I

Subían la montaña, ya habían escalado cerca de un kilómetro en aquella cordillera bañada de azul. Él la besó ligeramente y ella acarició su barbilla, se abrazaron y continuaron camino, uno agarrado del otro.

Una extraña neblina comenzó de pronto a oscurecer el camino y creyeron que quizás se trataría de una nueva lluvia radiactiva. En aquella época, enero de 3030, no era de extrañar ese fenómeno, el Sol acostumbraba no solo a bañarnos con su luz sino también a liberar energía pesada. Desde antes del 2020, el ser humano había tratado de conocer los fenómenos solares, las extrañas tormentas internas del astro, hasta ahora sin poder vencer en piel el calor infernal de su corola. Aunque con el escudo antigravedad logramos acercarnos a 20 años luz de él.

Ella tropezó en una piedra y él la tomó de la mano para levantarla.

Él miró hacia arriba:

—Creo que no podremos continuar, la oscuridad se ha adueñado de la cúpula… Mejor bajemos.

Ella amarró su cabello y mientras bajaban susurró:

—¿Lo hacemos?

Él correspondió apretándola fuerte y acostándola en el zacate. La besó lento, profundamente, bajó por su cuerpo como solía hacerlo cuando viajaban en su SWAT 4000 y los sorprendía la noche oscura, como llamaban a aquel momento en que el Sistema Solar se alejaba a ruta de 400,000 kilómetros por segundo.

Hacía tiempo habíamos superado la velocidad de la luz. El descubrimiento, hecho por un fulano de jeans desteñidos y camiseta sucia parecido a Mark, se basó en el conocimiento de los cambios onda-partícula de la luz. Porque cuando la luz en su habitual velocidad pasa de partícula a onda se da un impulso de 400 mil kilómetros estables en la cabina de mando, un punto de vacío en el espacio. Sin embargo, el descubrimiento no fue sino hasta el 3010 que pudo ser útil a la navegación espacial humana, pues fue entonces cuando descubrió una fulana la forma de brincar la fuerza G sin vivir un orgasmo fatal.

Y en aquella montaña, un orgasmo pleno, absoluto, los cimbraba cuerpo a cuerpo y la neblina se enredaba en sus cabellos dándoles un tono cenizo que les añadía edad. Tenían solo 200 años, eran jóvenes humanos en proceso de maduración, hasta llegar a lo que se podría catalogar la edad eterna o el momento en que el reloj dejaba de girar y nacía en ellos la eternidad.

Bajaron luego de subir rápidamente sus pantalones. Llegaron al parqueo y su nave les esperaba ya en el piso 90.

Estaba oscuro, muy oscuro.

Las noticias informaban que algo extraño sucedía: las Pléyades perdieron su luz. En la Tierra dejamos de percibirlas desde hacía unos pocos días. No sabíamos, a pesar de nuestros métodos predictivos avanzados, qué motivo se dio en el universo para que esto sucediera.

La Tierra desde el año 3000 sufrió severos cambios, no en su naturaleza, porque aprendimos que la naturaleza sabe renovarse a sí misma. Imagínense que algo tan insignificante como una célula nos lo dice. Las células se renuevan y nos lo dijo una extraña mujer de gafas: se pueden renovar y no morir nunca. Y efectivamente con su descubrimiento de la cámara de electromagnetismo lo logramos.

Ya no hubo muertos. Desaparecieron los cines, las bibliotecas, las librerías, las iglesias, los monasterios, los restaurantes, desapareció el hambre de la Tierra, junto con los cementerios y sabiamente con ellos, el infierno.

Eso sí, aumentaron los locos. Así les llamaban a aquellos que querían morir sin lograrlo. Se tiraban de puentes, se cortaban las venas, tomaban sobredosis de estupefacientes y no había forma, la muerte no llegaba. Desde el nacimiento los cambios en nuestra genética provocaron en los niños una vida sin final.

II

Y aquella señora, vestida con hábito de la Virgen del Carmen lo afirmaba:

—La Biblia dice que querrán morir y no podrán. Palabras que hoy solo ella conocía.

