No, amigo mío, hay otro Dios.

(José Martí)

La felicidad de los individuos como la de los pueblos estriba en el ejercicio y el gozo de la libertad. ¿Qué libertad? Esta que brota de la esencia misma del ser humano, desde su manantial más íntimo del cual emana y emerge una conciencia, agudizándose en un concepto de lo que es su dignidad; conciencia subjetiva objetivándose desde la aurora de los tiempos y realizándose, heroicamente, con muchos sacrificios, para al final poder declarar hoy, universalmente, como derechos humanos las libertades y los deberes básicos de las mujeres y de los hombres. Este logro conceptual constituye un avance trascendente, siempre por vivenciar y por realizar en concreto, por cada uno donde esté, con todo lo que somos y que proyectamos ser, con lo que hay y con lo fragmentario, lo incumplido y todavía por realizar.

Somos nosotros una «familia humana», tal nos define como humanidad la Declaración universal de los derechos humanos en su «Prólogo». Somos una familia fundamentada en unos derechos inalienables, inherentes, sinónimos con el ser humano. El lugar de referencia último aquí es el espíritu; el espíritu que nos es común, nos aúna, nos consolida en «familia humana». La unidad humana es la que subyace implícitamente en nuestra conciencia; reside en la experiencia que hace el espíritu individual de cada persona con el espíritu universal, transpersonal, garante objetivo de la libertad. La India antigua ya lo sabía: vaisudeva kutumbakam, el mundo entero es una familia que radica en lo divino.

El patrimonio espiritual de la humanidad está ahí para testimoniar la veracidad de tal afirmación; héroes sin número defendieron con sus vidas esta experiencia convertida en convicción.

Nuestra época sabe lo que a veces, por ignorancia o soberbia, se ocultó. Necesitamos esta base universal para afrontar nuestro futuro en un planeta amenazado eco-éticamente. Ya no podemos desechar la referencia al espíritu como una sobreañadidura espiritualista, un epifenómeno o «cantidad prescindible».

Nos toca el presente, un presente universal en el cual se comunica el pasado, el presente y el futuro en lo que se refiere a la verdad del hombre. Para su respiración profunda, la persona depende del ejercicio de la libertad. Según una etimología, el verbo alemán atmen, respirar, proviene de la palabra sánscrita atman que significa alma. Para respirar profundamente, el alma tiene que estar a sus anchas, sentirse libre. La libertad experimentada crea al hombre, le hace feliz. Cuba tiene su mensajero, su «apóstol» de esta profunda libertad que abarca lo humano y lo divino, porque «el bien es Dios». José Julián Martí Pérez (La Habana 28-1-1853 – 19-5-1895, campo de batalla a Dos Ríos) es el autor singular de esta expresión, aparentemente sencilla, mas sumamente llena, subjetiva y objetiva, forjando esta fórmula máxima en un contexto crucial y triste que lo redujo a él a lo mínimo: a la experiencia de la cárcel colonialista de la Corona Española, en esta época serenamente respaldada por la Iglesia católica Romana.

Tuve la suerte de tropezar con un escrito pionero y original del insigne Emilio Roig de Leuchsenring, primer historiador de la Ciudad de La Habana (predecesor de Eusebio Leal Spengler a quien le gustó el presente ensayo mío): La Iglesia católica contra la Independencia de Cuba, La Habana, 1960,1 que recoge una conferencia pronunciada en 1941, Martí y las religiones, anteriormente publicada bajo este título en La Habana en 1958. En este escrito, Emilio Roig, en su estilo recio y claro, recuerda ciertas verdades históricas en lo que se refiere a la colaboración entre la Corona Española y la Iglesia católica Romana. El sexto capítulo de este libro lleva un título que Emilio Roig recoge de la conclusión que comunicó la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales en su sesión del 27 de junio de 1957, reconociendo el último manuscrito inacabado de José Martí, El hombre del campo, como auténtico escrito suyo, agregando en esta ocasión: «Desde El presidio político en Cuba, publicado en Madrid en 1871, cuando solo contaba con dieciocho años de edad, durante toda su vida y a través de toda su obra, Martí se revela clara y abiertamente, como heterodoxo, librepensador, antiteocrático y anticlerical».

En efecto, José Martí dejó la ortodoxia católica para ser un librepensador de índole masónica, luchando con sus hermanos en las masonerías de diferentes países de América donde dio conferencias en contra de un sistema colonial de tipo monárquico y clerical.

¿Cuál es la envergadura martiana del concepto de Dios y cómo plantea y enfoca José Martí la pregunta por lo divino ? Medardo Vitier, el padre del poeta Cintio Vitier, en su excelente monografía, Martí. Estudio Integral,2 escribe que: «No es empeño fácil el determinar si tuvo Martí creencias religiosas y qué forma tomaron». Concuerdo con Vitier, porque Martí es un pensador muy independiente quien recoge sus ideas de su propia vivencia, ya de muy joven y enriquecido por sus lecturas, en el Ateneo de Madrid donde se adentró, por ejemplo, en las ideas novedosas del filósofo alemán Krause, tan influyente en la España de entonces; y del otro lado me parece que fue sobre todo la masonería de su época, en Cuba y en el extranjero, que marcó no tanto su pensamiento, pero sí la posibilidad de libertad de expresión de José Martí, porque en estos lugares estaba a salvo. Más que en Cuba, por supuesto, donde el Capitán General Blanco al escuchar al joven Martí en Guanabacoa, comentó: «Quiero no recordar lo que he oído y no concebí nunca que se dijera delante de mí, representante del Gobierno español. Voy a pensar que Martí es un loco; pero un loco peligroso».3 Esta exclamación ya pertenece a la historia, pero me temo que hoy en día eso mismo se podría escuchar de parte de instituciones religiosas, al percatarse del pensamiento radical, nunca negativo, pero sí crítico de José Martí alrededor de las religiones. ¿José Martí un «loco peligroso»?

