El título de esta exposición encuentra su explicación en el ideal de una nación itálica unificada, definida enfáticamente en las «Res Gestae», el testamento político en el que Augusto, el primer emperador de Roma, recuerda la forma libre y espontánea en la que todas las comunidades de Italia habrían jurado a su favor en la guerra contra Marco Antonio: «Italia entera me prestó juramento». Un juramento que se remonta al año 32 a. C. cuando la unidad política de Italia constituía un concepto aún reciente, asimismo hábilmente utilizado para la autorrepresentación del «Princeps». Así pues, se rememora la famosa fórmula del juramento de Augusto, que por primera vez aunó Italia en un territorio homogéneo, no solo en el aspecto político y administrativo sino también cultural, religioso y lingüístico.

Roma, corazón de un inmenso imperio global, conquistó su prestigio paulatinamente, con las numerosas culturas y poblaciones que, a través de los siglos, se merecieron un lugar en el panorama del Mediterráneo, a partir de su primer grande núcleo en la península italiana. Constituía un aglutinante capaz de respetar aquella división en regiones que testimonia la riqueza y variedad de las tradiciones.

Durante la Guerra Social en el año 90 a. C., los itálicos, insurrectos contra Roma para defender la libertad y la justicia, se apelaron a un concepto político y probablemente soñado de Italia, llamando su efímera capital «Itálica» y acuñando monedas donde aparecía la palabra «Italia». La lucha se emprendió reivindicando una consanguinidad de todos los pueblos de la península con Roma. Ya desde el siglo III a. C., en las relaciones con otras tierras fuera de la península, Roma había utilizado el concepto de Italia en el sentido étnico-cultural, y no se trataba de una identidad substitutiva de las poblaciones itálicas sino de una equivalencia que se añadía a las que ya componían la península. De cualquier modo, fue con la Guerra Social —gracias a la sucesiva concesión de la ciudadanía romana a los itálicos— cuando se considera completado este proceso, e incluso concluido desde el punto de vista cultural, en la época de Augusto: en la identidad interna de una nación compuesta por un mosaico de pueblos, la cultura se convertía en un instrumento indispensable. Y es precisamente la cultura, tras el largo cierre por motivos anticovid, el artífice que da estímulo a la anhelada reapertura en Italia de las instituciones culturales.

De hecho, la espléndida sede expositiva, las Caballerizas del Quirinal, vuelve a recibir al público con un ambicioso proyecto, comisariado por Massimo Osanna y Stéphane Verger, que ilustra el proceso de romanización a través y a lo largo de encuentros, desencuentros y consecuentes hibridaciones, a partir de la extraordinaria variedad y riqueza cultural de la Italia prerromana, una diversificada composición de pueblos y de tradiciones para seguir las etapas que la condujeron a la unificación bajo el signo de Roma, desde el siglo IV a. C. hasta la edad Julio-Claudia.

Como declara Mario De Simoni, presidente de las Caballerizas: «Esta ha sido la ocasión para montar una exposición de altísimo valor científico y de intenso significado simbólico. Una cita que fuera una señal clara de la participación de esta sede romana en el esfuerzo de las reaperturas, que constituyera al tiempo un llamamiento de la unidad nacional, en el 160° aniversario de la moderna unificación de Italia, del 150° de Roma Capital y del 75° de la proclamación de la República Italiana» una triple conmemoración muy sentida en el país.

Por su lado, concluye Massimo Osanna, director general de Museos:

Con «Tota Italia» hemos querido narrar el secular recorrido de unificación cultural, lingüística, política, jurídica y territorial, que han inducido a tantos pueblos de la antigua Italia a reconocerse, desde la época de Augusto, como parte de una identidad única, bajo el signo de Roma. Pueblos diferentes en las costumbres, en las lenguas y en los modos de vivir, de habitar, de construir, de honorar a los muertos y a las divinidades, que resurgen con grande fuerza comunicativa, en sendas sugestivas y extraordinarias diferencias en la primera parte del recorrido expositivo, en el que confluyen obras excepcionales de los más importantes museos italianos, y que gradualmente, prosiguiendo en la exposición, en efecto, se presentan como parte de un mundo común, complejo y rico de diversidades, si bien al mismo tiempo profundamente unitario: el romano. Mucho de la Italia de hoy, a partir del derecho a la lengua, a las ciudades y a las regiones, hasta la primera extensa red de carreteras y a la forma misma del paisaje agrario, donde menores han sido las transformaciones sucesivas, desciende de la primera, grande unificación de la península.

Y de todo ello da cuenta el contenido de esta cita desplegada en las Caballerizas, exhibiendo más de 400 valiosos hallazgos —como estatuas, elementos decorativos, producciones cerámicas, testimonios del complejo diálogo entre Roma y el resto de la península—, las obras más significativas de aquella variedad que concurrió a la formación de la Italia Augusta y del Imperio.

La primera parte del recorrido muestra la desigualdad de los pueblos itálicos antes de la unificación romana, enfocando los aspectos sociales, culturales y artísticos que caracterizaban la diversificada composición étnica de la península; mientras la segunda parte de la narración se centra en la guerra, documentada a través de objetos icónicos o grandes frisos figurados capaces de ofrecer claras instantáneas de la expansión de Roma y del impacto causado en sus adversarios, a partir de la unificación romana tras las guerras púnicas hasta la edad de Augusto.

Se trata de una ocasión única para admirar un importante núcleo de piezas de absoluto valor histórico-arqueológico, tales son: el «Trono decorado en relieve», el «Retrato de Augusto con la cabeza cubierta», el «Busto de Octavia Menor», así como el «Ajuar de la tumba de los dos guerreros» y el «Ajuar de una tumba femenina» de la necrópolis de Montefortino d’Acervia. Y, además, la «Cesta joyero con inscripción en latín arcaico» del Museo Etrusco de Roma, el extraordinario «Soporte de mesa con dos grifos que atacan un ciervo» de Ascoli Satriano, al igual que «Relieve con escena de batalla entre un jinete griego y uno persa» del Museo Arqueológico de Taranto.

Como concluye el ministro de la Cultura, Dario Franceschini: «‘Tota Italia’ echa una mirada introspectiva, capaz de desentrañar, a través del patrimonio nacional, las raíces más profundas de la identidad italiana para recorrer la progresiva fusión de las diferentes poblaciones itálicas en una única nación bajo el signo de Roma»... Cuando un mundo nuevo nacía en la edad de Augusto.