Querido Don Victor:

Es una alegría y un alivio poder comentar con usted la permanente relación entre su mundo dominado por la oscuridad del nazismo y mi tiempo. Ahora quiero hablarle como siempre de su Diario, pero en el año de 1939. La guerra tantas veces anunciada se inicia y la tragedia toma fuerzas. Los que conocemos «el fin de la película» nos admiramos de su resistencia y a la vez nos identificamos con sus naturales temores y quejas («seguimos viviendo, leyendo, trabajando, pero cada vez con más desaliento», 14 de agosto). Las personas que desean conocer la gran confusión que padece la opinión pública en un sistema totalitario, pero incluso en tiempos de guerra, tiene en los diarios personales la imagen perfecta. A principios de año usted considera que no habrá guerra, que el Reino Unido y Francia mantendrá la política de apaciguamiento ante el nuevo objetivo de Adolf Hitler: Polonia. Y para junio, las dudas son dominantes y la tesis del conflicto bélico comienza a parecer inevitable, incluso ya se habla de un reparto del pequeño país entre el Tercer Reich y su enemigo: la Unión Soviética (el 14 de julio es casi una certeza). Entre tantos rumores se cuela la verdad, el problema es identificarla.

En mi caso, le cuento, que el mes de agosto pasado cayó Kabul (Afganistán) y la opinión pública internacional (si eso existe) no ha dejado de lamentarse con las preguntas de siempre: ¡¿qué pasó?! ¿en qué se equivocó Occidente? Los más radicales empezaron con su cantinela: «yo se los dije, Estados Unidos y Europa debe dejar de intervenir en los países bajo la supuesta guerra contra el terrorismo e imponer su modelo de democracia y libertad de mercado». Yo me pregunto: ¿se va permitir que el terrorismo tenga «oasis» en Estados gansteriles y/o fallidos? ¿se va a abandonar el intervencionismo por razones humanitarias? ¿vamos a volver a tiempos medievales o anteriores a la globalización en que los muros son la única solución a los regímenes no democráticos? E incluso, peor aún, volver al concepto unitario de civilización en los que el mundo desarrollado es el único que puede disfrutar de esta condición y lo demás es la barbarie. Varios de mis exalumnos me preguntaron si escribiría sobre el tema, pero no me gusta estar opinando por modas en ámbitos que no domino. Solo puedo hablar como ciudadano del mundo y demócrata. Y desde mis temas de investigación actual: la Segunda Guerra Mundial, el cine y la memoria, los personalismos y la democracia en Venezuela; solo puedo decir: ¿qué hubiera pasado con usted y tantos como usted si las democracias deciden no intervenir? Ojalá pudiera escucharlo querido maestro y amigo.

En lo relativo a su Diario no dejan de repetirse en el año de 1939 las permanentes frustraciones (en sus palabras: «vacío interior y falta de sosiego») ante el orden nazi. El 5 de febrero habla de «campaña antijudía cada vez más violenta» y cómo el 30 de enero Hitler los amenaza con la «aniquilación» si «ellos» provocan la guerra contra Alemania. Saben que pronto pueden enviarlos a una Judenhaus (residencia para judíos) y de esa forma perder su querido hogar, fatal noticia que llegará en diciembre; y cuando «cansados y hambrientos» quisieron ir a un restaurante que el año pasado «les gustó tanto» se encuentran en la puerta con un letrero nuevo: «No se admiten judíos». Los impuestos no paran de subir a los ahora llamados también «israelitas», deben entregar las joyas u objetos de plata y la tarjeta de identidad tiene una gran «J». No podrán comprar ropa en los comercios sino en las casas de la comunidad judía. En conclusión: «La maquinaria sádica nos arrolla, eso es todo» (9 de diciembre).

Pero usted sigue con su escritura ¡¿acaso podemos vivir sin ella?! Para mí es imposible, pero ¡qué felicidad y tranquilidad tendríamos si esta pasión nos facilitara pagar las cuentas o buena parte de ellas! Avanza con su Vita (memorias) que inició en 1938 (termina los capítulos que van del dos al siete) y nunca deja de leer, en especial en voz alta a veces con su querida esposa: Eva. El 29 de junio celebran sus 35 años juntos y me alegró leerle cuando dice: «nos ha emocionado muchísimo», aunque después dice algo que parece contradecirlo: «haber llegado a esta situación, a esta soledad, a esta monstruosa tensión. Pero en conjunto estuvimos de buen humor y casi optimistas» (4 de julio).