Su vida y su obra escrita nos dan claras informaciones al respecto. Adentrémonos un poco en sus obras, obras que se originan en su experiencia que empieza con haber firmado aquí, en La Habana, una resolución por la independencia de Cuba con la consecuencia de su condena a la cárcel, ya no Martí, sino número «113» y al trabajo forzado en la cantera que hoy se llama la Fragua Martiana, donde a los 16 años vio a los mayorales, una gente católica como casi todos, que va a misa y confesión…, humillar y azotar a los presos, y en el alma del joven surgió la pregunta… ¿dónde está Dios en todo eso?

A los dieciocho años, después de la dura experiencia de la cárcel colonial española, reflexiona el joven Martí en su primer escrito El presidio político en Cuba, que sí hay Dios: «Dios existe, sin embargo, en la idea del bien, que vela el nacimiento de cada ser y deja en el alma que se encarna en él una lágrima pura».4 Frente al absurdo de la injusticia cruel de todo un sistema político prepotente y aplastador, José Martí exclama: «¡Cuán desaventurados son los pueblos cuando matan a Dios! ¡Cuán desaventurados van los pueblos cuando hacen llorar a Dios!».5 Insobornablemente queda y se profundiza en el joven José la convicción de que «el bien es Dios».6

Este joven siguió madurando, viajó, enseñó y vivió escribiendo, traduciendo, trabajando en España, Francia, México, Venezuela, Guatemala, República Dominicana, Estados Unidos para la independencia de su querida patria de Cuba. Trasciende en su pensamiento una idea abierta de un Dios más allá de las religiones particulares y separadoras una de las otras; una idea semejante a la teosofía de su época. Algunos teósofos cubanos lo reconocieron como una voz auténtica.7 El concepto que se hace Martí de Dios es un concepto purificado e ilustrado, tamizado y concebido por la razón humana universal que reconoce al hombre en su soberanía como ser de libertad.

Durante sus años en España, Martí se adentró en la filosofía novedosa de Karl Christian Friedrich Krause, idealista alemán quien destacó la idea de una hermandad universal fundamentada en la idea de una divinidad «panenteista» (panenteísmo), es decir el Dios creador trascendente está íntimamente presente, a saber, inmanente en el mundo. Krause es un pensador original porque no solo expresa la esencia del idealismo alemán (sobre todo la filosofía de la libertad de Schelling), sino que conoce también la filosofía de la India, como Schopenhauer, su contemporáneo, pero Krause profundizó más en el pensamiento de esta cultura al aprender el sánscrito. Su pensamiento ilustrado tuvo un impacto contundente en el ámbito hispano, aunque menos en Cuba, pero Martí lo aprecia y cita a Krause en varias ocasiones.8 Se afirmó que no tiene nada de krausista,9 pero concuerdo con Emilio Roig al pensar que: «Es un dios krausista el Dios de Martí, y no el dios católico… No es el dios de Martí el dios antropomórfico de los católicos, sino el Dios que cada hombre lleva en sí, porque puede realizarlo en sí».10 Es verdad, porque escribe Martí con osadía: «Hay un Dios: el hombre; hay una fuerza divina: todo. El hombre es un pedazo del cuerpo infinito, que la creación ha enviado a la tierra, vendado y atado, en busca de su padre, cuerpo propio».11

José Martí aboga por una reflexión que nos conduce más allá de las religiones, fabricadas todas por los hombres: «Son los hombres que inventan los dioses a su semejanza y cada pueblo imagina un cielo diferente…»12 «Las religiones todas son iguales; puestas una sobre otra, no se llevan un codo ni una punta: se necesita ser un ignorante cabal, como salen tantos de las Universidades y Academias, para no reconocer la identidad del mundo. Las religiones todas han nacido de las mismas raíces, han adorado las mismas imágenes, han prosperado por las mismas virtudes, se han corrompido por los mismos vicios».13 Lo que sí evidencian es que «Las religiones, en lo que tienen de durable y puro, son formas de la poesía que el hombre presiente; fuera de la vida, son la poesía del mundo venidero... la religión no muere, sino se ensancha y acrisola, se engrandece y explica con la verdad de la naturaleza y tiende a su estado definitivo de colosal poesía».14 Si hubiere, una nueva religión tendría que ser una «armonía del espíritu de religión con el juicio libre, que es la forma religiosa del mundo moderno, a donde ha de venir a parar, como el río al mar, la idea cristiana».15

Aclama Martí la nueva época del hombre quien será, en fin, adulto, soberano, libre; que habrá salido de la infancia de la humanidad, de una humanidad aprovechada anteriormente por los poderosos, proclamándose hijos de los dioses, y, como los hombres son soberbios, así mandaban juntos los sacerdotes y los reyes. Opina que se está acabando una fase en la humanidad porque «ya no cabe en los templos, ni en éstos ni en aquellos, el hombre crecido; la salud de la libertad prepara a la dicha de la muerte. Cuando se ha vivido para el hombre; ¿quién nos podrá hacer mal ni querer mal?»16 Habrá por consiguiente en el futuro «una iglesia sin credo dogmático, sino con ese grande y firme credo que la majestad del Universo y la del alma buena e inmortal inspiran».17 Porque la libertad humana fundamental radica en el juicio propio, en la capacidad del individuo de pensar por sí mismo. «Si el sol no peca con lucir; ¿cómo he de pecar yo con pensar ?»18, escribe Martí dirigiéndose a la autoridad eclesiástica romana en la ocasión de la excomunicación del Padre McGlynn defendiendo a los pobres contra los explotadores. Ya queda claro para José Martí el hecho de que este tipo de religión justificadora de esclavitud y de autoritarismo está condenada a desaparecer: «El catolicismo muere. La razón social de los canosos de la Iglesia deja su puesto a la razón social del siglo de la Libertad y de los Cables. La fe ciega se quema en la hoguera de la razón».19 En efecto, en su juicio, históricamente, «el cristianismo ha muerto a manos del catolicismo», y, así, «para amar a Cristo es necesario arrancarlo a las manos torpes de sus hijos».20 De esta manera, Martí opina que históricamente:

