Cuando el león del Amor viene por ti, sientes el calor de su aliento en tu rostro, y no hay escapatoria. Todo está llegando a su fin y tiernamente te dice con su rugido: —háblame de tu añoranza.

(R. Eaton)

La vida pasa, la de todos. Como películas con distintas tramas, donde algunos personajes se entrelazan entre sí, más que con otros. Los demás, los extras, se ven en la distancia, o en el tiempo, como semejantes pero desconocidos, con otras costumbres, otras tribus, otras creencias. Pero eso sí, sabemos que también tienen sus alegrías y sus penas; que nacen, crecen, se enamoran, y mueren. Y entre medio hacen cosas, muchas cosas, algunas constructivas y otras no, algunas conocidas por pocos, otras por muchos y en la mayoría de los casos, solo por ellos mismos, igual que nosotros.

Todos, en algún momento de nuestras vidas, nos preguntamos: ¿y qué hacemos aquí? Y las respuestas son múltiples, pero el misterio siempre se queda, a pesar de las respuestas provisionales que podamos darnos. La vida, el ser, el universo, la mente, las emociones, nuestros egos, los demás, nuestros amores, la muerte de nuestros seres queridos, nuestros deseos y necesidades, el bien y el mal, la historia, las multitudes, la sociedad. Es un escenario complejo, aunque en gran medida logramos abstraernos de esta reflexión, continuando el movimiento de la vida, sin aparentemente detenernos a hacernos la pregunta existencial. Pero el tren siempre se detiene, y viene ese instante, cuando uno se da cuenta del misterio de vivir.

Desde niño me ha intrigado esta cosa de ser, esto de estar vivo. Sospecho, que a muchos también, quizás a todos. De momento aparece uno en escena, y no sé si todos se hacen la pregunta, o si lo hacen con la misma premura; ¿qué es esto de existir?

Por supuesto, hay explicaciones. Empiezan por lo que se les dice a los niños, cuando estos preguntan a su manera: ¿qué hago aquí y qué es esto? Se les explica y se comparte con ellos las creencias de generaciones anteriores. Así vamos aprendiendo; la religión, las costumbres, y las creencias de la familia y del grupo, a donde uno pertenece.

Y empezamos a formularnos respuestas. Poco a poco, vamos adentrándonos en los sistemas de creencias predominantes, abanderizándonos totalmente con algunas o con partes de ellas, cada uno a su modo. Esto es importante, porque la vida es incierta, además, a la larga siempre morimos. Así que buscamos alguna explicación o consolación, ante el hecho de esta vida efímera, o tratamos de escapar a las preguntas en el desenfrenado quehacer del vivir.

Las respuestas han venido elaborándose desde que los humanos adquirimos conciencia de nuestra conciencia. Y a través de los miles de años transcurridos, desde ese extraordinario momento, hemos acumulado innumerables respuestas. Pero no hay respuestas que sean aceptadas por todos. La pregunta existencial es universal. El hecho de que nacemos y morimos, es innegable, pero las respuestas sobre porqué difieren mucho. Van desde un empirismo materialista, que ante la pregunta de «¿qué es todo esto?», responde básicamente «todo esto, es todo esto», y ante la pregunta de «¿por qué es todo esto?», nos dice «por qué, porque es así, todo surgió de la nada como si nada», y no hay una causa, sino una casualidad de ser, lo que sea que seamos. Y punto.

Una respuesta más primitiva personificaba las fuerzas y energías de la naturaleza en seres mágicos, el dios del viento, del sol etc. Por otro lado, está la respuesta basada en la existencia de un solo ser superior, que explica el fenómeno de la vida, con toda su evolución, belleza y contradicción, como un acto creativo por parte de ese ser, al cual en español llamamos Dios, pero al cual se le han dado muchos nombres y que en realidad no debe de tener nombre, ya que esta respuesta propone, que el ser existía antes de que hubiese humanos y lenguaje.

