensa. Incluso podría tener familia, preferencias sexuales y sentimientos mundanos como nosotros los hombres (humanos).

De las tres religiones abrahámicas y monoteístas que creen en un Dios único y rector del universo —el judaísmo, el cristianismo y el islamismo—, la primera, el judaísmo, es la más antigua y, por ende, la que sentó las bases políticas y religiosas de las otras dos. Eso por cuanto las tres religiones basan y afirman sus principios morales, éticos y religiosos en los mismos contenidos dogmáticos provenientes de los 5 Libros del Pentateuco, variando únicamente la forma de la redacción y el contenido; según sea: la Tora, el Antiguo Testamento o el Corán. Recordemos que Jesús de Nazareth era judío y basó sus prédicas y enseñanzas (parábolas) en una combinación de creencias y relatos provenientes de la fe judía; así como de otras creencias, culturas y religiones, adquiridas a través de sus viajes y experiencias antes de ser profeta y sentar su ministerio. Y recordemos que, según la tradición oral y escrita del Corán, el libro sagrado del islam y la palabra de Dios (Allāh, الله), revelada a Mahoma (Muhammad, محمد), fundador del islam y su máximo profeta, este (Mahoma) recibió las revelaciones Dios (Alá) por medio del arcángel Gabriel (Ğibrīl, جبريل).

Pero, se ha preguntado usted, de dónde nació la creencia política y religiosa en un Dios único y personal hecho a imagen y semejanza del hombre. Esta creencia tuvo sus orígenes en la Edad del Bronce; según los registros históricos, en las últimas décadas del siglo XIII a. C. en la región de Canaán. Antes de fundarse los antiguos reinos Israel (Samaria) y Judá durante la Edad del Hierro, los primeros hebreos (israelitas) eran nómadas del desierto que vivían en tiendas y poseían rebaños de cabras y ovejas; originarios de Mesopotamia, un antiguo pueblo semita del Levante mediterráneo (Cercano Oriente). Según la tradición oral y escrita, el pueblo hebreo siguió a Abraham, considerado el primer hebreo y su patriarca. Tras abandonar Caldea y tras atravesar «del otro lado del río» Éufrates, se asentaron en Canaán, la «tierra prometida» de Dios. Abraham era natal de Ur (ciudad caldea). También según la tradición oral y escrita, el Dios de Abraham era Yahweh, nombre propio masculino y vocalización del término hebreo «YHWH» (en la escritura hebrea se eliminan las vocales): Dios único y personal y Dios creador del universo.

Pero sabía usted que Yahweh tuvo sus orígenes en El (אל, en hebreo) «padre de todos los dioses» y máxima deidad de los cananeos en los tiempos de los primeros hebreos. De hecho, en hebreo, Elohim es el plural de Eloah, derivado del dios El.

Según la mitología cananea, El vivía en una carpa en una montaña de cuya base se originaban todas las aguas frescas del mundo, junto a Asherah, quien era la principal deidad femenina de los cananeos, la «madre de todos los dioses» y esposa de El (además de la diosa de la fertilidad y del amor sexual).

Y como era de esperarse de los antiguos dioses, El y Asherah tuvieron muchos hijos: los «setenta hijos de Athirat» (una variante del nombre Asherah), presumiblemente eran los hijos de Athirat con el dios El. De ellos y ellas, el más prominente de todos fue Baal (hijo de El) que, con el tiempo, se convirtió en la deidad principal (rey de los dioses) de los cananeos y representante del poder militar en el cosmos; luego de derrocar en una batalla épica a Yam (dios del mar), su hermano e hijo de El (dios supremo). El apoyaba a Yam para convertirse en el rey de los dioses y del universo. Pero para hacerlo, debía derrocar en batalla a Baal, su hermano y más claro y legítimo oponente. Así las cosas, al haberse invertido el resultado, El perdió su dominio sobre los dioses y se transformó en el «poder ejecutivo» del mundo y la mitología cananea.

En otras palabras, los israelitas inicialmente veneraban a Yahweh como el dios nacional de los reinos Israel (Samaria) y Judá durante la Edad del Hierro. Pero junto a él, también a una variedad de dioses y diosas cananeas (sus antepasados), incluyendo a El, Asherah y Baal. No fue sino hasta el período de los Jueces, durante la primera mitad de la Monarquía del Antiguo Israel que, El y Yahweh confluyeron en un proceso de sincretismo religioso. Como resultado de eso, el nombre hebreo de El (אל) se volvió en un término genérico para «dios»; sinónimo de una deidad específica, y epítetos como «El Shaddai» (Dios todopoderoso) empezaron a usarse para Yahweh (Dios único); disminuyendo la importancia de El y fortaleciendo la de Yahweh.

Con el tiempo, Yahweh absorbió los rasgos y los poderes divinos de Baal, El y Asherah. De Asherah absorbió los aspectos divinos femeninos de la Shekinah («la radiancia» o «la presencia» de Dios). De Baal, su naturaleza como dios de la lluvia, el trueno y la fertilidad; asimilada en la identificación de Yahweh como el propio con la tormenta. Del dios El, su nombre (Elohim) y representación como Dios de Israel. Posteriormente, los líderes de la religión israelita separaron aún más a Yahweh de su herencia cananea; primero rechazando la veneración de Baal como dios (en el siglo IX a. C.), y luego con la condenación de los profetas de Baal (en los siglos VIII a VI a. C.); así como a los Asherim (la adoración del sol y la adoración en lugares elevados), las prácticas mortuorias y otros ritos similares. Finalmente, durante la Segunda Edad del Hierro, Yahweh se consolidó como el Dios de Israel y su nombre propio cambió a Yahveh.