El catolicismo muere, como murió la mitología, como murió el paganismo, como muere lo que un genio humano crea o halla, y la razón de otro genio destruye o reemplaza. Una sola cosa no ha de morir. El Dios conciencia, la dualidad del amor y del honor, el pensamiento inspirador de todas las religiones, el germen eterno de todas las creencias, la ley irreformable, la ley fija, siempre soberana de las almas, siempre obedecida con placer, siempre noble, siempre igual; he aquí la idea poderosa y fecunda que no ha de perecer, porque renace idéntica con cada alma que surge a la luz; he aquí la única cosa verdadera, porque es la única cosa por todos conocida; he aquí el eje del mundo moral; he aquí a nuestro Dios omnipotente y sapientísimo. El Dios conciencia que es el hijo del Dios que creó, que es el único lazo visible unánimemente recibido, unánimemente adorado, que une a la humanidad impulsada con la divinidad impulsadora.21

¡Qué palabras ciertas e inspiradoras nos brinda en este texto el amante de la sabiduría, el filósofo José Martí!

Pese a su perspectiva heterodoxa, porque libre, o quizás por esta distancia de libertad que le facilita su independencia heterodoxa, Martí consigue descubrir lo que en Jesús se revela como la misma naturaleza humana, en «aquel soberano espíritu de Jesús, un hombre sumamente pobre que quería que los hombres se quisiesen entre sí, que el que tuviera ayudara a quien no tuviera».22 Y este «Jesús no murió en Palestina, sino que está vivo en cada hombre. … La cruzada se ha de emprender ahora para revelar a los hombres su propia naturaleza».23 Para revelar a la persona su propio ser es preciso una verdadera revolución: «En nuestros países ha de hacerse una revolución radical en la educación…»24 Porque «La felicidad general de un pueblo descansa en la independencia individual de sus habitantes».25 Y según un texto que conocen todos los cubanos de memoria, que voy a citar aquí en completo, para José Martí solo hay una manera de lograr esta independencia cabal: «Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre».26 Y agrega en otro lugar: «Observancia rígida de la moral, mejoramiento mío, ansia por el mejoramiento de todos, mi vida por el bien, mi sangre por la sangre de los demás; he aquí la única religión, igual e innata en todos los corazones».27

Traslucen en estos textos el genio de Martí, su sentido de equilibrio, de distancia para con extremos, de un balance creativo, energético, dinámico, algo muy difícil por mantener, esta inspiración creadora que da sabor de libertad a los actos de una persona. Expresa así su convicción filosófica y espiritual: «Yo estoy entre el materialismo que es la exageración de lo material y el espiritualismo que es la exageración del espíritu».

La esencia de lo que es Jesús, el Cristo universal estriba en la esencia de lo que constituye lo humano, una postura que hoy en día en la teología contemporánea (de Karl Rahner, por ejemplo) se llama antropología o cristología trascendental. Así deseó ya Martí dar «… un paso más hacia esa religión venidera que ha de fundarse, con belleza profunda y sin misterios pueriles, en la naturaleza divina y reverente del hombre».28 Lo más divino es idéntico con lo más humano. Cuando Martí se refiere al Buda, en La Edad de Oro, resalta que, si hubiera podido, el mismo Buda hubiera dicho su verdad:

Que él no vino del cielo sino como vienen los hombres todos, que traen el cielo en sí mismos, y lo ven, como se ve el sol, cuando, por el cariño a los hombres y la honradez, llegan a ser como si no fuesen de carne y de hueso, sino de claridad, y al malo le tienen compasión, como a un enfermo a quien se ha de curar, y al bueno le dan fuerzas, para que no se canse de animar y de servir al mundo. ¡Ese sí que es cielo, y gusto divino!29

Martí entendió que el Buda no quiso instituir una religión.

Lo que constituye el núcleo de la persona es su libertad. Con refinada sencillez, Martí se expresa en sentencias tan claras y sublimes como convincentes: «La libertad es la religión definitiva. Y la poesía de la libertad el culto nuevo».30 Sí, porque: «La libertad es la madre del mundo nuevo, que alborea».31 En efecto, «La libertad debiera ya tener su arquitectura. Padece, por no tenerla».32 Así se vincula la libertad individual con la conciencia de la libertad política, al crearse una nueva: «religión de la libertad común y el racional albedrío propio contra la dominación absorbente y la fiscalización y el encadenamiento de conciencia».33 Efectivamente: «enorme es el beneficio de vivir en un país donde la coexistencia activa de diversos cultos impide aquel estado medroso e indeciso a que desciende la razón allí donde impera un dogma único e indiscutible».34

Ahora, ¿cómo se fundará una ética social, si ya no son las religiones que desempeñan el papel de supervisar la moral en la vida pública? Sin ser individualista, Martí sí sabe que es cosa de educación del individuo a una exigencia ética para realizar una vida libre y advierte así:

