…Es imprescindible, a la hora de tomar una decisión, tener visibilidad sobre todas las posibilidades y las intersecciones que pueda haber entre ellas... Estas tienen que ser claras y estar bien estructuradas... En un ambiente óptimo, esto es, el individuo que se disponga a emprender la valiente aventura de la elección... Reflexión... Silenciosa, pero no en extremo para que el discurrir de las diferentes argumentaciones... Por sonidos vitales tales como el latir del corazón, el zumbido de la respiración o el vientre digiriendo una copiosa comida...El discurrir de un río en primavera... Ranas... Para sentir la refrescante brisa, nuestras habitaciones Platino cuentan con un sistema de climatización aerotermia... Por un futuro a tu elección.

La mecánica voz salía entrecortada de los altavoces, provocando que su discurso sonara inconexo y poco convincente. La azafata desactivó el proyector en el que cobraba vida la hermosa mujer robótica que enumeraba las bonanzas de los programas de U-CHOOSE; de manera apresurada y con torpeza se excusó ante el grupo de clientes —a veces llamados pacientes— que estaban con ella.

—Es una publicidad antigua. —Carraspeó—. Actualmente, todas nuestras gamas cuentan con sistema de climatización e hilo musical a elección del usuario. Está comprobado que en un 90% de los casos el individuo escoge de manera más eficiente cuando el entorno está adaptado a sus preferencias. Estos datos los sacamos de...—. Se interrumpió al darse cuenta de que corría el riesgo de aburrir a sus interlocutores—. Bueno, ya lo saben, de todos los datos que nos han facilitado en los cuestionarios previos y posteriores del programa. Síganme.

Miguel no estaba prestando atención a la explicación de la guía, aunque intuía por las caras de sus compañeros que tampoco era muy interesante, estaba fascinado observando la arquitectura de aquel lugar con sus altos techos, sus suelos plateados y sus columnas infinitas. Lo robótico y ensayado de los movimientos y las palabras de la mujer tampoco invitaban a que se concentrase en su esbelta figura y suave voz. Le habría gustado acercarse a ella y preguntarle apresuradamente en un susurro su opinión sobre los programas, si ella había hecho alguno y si le había servido de algo o había sido una gran decepción.

El grupo de tutores, que parecían todos cortados por el mismo patrón: en una cuarentena temprana, atractivos, elegantemente vestidos y con posturas de triunfadores, estaba esperándoles en la sala de bienvenida para tener una última charla, explicarles el funcionamiento y dar los últimos retoques a los perfiles. Curiosamente, su tutora asignada era la única mujer del grupo, lo que le llamó la atención porque la mitad de sus compañeras eran chicas con sus mismas aspiraciones: ser felices, exitosos y tener una vida cómoda y emocionante. Se respiraba una atmosfera eléctrica y nerviosa en la sala mientras los tutores se presentaban y explicaban las primeras etapas del programa.

Miguel se reunió con su tutora en una pequeña sala que jugaba con el espacio a través de la iluminación y del mobiliario, siendo una decoración minimalista en tonos cálidos que ayudaba a crear un ambiente cómodo e íntimo, a la par que amplio. En la pared izquierda se proyectaban una serie de formas geométricas en tonos rojizos, azulados y grisáceos que, presuntamente, si uno los observaba con atención, invitaban a la introspección y a la reflexión, facilitando la hora de escoger. Se sentaron uno frente al otro en dos cómodos sillones, en la mesita de café había unos aperitivos, tanto salados como dulces, y diferentes refrigerios.

—Podemos poner música ambiente si te sientes cohibido por el silencio. —Miguel rechazó la oferta con un aspaviento discreto—. Bien, antes de comenzar el programa, quisiera hacerte unas preguntas para terminar de reajustar los itinerarios para tu perfil.

Margarita, la tutora asignada a Miguel, le mostró diversas diapositivas con manchas que creaban formas dispares y sin aparente significado a las que él otorgó, casi por intuición, un sentido.

Le llegaba el aroma cítrico del perfume de Margarita mientras esta le colocaba los electrodos en sienes, brazos y pecho y le explicaba en qué consistía la prueba que le iba a hacer en ese momento.