El tiempo, que anhela (¡anhelamos!) dedicar a la lectura y escritura se le va en las labores domésticas y en todas las cartas y trámites intentando emigrar, tal como lo han logrado varios de sus amigos y conocidos, en especial judíos (incluso con este objetivo aprende inglés). Pero el régimen ha establecido más obstáculos desde el año anterior para evitar la huida de los que su orden racial y totalitario consideran indeseables. La llamada «cuestión judía», nos explica en su entrada del martes 10 de enero, «no existe ni en Alemania ni en Europa» porque «por lo menos durante un siglo, los judíos alemanes han sido alemanes y nada más». Su integración, nos dice, ha sido total y la prueba está en su incorporación en todos los ámbitos, sobre todo en el intelectual y profesional, y la mezcla que se ha dado. «Las fricciones entre judío y ‘arios’ no tenían la importancia de las que había por ejemplo entre católicos y protestantes». Y es un invento porque el llamado völkisch (pueblo étnico o nacional) «en el sentido de pureza de sangre es un concepto zoológico y al que no corresponde ninguna realidad». Al final concluye que la supuesta solución para «la cuestión judía», de la que ya se venía hablando, es que salgan del poder los que la inventaron.

¿No le parece que al principio del establecimiento de toda dictadura o forma autoritaria de gobierno, sus ideas son creídas y apoyadas por una parte del pueblo, y por eso logra el poder? Posteriormente el temor a la represión y al morirse de hambre inevitablemente hacen que la gente repita el discurso, usa la que usted llama: Lingua Tertii Imperii, y ya no importa si le convencen o no. La supervivencia es lo único que vale. Al respecto usted nos dice: «Nadie, ni dentro ni fuera, puede apreciar la verdadera opinión del pueblo en su conjunto; probablemente…, no, con toda seguridad no existe sino siempre opiniones de varios grupos, y la masa o es indiferente o está bajos sugestiones cambiantes» (22 de enero). Esas sugestiones para el verano eran dominadas por la propaganda de guerra contra los polacos y los ingleses, pero igual usted identifica diversas opiniones: 1) «no se atreverá a hacer nada», 2) «ya se han hecho preparativo e invadirá las siguientes semanas y todo irá con la misma facilidad que con Checoeslovaquia», y 3) «vendrá la guerra a gran escala» (4 de julio). Pero el 14 de agosto impresiona la claridad: «Desde hace semanas, la misma tensión, siempre creciente y siempre idéntica. Vox populi: Él atacará en septiembre, se repartirá Polonia con Rusia; Inglaterra y Francia, impotentes». Y el 29 de ese mes ya es la locura: «gentes reclutadas en masa por la noche para el servicio militar», «reparten tarjetas de racionamiento» (mil gramos de carne semanal para ustedes dos), «reducción del servicio de trenes» y «bloqueo postal de diez días para las tropas».

El domingo 3 de septiembre es su primera entrada después de los acontecimientos (el inicio de la Segunda Guerra Mundial) y sus palabras son: «la tensión nerviosa, cada vez más insoportable» y pasa a contarnos que el viernes por la mañana unos decían que sí había comenzado la guerra y otros que no, pero después un periódico pegado a la pared lo aclaraba todo. Las dudas son: «victoria aplastante» o «catástrofe diez mil veces peor que la de 1918» y «nosotros en medio, desvalidos y probablemente sin salvación en ambos casos… Y, sin embargo, nos obligamos, y los conseguimos durante horas, a seguir viviendo nuestra vida cotidiana. (…) Pero cuando me acuesto, pienso: ¿vendrán a buscarme esta noche? ¿me matarán de un tiro, me llevarán a un campo de concentración?». Al menos hay una alegría porque había dejado una botella de champán para cuando Inglaterra declarase la guerra, y ese día llegó y estuvo lleno de esperanzas (4 de septiembre). Pero comienzan las «crecientes dificultades para abastecernos de víveres» y el Impuesto sobre la Renta es aumentado en un 50%. Y algo, querido amigo, me sonó tan familiar: «todo el mundo tiene que volcarse en la comida a base de harinas» y se inicia la escasez de gasolina. También llegó la prohibición de escuchar emisoras extranjeras, y después confiscarán los aparatos de radio entrando a las casas (13 de septiembre). Y cosas tan absurdas como retirar libros en inglés de las bibliotecas (20 de septiembre). El 6 de octubre escribe: «Polonia ha dejado de existir».

La guerra comenzó y cada día se sumaban mayores dificultades para vuestras vidas. Ahora ni podía disfrutar ese pequeño alivio que era leer de noche, porque obligaban a un oscurecimiento total ante el temor a los bombardeos. Se iniciaba el bloqueo inglés que generaría más escasez, pero no llevaría a la derrota de Hitler, según sus palabras (28 de noviembre). Don Víctor, esta carta se ha prolongado más que ninguna otra, le ruego disculpas, pero es que este año era fundamental. Dios mediante le volveré a escribir en enero del 2022 porque debo dedicarme a otra semblanza y a dos entradas para mi querida Alma Mater que cumple 300 años de fundada. Una vez más, siempre agradecido por su Diario, anhelando leer sus otras obras que por ahora no he conseguido.