La libertad cuesta muy cara, y es necesario o resignarse a vivir sin ella o decidirse a comprarla por su precio.35

Otra alternativa no hay. Escribe Martí:

Mas, ¡cuánto trabajo cuesta hallarse a sí mismo!36

El primer trabajo del hombre es reconquistarse. Urge devolver los hombres a sí mismos; urge sacarlos del mal gobierno de la convención que sofoca o envenena sus sentimientos, acelera el despertar de sus sentidos y recarga su inteligencia con un caudal pernicioso, ajeno, frio y falso. Solo lo genuino es fructífero. Solo lo directo es poderoso. Lo que otro nos lega es como un manjar recalentado. Toca a cada hombre reconstruir su vida: a poco que mire en sí, la reconstruye.37

Ruin será el hombre, y pobre en actos, mientras no se sienta creador de sí y responsable de sí, y providencia de sí mismo...»38

Así, para Martí el tema de las religiones se sustituye por la educación al ejercicio ético individual y colectivo de la libertad, una libertad fundamentada en la sabidurías de la Humanidad que tiene cabida para Jesús, para el Buda y para otros sabios, en resumen para una «libertad ilustrada», no una libertad anárquica cualquiera, porque:

La libertad es como el genio, una fuerza que brota de lo incógnito; pero el genio como la libertad se pierden sin la dirección del buen juicio, sin las lecciones de la experiencia, sin el pacífico ejercicio del criterio.39

La libertad ha de ser una práctica constante para que no degenere en una fórmula banal.40

Desde su primer escrito, El presidio político en Cuba, hasta su último manuscrito, El hombre del campo, José Martí manifiesta sin descanso su afán insobornable de afirmar política y espiritualmente la libertad del individuo y de su patria querida de Cuba, al igual que de todas las naciones de Nuestra América, título de su magnífico manifiesto político, siempre de actualidad. En sus últimas palabras escritas en El hombre del campo, se hace defensor de las personas iletradas, advirtiéndoles con frases de insólita critica —cito el texto porque vale para aquella como vale para otras religiones: «No vayas a enseñar este libro al cura de tu pueblo: porque a él le interesa mantenerte en la oscuridad; para que todo tengas que ir a preguntárselo a él». Agrega, sin una sombra de odio ni fanatismo, sino con su sabio sentimiento de realismo: «…como él te cobra por nacer, por darte la unción, por casarte, por rogar por tu alma, por morir; como te niega hasta el derecho de sepultura si no le das dinero por él, el no querrá nunca que tu sepas que todo eso que has hecho hasta aquí es innecesario porque ese día dejará él de cobrar dinero por todo eso. Y como es una injusticia que explota así tu ignorancia, yo, que no te cobro nada por mi libro, quiero, hombre del campo, hablar contigo para decirte la verdad». Y prosigue significativamente así: «…El primer deber de un hombre es pensar por sí mismo. Por eso no quiero que quieras al cura; porque él no deja pensar».41 Con su espíritu audaz, sin temor y miedo a nadie y que siempre siembra una esperanza sin falta, concluye: «Ese Dios que regatea, que vende la salvación, que todos lo pagan, y si pagan los manda al cielo, ese Dios es una especie de prestamista, de usurero, de tendero. No, amigo mío, hay otro Dios».42

José Martí es un pensador cubano con una envergadura universal, con un mensaje de «pan-humanismo», en palabras de Fernando Ortiz.43 El mismo Ortiz documentó, en 1957, una impresionante unanimidad mundial alrededor del pensamiento martiano, e incluso en el mundo religioso;44 pero no es cierto que estos admiradores religiosos conocieron integralmente su pensamiento. Al analizar los grandes conflictos políticos en nuestro mundo de hoy, no cabe duda de que el nombre de Dios se utiliza para justificar los intereses propios. A nivel mundial, nos incumbe a todos unos ejercicios de consciencia. Este mensaje de José Martí, a quien los cubanos llaman (casi místicamente) «el Apóstol»,45 palabra griega que significa «enviado», «mensajero», merece ser más ampliamente conocido al ser un mensaje universal profético, radical, rebelde y constructivo para fundamentar una espiritualidad universalista más allá de las religiones. Eso queda todavía por hacer. ¡Empecemos entonces aquí!

Fernando Ortiz acertó en llamar a Martí un «religioso sin religión». Ser un «religioso sin religión» es ser un «loco peligroso» porque significa retar los sistemas religiosos establecidos y sus intereses. Pero aquí no hay peligro ninguno, para nadie, dirían todos los místicos de las tradiciones religiosas y los sabios de la humanidad, porque sí es cierto, como afirmó José Martí que: Dios sí existe, el bien es Dios: «No, amigo mío, hay otro Dios». ¡Qué buena noticia!

Estamos hoy vivenciando una nueva época de la humanidad; esta de la edad adulta, la del hombre crecido del cual nos habla Martí. Tenemos que asomarnos. No estamos solos, porque la familia humana brinda unos miembros que arrojan luz sobre la ignorancia, un estado de ignorancia que parece ser nuestra condición natural, llamándonos a superarnos sistemática y sistémicamente. Si es verdad que existen seres excepcionales que nos han precedido, resulta depender de nuestra libertad individual ponernos en este camino, para evolucionar en la dirección de una visión universalista.