Ahora, ¿por qué, este ser, decidió crear universos y todas las criaturas incluyéndonos a nosotros? La respuesta, igual que la materialista es compleja y tiene muchas variantes. Ha habido innumerables filósofos, teólogos, eruditos, pensadores, y creyentes de todo tipo que la han desarrollado, y se han creado escuelas de seguidores y adscritos, que repiten y enriquecen esta o aquella particular creencia, filosofía, mito o doctrina.

El lenguaje utilizado para describir las escenas, situaciones, interacciones y causas del existir, tanto por el concepto materialista, como el religioso, trata a través de símbolos o metáforas, de representar una experiencia, la de la conciencia de uno mismo, a través de conceptos y palabras, generados por esa misma conciencia.

Ahora bien, personajes reconocidos, como maestros de la espiritualidad, de todas las épocas y culturas, aseguran de que no es posible a través de fórmulas mentales (sean estas científico-materialistas o religiosas) llegar a contestarnos las preguntas existenciales, que esto es posible solo través del amor —que es un estado de la conciencia que está más allá de la mente.

«La realidad no puede ser entendida, solo realizada a través de una experiencia consciente. El amor es el puente entre tú y el todo», decía el poeta sufista Rumi.

Meher Baba, maestro espiritual de la India del siglo pasado escribió:

A pesar de todas las explicaciones y lecturas de libros, las palabras siguen siendo palabras. No pueden llevarnos más allá de la satisfacción intelectual. Solamente el amor por el Amor (Dios) puede lograrlo, porque el amor está más allá de la razón y de la mente. La teorización sobre el amor solo puede resultar en una teoría sobre el amor, pero el corazón permanece vacío. El amor no puede ser despertado mecánicamente, solo el amor engendra amor.

Recientemente, en la edición en inglés de esta revista, Federico Faggin, físico y experto en ciencias informáticas, apuntó: «la física describe actualmente un universo holístico y dinámico, pero solo trata de la exterioridad: o sea los eventos medibles que ocurren en el espacio y el tiempo. Para explicar la existencia de la conciencia y el libre albedrío, …tenemos que abordar la interioridad». Y continúa diciendo: «Este tipo de conocimiento interior es aún más notable que el entender y el comprender, porque insinúa la existencia de algún tipo de ‘conocimiento directo’, también sugerido por las experiencias místicas descritas a lo largo de los siglos».

Otros científicos en el campo de la cosmología, al igual que Faggin, apuntan hacia la conciencia como una propiedad inherente del universo, e identifican los sentimientos adscritos a esta, los qualia, como esenciales para responder a las preguntas sobre el origen y la naturaleza de la existencia. Estos qualia van, desde las emociones básicas motivadas por reacciones sensoriales, y los pensamientos racionales, hasta alcanzar niveles, más allá de lo que denominamos la mente, que nos interpreta el universo y nos facilita el pensamiento, hasta un estado de conciencia más pura y holística. Quizás este estado es a lo que le llamamos amor.

Los razonamientos de la mente prevalecen en nuestros intentos de ajustarnos con las cosas afuera de nosotros, con lo demás y los demás, con el entender el entorno y entendernos a nosotros mismos. Pero todos tenemos también, en mayor o menor grado, un sentir independiente del raciocinio, un darnos cuenta súbitamente de algo, les llamamos corazonadas, o «momentos de ajá», de revelación súbita, de intuición, que surgen como una conclusión contundente desde adentro de uno, y donde no media un proceso inductivo o deductivo que nos lleva a ella. En México, popularmente le decían a este súbito darse cuenta, «me cayó el veinte», relacionado con la apertura de la comunicación, a la caída de la moneda de veinte céntimos en los antiguos teléfonos públicos.

Parece ser que esos momentos internos de percepción súbita, usualmente están relacionados con el proceso creativo, o con el amor, o con la espiritualidad. Tratamos de explicarlos a posteriori con razonamientos y especulaciones, pero la verdad es que como decía el matemático francés Blaise Pascal; «hay razones del corazón que la razón no entiende».

¿Y qué es el amor? ¿Qué es ese estado más allá de la mente, de la objetividad y la subjetividad del pensamiento y del raciocinio? Divagar sobre esto con palabras, es como un ciego que describe la gama de colores, o un sordomudo que comunica una melodía en gesticulaciones.

