Un personaje de los tiempos de la Nueva España podría ser el mayor asesino por mano propia en la historia nacional. Eso es cierto con la salvedad de que sus muchos crímenes son leyenda, no realidad.

Se trata de una biografía que llega a un punto donde se divide para dar lugar a una ficción. Ese punto de quiebre son los celos. Veamos las historias.

El tronco común biográfico y de ficción

En la Colonia llamarse Juan Manuel era de lo más común; justo así se llamaba nuestro hombre, de apellido Solórzano. Llegó a la Nueva España con el virrey Diego Fernández de Córdoba y más tarde, con Lope Díaz de Armendáriz, consolidó su fortuna. Es decir que eso de pegarse a los gobernantes para aumentar el capital propio, no el social, ya se practicaba en aquellos tiempos.

Con Lope tuvo mucho: fueron vecinos muy cercanos en pleno centro de la capital, se reunían frecuentemente; pero sobre todo hubo confianza, pues el virrey le encargó la hacienda de aquello que muchos años después sería México. Este poner en sus manos tantos bienes retirándolos de sus administradores normales, hizo a los políticos reaccionar en contra de los dos y dedicarse a atizarlos. La cosa llegó al grado de que Felipe IV intervino, solo que confirmando a don Juan Manuel en sus extraoficiales tareas.

Todo parecería bonanza para Solórzano, salvo que no podía tener la dicha de procrear, siendo su cónyuge una mujer admirada incluso por su gran belleza.

Pues he aquí que, a pesar de todo, esas autoridades que no veían bien la afortunada relación de los amigos, lograron meter a la cárcel a nuestro protagonista.

La leyenda secular

A pesar de su exponencial prosperidad, don Juan Manuel de Solórzano elige apartarse del mundanal ruido en un convento. Manda traer a un sobrino de España y, siendo de toda su confianza, le cede la administración de su cuantioso patrimonio.

Mas el retiro se interrumpe pues a nuestro personaje lo invaden los celos. Sin fundamento, pues la bella era buena esposa. Fue la gota que derramó el vaso. Dominado por sus fantasmas, se ve obligado a recurrir al diablo para que le indique quién es el que fijó los ojos en su compañera. Satán lo instruye: que salga a la calle una hora antes de la medianoche y clave su daga en el primero que aparezca.

El magnate se aprestó a llevar a cabo la tarea. Embozado, salió a buscar a quien le indicara el maligno. Las calles de la capital de la Nueva España se hallaban en la más profunda penumbra. No había iluminación de hachones ni de faroles. Aparecía alguien. Nuestro atormentado hombre preguntaba al desdichado: «¿qué horas son?»; este contestaba como si nada: «las 11 de la noche»; y don Juan Manuel cerraba el diálogo con la frase que lo ha sobrevivido por siglos: «dichoso tú, que sabes la hora en que vas a morir». Y hundía la blanca arma, en el corazón o en el cuello, del que según él robara su honra.

Solórzano pensó que ahí paraba todo. Pero no. El demonio se le apareció de nuevo para aclararle que el occiso no fue quien le había puesto los cuernos, y que continuara siguiendo la misma instrucción hasta que se le apareciera de nuevo para confirmar que la víctima era la buscada.

Las tareas prosiguieron, pero la secuencia se interrumpió amargamente para Juan Manuel. En una de tantas la ronda le entregó el cadáver en turno. ¿Por qué a él? porque se trataba de un familiar suyo, nadie menos que su sobrino querido, a quien había traído de España y hecho cargo de sus bienes.

Corrió ahora don Juan Manuel Solórzano, horrorizado, pero no ante el diablo, sino ante un confesor con fama de santo a declararse culpable de tantas muertes.

El venerable clérigo le asignó por penitencia orar al pie de la horca.

Hasta ahí todo hubiere estado más o menos bien, pero el desenlace fue de horror.

En el primer rezo oyó voces que oraban por su alma y en la segunda noche vio su cortejo pasar. Corrió de nuevo hasta el sacerdote implorando su absolución para conseguir el descanso. Este, compadecido, se la dio y todavía lo mandó a cumplir con el tercer y último rezo. Y…

En la misma horca amaneció el asesino serial, como un ahorcado más.

…Salvo que con una diferencia en cuanto a los verdugos: quien se había hecho cargo de la ejecución había sido un pequeño grupo, pero de ángeles.

La presunta verdad

Con ayuda de otro preso que también purgaba por revanchas políticas, don Juan Manuel logró salir clandestinamente del encierro para observar a su esposa, pues comenzaban a atacarle celos…

No lo hubiera hecho: la encontró —dice el relato— «casi» en los brazos de un funcionario, Francisco Vélez de Pereira, que le ofrecía intervenir para liberar a su esposo. Se cree que no es que doña Mariana cediere a la tentación de la carne, sino que lo hizo, si es que en verdad lo hizo, para salvar a su marido, sin importarle la deshonra.

El marido mató a Vélez de Pereira.

Se emprendieron intensas acciones para salvar al primodelincuente, pero fueron inútiles, ya que cuando se esperaba el éxito, una mañana de 1641, amaneció colgado.

Apunte final

Ya lo decía el conde de la Cortina, erudito en la dichosa historia, cualquier leyenda popular tiene su origen en un hecho verdadero. Aquí el hecho verdadero es que sus enemigos políticos trataron de desbarrancar a don Juan Manuel, y, una vez que lo lograron, urdieron la leyenda para cubrir bajo ese velo su mano en el asunto.

Curiosidades

  • Los hechos —y la leyenda— tuvieron lugar en la actual calle de República de Uruguay, a unos cientos de metros del palacio del virrey. Paradójicamente, en esa vía, donde tanta penumbra permitió a don Juan Manuel sorprender a sus víctimas, ¡nació después el alumbrado público!, como lo consigna una placa de la época colocada en el pórtico de una de las casonas, a unos pasos de la escena del escándalo.

  • Octavio Paz está, de lejos, en esto de las leyendas, pues su abuelo Ireneo Paz fue uno de los principales estudiosos de ese tipo de relatos. Por cierto que conocemos al abuelo por las cariñosas evocaciones del famosísimo nieto cuando este se recreaba —para luego dar los frutos bien conocidos—, en su vasta biblioteca. Pero hay además un hecho terrible en la biografía de aquel otro Paz: su relación con Santiago Sierra Méndez, hermano del promotor de la universidad nacional. ¿En qué consistió? Lo mató en un duelo.