Mi propia experiencia de la sabiduría de la India se condensó por la lectura de la síntesis del «yoga integral» de Sri Aurobindo, el «Sócrates moderno» (Romain Rolland), quien murió en Pondicherry, en la India del Sur, en 1950, dejando una larga obra poética y filosófica, la creación de un ashram (monasterio laico) y la inspiración para una nueva civilización que se inició en la fundación de la ciudad de Auroville, la Ciudad de la Aurora. Yo choqué —por este tipo de ‘casualidad’ que parece tejer nuestro destino personal— con los más de veinte volúmenes de los escritos de Sri Aurobindo en la biblioteca del Californian Institute of Integral Studies (CIIS) en San Francisco, antes de irme a la India, donde sentí el profundo incentivo para la fundación de una Universidad de la Unidad Humana y de organizar en Auroville un congreso internacional sobre el tema: «Por una espiritualidad más allá de las religiones». Resultó en las discusiones del plenum que cabe rebasar los límites que nos imponen las religiones que son separadoras y en vez de abrir a una visión integradora, en vez de unir, sesgan y restringen las perspectivas universalistas.

Durante este congreso, que tuvo lugar en 2010, hicimos la experiencia, los participantes y los ponentes, de que al aceptar y reconocer nuestros puntos de vista parciales y, por ende, insuficientes, porque incompletos, un nuevo horizonte más largo se abre y de repente se vislumbra un ámbito común, altruista y universal; un espacio más allá de las diferencias separadoras, atadas a lo que se podría llamar «egoísmo» institucional o ideológico.

En un momento crítico del debate, un congresista se refirió a una entrevista que tuvo con el Dalai Lama, en la cual este le dijo que primero hubo la espiritualidad y solo después se plasmaron las religiones. Esta información fungió como un catalizador para la continuación del debate, porque permitió replantear libremente los fundamentos del discurso sobre la espiritualidad en su relación con las religiones establecidas que a menudo exigen una adhesión que excluye a las otras…. Cual sería un Medio Oriente con la aceptación de que Dios existe más allá de lo que hemos podido percibir de él, y que sus revelaciones continúan también como «nuevas programaciones», por medio de la razón humana que el creador nos dio para comunicarnos como hermanos, hijos suyos. No que Dios haya muerto como proclamó Nietzsche, sino que una determinada, incompleta, porque obsoleta idea, una concepción supuestamente objetiva de Dios murió; afortunadamente, agregaría, porque el verdadero Dios existe más allá, porque acierta Martí al pensar: «hay otro Dios».

Hay unas palabras en la India que rezan así: «que yo vaya de la ignorancia a la verdad, de la oscuridad a la luz, de la muerte hacia la inmortalidad». La ignorancia siempre es causa de sufrimiento, en los otros como en uno mismo. Uno de los más grandes dijo: perdónalos, es que no saben lo que están haciendo... y otro sabio filósofo recomendó que: siempre es mejor sufrir el mal, efecto de la ignorancia, que hacerlo al otro… Efectivamente, la oscuridad de la ignorancia a veces nos pesa poderosamente, en lo personal como en lo colectivo. «La ignorancia mata a un pueblo. ¡Es preciso matar la ignorancia!» reza un aforismo martiano.

Por mencionar el caso mío: ignoraba hasta el año 2011 el nombre de José Martí, tal como antes de 2002 nunca había escuchado el de Sri Aurobindo, a pesar de haber sido profesor en varias universidades europeas y norteamericanas. Tuve que darme cuenta de mi ignorancia casi enciclopédica, y llegar a pensar que nuestra cultura intelectual «normal» deja mucho que desear. Cabe aprender de maestros entre los cuales hay un José Martí o un Sri Aurobindo, quienes fueron lectores omnívoros y escritores polifacéticos.

Se evidencia para el futuro de nuestra humanidad la necesidad de una espiritualidad que sea universalista. En las tradiciones de sabiduría de la humanidad, en sus pensadores universalistas, en sus poetas y en la ciencia sabrosa, porque vivenciada, de los místicos, a menudo perseguidos, se encuentra un sentimiento consensuado de humanismo que enfatiza, siquiera de forma agnóstica, una chispa divina en toda persona humana. Cabe reunir a los grandes de la humanidad, a sus sabios…, reunir sus pensamientos en una plataforma universal humanista representativa de la conciencia de la humanidad, por operar en el seno de unas Naciones Unidas radicalmente reformadas, listas para, efectivamente, mantener la paz entre los pueblos por la vía de la convicción argumentativa y por poder imponer la ley que protege a los vulnerables y marginados y oprimidos y empobrecidos; los «pobres de la tierra» que estaban íntimamente en el corazón de José Martí. Él fue el autor de los versos que José Fernández puso en música que yo joven cantaba con mis amigos en Europa, mucho antes de haber escuchado el nombre de su autor: «Guantanamera, guajira Guantanamera… Yo soy un hombre sincero, de donde crece la palma…, y con los pobres de la tierra, quiero yo mi suerte echar».

Estas ideas no pasan… nunca, mientras que todas las vanidades de la soberbia humana, desde la Torre de Babel hasta las coronas y naciones colonialistas se desmoronaron, dejando detrás de ellas nada más que huellas de un pasado poco glorioso. José Martí dio su vida entera, hasta su muerte, luchando contra el ejército colonial en Dos Ríos por esta nueva nación que quiso co-crear: «Yo quiero que la ley primera de nuestra Republica sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre».46 Así reza su programa ideal, cubano y universalista que anunció en 1868 desde Tampa, La Florida. Esta Cuba, la cual José Martí deseó que fuera la Cuba de todos los cubanos, está todavía por nacer.