La neblina no cesaba, en la estación lunar anunciaban que un hecho extraño parecía ocurrir en el Sistema Solar, el sol se estaba poniendo rojo y lo cubría una tormenta cuyo ruido se escuchaba hasta Neptuno. Las ondas de radio giraban con imprecisión y en Venus ocurrió un accidente naval, cosa que no ocurría desde que fue colonizado por el ser humano.

Mark viajó a la estación en la Luna luego de dejar a Amanda en el laboratorio. Era ingeniero físico y electromecánico.

—¿Crees que sea necesario aplicar a la estrella madre la terapia nuclear de 2030?

—Hay que esperar mayores señales, Mark —señaló el sabio maestro—. En aquella época se apresuraron y sufrieron una lluvia radiactiva que les duró 10 años. No sé cómo pudimos los humanos sobrevivir a aquello.

—Si no lo hubiesen logrado no estaríamos aquí —afirmó el discípulo.

—¿Y Amanda?

—Continúa con sus clases de Antropología en la Universidad de Tel Aviv. Acuérdate que tomó esa decisión luego de la tarea titánica del milenio segundo, cuando se procedió a desarrollar la mayor siembra de árboles de las más distintas especies en todo el mundo.

—Sí, ella recuperó el olivo y el ciprés. Y luego de sus clases de biotecnología participó en la recuperación de muchas especies de la fauna terrestre existentes de aquella época apocalíptica para la Tierra, el año 2030. Por gran dicha fuimos previsores y guardamos semillas y embriones de todos los animales hasta entonces conocidos.

III

Amanda en ese momento en su laboratorio de biotecnología trataba de revivir tejido orgánico de un ejemplar de los ET grises, especie avanzada que asistía a su extinción empezando el tercer milenio, con la muerte de la única hembra en el universo. La diferencia entre ellos y nosotros: todos ellos poseen 3 cromosomas X y 3 cromosomas Y, mientras que nosotros poseemos un XY o un XX. En los ET grises no existía diferencia de género en cuanto a cromosomas, aunque sí en su físico. La razón, ellos procesan las proteínas de una manera diferente al ser humano y es desde allí que su organismo desarrolla las hormonas.

La hembra gris, longeva de más de 2000 años, ya no poseía un cromosoma X, lo cual la deshabilitaba de procrear. Su muerte se vio venir ante el estupor de todos los especímenes machos, a los que solo les esperaba el mismo destino. Y ellos no querían vivir sin una hembra, eran demasiado románticos para aceptarlo.

Amanda creía que los humanos quizás habrían logrado adaptarse porque su especie alcanzó la eternidad. Aunque a algunos habría que verlos si un día perdieran a su pareja.

Ella trataba de trasplantar moléculas reproductivas X humanas en el tejido que revivieron de Lucy, la ET gris longeva. Amanda creía que al implantarle material orgánico humano lograríamos crear el cromosoma X que al ejemplar le faltaba, para luego crearla en laboratorio siguiendo su ordenamiento molecular y celular. Luego del crecimiento de la ET en laboratorio solo retirarían la acción de las moléculas humanas en ella para evitar que ambas especies se unieran. De lo que se trataba era de revivir una especie, no de experimentar con ella por deporte. Lo cierto es que la ética científica del año 3030 era estricta y llamaba siempre a la creación y a la supervivencia de las especies universales.

Mark estaba preocupado, miraba al sol y le decía a Amanda que si continuaba la tormenta roja tendrían quizás que lanzar la avanzada nuclear hacia el sol para revivir su proceso de fusión.

Amanda untaba mantequilla a una tostada y la saboreaba.

El sol se veía rodeado de un escudo rojo, extraño, muy extraño.

IV

Mark y un grupo de científicos, físicos nucleares y biólogos, se adentraron en el espacio. En el camino iban optimistas, algunos hasta tararearon «O sole mio», una canción que obtuvieron de un viejo archivo de la computadora Dolly, que lo asimiló de la generación 2000 de ordenadores, ya desechados por imperfectos.

—Amigos, los Dorados nos recibirán quizás con un poco de reparo, nos creen muy bulliciosos; acuérdense que ellos nos recuerdan a aquella sociedad lamaísta que desapareció del Tíbet. Aman el silencio.