—Cuando comience la cuenta atrás en el proyector tienes que ponerte los auriculares aislantes, que caparán todo estímulo sonoro. Ah, casi lo olvido. —Sacó un pequeño estuche y un espejito de su maletín—. También tienes que ponerte estas lentillas.

El muchacho se puso las lentillas sin rechistar y parpadeó varias veces para que terminaran de acoplarse a su globo ocular.

—¿Para qué todas estas pruebas? Ya pasé el reconocimiento médico y el psicotécnico.

—Oh, no te preocupes. Esto son solo unas últimas comprobaciones para asegurarnos de que las opciones que te vamos a presentar están adecuadas por completo a tus necesidades actuales—. Respondió resuelta—. El objetivo de nuestros programas es el bienestar emocional, aunque la mayoría de nuestros clientes vienen buscando el éxito profesional o sentimental…—. Suspiró.

Miguel se sintió algo confuso por el término «necesidades actuales» y lo que aquello implicaba, los nervios y la incertidumbre comenzaban a aflorarle en el estómago y a infectarle el ánimo.

—Margarita, disculpa, pero es que no lo entiendo. ¿Qué quieres decir con «actuales»? ¿Mi perfil puede cambiar con los años? Se supone que aquí me estudiáis y analizáis todas mis posibilidades, y entonces seleccionáis aquellas que más encajan conmigo… Se supone que he contratado vuestros servicios para ser plenamente feliz… Y no tener que preocuparme nunca más de si he escogido bien o no porque ese ha sido vuestro trabajo.

Había alzado tanto la voz que esta había adquirido un tono agudo de estridente ansiedad. Margarita permaneció de pie, ligeramente recostada en el respalda brazos del sillón de Miguel, observándolo casi sin pestañear. En sus pupilas se adivinaba el ritmo casi frenético de su cerebro buscando las palabras adecuadas para explicar a aquel crío de 18 años cómo funcionaba la vida y, en consecuencia, cuál era verdaderamente su trabajo. Todo ello de manera delicada para evitar perder un cliente. Se sentó, de manera algo inapropiada, en el borde de la mesita de café y se inclinó confidencialmente hacia Miguel.

—El bienestar emocional es una cuestión de química del cerebro. La felicidad, la tristeza, la euforia, etcétera. Todo son reacciones químicas respondiendo a diferentes estímulos. Nuestros expertos estudian cómo el cerebro de los sujetos reacciona para luego ajustar los perfiles.

—Pero, —Balbuceó el muchacho—. Todo eso es relativo. ¿Cómo podéis saber que lo que hoy me genera felicidad, bienestar emocional, mañana también va a generármelo? ¡Es una lotería! ¿Qué pasa si dentro de diez años me doy cuenta de que no soy feliz?

Aunque esperó pacientemente a que Miguel terminara de desahogarse de su nerviosismo e inseguridades, Margarita se mostró impasible ante la desazón del joven. Inspiró profundamente como organizando sus ideas, se irguió antes de hablar.

—Entiendo tus miedos. Todos los tenemos. —Dijo forzando un tono de voz maternal—. En U-CHOOSE tenemos a los mejores especialistas en psicología, estadística y neurología que estudian detenidamente cada caso y elaboran los itinerarios de la manera más segura y eficiente. —Hizo una pausa esperando que Miguel asimilara bien aquella información—. Nuestro índice de acierto es altísimo. Si, por lo que fuere, dentro de unos años no estuvieses satisfecho con el camino escogido, no te preocupes. Disponemos de una garantía de diez años, te elaboraríamos unos itinerarios nuevos en base a lo ya vivido. La vida está llena de opciones.

Le causaba angustia tener que sumergirse en aquella sustancia viscosa y densa que, además, parecía estar desagradablemente fría. Mientras el equipo de técnicos terminaba de acoplarle bien el traje, Margarita le explicaba que para salir de la inmersión tenía que pulsar el botón azul del dispositivo que llevaba en la muñeca; podía hacerlo en cualquier momento, aunque el tiempo recomendado eran cuatro horas y media. Si quería cambiar de década, tenía que hacer girar la ruedecita verde.