El futuro, anteriormente declarado como imposible, de repente, coincide ya con el presente. Es así como «funciona», de verdad, la vida personal, y también la vida social y política a un nivel más amplio y ojalá planetario. Las reflexiones políticas que expresa un Sri Aurobindo en su obra El ideal de la unidad humana (The Ideal of Human Unity), miran hacia un futuro de un consejo universal de los Estados rigiéndose según altos principios espirituales. Escribe Sri Aurobindo: «Una religión espiritual de la humanidad es la esperanza del futuro».47

Esta visión espiritual, esta cosmovisión política humanista, todavía lejana, estriba en una nueva idea de la soberanía que rebasa la idea del Estado-nación, lo que todavía pensamos ser su único destino. La verdadera soberanía se manifestará en la ética universal que tendrá su prioridad en proteger a todas las personas —lo que fue el programa incumplido de las religiones—: las viudas, los huérfanos, los extranjeros, igual que todos los ciudadanos… Se trata de una soberanía ética radicalmente opuesta a todo tipo de Nuevo Orden Mundial o de una nueva religión uniforme; es decir, oponiéndose a todo tipo de lógica depredadora del ser humano por la vía del endeudamiento financiero, de la manipulación mediática, de la hipnotización mitológica que desempodera al individuo arrastrándolo al favor de una lógica explotadora de sus derechos como persona humana. Se trata de una nueva soberanía, de la cual ya habló Immanuel Kant en Sobre la paz perpetua (1795). Esta soberanía guiada por la verdadera Ilustración por la racionalidad (Aufklärung, Enlightenment) —la cual lleva tanto retraso—, ya no gastará las ganancias de los pueblos en armas de guerra, sino que las utilizará para el bien de los ciudadanos, la medicina, la educación, el bienestar individual y colectivo. Las sabidurías de las religiones confluirán en una sabia racionalidad que sabe mantener la unidad de la humanidad al respetar las diferencias y diversidades que, por ahora, estamos todavía celosamente guardando como patrimonio exclusivo de nuestra patria. Estas tradiciones preciosas y ricas tendrán su lugar inconfundible, no tendrán que fundirse, anihilarse, sino que enriquecerán una gran familia humana; nuestra humanidad, cuyas reglas de funcionamiento no son arbitrarias por ser concebidas según los principios éticos universales que nos interesan a todos nosotros, porque los necesitamos para vivir en paz, en armonía, en la máxima felicidad humanamente asequible. Todavía nos falta la voluntad política, nos falta la madurez racional... parece que al nivel de la conciencia universal nos quedamos parados en un círculo infantil, del egocentrismo del etnocentrismo, del patria-centrismo, del nación-centrismo, del dinero-centrismo, del poder-centrismo… Nos hace falta ir al cosmo-centrismo de la humanidad que nos reúne como en una gran familia en esta nuestra única tierra que compartimos y que nos es común.

La parte en nuestra mente que descarta estas ideas como idealistas, irrealizables, pertenece al mismo mundo viejo que queremos superar, como las fases en nuestra vida personal que reconocemos como obsoletas ya, y que nos tenemos que perdonar a nosotros mismos para poder aceptar que hemos sido tan injustos y tan poco empáticos con nosotros mismos y con los otros. «Tout comprendre, c’est tout pardonner», nos dice Henri Bergson, y nuestro José Martí, con la puntería que le caracteriza: «¡Perdonar es vencer!» ¡Qué honda esta intuición, qué impactante, contundente, poderosa! Efectivamente, extrapolando aquí su idea, para poder vencer tendremos que perdonarnos, que de hecho no aprovechamos de todas las informaciones accesibles hoy en día para ponernos en un proceso continuo de búsqueda de las mejores soluciones de los grandes problemas que enfrentamos al nivel planetario, de no practicar este brainstorming creativo colectivo que, por primera vez en la historia de la humanidad está a nuestro alcance digitalmente, universalmente, más allá de los limites nacionales. Claro que intentamos, pero aún no de una forma que haría efectiva la soberanía ética supranacional, que convierta nuestra empatía sentida a distancia en un poder real de terminar guerras y conflictos innecesarios; que sustituya estas incomprensiones y agresiones en diálogos fecundos; que convierta estas armas de agresividad animal en paz humana mental; que convierta la pluralidad de nuestras culturas en sus diferencias en fuente de enriquecimientos mutuos, en reconocimiento de que somos diferentes todos, como individuos, en el seno de la misma naturaleza humana. Para vencer, en concepto de humanidad, tendremos que perdonarnos a nosotros mismos nuestra tendencia de aplastar lo diferente para incluirlo en una uniformidad totalizante, de reducir la alteridad del otro, su otredad, a la mismidad del yo o del nosotros colectivo, y de ya hacerlo en nosotros mismos, en vez de acoger nuestras riquezas interiores, las que brotan por vías artísticas, balbucean por la palabra insólita, reprimiéndonos a lo que pensamos ser lo «normal».

Vivan las culturas, vivan las tradiciones, vivan las lenguas, vivan las diversidades y viva la soberanía ética que nos posibilita la unidad en la diversidad. Habrá bastante espacio para las practicas místicas individuales, mas ya no cultos y dogmas impuestos. Habrá espacio para leer, por solo nombrar unos nombres, las poesías profundas y encantadoras de Teresa de Ávila y de Juan de la Cruz y los textos de Miguel de Molinos y otros heterodoxos españoles más, que compiló el gran Marcelino Menéndez y Pelayo, antaño conferenciante en el Centro Cultural de España, hoy Centro Hispanoamericano de Cultura, en el Malecón Habanero. María Zambrano, filosofa y poetisa, desde su estancia en La Habana, «mi patria prenatal», con su breve texto, Cuba mi secreto, es testigo de este potencial hispanoamericano de la convivencia intelectual de lo moderno con las vías tradicionales. Lo moderno lo reclamamos porque lo necesitamos, el espíritu de tolerancia y este anhelo de vivenciar la libertad, tan exaltada por Martí. Un sentido de libertad que es la condición para poder crecer en esta capacidad natural, generosa; en esta rectitud con la cual llamamos a las personas ser de «buena voluntad». Una voluntad pura (reiner Wille) es lo más lindo bajo el cielo, consideró Immanuel Kant y condición de una verdadera paz, porque sin libertad experimentada, paz no puede haber, y la misma no se puede concretizar sin un mínimo de justicia social: la verdadera, basada en la libre participación por los que más tienen, porque más pueden, en favor de los que menos pueden.