—Sí —rio el biólogo—, ellos se molestan cuando los picamos. No siempre nos ganan con las naves.

—Más les molesta —aseguró Mark— cuando alteramos sus días de meditación profunda, esos días en que hibernan y penetran dentro de sí para visitar los más brillantes mundos del espacio profundo, los mundos paralelos.

Llegaban a Faro, satélite de Alifro, planeta de los Dorados. Aceleraron y liberaron turbinas, quizás con la intención de que percibieran su presencia o más bien para molestar a los hombres de la piel dorada. A la luz ellos brillaban como oro, tenían el mismo físico de nosotros los humanos, la diferencia era su piel.

Los recibió una nave de la generación cúbica, quizás una de las máquinas más potentes de la galaxia Andrómeda, obtenía su energía de la energía psíquica de los habitantes de Faro. Los humanos jamás imaginamos en el milenio segundo tanta perfección.

Añofreo, el presagista Dorado, al acercarse impulsó al máximo el aparato y desapareció del cielo anaranjado de Alifro, fueron dos segundos y volvió con dos naves circulares, propias de los alicantes. Era una amplia reunión entre ambas galaxias, la Vía Láctea y Andrómeda.

El tema a tratar: estado del Sol en el Sistema Solar de la Vía Láctea y envío de una delegación a las Pléyades para analizar el estado de la energía natural en la zona.

Mark dio impulso a nuestra nave de última generación y todos volaron por unos cinco minutos disfrutando la noche estrellada que tanto emocionaba en sus ratos de pasión a Amanda.

Añofreo iluminó la fila hacia el amplio pasillo donde abandonarían las naves. El sabio maestro, hasta ahora silencioso señaló:

—Nuestro anfitrión, el maestro dorado Lionis, me dijo en su mensaje telepático: «Sean todos ustedes bienvenidos. Nuestra reunión será de provecho».

Fueron hospedados en complejos marinos, pues dicha reunión nadie tenía por qué oírla. Habría intercambio de tecnología y amistad.

Mark mientras tanto recordaba a Amanda, pálida, de mirada serena y sonrisa plena. La amaba, la amó desde que la vio por primera vez en la reunión anual de científicos del Sistema Solar. Fue una noche maravillosa, penetraron el uno en el otro como las pupilas cuando se encuentran o como cuando la Luna besa con su imagen las mareas y las crea. Ellos así crearon aquel amor y lo alimentaban en cada encuentro.

V

Mientras tanto, en la Tierra enfrentábamos continuos movimientos sísmicos y los volcanes empezaban a dar muestras de actividad. El aire se tornó denso y molesto por la radiactividad, que ya no nos dañaba, pero si podía afectar a otros seres de la naturaleza y haríamos lo que fuera para evitarlo. Decíamos: «Una vez en 2030 sí, dos no».

Amanda se dirigió a su teléfono de amplio espectro y habló a Mark:

—Mark, necesitamos ayuda urgente, mejor vuelvan, el planeta se encuentra geológicamente inestable, hay que hacer algo pronto con la situación del Sol, que ya nos afecta mucho.

Mark la imaginó con su vestido de mezclilla y sus zapatillas bajas. La soñó, como la soñaba siempre, abrazada a él y besándolo profundamente.

—Sí, Amanda —dijo Mark— en la reunión de esta noche definiremos qué decisión sería la más efectiva y menos dañina para la naturaleza.

—¿Qué haces? —agregó Mark.

—Preparaba una carne sintética para entregar en el Hogar de los Niños Solitarios —señaló Amanda, preocupada porque se le hacía tarde y tenía que llegar a la hora de la cena.

Y es que la humanidad asomó a una realidad apabullante más o menos en el año 2800: la familia, severamente afectada por la organización económica, social y educativa que emprendió el mundo luego de la depresión de 2030, vio gran cantidad de niños solos vagando por las calles, quizás abandonados, quizás con padres con problemas psicológicos. Sí, la humanidad no había logrado hasta ahora superar todos los problemas sociales, aunque los económicos sí.