—Cuando quieras.

Lanzó una última mirada suplicante buscando confort en alguno de aquellos rostros profesionalmente serios. Respiró profundamente llenándose los pulmones de oxígeno, cerró los ojos con fuerza y saltó al abismo que lo absorbió en su viscosidad. Perdió toda noción espaciotemporal que pudiese tener y su conciencia emprendió un largo viaje alejada de su cuerpo. Flotaba en una densidad púrpura y onírica de inmensa plenitud, pero en algún punto inconcreto de aquel viaje etéreo, un impetuoso torbellino lo arrastró con violencia para vomitarlo en el duro asfalto.

Una marabunta de universitarios borrachos lo arrastraba entre gritos de júbilo y celebración. Se sentía confuso y perdido, la cabeza le daba vueltas y necesitaba un minuto para asimilar dónde y cuándo estaba. Intentó recordar si había algún botón que pudiera pausar la escena cuando un chico de unos veinte años lo abrazó con ímpetu y le gritó eufóricamente algo incomprensible al oído. Decidió dejar de luchar y dejarse arrastrar por el éxtasis de la multitud. Aquel chico que le abrazaba, le ofreció una pastilla amarilla.

—¿Qué es?

—Un viaje, tío. Vas a flipar.

Aunque no quiso, su cuerpo respondió como un autómata se tragó la pastilla. Los colores y los olores de su alrededor se intensificaron, cualquier roce con su piel, incluso el de la estática brisa que corría aquella noche, resultaba una extrema estimulación en su sistema nervioso. El mundo comenzó a vibrar y girar a un ritmo vertiginoso mientras que él se mantuvo en su centro estancado. Su mente y cuerpo se entregaron eternamente a aquel baile bacanal y se sintió feliz en comunión. De improviso, la Tierra frenó su giro y se desacompasó del cuerpo de Miguel. Se dobló por la mitad y comenzó a vaciarse de sus propios órganos, el corazón le latía a tal velocidad que creyó que iba perforarle el pecho. Tanteaba su alrededor en busca de un apoyo, pero tan solo lograba identificar pequeñas risas enlatadas y sombras sin materia. Se tumbó en el suelo boca arriba en el suelo con los brazos en cruz con la intención de relajar sus pulsaciones. Entonces recordó que si no quería ahogarse en su propio vomito más le valía ponerse de costado. Logró recordar que podía deshacerse de aquella horrible sensación y de aquella monstruosa fiesta haciendo roda el dispositivo que le habían dado en U-CHOOSE.

Le dolía la cabeza como si alguien se la estuviese martilleando, aunque ya no se encontraba en el duro asfalto, sino que estaba en una mullida cama de sábanas de algodón color melocotón. Un agradable aroma a café recién hecho invadía la estancia. Una preciosa mujer rubia entró en la habitación con una bandeja de desayuno y muy poca ropa. Elegantemente, posó la bandeja en la mesita de noche y dejó deslizar el picardías de seda por su aterciopelada piel descubriendo una espectacular figura. Mientras se vestía para ir a trabajar observó el apartamento en el que aparentemente vivía. La despampanante rubia que le había despertado aquella mañana de manera tan agradecida que todavía le perduraba su regusto de su cuerpo ahora le suplicaba con voz de niña mimosa que se tomase el día libre para disfrutarlo con su prometida.

Llegó a la oficina sin titubear, maravillándose por la zona en la que vivía, por el trabajo que tenía —tenía que llamar a sus padres, ¡ansiaba oír el orgullo en sus voces! Subió en el ascensor con el porte altivo por las miradas que intuía de admiración y respeto. Respaldada en la puerta de su despacho estaba esperándole una imponente chica morena. Al verlo llegar se le acercó con elegancia y descaro para abrazarlo sensualmente. Un desconcertante cosquilleo en el bajo vientre en contraposición a un extraño sentimiento de culpa le afloró en el estómago.