La libertad es la religión definitiva. Y la poesía de la libertad el culto nuevo.

(José Martí)

Una religión espiritual de la Humanidad es la esperanza del futuro.

(Sri Aurobindo)

Palabras llamativas, palabras que nos llaman. Es verdad, sucede, a veces, que sentimos un tipo de cansancio confuso, opaco, nos parece que no podemos hacer nada, o incluso que no vale la pena involucrarse… Los sabios de la humanidad nos dicen que sí: vale la pena pensar la política, incentivar la mejoría de nuestras condiciones de una vida más integral, luchando según una de las sabidurías de la India, con la ahimsa, la no violencia con la cual un hombre de frágil apariencia derrumbó el imperio gigante de los británicos.48 La Historia tiene sentido, porque lentamente se abre paso la conciencia de la libertad encarnándose en formas sociales y políticas libertadoras concretas. Frente al derrotismo y la fragmentación de la conciencia, frente a una globalización consumista, depredadora del ser humano en su dignidad inalienable, cabe afirmar el potencial creador nuestro, individual-personal y colectivo, la razón creadora, para una revolución creadora de nuevos potenciales de la humanidad, en favor de nuestra «familia humana», según la expresión llamativa del Preámbulo de la Declaración universal de los derechos humanos. Cabe, en fin, abrir paso a la trascendencia contundente y eficaz de un nuevo humanismo universalista espiritual. Universalista y espiritual, más allá de las religiones, porque opino, con el cubano-latinoamericano universal, José Julián Martí Pérez, homenajeándolo en su natalicio este 28 de enero, que sí: «hay otro Dios».

