De todos los personajes creados por Jane Austen, lady Susan Vernon resulta ser uno de los más coloridos, tal vez porque tiene la suerte de habitar una de sus obras menores. Porque la novela no se toma a sí misma demasiado en serio, su protagonista tiene espacio para ser tan ridícula, manipuladora y dramática como le apetezca y nosotros, lectores, tenemos así la suerte de poder disfrutarla en todo su esplendor, sin necesidad de justificación o vergüenza.

Lady Susan, esa viuda coqueta y desvergonzada, es el eje central de una novela epistolar que puede pasar inadvertida por asemejarse demasiado a los relatos de juventud de Austen, pero la problemática que esconden sus páginas va un poco más allá de las cursilerías que le gustaba parodiar a la autora en los inicios de su carrera literaria. Si se compara con Amor y amistad, por ejemplo, Lady Susan es hasta sutil. De hecho, si dejamos de lado el formato epistolar, tiene mucho en común con el corpus principal de Austen y funciona como precursora de tramas y personajes que luego retomará en Mansfield Park (la mujer adúltera, la enamorada manipuladora, el castigo a la joven ingenua para obligarla a aceptar un matrimonio ventajoso…) y Emma (el juego de dobles, de quién acaba con quién, de personajes que sustituyen a otros personajes y se intercambian los papeles y los intereses amorosos).

Pero una de las cuestiones más importantes que encontramos en Lady Susan es la cuestión por el lenguaje y su poder arrollador para construir y modificar la realidad. Todo escritor, al sentarse frente a la hoja en blanco, debe enfrentarse a la inestabilidad del lenguaje: dominarlo es prácticamente imposible y, sin embargo, todos lo intentan de una forma u otra, a menudo conformándose, al final, con saberse ineficientes.

Como escritora, a Austen debía preocuparle la cuestión del lenguaje como mínimo en la medida en que este le permitía plasmar la que ella consideraba la realidad de la burguesía rural. Pero solo un escritor de ambiciones mediocres permanecería en la superficie de la utilidad del lenguaje: este plasma y recrea, pero también construye. Que el mundo accesible a Jane Austen fuese reducido no impidió que esta explorara en su obra las posibilidades de creación y manipulación de la realidad, con mayor o menor acierto, a veces con cierta torpeza, a veces con una sutileza admirable. En Lady Susan esto se hace evidente desde el principio: la novela empieza con una carta de lady Susan a su cuñado cargada de lisonjas y haciendo uso de un lenguaje artificioso que se contrapone, en seguida, con la siguiente carta de lady Susan a su amiga y confidente, la señora Johnson. En la segunda carta se lee una complicidad entre ambas amigas que indica intimidad y sinceridad; en esta carta, lady Susan revela sus verdaderas intenciones, insulta al que, un par de páginas antes, era su «querido cuñado», y se nos presenta como una coqueta desvergonzada sin escrúpulos que vive por y para manipular a la gente a su alrededor (Austen, 2017). El lenguaje artificioso, por lo tanto, era nuestra primera señal, un signo de duplicidad recurrente en las obras de Austen.

Sin embargo, ¿por qué son tantos los personajes que se dejan engatusar por lady Susan? ¿Son ciegos a su falsedad, ingenuos o simplemente necios sin criterio? Una posible respuesta la encontramos en las cartas que intercambian la señora Catherine Vernon, rival y cuñada de lady Susan, y su madre, lady De Courcy. La señora Vernon es quien nos señala la potencia dialéctica de lady Susan:

Es inteligente y agradable, tiene ese conocimiento del mundo que permite que sea fácil conversar con ella, y se expresa muy bien, con un acertado dominio del lenguaje que me da la impresión de que emplea con demasiada frecuencia para convertir lo blanco en negro… Si sus modales ejercen tanta influencia en mi resentimiento, ya te podrás imaginar cuánto más influyen en el carácter generoso del señor Vernon (Austen, 2017, 23).

Hablando claro y en plata: lady Susan no solo se expresa bien, sino que habla de forma atractiva, carismática; tal vez, en un mundo de oportunidades, bien podría haberse dedicado a la política. Pero es la expresión «convertir lo blanco en negro» lo que nos indica que la señora Vernon es consciente del poder del lenguaje para crear la realidad que uno desee y manipular así a los demás. La señora Vernon es consciente del poder que ejerce lady Susan sobre ella, un poder tan fuerte que, de no ser porque se deja guiar por su propio criterio y su poder de discernimiento y sentido común, bien podría haberse dejado engatusar ella también por los atractivos de lady Susan, creyéndose todas sus mentiras y promesas de afecto.

En lady Susan, tanto el personaje como la novela, la ambigüedad inherente al sujeto se hace evidente en el formato epistolar: las maquinaciones, la autojustificación, las adulaciones… las palabras son utilizadas para construir y construirse como sujeto, y es tan importante lo que se dice como lo que se omite. Ahí radica el atractivo del género epistolar según Juliet McMaster (2000): en la oportunidad de presentar distintas voces, diferentes personajes articulándose a sí mismos y múltiples niveles de ironía. También Barbara J. Horowitz (1987) se preocupa por encontrar en Lady Susan pruebas de que a Austen le interesaba la cuestión del lenguaje y nos señala que la maestría de lady Susan con el lenguaje recuerda a la propia autora, con aforismos como: «Nunca he visto que el consejo de una hermana pueda evitar que un joven se enamore si así lo quiere» (Austen, 2017, 34). Que de la boca o, más bien, de la pluma de lady Susan salgan aforismos propios del icónico narrador de Jane Austen (presente en su corpus principal y especialmente notorio con la primera frase de Orgullo y prejuicio) debería ser prueba suficiente de que la cuestión del dominio del lenguaje era una preocupación de Austen como escritora, cuestión que, además, se permite explorar a través del personaje de lady Susan.

Pero no todo es oro lo que reluce y la Jane Austen que escribió Lady Susan estaba lejos de haber perfeccionado su oficio. Los triunfos de lady Susan ocurren fuera de escena, como si la autora no estuviera suficientemente segura en sus habilidades aún como para construir un discurso convincente, un discurso que pudiera cegar no solo a los personajes, sino también a los lectores. Solo las conversaciones con la señora Vernon son descritas en estilo directo, solo a través de los ojos de su rival, que reconoce su artificialidad, su insinceridad, podemos conocer las palabras exactas que salen de la boca de lady Susan. El hermano de la señora Vernon afirma que lady Susan ha dado explicaciones por todos los malentendidos que han manchado su reputación, pero nosotros nunca las oímos. ¿Es porque Austen no se atrevía a emular la potencia discursiva de lady Susan? Esta pregunta es pura especulación y su respuesta, de poco interés. A fin de cuentas, lo que importa no es el por qué no lo hizo, sino simplemente que no lo hizo y, por ende, el texto es el que es. Como bien he dicho antes, las palabras se utilizan para construir y construirse como sujeto y, en consecuencia, para construir y construirse como escritor: es tan importante lo que se dice como lo que se omite. Cuando Jane Austen calla, otorga.

Notas

Austen, J. (2017). Lady Susan y otras novelas. Madrid: Alianza Editorial.
Horowitz, B. J. (1987). Lady Susan: The Wicked Mother in Jane Austen’s Novels. Persuasions: The Jane Austen Journal. (9), 84-88.
McMaster, J. (2000). The Juvenilia: Energy Versus Sympathy. En L. C. Lambdin y R. T. Lambdin (Ed.), A Companion to Jane Austen Studies. Westport: Greenwood Press, pp. 173-189.