Entraron en el despacho y la mujer cerró la puerta con pestillo y bajó las persianas dejando la habitación en una casi completa penumbra. Con una misteriosa y sensual sonrisa, colocó varios artefactos de lo más variopintos, al lado de cada uno de ellos depositó frascos con líquido, saquitos de polvos y píldoras de los colores más vivos que uno pueda imaginar. En el despacho hacía calor, la respiración de Miguel se agitaba a cada mirada que la mujer le echaba, le sudaban las axilas de excitación. Le puso un antifaz y con voz acaramelada le ordenó que se sentara en el sofá. Cogiéndole de la mandíbula con autoridad le obligó a abrir la boca y le colocó bajo la lengua una píldora ácida. Las alarmas del muchacho se dispararon y sintió la necesidad de escupirla y salir corriendo de allí, pero ya era demasiado tarde. La sangre se le volvió densa y el cuerpo extremadamente pesado, y aunque quería hablar, su voluntad se había disociado de su cuerpo. La mujer le acariciaba con sutileza mientras un artilugio desconocido le golpeaba con fuerza en el pecho cortándole la respiración. Una extraña humedad le recorría las piernas.

Se quitó el antifaz y creyó haberse quedado ciego. Intuyó una mano femenina dándole de beber de un frasco y, entonces, su sangre comenzó a recorrerle el cuerpo a gran velocidad, aunque seguía siendo excesivamente densa. Y dolía. Gritó. Gritó con tanta fuerza y abriendo tanto la boca que la mandíbula se le desencajó. La blancura del despacho se tiñó de mil y una formas flotantes y desfiguradas. Quería cerrar los ojos, no quería seguir observando aquel obsceno espectáculo, pero no le respondían. Tenía los párpados clavados en las cejas.

Despertó en una lujosa habitación de hotel, envuelto en sábanas blancas con restos de sangre y vómito. La mujer, su compañera, estaba sentada en un sillón sonriéndole con malicia.

—La edad no perdona, ¿eh?

Natalia no estaba en casa. Le había dejado una aséptica nota en la que le avisaba de que iba a pasar unos días en casa de sus padres. Miguel intentaba analizar todo lo que había vivido. Parecía ser alguien importante, de éxito, a juzgar por las miradas de respeto de la gente en el trabajo, vivía en un lujoso apartamento y estaba prometido a una preciosa mujer que se intuía de buena familia. Se preguntó, entonces, cómo era posible que se sintiese un fracasado. El recuerdo de la noche anterior le incomodaba, pero, una juerga pasada de rosca no tenía por qué significar nada. Sacudió la cabeza y decidió que aquella vida no era para él.

El incesante garabateo de Margarita era el único sonido que rompía el silencio que reinaba en la sesión. Ella se mantenía sentada con su elegante postura de esfinge lanzando miradas interrogativas a Miguel, que estaba recostado en el mismo sillón del primer día. Apenas había dormido un par de horas, había pasado la noche intentado encontrar a Natalia y a la mujer morena en redes sociales y ahora tenía la cabeza embotada y la sentía pesada, no era capaz de verbalizar ninguno de los pensamientos que le atormentaban desde que volvió de la inmersión.

—Quiero volver. —Fue un pensamiento que se le escurrió desde su más profunda intimidad hacia sus cuerdas vocales. Margarita se quitó las gafas y le miró con la sorpresa dibujada en el rostro.

—Tienen que pasar dos semanas para que puedas sumergirte en una nueva realidad. —Se levantó para despedirlo.

—No, espera. No quiero ir a otra realidad… Quiero volver a «esta» realidad. Necesito saber cómo y por qué… Cómo avanzará mi vida más allá del momento en el que regresé.

La tutora reconoció el sentimiento al momento, se lo había detectado casi de inmediato cuando lo conoció. Miguel era psicológicamente débil, por el programa habían pasado muchos como él. Chicos jóvenes, indecisos que querían, no, más bien necesitaban, ser guiados. U-CHOOSE se publicitaba como esa guía cuando en realidad lo único que eran es un escaparate de posibilidades. Escogiendo las palabras con delicadeza y suavidad, casi de manera maternal, le dijo:

—Ninguna vida es un camino de rosas, en toda vida hay oscuridad. Aquí te mostramos aquellas opciones que encuentran mayor equilibrio.