Notas

1 Roig de Leuchsenring, E. (1960). La Iglesia católica contra la Independencia de Cuba. La Habana, p. 197.
2 La Habana, 1954, p. 257.
3 Citado en de Zéndegui, G. (1954). Ámbito de Martí. La Habana, p. 106.
4 El presidio político en Cuba. Obras Completas. Vol. 1, p. 45. Todas las citas de José Martí se refieren a la nueva edición crítica.
5 Política y revolución. Vol. 1, p. 73.
6 El presidio político en Cuba. Vol. 1, p. 45.
7 Roig de Leuchsenring. Op. cit., p. 134.
8 En sus clases de filosofía en Guatemala: «Fichte sitúa al hombre en sí, sujeto de cuanto piensa y se queda en él. Schelling ve al hombre análogo a lo que le rodea, y confunde el Sujeto y el Objeto. Hegel, el grande, los pone en relación, y Krause, más grande, los estudia en el Sujeto, en el Objeto y en la manera subjetiva individual a que la Relación lleva el Sujeto que examina al Objeto examinado. Yo tuve gran placer cuando hallé en Krause esa filosofía intermedia, secreto de los dos extremos que yo había pensado en llamar filosofía de la relación». Citado por Beguer, cf. infra, p. 42.
9 Beguer César, J. (1944). Martí y el krausismo, La Habana. Según Beguer, Martí no es Krausista, 50sq. «Hay quien ha querido ver en José Martí un simpatizante del Krausismo o afiliado a esa doctrina. Nada más erróneo…», p. 35, cf. 59; p. 84. Más bien, según él: «Martí tiene las características de Leibnitz…» p. 83. Claro que sí, Leibnitz, como Martí, fue un pensador universalista. Lamento mucho no haber podido aprovechar para más matizaciones de la tesis doctoral de E. Amat, Influencias del krausismo en el pensamiento martiano que cita Elena Rivas Toll en Pensamiento filosófico de José Martí. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008, p. 46, n. 45.
10 Roig de Leuchsenring, op. cit., pp. 125-126.
11 Cosas de teatro. Vol. 6, 226.
12 Ilíada de Homero. Vol. 18, p. 330.
13 La excomunión del Padre McGlynn. Vol. 11, pp. 242-243.
14 Ibidem.
15 Carta al Señor Director de El Partido Liberal, Nueva York, 4 de marzo 1890. Vol. 12, p. 419.
16 Ward Beecher, H. Su vida y su oratoria, vol.13, p. 33. «El hombre crece tanto: que ya se sale de su mundo e influye en el otro. Por la fuerza de su conocimiento abarca la composición de lo invisible, y por la gloria de una vida de derecho llega a sus puertas, seguro y dichoso. Cuando las condiciones de los hombres cambian, cambian la literatura, la filosofía y la religión, que es una parte de ella; siempre fue el Cielo copia de los hombres, y se pobló de imágenes serenas, regocijadas, vengativas, conforme viviesen en paz, en gozos de sentidos, o en esclavitud y tormento, las naciones que las crearon. Cada sacudida en la historia de un pueblo altera su Olimpo; la entrada del hombre en la ventura y ordenamiento de la libertad produce, como una colosal florescencia de lirios, la fe casta y profunda en la utilidad y justicia de la Naturaleza. Las religiones se funden en la religión; surge la apoteosis tranquila y radiante del polvo de las iglesias; ya no cabe en los templos, ni en éstos ni en aquéllos, el hombre crecido; la salud de la libertad prepara a la dicha de la muerte. Cuando se ha vivido para el hombre, ¿quién nos podrá hacer mal, ni querer mal? La vida se ha de llevar con bravura y a la muerte se la ha de esperar con un beso».
17 Una distribución de diplomas en el Colegio de los Estados Unidos. Vol. 8, p. 440.
18 La excomunión del Padre McGlynn. Vol.11, p. 243.
19 Cuadernos de apuntes. 7 diciembre de 1871, Madrid, vol. 21, p. 29.
20 González Vigil, F. El Cristiano y la Curia – José de la Luz y Caballero, vol.6, p. 313.
21 Cuadernos de apuntes. 7 diciembre de 1871, Madrid, vol. 21, p. 29.
22 Viajes – Diarios - Crónicas – apuntes. Vol. 19, p. 381.
23 Educación, Maestros Ambulantes. Vol.8, p. 289.
24 Educación, Escuela de Mecánica. Vol. 8, p. 279.
25 Educación, Escuela de Artes y Oficios. Vol. 8, p. 284.
26 Educación, Maestros Ambulantes. Vol.8, p. 289. El contexto: «Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre. Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno. Y el único camino abierto a la prosperidad constante y fácil es el de conocer, cultivar y aprovechar los elementos inagotables e infatigables de la naturaleza. La naturaleza no tiene celos, como los hombres. No tiene odios, ni miedo como los hombres. No cierra el paso a nadie, porque no teme de nadie. Los hombres siempre necesitarán de los productos de la naturaleza. Y como en cada región sólo se dan determinados productos, siempre se mantendrá su cambio activo, que asegura a todos los pueblos la comodidad y la riqueza. No hay, pues, que emprender ahora cruzada para reconquistar el Santo Sepulcro. Jesús no murió en Palestina, sino que está vivo en cada hombre. La mayor parte de los hombres ha pasado dormida sobre la tierra. Comieron y bebieron; pero no supieron de sí. La cruzada se ha de emprender ahora para revelar a los hombres su propia naturaleza, y para darles, con el conocimiento de la ciencia llana y práctica, la independencia personal que fortalece la bondad y fomenta el decoro y el orgullo de ser criatura amable y cosa viviente en el magno universo».
27 Cuadernos de apuntes. No. 1, vol. 21, p. 18.
28 La libertad religiosa en los Estados Unidos, Obras Completas. Vol. 19, p. 397: «Hay derechos esenciales, que arrancan de la naturaleza misma del hombre y le son más caros que la vida, pues ésta viene sin ellos a serle peso y remordimiento, en vez del goce y taller que es, cuando con el patrón del deber y la fuerza de su derecho templa en la lucha de cada día el alma que vislumbra moradas mejores: nada ayuda más eficazmente que la libertad a la verdadera religión: ni el que la religión mude de forma en nuestros tiempos, como muda a ojos vistas quiere decir que la religión, que es esencial e inmortal, se acabe, sino que está ahora en una de sus crisis de acomodamiento, y la primera acaso que se resolverá, por el beneficio de la libertad, sin catástrofe ni sangre. El hombre se ensancha, y la religión con él. Lo que sucede con la religión es que está a punto de comenzar a ser más divina que humana, y más durable en su forma nueva que con la antigua, porque se derivará de la naturaleza del hombre, en vez de negarla e ir contra ella».
29 La Edad de Oro. Vol. 18, p. 467.
30 El poeta Walt Whitman. Vol. 1, p. 1138
31 El puente de Brooklyn. Vol. 9, p. 423.
32 En los Estados Unidos, Nueva York, Carta, septiembre 7 de 1887, vol. 11, p. 302.
33 Cosas de teatro. México, 1875, vol. 6, p. 226.
34 Revista de los últimos sucesos. 1887, vol. 11, p. 188.
35 Cuadernos de apuntes. No.3, vol. 21, p. 108.
36 El poema del Niagara. Vol. 7, p. 229.
37 El poema de Niagara. 1882. Vol. 7, p. 230.
38 Cartas de Martí. 21 marzo 1883. Vol. 9, p. 464.
39 La democracia práctica. Libro nuevo del publicista americano Luis Varela, vol. 7, p. 347.
40 Cartas de Martí. 19 de enero de 1883, vol. 9, p. 340.
41 El hombre del campo. Vol. 19, p. 381.
42 El hombre del campo. Vol. 19, p. 383.
43 Ortiz, F. (1996). Martí humanista. Compilación Isaac Barreal, Norma Suárez Suárez, Fundación Fernando Ortiz, La Habana, p. 82. Para la noción de «humanidad», cf. Fajardo, R. (1952). La conciencia universal y Martí, La Habana.
44 Op. cit., p. 70.
45 Atribuido a su discípulo y amigo Gonzalo de Quesada y Aróstegui.
46 Discurso en el Liceo Cubano, Tampa, 1891.Vol. 4, p. 270.
47 «A spiritual religion of humanity is the hope of the future». Cf. The Ideal of Human Unity, CWSA, vol. 25, pp. 577-8. Escrito entre 1915 y 1918; revisado en los años 30 y en 1949.
48 Mahatma Gandhi concluye así la intención de toda su labor en su historia de experimentos con la verdad: «Al despedirme del lector…le ruego que se una a mí en una oración al Dios de la verdad, para que me permita alcanzar ahimsa, en la palabra y en la acción». La Habana, 2013, p. 479.