Pero por lo menos podemos coincidir, quizás que existe ese estado, ese momento de conciencia, esa qualia llamada amor, que en su expresión máxima lo abarca todo, y trasciende la aparente separación, que nos individualizamos en estas gotas de ser, nos hacemos la pregunta ¿qué somos? y que, a la larga nos consume en una unicidad inimaginable, más allá del pensamiento, y nos damos cuenta somos ese amor. Y que para experimentar esta realización surgió la particularización. Las gotas se evaporan del mar y regresan al mar, para ser mar, sin nunca dejar de serlo.

Visto desde la mente, el amor parece ser algo que conmueve a uno bien adentro, más allá de los sentidos, más allá de ese espacio donde se integran las sensaciones de afuera, en pensamientos y emociones que surgen en un «no sabemos dónde», y nos hacen tener esta conciencia de uno mismo, de existir. Parece ser, que esto que le llamamos amor, es como una energía, una tendencia a unirse, a querer unirse con algo, con algo que hace falta para estar completo, para ser completo.

Meher Baba decía, que el universo y el amor eran inseparables, que aun la conciencia más rudimentaria siempre está tratando de experimentar algún tipo de unión con otras formas. Y que, aunque en la naturaleza las formas están separadas, en realidad son todas formas de la misma unidad de vida. Y que esta unión se presiente inconscientemente, a través de la atracción que una forma tiene por otra forma.

Decía también, que por amor es que el universo surge en la existencia y por amor se mantiene en marcha. Que la existencia, única e indivisible, se imagina a sí misma, en una aparente dualidad, para expresar esta fundamental energía del amor. Que el amor es el reflejo de la unidad de la existencia en el mundo de la dualidad, la esencia de todo, lo que da sentido y valor a todos los acontecimientos en el mundo de la dualidad. Y, que a medida que el amor se expande en la evolución de la conciencia, se convierte en el principal motor de una dinámica espiritual que, en última instancia, logra restaurar al individuo, la conciencia total de su unidad original con el Ser.

Yo pienso, que hay una corriente subliminal interna en los humanos, y creo que, en toda la existencia, más allá de los instintos y del intelecto, un ímpetu, que de manera inexplicable va llevando todo a una realización de la unicidad. Como el ciclo del agua, que regresa inevitablemente las gotas al mar.

Y este ímpetu se siente, no en la mente, es una sensación como la que uno siente en un abrazo profundo, donde no hay concepto, ni pensar. Es algo muy sutil y personal, no es solemne ni religioso, ni del otro mundo. Es un espacio de cariño, un amor de adentro, donde uno descansa, confía, y por unos instantes se olvida de uno mismo. La intensidad de este estado puede variar, pero la naturaleza es la misma, ese silencio de alma, ese instante donde uno se da cuenta, donde uno no está, sino que es.

El vaivén contrastante de la naturaleza, y los puntos de vista conflictivos de la vida, dan lugar a las calmas de lagos tranquilos, a los amaneceres de belleza, y a que la paz se experimente. El egoísmo es el campo, donde el amor cosecha la generosidad. La luz y la oscuridad son una pareja inseparable, que hacen posibles los bailes del día y la noche, la depresión y la iluminación. El paraíso nunca lo perdimos, sino que lo encontramos continuamente, a través del amor que nace de las contrastantes luchas de la vida. El anhelo por ese amor va creciendo paulatina y subrepticiamente hasta abarcar todo en una unicidad de ser, que es la naturaleza misma del amor.

La imaginación de la existencia no puede ser contenida, ni aun por sí misma, porque es el capricho original, que da lugar a la manifestación de ser. El aparente caos, y la dualidad de los contrastes generados por la imaginación, es lo que hace girar la rueda de la vida. Es lo que engendra el anhelo y la posibilidad de amar, lo que hace posible el sueño del romance, entre amante y amado, para que así se manifieste la esencia de la existencia, que es el amor.

Se reveló el amor y prendió fuego al mundo entero.

(Hafez)