Miguel volvió abatido a su habitación. Estaba agotado, brazos y piernas le pesaban como si fueran cuatro losas de hierro, la opresión que le atenazaba el pecho no le dejaba respirar… Le costaba mantener los párpados abiertos, aunque le era imposible dormirse… El aire acondicionado estaba demasiado fuerte y la habitación parecía el fondo de un congelador. Pensaba ahora que había sido un estúpido al no escoger hilo musical por el romántico motivo de «estar consigo mismo».

La silueta de Natalia se recortaba en un pasillo. Corría como huyendo de algo, y él quiso seguirla para protegerla. Su madre, con el rostro enrojecido por el esfuerzo, le gritaba a dos palmos de su cara sin que él lograse entender lo que decía.

—Miguel, ¿estás preparado?

Le despertó el apagado llanto de un bebé. Algo desorientado, echó un vistazo a su alrededor intentando orientarse. Le sorprendió el contraste entre el lujo de la vida anterior y la aparente sencillez de aquella. Era un apartamento humilde, pero acogedor. Una bonita mujer de rasgos aniñados y redondos entró en la habitación mientras amamantaba a un bebé. Aquella estampa le llenó el pecho de una calidez luminosa y una apaciguada felicidad. Le dio un cariñoso beso en los labios y le susurró que no querían despertarlo, que todavía le quedaban un par de horas para trabajar y Miguel creyó que no podía haber lugar en el mundo en el que se respirase más amor y bienestar.

Tuvo la sensación de ser respetado y admirado en el instituto en el que daba clases de matemáticas por las miradas y los elogios de sus compañeros. No había reverencia, no había fanatismo, sino complicidad y simpatía. ¡Qué gratificante fue cuando sus alumnos le regalaron una camiseta para su hijo recién nacido! Se vio, a través de los ojos de aquellos adolescentes, como un guía, un modelo a seguir. Aquella noche se fue a dormir con la conciencia totalmente tranquila, saboreando la apacibilidad de la realidad que le tocaba vivir.

Marta le despertó zarandeándolo con violencia, con el semblante desfigurado y una figura amorfa apretada contra el pecho como si quisiera tragárselo, le decía con ansiedad:

—No respira.

La sala de espera olía con aquel aroma neutro de los desinfectantes utilizados en los hospitales. Le causaba arcadas y flojera en las piernas. Por mucho que colmaran de imágenes lacrimógenas de recuperaciones milagrosas gracias a la mente positiva de pacientes, familiares y personal sanitario, el olor y la iluminación no eran esperanzadoras. El silencioso llanto de Marta se le clavaba en el cerebro y le ponía un nudo en la garganta que no podía reprimir. Tuvieron que sedarla cuando el doctor salió para darles la horrible noticia y Miguel decidió que no estaba preparado para vivir ese luto.

Estaba recostado en un sillón, por un momento creyó haberse equivocado de botón y haber vuelto a su presente. Entró en la estancia una mujer robusta de unos sesenta años con mirada límpida. Se fijó en que su apariencia era muy saludable, sobre todo en contraste con la imagen que se reflejaba en la ventana. Un hombre demacrado, con una barba desaliñada, canosa y con calvas, le devolvía la mirada con unos ojos hundidos. «Qué pena, nunca voy a tener una buena barba frondosa», pensó. Fue liberadora la conversación con la terapeuta, aunque no le había servido para quitarse la sombra de un oscuro recuerdo que no lograba identificar, pero que sentía amenazante.