Nos organizamos sectorialmente para desarrollar la producción mundial y creamos un sistema muy complejo de intercambio de productos y mercancías. Trabajábamos todos juntos: Mark creaba motores que utilizaban los más variados gases, estos para uso planetario, aunque no para adentrarse en el universo profundo.

También colaboraba dando clases a niños en su segunda entrada a la ciencia, los iniciaba en la invención de tecnología.

Para adentrarse en el espacio profundo la comunidad de ingenieros mundiales y afines crearon una nave espacial que se alimenta de energía geofísica, extraída de la entraña misma de la Tierra. El motor que la sustenta se agarra a la superficie y penetra entre compuertas que se suceden una a otra para liberar con válvulas los gases no necesarios, de aquí surge la energía final que da impulso a la nave. La nave al despegar desprende la base de la superficie con las compuertas, base que nos sirve para extraer energía de cualquier tipo de materia, del astro en el que hagamos un aterrizaje luego.

—Amanda —dijo Mark— esta noche nos reuniremos el sabio maestro y el maestro Lionis de los Dorados y yo junto con algunos físicos a decidir las medidas que tomaremos con respecto al Sol. Es muy posible que pidamos ayuda tecnológico-cuántica a los Dorados para extraer parte del oxígeno sobrante en el Sol por medio de métodos telequinéticos y de extracción de gases. La acción nuclear sería solo en caso de total emergencia: el día en que se apague el Sol.

—Creo que es lo mejor para todos —aseveró Amanda—. Te extraño, Mark.

—También te extraño, mi amor —dijo Mark, mientras se alejaba hacia la ventanilla de aquel hotel submarino que les daba abrigo.

Amanda se encaminó a dejar la carne magra sintética al Hogar Infantil. Fue un día de arduo trabajo.

VI

De pronto, ellos se vieron todos en una espiral de tiempo. Llegaron a un universo paralelo. El universo de los árboles. Sus troncos estaban constituidos por todos los elementos existentes en el universo.

Las hojas de aquellos árboles eran transparencias de colores y los frutos de los más variados metales y al partirlos encontrarían el maná, alimento ideal para todos los habitantes del universo palpable.

El maestro Leonis les dijo: «Tomad cada uno una fruta, bendecid y dad gracias al árbol de su preferencia».

Mark y los demás científicos estaban felices, impresionados no, porque sabían que en el mundo de los Dorados todo es posible. Descansaron un rato bajo un árbol y escucharon un instrumento desconocido que tocaba Las cuatro estaciones de Vivaldi. Ahí ellos conocieron lo mejor del amor. Estaban embelesados.

Volvieron a Faro no sin dejar de comentar la experiencia vivida.

Pero ahí estaba el Sol esperándolos. El Sol se apagó y se reunieron en Alifro todos los maestros, enviaron toda su fuerza psíquica al Sistema Solar y el Sol impresionantemente fue convirtiéndose en una leve burbujita de luz, luego el maestro Leonis dijo, «ahora usad vuestra tecnología». Desde la Tierra lanzaron una bomba nuclear a lo que quedaba de nuestro Sol y con la explosión nuestro Sol renació con nuevos resplandores y fuerza.

VII

A ustedes les extrañará, pero en la Tierra después de todo lo vivido, la gente se arrodilló y dio gracias a Dios y a los Dorados, nuestros amigos.

Luego de orar la gente se fue a las playas y a la montaña, bailaron, cantaron y aunque no lo crean alabaron a Dios.

Mark y Amanda se encontraron de nuevo. Amanda le dio una noticia a Mark. Tendremos un hijo. Mark la levantó por el aire y le dio vueltas, ella le dijo: «Cuidado que me dan nauseas». Él rio.

Y de nuevo se reconocieron en la intimidad. Ahora eran esposos, traerían un niño al mundo. Se llamaría Leonis en memoria de aquellos maestros Dorados que nos dieron sus manos cuando más lo necesitamos.

Ah y les cuento, sembramos arboles del universo paralelo en nuestra Tierra. El oro perdió su valor.

Mark y Amanda recibieron al maestro Leonis terrícola con amor. Nació otro científico que tendría el poder psíquico del maestro Dorado. El sabio maestro terrícola fue su padrino.