Por primera vez, quiso informarse sobre qué le deparaba aquél futuro a la humanidad, más allá de su propia experiencia. Se acercó al primer quiosco que vio con la intención de comprar algún periódico para informarse sobre la actualidad del momento. Hojeando la prensa de aquel día se topó con la portada de un suplemento cultural en la que aparecía lo que tradicionalmente se conoce como un cuarentón interesante posando con mirada intensa y un libro abierto. Lo primero que pensó fue lo ridículo de lo impostado en la escenografía. Estudió lo rasgos del hombre de la fotografía tan atentamente que no se percató de las insistentes miradas de reproche y los bufidos que lanzaba el quiosquero hasta que amablemente le informó que aquello no era una biblioteca. Compró la revista y se sentó en una cafetería con un café con leche y dos azucarillos delante. Durante unos minutos más observó el rostro del escritor hasta que lo reconoció, ¡era él mismo! ¿Cómo era aquello posible? El hombre de la fotografía tenía un aspecto tan saludable… ¿Qué le había ocurrido? Leyó la entrevista y para su sorpresa, acababa de publicar un libro que estaba teniendo mucho éxito entre el público y la crítica. Henchido como un pavo orgulloso, era alguien. Saboreó aquel triunfo junto con el último tragó del café. Pidió otro café y siguió leyendo y el pecho se le fue desinflando con la pena. Había escrito sobre su historia, era una reflexión sobre la superación del luto por la pérdida inesperada de Mario y el suicidio de Marta un año después. Horrorizado lanzó la revista al suelo y salió de manera estrepitosa de la cafetería ignorando los reproches de los camareros y de algunos de los clientes que vieron interrumpida sus plácidas meriendas. Corrió, corrió y corrió hasta quedarse sin aliento y una vez las piernas dejaron de responderle, se dejó caer sobre el asfalto. No le importaron las pérfidas miradas escandalizadas y asqueadas de quienes le confundían con un vagabundo loco.

No recordaba que la vez anterior hubiese sido tan doloroso abandonar la inmersión. Un objeto punzante le había perforado la nuca y un tubo absorbía el exceso de líquido cefalorraquídeo, algo le presionaba las sienes provocándole unos delirantes pinchazos. Las extremidades parecían dislocársele a cada segundo, nariz y boca estaban obstruidas por una masa viscosa. Cuando por fin logró desenroscar el mundo en que se había convertido su cuerpo, la bocanada de oxígeno le penetró en los pulmones como una afilada espada; un molesto pellizco en el brazo izquierdo le placó el dolor y la consciencia.

Margarita lo observaba, muy derecha, sentada en una incómoda silla, también le observaba un corpulento hombre uniformado con los brazos detrás de la espalda y con cierta pereza en los ojos. Los de Margarita, en cambio, refulgían con una intensidad apabullante y perturbadora que le infantilizaba el semblante. Miguel, con la boca seca, intentó hablar sin éxito y el hombre uniformado le acercó un vaso de agua cuyo contenido derramó casi por completo sobre la cama. No se sentía fuerte.

—¿Por qué…? ¿De vedad…? ¿Estas… estas eran…mis…mis…? —Una solitaria lágrima, apenas visible, le recorrió la mejilla cuando su tutora asintió—. Quiero estar solo.

Margarita, por primera vez, no se mostró autoritaria y dirigió la mirada dudosa hacia el hombre uniformado, quien asintió casi imperceptiblemente.

—No todo el mundo tiene una vida plena y feliz. Hay que…

— …encontrar el equilibrio.

Sonrió ladeando la cabeza con una nota de orgullo en las comisuras. Fuera, justo delante de la puerta de la habitación, se dieron instrucciones en voz baja que Miguel no alcanzó a distinguir. Se levantó de la cama con un gran esfuerzo, tenía el cuerpo completamente dolorido y las piernas no sostenían su peso. Abrió la ventana y se asomó, el aire era estático y sofocante. El personal de U-CHOOSE no le había puesto barrotes, pero sí que le habían cambiado de a una habitación del primer piso. Soltó una carcajada demencial mientras cerraba la ventana y se dirigía al lavado para llenar la bañera con agua templada. Escogió las sales de olor cítrico, los olores dulzones nunca le habían gustado. Se desnudó y, envolviéndose la mano en la toalla, golpeó secamente el espejo. El agua templada le desengarrotaba los músculos, círculos rojos corrían dibujando en contraste unos psicodélicos juegos de color. Y Miguel no volvió a pensar ni en Marta, ni en Mario, ni en Natalia, ni en la mujer morena ni en el futuro.